“La sociedad primitiva se llamaba ciudad, y era un lugar que muchos habríamos dado la vida por defender, porque nos gustaba justamente eso: perdernos entre desconocidos, como al hombre de la multitud de Poe. Eso -esa idea de ciudad- es lo que ha quedado en suspenso”, dice el escritor Alan Pauls en una columna publicada el 21 de marzo en este mismo diario.
“Coronavirus pone a prueba la forma en que se expanden y planifican las ciudades”, se titula un artículo, también de La Tercera, de hace algunas semanas. “Hemos descubierto que se requiere un mejor diseño, ciudades más saludables”, me explicaba el urbanista Luis Eduardo Bresciani en el programa Santiago Adicto de Radio Duna, hace menos de un mes. “Adiós, Megápolis desigual”, escribía la arquitecta Pía Montealegre en su columna de la revista Vivienda y Decoración, el mismo medio donde su colega Sebastián Gray anotaba que “es posible que esta crisis sanitaria sea también la crisis de ciudades que crecieron sin orden, sin propósito, en extensiones y densidades absurdas en ciertos casos, sin los equilibrios y complementos imprescindibles entre una minúscula vivienda, el espacio comunitario y el espacio público”.
Es un hecho. La discusión acerca de la ciudad, especialmente acerca de la metrópolis, de la gran urbe, de la densidad y de la cantidad de habitantes por metro cuadrado, está en pleno desarrollo. ¿Se terminó “El triunfo de las ciudades”? Ese es el título del libro de Edward Glaeser que lo hizo mundialmente famoso y cuyo texto muchos suscribíamos sin la más mínima duda. “Residir en una gran ciudad es estar permanentemente expuesto a una avalancha de ideas, gentes y experiencias extraordinarias”, dice Glaeser. Y agrega que “la ciudad, nuestra mejor creación, nos hace más inteligentes, más ecológicos, más ricos, más sanos y más felices”. ¿Dirá hoy lo mismo? Tal vez deba precisar la parte que dice “más sanos”.
Qué interesante sería ver una conferencia de Glaeser post pandemia. Si tuviera que apostar, creo que debiera seguir la línea de pensamiento de Richard Florida, otro gigante de los temas de ciudad, escritor muy reputado y charlista que llena salas. Lo que he leído de Florida es, hasta ahora, la visión que más sentido me ha hecho. En un artículo titulado “Cómo pueden las ciudades reabrir después de la pandemia del COVID-19”, este experto en geografía y regeneración urbana dice que ninguna pandemia o desastre natural ha mutado nuestra necesidad de vivir y trabajar en espacios urbanos. Ni la gripe española de 1918, ni la epidemia de cólera en el Londres de 1850, ni la peste negra del siglo 14. Y eso se debe a que la concentración de gente y la actividad económica son demasiado fuertes como motor de la innovación y el crecimiento económico.
“Volveremos a trabajar y al colegio y a los restoranes y a los teatros y a los estadios”, dice Florida. Pero no debiéramos hacerlo como si nada hubiera sucedido, aclara. No sólo porque puede haber rebrotes del Covid-19 si no mantenemos una actitud vigilante, sino que porque vendrán otras pandemias en el futuro. “No podemos volver a vivir exactamente igual”. Richard Florida es claro y enfático. Y para no quedarse en la descripción del problema, propone un plan de diez puntos, del cual les compartiré los que me parecen más vitales.
Por ejemplo. Los aeropuertos deberán ser a prueba de pandemias. ¿Cómo? Deberán implementar controles de temperatura y chequeos de salud. Tendrán que disminuir las aglomeraciones de gente, promover cierto distanciamiento social, así como proveer grandes cantidades de mascarillas como rutina y tener alcohol gel en todas partes. Segundo. Los espacios para públicos masivos -estadios, arenas, centros de convención, centros culturales- deberán ser reacondicionados para, al igual que los aeropuertos, ser a prueba de pandemias. Será necesario reducir los aforos, aplicar controles de temperatura, dejar sillas sin ocupar que separen a las personas y proveer de mascarillas.
Tercero: modificar la infraestructura vial. Lo urgente, dice Florida, es meterle fuertes inyecciones de capital al transporte para que se mantenga funcionando. Más adelante, habrá que rediseñar las estaciones para evitar el contagio de enfermedades, peatonalizar más calles para lograr mayor distanciamiento social y aumentar los espacios para bicicletas y scooters. Cuarto: asegurarse de que las calles comerciales y gastronómicas sobrevivan. No sólo los bares, restoranes y tiendas crean muchos trabajos, sino que les dan identidad a las ciudades. Por eso, quienes protejan sus calles y barrios comerciales y gastronómicos tendrán una ventaja comparativa apenas vuelva a fluir el turismo.
Quinto: proteger las artes y la economía creativa. Museos, galerías, teatros, espacios musicales, así como los artistas, músicos y actores, deben recibir ayuda. Alcaldes e intendentes deben coordinarse con el sector privado, con la filantropía, con estamentos del Estado, para mantener viva la escena cultural. Sexto: mejorar los ingresos y beneficios sociales de la “primera línea”, es decir, desde quienes limpian los hospitales hasta quienes acuden a los llamados de emergencia médica, los que hacen delivery y quienes atienden en las ferias y supermercados. Nos ha quedado claro que son héroes y que no podemos vivir sin ellos. Quedan varias ideas de Florida en el tintero, pero creo que lo esencial está planteado: las ciudades sobrevivirán, pero tendrán que hacer cambios muy importantes.