Que una mayor inversión en investigación y desarrollo (I+D) sea el camino más cierto para el desarrollo del país, es un consenso desde hace ya un buen rato, pero hemos sido incapaces de tomar las decisiones políticas necesarias.
Es fácil entender por qué hay consenso. Si miramos lo que han hecho otros países, la evidencia es inequívoca: la inversión en I+D en Chile alcanza apenas al 0,4% del PIB, mientras en los países de OECD este valor promedia el 2,4%, con Israel y Corea superando el 4,2%. Nosotros tenemos la menor inversión relativa al PIB de toda la OECD. Más aún, si miramos solo América Latina, nos superan Brasil (1,3%), Argentina y Costa Rica (0,6%), y México (0,5%), mientras empatamos con Ecuador y Puerto Rico (0,4%).
Otra mirada cuantitativa interesante es comparar la situación de Chile con países desarrollados cuando tuvieron un PIB similar al nuestro, estudio que se hizo para Nueva Zelanda, Dinamarca, Canadá y Australia. El estudio mostró que ese cuarteto superaba a Chile por amplio margen (hasta 7 veces) en varios índices: solicitud de patentes en tecnología, recursos humanos en I+D y publicaciones científicas y técnicas.
Estos fríos números explican por sí solos por qué existe tal consenso, a la vez que desnuda la persistente pregunta de por qué no invertimos más. Uno debe suponer que hay justificadas razones en el mundo político para no adoptar un cambio de actitud, pero es evidente que todas revelan una prioridad por adoptar otras decisiones de inversión que, independientes de cuáles sean, privilegian el corto plazo y la ausencia de innovación en política.
Un observador externo vería con claridad las prioridades de Chile al ver que mantiene un bajo y estable nivel de inversión en I+D. Esta política parece revelar una sociedad atemorizada, conservadora y con baja autoestima, porque gasta en seguridad y no lo hace en la creación de nuevas oportunidades, repite sus valores por décadas evitando el natural riesgo de investigar y desarrollar tecnología nueva y propia.
Es mi convicción -que entiendo es compartida por muchos investigadores y técnicos–, que esta actitud nos condena al subdesarrollo y a una dependencia perpetua.
Hay varias razones para preocuparse especialmente hoy por la situación descrita. Primero, porque se inicia la discusión de la primera Ley de Presupuesto del actual gobierno y es, en ese acto y en la discusión parlamentaria que le sigue, donde se verifica si nuestras prioridades empiezan a cambiar o insistiremos en seguir postergando el desarrollo. Segundo, porque Chile hizo una inversión económica importante en formación de doctorados mediante el programa Becas Chile, financiando estudios en las mejores –y muchas veces las más caras universidades del mundo– y es el momento de que la sociedad obtenga los resultados esperados de este esfuerzo, pero esto se esfumará si no hay financiamiento adecuado para acogerlos. Tercero, y es el punto más estratégico, no es lo mismo invertir hoy que mañana, debido a que se está desarrollando una revolución tecnológica.
Se ha hablado mucho de que está por venir un gran cambio tecnológico que transformará toda la sociedad, pero lo cierto es que tenemos que ser ciegos para no darnos cuenta que esa revolución ya llegó. El punto esencial es que cuando se produce una revolución como esta, se generan oportunidades muy importantes para expandir la economía, las que no pueden aprovechar aquellos países que no son creativos ni se arriesgan a innovar oportunamente.
Que existen riesgos en la inversión en I+D no hay duda, pero esos riesgos tienen doble lectura. Son justamente estos los que nos hacen actuar conservadoramente, porque no disponemos de grandes excedentes en recursos, pero también son ellos mismos los que generan la gran oportunidad que se esfuma cuando el riesgo se reduce.
Iniciemos ya un cambio de prioridades y, asumiendo una actitud más parecida a un líder que a un subordinado, llevemos más adelante en las prioridades la inversión en I+D, para llegar, como primera meta, al 1% del PIB. Es una meta sensata que reflejaría la actitud de una sociedad que se tiene confianza.
Francisco J. Martínez es Ingeniero Civil, especialista en Ingeniería de Transporte de la Universidad de Chile, master y doctorado en la U. de Leeds, Inglaterra, especializado en el modelamiento del funcionamiento y evolución de la ciudad. Es Profesor Titular y actual decano de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.