La compensación del papel higiénico está por todos lados. Al encender la radio, mirar la TV, en redes sociales. Sin embargo, en la publicidad ya no está presente el motivo que originó la compensación y que cualquier adulto chileno debería conocer: la colusión por décadas de las principales empresas productoras en desmedro de los bolsillos de millones de chilenos.
La publicidad surtió efecto en mí y me inscribí para recibir "mi compensación". Una vez finalizado el procedimiento en línea, pensé ¿Por qué no me siento compensada? ¿Espero ahora que esos 7 mil pesos me permitan sentir que en mi país se ha avanzado en materia de justicia social para terminar con estas prácticas? No tuve mucho tiempo para reflexionar porque el mismo día escuché un titular de la radio que decía que Chile posee los precios de medicamentos originales más altos de Latinoamérica. Recordé la colusión de las farmacias, de los pollos, de tantas otras. Desesperanzada se me vino a la cabeza la frase del Chapulín Colorado ¿Ahora quién podrá defendernos? Pienso que la respuesta es nosotros mismos, comenzando por nuestras casas.
Aprendemos a comportarnos en sociedad en nuestras familias. Sin darnos cuenta, como niños forjamos allí nuestros valores y hábitos, nuestra forma de ver la vida. Ahí deberían haber aprendido los dueños de las empresas que las acciones que realizan tienen consecuencias y que no deberían favorecerse a costa del perjuicio ajeno. Si bien puede ser muy tarde para que ellos aprendan, no es tarde para nuestros hijos. ¿Cómo hacerlo? Enseñándoles a nuestros hijos e hijas a pensar, a criticar, a ejercer sus derechos y cumplir con sus obligaciones, y también, enseñándoles a ser rebeldes.
Lo anterior tiene la dificultad de que los niños y niñas aprenden por imitación, por lo que para que ellos lo hagan, uno como madre, padre, tía, abuela, vecino, debe primero pensar, estar informado, criticar aquello que nos parece injusto, preocuparse de ejercer sus derechos y cumplir con sus obligaciones.
Luego, debemos enseñar a nuestros niños desde la temprana infancia a reconocer y regular sus emociones. Entender que dar un celular calma la pataleta al instante y permite seguir con la rutina, pero en el largo plazo tendrá como resultados niños y niñas que no son tolerantes a la frustración y que no regulan emociones, y que, por lo tanto, no podrán ejercer sus derechos ni cumplir sus obligaciones.
Paralelamente, debemos poner límites, que comprendan que en el mundo se vive en sociedad y que la sociedad se mueve a ritmos diferentes, que existen normas, rutinas, hábitos que deben cumplirse. Una vez cumplidas estas tareas viene el mayor desafío. Enseñar a rebelarse.
Solo puede rebelarse quién comprende las normas y entiende que son injustas, quien conoce sus derechos y sabe cómo ejercerlos, quien le importa su sociedad y siente la viva necesidad de cambiarla.
Fueron rebeldes las mujeres que lucharon por el derecho a sufragio y lo son hoy las que luchan por la equidad de género. Malala Yousafzai es la rebelde que lucha por la educación de las niñas musulmanes. Mandela fue el rebelde que terminó con el Apartheid en Sudáfrica.
Enseñémosles a nuestros hijos acciones pequeñas, pero significativas como reclamar cuando no respetan los precios de las ofertas, cuando vemos que les cobran peajes a los bomberos o cuando no se respetan los pasos de cebra. Si criamos generaciones de rebeldes, quizás los empresarios de 40 años más no busquen la colusión, sino la justicia social. Esa sí sería una compensación.
Carmen Gloria Zuñigaa es Profesora de Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y Doctora en Educación de la Universidad de Western Australia. Actualmente se desempeña como académica de educación UC.