Francisco Javier Cofré Fernández (35) dice que nació dos veces. La primera, el 2 de agosto de 1983, en la clínica Los Carrera del tranquilo Quilpué. La segunda, el 19 de marzo de 2009, en el área de cuidados intensivos del Hospital Sagrado Corazón del caluroso Pensacola, en Estados Unidos.
Su segundo nacimiento comenzó a gestarse el 26 de febrero de ese año. Esa noche había asistido a una reunión de chilenos que vivían en Destin, un balneario de Florida. Había llegado en diciembre del año anterior a trabajar en un programa de working holiday junto a su polola, Racine Balbontín. Esa noche estaban de fiesta, cuando Dannie Roy Baker, un jubilado estadounidense con problemas siquiátricos e ideas xenófobas, apareció con una escopeta y disparó. El ataque terminó con Nicolás Corp y Racine Balbontín muertos, además de tres chilenos heridos. Uno de ellos fue Francisco Cofré, quien recibió un disparo en la cara que lo tuvo 21 días luchando por su vida en el hospital.
Luego vinieron las apariciones en portadas de diarios y noticieros de todo el mundo. Su caso era el más grave entre los sobrevivientes del primer crimen de odio dirigido a chilenos en Estados Unidos. Cuando lo operaron en Pensacola para sacarle la bala, se dieron cuenta de que ésta había ingresado por el pómulo derecho, cruzó la cabeza, bajó por el cuello y se alojó en la espalda, muy cerca de la columna. No le causó daño en sus funciones motoras, aunque sí la pérdida de visión en el ojo y de audición en el oído de ese lado de la cara. "El médico que me trató en Estados Unidos dijo que la bala hizo una 'z' burlando las arterias principales. No habló de milagro, pero sí que la trayectoria no tenía explicación. Yo tampoco lo veo como un milagro, pero sí creo que soy muy afortunado", dice Francisco, sentado en un café de Las Condes. Mira hacia la izquierda y deja ver la cicatriz que le cruza un lado del rostro.
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En 2009, la prensa de la época le dio mucha cobertura al ataque: se trataba del primer "crimen de odio" contra chilenos en Estados Unidos y el interés fue grande. Medios de otros países también se interesaron, especialmen por el caso de Francisco Cofré, el sobreviviente que quedó en un estado más grave.[/caption]
"Hoy me siento el hombre más feliz y afortunado del mundo después de la masacre que pasé. Por eso le tengo que retribuir al resto".
Cerrar el círculo
Este desenlace, el de un hombre en calma, es el final de la historia. Porque durante estos 10 años Francisco tuvo que pasar por muchas cosas. Él se ajusta al orden cronológico y empieza a recordar ese marzo de 2009, cuando despertó en el hospital de Pensacola, otro balneario de Florida. Allí lo habían llevado en helicóptero después del tiroteo, ya que era el mejor equipado de la región para tratar un caso médico complejo como el suyo.
Entonces sólo tenía recuerdos vagos de ese 26 de febrero: la reunión con otros chilenos en un condominio de Miramar Beach, la medianoche cuando decidieron irse con Racine pensando en una entrevista de trabajo al día siguiente, los disparos que empezó a escuchar cuando ya iban a salir de la casa. "Vi a Racine tapándose el pecho y agachándose. Ahí me di cuenta de lo que estaba pasando. Corrí hacia ella y la tiré al suelo. Le daba ánimo. Según los doctores, ella tiene que haber muerto a los segundos del disparo que fue certero al corazón", cuenta sobre un desenlace que sabe hoy, pero que hace una década los doctores prefirieron ocultárselo en un principio.
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Francisco junto a su madre en Pensacola, en 2009. Foto: Francisco Cofré[/caption]
"Cuando estaba en riesgo vital, me preocupaba por ella, sentía que tenía que ir a entregarle mi energía, a alentarla para que saliera adelante. Preguntaba todos los días y me decían que estaba en el hospital de otra ciudad. Tampoco me dejaban revisar mi computador ni ver televisión. Cuando salí de riesgo vital, una sicóloga del hospital me lo iba a decir, pero mi papá valientemente dijo que él quería hacerlo. Así lo supe", dice.
- ¿Qué hiciste después de saber que ella había muerto?
-Lloré harto; y egoístamente le dije a mis papás que habría preferido morirme. Empecé a ver en mi computador las fotos con ella, los mensajes que nos habíamos mandado. Lloraba y lloraba, por horas.
-Luego estuviste dos meses más en el hospital, rehabilitándote física y emocionalmente antes de volver a Chile.
-Siento que en el hospital crecí de nuevo. Era como una guagua; como la bala me fracturó la mandíbula, me alimentaban con una bombilla y no podía caminar por el daño al oído que me hacía perder el equilibrio. Mis papás viajaron para acompañarme, y con ellos tuve que aprender a caminar y comer de nuevo. Mi segundo nacimiento fue en esta etapa.
