Julio Verne fue un adelantado a su tiempo. Sus novelas, que mezclaban ciencia y fantasía, llegaron a los corazones de muchas personas, no sólo en el siglo XIX, si no que también en los años que vinieron. Obras como el "Viaje a la Luna", o "20 mil leguas de viaje submarino" relataban historias de viajes que inspiraron a muchos niños y niñas a perseguir sus sueños de aventura y conocimiento. Y si hay una que está ligada a la geociencia, es "El Viaje al Centro de la Tierra".

En el cuento original, el profesor de mineralogía Otto Lidenbrock descubre, con la ayuda de su asistente Axel, una narración de un antiguo aventurero sobre su viaje al centro de la Tierra. La ruta era sencilla: había que partir desde Hamburgo hacia Dinamarca, y luego seguir en un ferry hasta Islandia. Un vez allí, la ruta continuaba hasta la península Snaefellsness, que está dominada por un volcan que el día de hoy tiene muy poca actividad: el Snaefellsjökull (en la foto de arriba). Después había que bajar a través de una red de conductos del volcán hasta el centro de la Tierra. En su aventura (alerta de spoiler) los protagonistas se encuentran con dinosaurios y otros animales extintos, pero nunca llegan al centro de la Tierra. De hecho, llegan a una secuencia de cámaras, y regresan a la superficie en una balsa improvisada, que es empujada por el magma eruptado por uno de los volcanes más famosos del mundo: el Stromboli. Descontando a los dinosaurios, ¿Cuán posible sería ese viaje? ¿Se puede bajar a una gran profundidad a través de un conducto volcánico?

La evidencia que tenemos marca dos cosas (amigos terraplanistas y terrahuequistas, quizás quieran dejar de leer aquí): la Tierra tiene una forma parecida a una esfera, y tiene varias capas. Eso lo podemos comprobar debido a los terremotos. Como ya saben, se liberan ondas sísmicas cuando ocurre uno de ellos. Y un detalle muy interesante es que se pueden capturar esas ondas en estaciones ubicadas en todo el mundo, en tiempos distintos de lo que uno esperaría si es que la Tierra fuese plana. Esto, ya que la distancia que recorre una onda es más corta "por dentro" de la esfera misma, que por su superficie. Pero hay un detalle más: las ondas se mueven de manera distinta cuando cambian de medio, lo que se ve reflejado en que las señales nuevamente llegan a tiempos distintos de lo que esperaría, incluso si la Tierra no tuviese capas. Demás está decir que nada de esto se podría ver si es que hay una Tierra hueca, ya que las ondas en el vacío simplemente no se transmitirían. En el video de más abajo se pueden ver las ondas producidas por el terremoto de Tohoku, y cómo fueron registradas en el mundo. ¿Ven cómo van apareciendo? Bien, eso es imposible con una Tierra plana, y también con una hueca.

https://youtu.be/ZCAOMMjjoN4

Es por este tipo de observaciones que de hecho se comenzó a sugerir un modelo de Tierra estratificada, donde hay un núcleo, un manto líquido, viscoso y dúctil, y finalmente una corteza, que es donde vivimos. Para la escala del planeta, esa corteza es como una cáscara de huevo, tremendamente insignificante en términos de su espesor. Es justamente desde el manto que se generan las llamadas corrientes convectivas, que mueven las distintas placas terrestres, y que generan tanto nuestros terremotos, como la actividad volcánica del planeta. Por lo mismo, con una Tierra hueca tampoco podemos tener terremotos.

Islandia se encuentra en el límite de dos de estas placas: la norteamericana y la euroasiática. Al contrario de lo que ocurre en países como Chile o Indonesia, en Islandia estas dos placas están constantemente alejándose, lo que genera espacios para que el magma pueda ascender desde lo profundo. Por lo mismo, Islandia es un país lleno de volcanes, y prácticamente todos los años uno de ellos hace erupción. Las dos últimas erupciones con mayor cobertura fueron la del Eyjafjallajökull en 2010 y la del complejo Bárðarbunga en 2014. La del Eyjafjallajökull en particular fue famosa porque interrumpió una gran cantidad de vuelos en Europa, lo que fue un gran problema para los pasajeros y las aerolíneas. ¿Por qué es esto relevante para la historia? Bueno, porque resulta que el Snaefellsjokull está ubicado en la placa norteamericana, mientras que el Stromboli (por donde salen Otto y Axel), está ubicado en la placa Euroasiática. Así que para llegar de un lugar a otro no sólo no bastaría con una especie de túnel subterráneo, sino que habría que atravesar el manto para llegar a la otra placa. Y eso no se puede con la tecnología que tenemos hoy. Quien lo intente moriría quemado y aplastado rápidamente.

La estructura de nuestro planeta es fundamental para que tengamos la dinámica que hoy tenemos. Es debido a estas corrientes convectivas del manto que los continentes se mueven, y gracias a ellas hay terremotos y erupciones volcánicas, ya que la Tierra necesita liberar su tensión interna. Si es que estos fenómenos no ocurrieran, no existiríamos.

Julio Verne fue un escritor que se adelantó a su tiempo varias veces, pero no en este tema. En su defensa, no tenía como saberlo: la teoría de la tectonica de placas recién se desarrolló en los sesentas, cuando había evidencia fuerte que venía de sismógrafos de todo el mundo. Pero para el legado de Verne eso da un poco lo mismo. Su genio perdurará por siglos.

Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.