En Septiembre del 2018 Indonesia sufrió un terremoto de magnitud Mw 7.5, que fue el detonante de una catástrofe en la zona turística de Palu. El terremoto tuvo varias peculiaridades: de partida, su zona de ruptura no fue tan sencilla, al tener unas 6 subrupturas dentro de una región de unos 150 km de largo. Además, la forma en que se generó el terremoto (que no fue como los típicos grandes de subducción que tenemos acá) no debería de haber provocado un tsunami. Sin embargo, todos vimos las terribles imágenes de olas llegando a la costa y arrasando todo a su paso. Varios científicos han especulado que el sismo lo que produjo fue una serie de derrumbes en el fondo marino, lo que llevó a la creación de la ola. Y más aún, debido a la forma de la costa de Palu, que parece una bañera, la amplitud de las olas se habría amplificado, generando de esa forma condiciones para que se haya generado el tsunami que se vio. Peor aún, ya que la fractura que generó el terremoto pasó directamente por la bahía de Palu, entonces las olas aparecieron muy rápido. Esto, sumado a que las telecomunicaciones se cayeron, llevó a que los habitantes no recibieran un aviso claro de que una ola venía. Y como tampoco autoevacuaron, pues se desencadenó una tragedia. Al día de hoy hay más de 2000 muertos, y se espera que sigan apareciendo más.
El terremoto tuvo más efectos. Uno de los más notorios fue la licuefacción que se generó en muchos lugares cercanos a la zona de ruptura, que llevó a deslizamientos y luego a que muchas casas y edificios se hundieran, y que incluso varios se movieran cerro abajo, como si un río se los llevara. La licuefacción es un fenómeno que se da sobre todo en suelos que contienen mucha agua (como los bordes de ríos, o zonas cercanas al mar), así como también en suelos muy arenosos, o donde las partículas que lo componen no están tan juntas. Cuando viene un terremoto, las ondas hacen que el agua tenga una mayor presión durante el movimiento, lo que lleva a que la resistencia del suelo disminuya groseramente. Así, el suelo que nos parecía tan sólido comienza a comportarse como fluido. Y se sabe que tanto la amplitud de las ondas como la duración del sismo ayudan a que este fenómeno sea más marcado aún. Eso no sería problema si es que no pusiéramos los cimientos de nuestras construcciones sobre este tipo de suelo. Pero lo hemos hecho, y al parecer lo seguiremos haciendo. La licuefacción lleva entonces a que casas se hundan, que otras construcciones colapsen y además, si hay una leve pendiente, puede desencadenar un deslizamiento de tierra, que se lleva a las casas como si fuera un río de barro y arena el que las mueve. Eso pasó en Palu, y fue terrible. Esta recopilación en video del diario The Guardian lo muestra en detalle:
La situación en Palu hoy es crítica. Además de la enorme cantidad de damnificados, la llegada de ayuda ha sido problemática, y muchas personas hoy están sufriendo. Los servicios básicos se cayeron durante un tiempo, y como en Chile el 2010, los saqueos aparecieron. La recuperación tomará mucho tiempo, y es una de aquellas tragedias que no se olvidará jamás en esa parte del planeta.
¿Y en nuestro país? ¿Estamos libres de sufrir eventos terribles de licuefacción? Por desgracia, no. Y eso lo saben muchas personas. A lo largo de muchos terremotos en nuestra historia hemos visto cómo la licuefacción ha afectado a muchas ciudades, dañando construcciones de forma significativa. Y ya que la forma en que nos hemos desarrollado ha llevado a tomarnos territorios blandos, o a rellenar para así crear nuevos lugares donde vivir, pues hemos ido viendo más efectos de manera más reciente. El último caso realmente icónico fue el Terremoto del Maule del 2010, que tuvo una zona de ruptura de más de 500 kilómetros de largo de norte a sur, lo que refleja lo tremendamente grande que fue ese evento. Por supuesto, el terremoto se sintió en muchos más lugares de forma extremadamente violenta, como lo sabemos todos los que lo vivimos. Y la zona donde se encontraron evidencias de licuefacción abarcó desde Valparaíso por el norte hasta Puerto Montt por el sur.
Justamente la zona donde vive la mayor cantidad de personas en Chile. Por lo mismo, muchos científicos chilenos han estudiado las zonas que sufrieron licuefacción en nuestro país para así poder tener una forma de establecer cuáles son los peligros de sufrir este fenómeno, y de esa forma poder tener una herramienta para ayudar en la planificación de nuestro territorio. Hay que mitigar el impacto que un terremoto, que siempre vamos a sufrir, tenga en nuestras vidas. Como hay muchísima investigación dando vueltas, un espacio como esta columna no alcanza para mostrar todos los casos de licuefacción después del terremoto del 2010, pero podemos hablar de varios de ellos. Uno de los más conocidos ocurrió en el Maule, en la zona más afectada por el terremoto. Allí, el movimiento sísmico llevó al colapso del relave de Las Palmas. La forma en que este estaba construído ayudó también a que se generase una avalancha de materiales tóxicos que llegaron a la casa de una familia que vivía cerca. Nadie de los que vivía cerca tenía idea de que ese relave podía colapsar por licuefacción en un terremoto, pese a que el mismo Sernageomin lo había identificado como uno de los 4 relaves que más riesgo de derrumbe tenían. Peor aún, antes del 2010 ya habían estudios que mostraban que la zona centro-sur de Chile estaba en condiciones de generar un terremoto tan grande como el que ocurrió. Eso nos habla de una falla en la comunicación del conocimiento científico hacia la ciudadanía.
Todos los integrantes de la familia afectada por el colapso del relave fallecieron. Además, el daño ambiental fue tremendo.
Después del terremoto del 2010 también se vio licuefacción en zonas que no estaban cerca de la ruptura del sismo, como por ejemplo en Valdivia. Una detalle interesante es que una parte que colapsó fue el Muelle Schuster, que antes había sufrido daños semejantes con el terremoto del sur de Chile de 1960. Al parecer, ya que hay zonas más susceptibles que otras, ellas pueden colapsar repetidamente con sismos fuertes. La siguiente foto, tomada del trabajo de Ramón Verdugo y Javiera González, lo muestra de una gran manera.
Los habitantes de Concepción por supuesto están más que conscientes de que el terremoto afectó los pilares del Puente Juan Pablo II. Esto, ya que en las capas que forman el suelo, la primera era susceptible a la licuefacción. Así, la licuefacción provocada por el sismo produjo que algunos pilares se hundieran, con el consiguiente daño al puente. También en la zona hay muchos lugares que sufrieron severamente en toda la zona de Concepción-Talcahuano-Lota-San Pedro-Coronel. Todo esto ha llevado a que en el tiempo los profesionales del Sernageomin han estado desarrollando mapas de peligro de licuefacción, que no muestra el panorama más alentador respecto a algunas grandes ciudades. Las figuras que siguen muestran el trabajo de María Francisca Falcón, donde podemos ver las zonas más susceptibles de ser afectadas en Concepción, y en el país.
Como pueden ver, el conocimiento técnico y científico está. La pregunta ahora es qué vamos a hacer como sociedad para hacernos cargo de la forma en que nos desarrollamos como país. Porque ninguno de nosotros quiere que alguien sufra durante un terremoto, sobre todo en este país donde sabemos que en nuestra vida al menos nos va a tocar vivir uno de cerca.