-¿Cómo reconstruirse después de una experiencia así?
-Primero, asumiendo que Racine no estaba y no iba a volver. Segundo, nunca preguntándome por qué me había pasado a mí. Fue una masacre que sólo sucedió, crudamente.
En esta historia hay un punto de inflexión. Francisco lo fecha en abril de 2009, poco antes de recibir el alta médica y volver con su familia a Viña del Mar. Se produjo de la misma forma que la mayoría de sus hitos en este proceso: llorando. Fue a visitar a un oftalmólogo que le confirmó que nunca más volvería a ver con su ojo derecho; el nervio óptico tenía un daño irreparable. "No sé si fue tan grave lo que me dijo o fue la gota que rebalsó el vaso, pero me fui a la mierda. No podía dejar de llorar. Volvimos al hospital y mis papás también lloraban mientras me tomaban las manos. Hasta que en un momento se las apreté fuerte y dije: 'Basta de sufrir. Tengo dos ojos y dos oídos, puedo seguir viendo y escuchando. Hay miles de personas ciegas y sordas'. Desde ese momento me propuse ser y estar feliz", recuerda.
Pocos días después, cuando pudo abandonar el hospital para volver a Chile, viajó a Destin y visitó la casa donde había sido el ataque.
-¿A qué fuiste?
-A cerrar un círculo. Eso es parte del proceso de asumir lo que pasó. Hay ciertas ceremonias que necesitas para cerrar círculos.
-¿Tuviste más ceremonias así?
-Sí, cuando llegué a Chile fui al cementerio y me acosté en la tumba de mi ex polola. Le tengo que haber hablado cosas y hasta hacerle cariño al pasto. Lo tenía que hacer y me dio resultado. Hoy puedo volver a Estados Unidos, al hospital, a la casa donde vivía, al lugar donde me sucedió esto. A lo mejor me voy a emocionar, pero no es algo que me afecte.
-¿Nunca te ahorraste la pena?
-Nunca. En Viña seguía viendo fotos y cartas de ella. Salía a trotar a la playa, me sentaba en las rocas y me ponía a hablar con Racine. Le pedía soñar con ella, alguna señal.
-¿No tenías miedo a tener sueños que te recordaran el ataque?
-Nunca tuve sueños invasivos, lo que pasa mucho en experiencias postraumáticas. Se lo pregunté a un siquiatra y me dijo que no me pasó por lo asumido que tenía el hecho. Cuando escondes las cosas, cuando haces "borrón y cuenta nueva" o "das vuelta la página", te va a penar eso que no superaste. Y eso no te permite avanzar.
Las señales
El primer terapeuta que vio a Francisco en el hospital de Pensacola se llamaba Matt. "En esa época puedo haber estado un poco deprimido, no tenía ánimo de nada. Era lo normal después de haber vivido una masacre. Matt me motivaba y con él salía en silla de ruedas. Así empecé a recuperarme", recuerda.
-Cuando vuelves a Chile, ¿sigues con el tratamiento?
-No. Me contactaron de una entidad de Valparaíso que ayuda a víctimas de temas traumáticos y decidí ir. Pero la sicóloga me vio y dijo que estaba bien. Por eso enfocamos la terapia en un asunto de sanación familiar. Yo sufrí, pero quizás el sufrimiento más grande se lo llevó mi familia. Esa terapia duró un mes.
-¿Algún otro tratamiento?
-No me negué a nada. Nunca he sido esotérico, pero estaba abierto: llegaban tías con botellas de aceite de noni o mi hermana me cuidaba con reiki. Soy católico, pero ahí me di cuenta que creo más en las energías. Hoy soy el hombre más feliz del mundo gracias a las energías, rezos y buenos deseos de gente de todo el mundo. Me llegaron tarjetas hasta de Indonesia.
-¿Qué se necesita para salir adelante?
-Esto (dice y dirige el dedo índice hacia su sien). Me di cuenta que la mente es una herramienta tan poderosa que a veces nos juega en contra y yo me preocupé de que me jugara a favor.
-¿Esa es la lección aprendida?
-Sí. Me molesta la gente que se echa a morir por un problema y habla de "dar vuelta la página". Las cosas hay que superarlas, hay que sufrirlas. Yo pude y no me considero un superhéroe ni alguien mejor que el resto, soy alguien del montón.
-Pero hay situaciones difíciles de controlar, como el odio. El asesino de Racine pasará su vida preso. ¿Cómo enfrentaste tus sentimientos hacia él?
-Soy muy poco rencoroso. Al tener tan asumido lo que pasó y preocuparme de que mi vida se tornara igual o mejor que antes, no le podría reprochar nada a nadie. Él es un viejo esquizofrénico que no tenía una cabeza normal. Me podría sentar a su lado, golpearle la espalda y decirle: "Pucha, que pena que estés preso".
