Las discusiones sobre la salud mental de la población chilena tienen su historia. Desde comienzos del siglo XX, se pueden registrar iniciativas de parte de las clases gobernantes para prevenir la aparición de trastornos mentales en los sectores populares. La mente, en este sentido, se convirtió en un objeto social en disputa el que, desde una lectura higiénica, debía estar fuerte para enfrentar las tareas propias de la construcción de la nación.
Interesantemente, el nacionalismo le dio sustento a una tarea social y cultural – junto a otras acciones tan importantes como el sentido de la educación y el crecimiento económico local – en la que la psicología tuvo un rol destacado. Y con esto no hago referencia exclusivamente a la psicología académica, sino que a el proceso de psicologización de la sociedad chilena desde circuitos no expertos. Un ejemplo notable es el llamado que hacía Joaquín Edwards Bello – cronista y autor de novelas como "El roto" (1920) – para que el pueblo aprendiera psicología y así fortalecer su carácter, tomando como modelo a países como Estados Unidos, Inglaterra y Japón.
El darwinismo social, a la base de estas lecturas de la psicología, fue entregando siempre en clave individual que el estado de bienestar mental de los chilenos era el resultado de un reforzamiento de la voluntad, el desvío de las pulsiones agresivas hacia fines más elevados (sublimación) y la rápida circulación de concepciones autorizadas en el saber psicológico de lo que debía ser la crianza y la acción materna.
Con todo, la acción psicológica se enmarcó entre los que luchaban porque fuera un derecho social garantizado por el Estado – como el joven Salvador Allende – y los que manifestaban que era la beneficencia pública, apoyada en una serie filántropos, la que tenía un papel suplementario a las incipientes acciones estatales.
¿Es muy diferente hoy? Lamentablemente no. Los problemas mentales de la población – pensemos sólo en el 17% de depresión que se registra actualmente en la población chilena- siguen envueltos por marcos explicativos que hacen que la mayoría de las explicaciones apunten a la esfera personal de los sujetos. Históricamente se han ido debilitando las nociones psicopatológicas que muestran cómo el contexto social, económico y político agreden significativamente a las personas. Y todavía no son pocos los que prefieren destacar el éxito económico alcanzado durante los últimos cuarenta años en nuestro país, haciendo relucir las bondades de la vida en nuestra tierra.
Creo que, ante un contexto neoliberal, nos queda cuestionar dos grandes conceptos que la psicología ha puesto al servicio del estado actual de las cosas: la resiliencia y el emprendimiento. Ambos son grandes ideas que permean discursos empresariales, educativos y asistenciales. Somos los únicos responsables de nuestros fracasos y éxitos, ya que la dimensión colectiva – pensemos que la noción de trabajador ha sido fuertemente despolitizada – está prácticamente desaparecida.
Finalmente, tal como el mismo Freud señalaba en su trabajo "Perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica" (1910), si hoy ni siquiera las terapias físicas están aseguradas, ya que son una mercancía que debe ser comprada según la capacidad económica del consumidor, menos la salud mental que es fuertemente invisible – pero sentidamente visible – podría ser garantizada.
Ojalá que se refuerce mucho más nuestra dimensión profesional como agentes políticos de cambio social para salir de la permanente comodidad de nuestras consultas y entregarles estas acciones a Otros/as.
Mariano Ruperthuz Honorato es Director Magíster en Psicología, Mención Teoría y Clínica Psicoanalítica de la Universidad Diego Portales. Autor de "Freud y los chilenos" (Pólvora, 2016) y Coautor de "Estimado Dr. Freud: una historia cultura del psicoanálisis en Latinoamérica" (Edhasa, 2017)