Cierren los ojos un segundo. Recuerden cómo imaginaban el futuro hace un par de décadas. Me parece que era plateado, galáctico; seguramente ese futurismo fue la posibilidad que dejó "el fin de la historia" (de las utopías). Vuelvan a cerrar los ojos, ¿cómo han imaginado el futuro los últimos años? Pienso que muchos dirían que no ven nada, quizás un desierto, o un modelo nuevo de lo que ya hay.
No habíamos atendido a la gravedad de vivir en tiempos sin futuro, aun cuando hoy vivamos más. Somos hijos del nihilismo y eso no podía no traer consecuencias; es lo que se ha llamado crisis de salud mental.
Si hay algo que estalló en la revolución de octubre, la nuestra, es el sinsentido de una modernización que dejó de tener resonancias para muchas personas. Aunque la revuelta no traiga una utopía –y mejor que así sea, aunque los expertos en revoluciones reclamen… a fin de cuentas, las utopías suelen transformarse en pesadillas– hay deseo de transformación y eso es la invención de la posibilidad de un futuro y, a la vez, el develamiento de que lo distópico no es una ficción imposible, sino que ya convivimos con varios elementos de ese orden.
Las distopías implican llevar al extremo una idea. 1984 de Orwell es el sueño del control y la seguridad, Un mundo feliz de Huxley el de la liberación del hedonismo. Aunque opuestos, ambos proyectos llevan a la destrucción, porque se trata del uso de la racionalidad y la voluntad a secas, contra todo límite y articulación con sus contrarios. Es la certeza que define a la locura.
Por supuesto que hay locura hoy. El proyecto de convertir todo en mercancía, la tierra, el agua, aunque luego no podamos respirar. Los objetos se denigran como cosas, ya no se aman, se los trata como despojos que no reflejan nada de lo humano, se usan, se botan, a veces también las personas hacen lo mismo con otras. Sin cuotas de deshumanización el proyecto neoliberal no sería posible. Parte de la compasión profunda ha sido sustituida por una estética kitsch e infantil –lo infantil imaginado por cierto, porque la niñez lejos de parecerse a un gatito tierno es existencial– como si sólo se pudiese amar aquello que parece purificado de mal.
Para muchos, cuidar la vida se ha vuelto nada más que otro bien, al que hay que proteger de manera paranoica con dietas y suplementos. Si todo esto puede leerse en clave distópica es porque borra el futuro a través de un presentismo, en que se vive como si el mundo se acabara en los contornos de la propia piel. Es la queja que se le hace a los viejos que no apoyan los cambios que favorecerían a sus hijos. Pero es también una queja que se le puede hacer a los jóvenes que actúan como si la justicia debiera acabar en su generación. Pienso, por ejemplo, en lo problemático de las funas. Escribo esto cuando se acaban de conocer dos nuevos feminicidios, y no puedo dejar de reconocer su legitimidad frente a los casos de impunidad de violencia machista. Pero, al mismo tiempo, no veo la exaltación de esa vía como un futuro. Básicamente por los que vienen, ¿cómo hacer que las niñas y niños aprendan a negociar sus conflictos como iguales y crecer como aliados? Lo vinculante es una de las propuestas más importantes de Rita Segato, la antropóloga feminista que inspiró a Las Tesis. Sin embargo, no suele ser esta idea la más popular mediáticamente.
Mucho menos futuro –aunque les encanta hablar de "innovación"- veo en la bochornosa consulta ciudadana de las comunas más ricas: mientras que en el resto del país se trataron temas sobre cambios colectivos, como la Constitución, las suyas dedicaron gran parte a temas de seguridad. ¿Pueden los ricos de hoy acaso soñar? ¿Aunque sea algo para otros? ¿O sólo viven en el temor de ser robados?
Faltan "madres" escribe el filósofo Santiago Alba Rico y en su lugar nos hemos llenado de "solteros". Por cierto, no habla de la condición civil de una persona, sino de una posición ética: quienes cuidan de otros comparados con aquellos desamarrados de algo más allá de sí mismos, "solteros" son quienes viven como un punto final. ¿Cómo empujar una ética laica del cuidado? Cuidar (no cuidarse de otros) es un gesto de humildad porque dona un futuro, pensar la vida más allá de la propia. Una nueva Constitución es de futuro si está proyectada para que no haya más huérfanos.