Bernard Salt, columnista de The Australian, fue quien encendió la polémica que en 2016 pasó a llamarse el "paltagate". Todo comenzó con su crítica a los "millennials" por su gusto por el "brunch", ese híbrido entre desayuno y almuerzo, que lejos de tener una racionalidad de ahorro, está envuelta en un aura esnob que se paga caro. Por ejemplo, dice, hay jóvenes dispuestos a comprar por 22 dólares (unos 15.000 pesos chilenos) un pan con palta lindo. Dinero que podría servirles como ahorro para el pie de la casa propia.
El "brunch" es el nuevo opio del pueblo, respondió Brigid Delaney del The Guardian: si no puedes ahorrar para una casa, vive el día a día, pero bien. Y es que hoy la dicotomía proletariado/capitalista se ve superada por un precariado con buen nivel de vida: puedes no tener contrato ni vivienda, pero siempre puedes contar con "tu chofer privado" de Uber, un teléfono inteligente, una bicicleta que tomas en la calle y que no debes volver por ella porque no es tuya, una experiencia en el extranjero gracias a las becas (un dato clínico: las becas Chile son un nuevo hito en las biografías, si no sabes qué hacer, si terminaste con una pareja o perdiste un trabajo, siempre existe este plan b existencial); básicamente puedes no ser dueño de nada, pero sentir que tienes acceso a todo.
La vida como arriendo. Y de paso un olvido: los propietarios existen y se vuelven cada vez menos.
Quizás esta sociología de la vida liviana, libre y nómade -a la que, por cierto, hay que reconocerle su virtud- sea la que explique el optimismo juvenil respecto del futuro, según la última encuesta de participación de jóvenes en Chile. De manera transversal, en todas las clases sociales los jóvenes piensan que es probable que tengan un mejor pasar que sus padres, y a la vez, sus hijos, uno mejor que ellos. Alrededor de un 85% piensa que tendrá una casa propia. Sea cual sea su discurso, creen en el progreso, a pesar de su desconfianza generalizada hacia las instituciones -desde el gobierno hasta la empresa privada-, un desinterés por temas políticos y su percepción de una economía estancada. Pero los números no comparten este entusiasmo. Como en otros lugares del mundo, por ahí por 2012 que ya se disparó la distancia entre el inflado precio de las viviendas y un tímido crecimiento del PIB per cápita, según datos del Banco Central.
¿Será, entonces, que su esperanza se basa en desconocer los datos? Tal vez el mundo "uberizado" confunde y borra parcialmente las diferencias de clase y las disyuntivas de la nueva economía. O será, como escribió Delaney a propósito del escándalo de la palta, que si las nuevas generaciones difícilmente tendrán una propiedad, entonces mejor cambiar el deseo y valorar nuevas formas de vivir. O bien, como en el caso chileno, suponer que sí tendrán acceso, bajo la idea despolitizada del mérito individual. Tal como responden en la encuesta a la afirmación "si los pobres se lo propusieran, podrían salir de su condición de pobreza", estando las clases bajas y medias de acuerdo. Sólo los jóvenes de clase media alta se muestran incrédulos.
Y son estos últimos, los más ricos, los que se identifican en mayor medida a la izquierda. Y esto es más enredado que el "brunch", porque ya no se sabe si ser de izquierda entonces es progresismo moral, o bien la clase alta se hará la revolución a sí misma. ¡Quién sabe ya qué es la izquierda! Como decía Pasolini en Mayo del 68 a los estudiantes: esto es una guerra civil entre hijos y padres burgueses. Como sea, son los únicos de la escala social que aún muestran una tendencia favorable hacia la confianza en el otro y que aspiran a tener un contrato de trabajo (las clases más bajas anhelan emprender). Parece que son los únicos que aún esperan algo del mundo, quizás esto los haga sentir de izquierda antes que privilegiados.
Y aunque con un pan con palta en la mano, los datos duros son demoledores: los ricos principalmente sólo estudian, las clases medias sólo trabajan y los jóvenes pobres, ni lo uno ni lo otro.
*Sicoanalista y escritora.