Hacia el 3 de Junio del 2011 el suelo no paraba de moverse cerca del Complejo Volcánico Cordón Caulle, en la Región de los Ríos. Y las personas que vivían cerca lo notaban. Ya para esa fecha el Observatorio Volcanológico de los Andes del Sur había establecido que una erupción sería inminente y, el Caulle siendo el Caulle, esta podía ser bastante explosiva. Los sismos no solo ocurrían de forma muy seguida, sino que se localizaban cada vez más debajo de un punto muy específico: el Cordón Caulle iba a hacer erupción a través de él.
En efecto, eso pasó. El 4 de Junio el Cordón Caulle comenzó su último período eruptivo, lanzando una gran cantidad de ceniza volcánica a más de 15 kilómetros de altura. Una locura. Recordemos que esta ceniza no es nada como lo que sale cuando quemamos algo, sino que en realidad está compuesta por roca molida muy pero muy fina, junto a cristales. Y, dado que el magma que alimentaba al volcán era muy viscoso, entonces también tenía vidrio volcánico dentro de ella. Eso es lo que las personas cercanas y nuestros vecinos de Argentina respiraron durante los meses que duró la erupción. Con el tiempo los vientos también llevaron la ceniza hacia el norte, pasando por Temuco y más allá en su momento. El efecto de ella fue bastante perjudicial en Argentina: aparte de los problemas relacionados con la salud de las personas, la gran cantidad erupcionada también llevó a la cancelación de vuelos, y afectó la producción de varias empresas. De hecho, la cobertura noticiosa de la erupción en ese país muchas veces fue más masiva que la que se le dio en Chile. Y si bien la parte más explosiva de la erupción ocurrió en las primeras 24 horas, el volcán se mantuvo erupcionando ceniza volcánica por varios meses.
La erupción del 2011 del Cordón Caulle fue alimentada por un magma muy viscoso, que permitió que el gas se acumulara a muy alta presión dentro de él. Una vez que llegó a la superficie, este gas quizo huir rápidamente, con tanta fuerza que rompió el magma en trozos muy pequeños, formando la gigante columna de ceniza volcánica. Sin embargo, en la medida que el magma iba perdiendo gas, también comenzó a fluir hacia afuera del cono que estaba usando para su erupción. Así, se formaron ríos de lava. Aunque acá "río" es casi un decir, ya que la lava era tan viscosa que se movía apenas unos pocos metros por día. Lo que sí fue interesante es que este se fue enfriando, formando obsidianas. Así que el Caulle generó ríos de obsidiana, lo que es algo que nunca se había visto en vivo en el mundo. La erupción terminó oficialmente en Abril del 2012, poco más de 10 meses de haberse iniciado.
Sin embargo, con el pasar de los años hemos ido olvidando esta erupción. Esto llega a tal punto que pareciera ser que no muchos chilenos (salvo los que viven relativamente cerca de él) están realmente conscientes de la existencia del Cordón Caulle. Porque acá hablamos de uno de los volcanes más explosivos de Chile, y uno de los pocos que inició una gran erupción después de un megaterremoto, como lo hizo el 24 de Mayo de 1960. Y parece que lo olvidamos, porque los detalles de sus erupciones parecieran ser una especie de misterio para muchos. Eso no solo ocurre con el Cordón Caulle, sino que con la gran mayoría de nuestros volcanes. Muchas veces tenemos que preguntarnos incluso donde están ubicados, cuando viviendo donde vivimos, deberíamos ser los primeros en conocer nuestros volcanes en entender su "personalidad", y comprender qué amenaza realmente plantean para nuestra vida. Por ejemplo, ¿recuerdan cuando hace casi dos años el volcán Tupungatito entró en alerta amarilla? ¿se acuerdan de cuantas veces leyeron la pregunta de si acaso el nombre era real, o de donde estaba el volcán? Y es que hemos ido perdiendo la memoria respecto a estos fenómenos. Aún pareciera ser "vox populi" el hablar de una erupción volcánica como un evento eminentemente catastrófico, cuando en realidad hay un (muy) amplio rango de impactos que ellas pueden tener. Es cierto, podríamos hablar de las falencias a nivel educativo, pero esto va incluso más allá: a veces parece que no miramos a la cordillera queriendo conocerla.
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Foto: Daniel Basualto[/caption]
¿Qué pasa con las personas que llegan a vivir cerca del volcán y no lo conocen? No podemos dejar de darles a conocer al volcán, y lo que sabemos de él. Piensen en esto, por ejemplo: si les ofrecen vivir cerca del volcán Osorno, ¿conocen sus zonas de peligro? ¿saben donde buscar? ¿saben leer un mapa de peligro volcánico? y más aún, ¿saben cuando fue la última erupción de ese volcán, y como fue? Naturalmente, no tenemos que saberlo todo, pero muchas veces inquieta el que no tengamos la conciencia de cosas así, que después nos lleva a tener muchos proyectos inmobiliarios en el paso de aquellos aluviones volcánicos --también conocidos como lahares-- que, cuando eventualmente bajen, arrasarán con todo lo que encuentren a su paso.
La situación es distinta cuando nos vamos a la cordillera misma, y hablamos con las comunidades que viven cerca de los volcanes. Cuando estos son bastante activos, y sus erupciones han sido presenciadas por personas, normalmente hay un conocimiento importante respecto a como se comportan de parte de las personas que viven en su vecindario. La intuición existe, y es consecuencia de la tradición oral que, lamentablemente, hemos ido perdiendo de a poco. Sin embargo, ella por si sola no basta. ¿Qué ocurre si la próxima erupción del volcán no es como las anteriores? ¿o si la última erupción ocurrió hace tanto tiempo que las nuevas generaciones se han olvidado del potencial impacto del volcán? No podemos permitirnos el dejar abandonadas a las comunidades cercanas a él. Además, ¡también hay mucho que aprender de su experiencia! En ese sentido, se agradece mucho que existan proyectos de investigación financiados por Fondecyt, como el liderado por Andrés Marín de la Universidad de Los Lagos, donde justamente se estudia la dinámica de las comunidades que viven cerca de volcanes activos. Llama mucho la atención que varias de las preguntas que surgen desde las comunidades son tremendamente difíciles de responder de manera adecuada, porque tocan el verdadero corazón de lo que a veces no sabemos de nuestros volcanes. Y vale la pena tener esas conversaciones. Hoy uno de nuestros desafíos en la ciencia es ver como ayudamos a dar solución a problemas que tienen las personas que viven cerca del volcán, de forma que contemplemos muchos factores distintos. Es allí donde confluyen los geólogos, geofísicos, ingenieros, sociólogos, y antropólogos (entre tantos otros) para dar forma a un mecanismo adecuado de comunicación con las personas, donde la creación de confianza sea fundamental. Que no nos pase tan seguido que no nos ven a los expertos, porque la verdad es que si no nos conocen, simplemente no existimos para ese grupo. Y eso es algo que en Chile no nos podemos permitir.
Es el momento de generar confianzas, de abrir los canales de comunicación, y atacar problemas interdisciplinarios donde la academia pueda ser un apoyo importante para las comunidades. El Geoparque Kütralkura, recientemente reconocido por la Unesco, representa un proyecto donde este tipo de comunicación es parte importante del desarrollo de la zona. No es el único, naturalmente, y las iniciativas de Geoparque en Petorca, Cajón del Maipo, y Arauco, también representan una gran oportunidad de generar este tipo de conversación, aunque no sea ligada necesariamente a volcanes. Las ganas de trabajar están en muchos lados, ahora es el momento de generar el cambio.
¡Hablemos más de volcanes!
Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.