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Francisco en 2009, junto a funcionarios del hospital de Pensacola. "Son mi familia americana", dice. Foto: Francisco Cofré[/caption]
-¿Has vuelto a Estados Unidos?
-Sí, dos o tres veces. La primera vez debe haber sido en 2013 o 2014, fui por trabajo. Ahora quiero volver al hospital de Pensacola a ver si queda alguien del personal que estuvo conmigo para seguir agradeciéndoles, poder ir a la habitación donde viví dos meses. Tengo recuerdos de gente que se preocupó por mí, que me sonreía, que me mudaba.
Una misión
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Foto: Roberto Candia[/caption]
Francisco Cofré trabaja como ingeniero comercial en el sector minero, está casado con Ana María Vargas y tiene dos hijos, Maximiliano (5) y Emilia, de 11 meses. A su mujer la conoció en una reunión social en septiembre de 2009 y ya en diciembre estaban pololeando. "Conocí a la mujer de mi vida. Yo no buscaba a nadie y resulta que me fleché. Fue una situación compleja porque quería mucho a Racine y lógicamente me proyectaba con ella", cuenta.
-¿Mantenías contacto con su familia?
-Sí, estaba bien unido a ellos y trataba de ayudarlos, hasta un momento en que tuve que desprenderme porque veían en mí a su hija y me absorbían mucho. Un día sus hermanos me dijeron que tenía que rehacer mi vida. Me aproveché de eso y me solté bastante.
-Empezar una nueva relación debe haberte generado muchas dudas.
-No sabía si lo estaba haciendo bien, porque fue a los pocos meses de haber perdido a mi polola de años. Entonces le empecé a pedir señales a Racine y un día llegó en un sueño. Yo estaba en un prado y ella se acerca contenta. No nos dijimos nada, pero nos abrazamos, nos miramos y me sonrió. Eso me dio tranquilidad y le di el significado de que todo lo que estaba haciendo estaba bien.
-¿Pero estabas preparado para iniciar otra relación?
-Yo creo que uno tiene que asumir las pérdidas y en ese momento ya lo había hecho. Sabía que no estaba con mi polola, que la habían matado. Sabía que tenía que rehacer mi vida y que no podía cambiar nada de lo que había pasado desde ese momento para atrás, pero sí podía hacerlo hacia adelante.
-¿Te sentiste juzgado por empezar otra relación tan rápido?
-Nunca. Quizás por la forma de ser de mis amigos y por la fortuna que tengo de que la gente me quiera tanto. Siempre se alegraron por mí y el paso que daba. Quizás es cuestionable lo rápido que me pasó esto. Todos hemos escuchado que después de una pérdida de pareja tienes que vivir tu duelo, pero yo sufrí bastante. Y conocí casualmente a la persona que está conmigo hoy y tenemos una familia preciosa.
Francisco y Ana María decidieron casarse en 2012. Cuando fueron a pedir una hora al Registro Civil de Viña del Mar, la primera opción que se presentó fue una especie de epifanía: el 26 de febrero. "El día se me aparece. Mis dos hijos estuvieron pronosticados para nacer en esa fecha. Por eso, para mí no es un recuerdo negativo y cada 26 de febrero le agradezco a mi familia, a Dios, a mis amigos y a cualquiera que ayudó a que esté bien. Ahora quiero viralizar este mensaje y demostrar que, si uno quiere, puede estar mejor", cuenta.
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Francisco en la actualidad con su hijo Maximiliano. Foto: Roberto Candia.[/caption]
Esa idea se le ocurrió unos años atrás. En la época en que transitaba por alguna de sus 7 cirugías reconstructivas -6 en Chile; una en Estados Unidos- que le hicieron en el rostro y que se dificultaron por una osteomielitis, una infección en la médula del hueso que impedía la cicatrización. "Fui a un mall con mi mamá y una persona me dijo: 'Francisco, qué rico que estés con nosotros. Con mi familia hemos seguido todas tus noticias y no te imaginas lo que nos ha alegrado'. Ahí me di cuenta de que puedo incidir positivamente en la vida de la gente", dice a propósito del proyecto para el que busca a alguien que le enseñe a estructurar y comunicar mejor su mensaje.
-Entonces, ¿este segundo nacimiento acarrea una misión?
-Sí, si quedé vivo fue por algo. Quiero que mi vida tome un sentido de ayuda a la gente que lo necesita. Estoy buscando los medios para eso, me gustaría prepararme y dar charlas para entregar mi mensaje.
-¿Y cuál sería éste?
-Que en la vida, por más difícil que se torne, está siempre en uno la capacidad de estar mejor y ser feliz.