“Si tú te vas y yo me voy, ¿con quién se queda el perro?”. Además de ser una agradable canción de desamor de Jesse y Joy, también es una pregunta que muchas parejas que adoptan o compran mascotas se pueden hacer al terminar una relación.

Y es que cada vez es más común que —en lugar de tener hijos— las personas opten por darle la bienvenida a su familia a un gato, perro, tortuga, hámster y cualquier otro animal doméstico, con el que forman un vínculo emocional fuerte que se puede ver en peligro tras una ruptura amorosa.

Así le pasó a Ileana Arriagada, una joven de 28 años que estuvo junto a su pareja por casi dos años y tomaron la decisión de irse a vivir juntos a un departamento. Fue ahí donde a él le picó el bichito de adoptar un gato y, aunque ella no estaba tan entusiasmada —porque ya tenía uno en casa de su mamá— aceptó con la condición de que el gato sería de él.

Así llegó Pepa a sus vidas.

“Como yo hago teletrabajo, la gatita comenzó a llevarse más conmigo, sobre todo porque la adoptamos chiquita”, cuenta Ileana a La Tercera.

Pero después de un tiempo, la relación se terminó y ambos quedaron en la encrucijada de con quién se iría la gata. Se trata de una decisión difícil que cada vez es más común y que se asemeja a la custodia de un hijo o hija, pues las mascotas cada vez son miembros más importantes de las familias modernas.

¿Con quién se quedará la gata Pepa?

¿Con quién se queda el perro?: las parejas que se separan pero tienen mascotas juntos

Qué hacer con las mascotas cuando las parejas se separan

“El rol que tienen las mascotas en parejas sin hijos y jóvenes muchas veces trata de un vínculo afectivo y de apego emocional”, comienza a explicar a LT el sociólogo de la Universidad de Santiago de Chile (USACH), Dante Castillo.

“Y esto resulta en una mascota que también necesita ese apego y que requiere de un contacto social permanente. Entonces, ¿qué ocurre cuando después me separo?”.

El experto reconoce que esta situación se puede comparar a las parejas que tienen hijos y que se separan. Sin embargo, la legislación chilena no tiene respuestas para un juicio por custodia, por ejemplo, por lo que las únicas soluciones que pueden establecerse son, muchas veces, por palabra.

Ileana recuerda que en el momento que decidieron terminar su relación con su expareja, se puso nerviosa al no saber qué pasaría con la gata. Pese a que en un inicio ella no quería adoptarla, había pasado tanto tiempo con Pepa que no pudo evitar encariñarse.

Formaron un vínculo único y sabía que Pepa tenía que quedarse con ella.

“Después de la separación, yo me quedé con el departamento. Él me decía que tenía planes de cambiarse de ciudad, porque tiene familia en el norte, pero que había que llevar a la gata por avión (una situación estresante para los felinos), que donde iba a llegar ya había bastantes animales y que no sería un buen ambiente para ella”, relata la joven a LT.

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Por estas razones, Ileana se dio cuenta de que “no le iba a dar los cuidados que yo le doy, el tiempo que yo le doy, entonces le dije que yo me la quedaría. Al principio, no le gustó nada mi decisión, porque inicialmente la gata era de él”.

Sin embargo, un detalle importante es que Pepa todavía no tenía microchip, por lo que en el Registro Nacional de Mascotas no figuraba ser la “propiedad” de alguien. Ileana pensó en inscribirla a su nombre para no tener problemas, no obstante, finalmente llegaron a un acuerdo “por las buenas”.

Pepa se quedó con ella en Santiago, pero cada mes le llega una bolsa de arena y un tarro de Churu de parte de su papá. “Es mi forma de cobrarle la manutención. Yo le compro el alimento y el resto de cosas, pero él corre con gastos de arena y veterinario. Es el acuerdo de palabra que tenemos”.

¿Custodia compartida para mascotas?

Para el sociólogo, a falta de regulación, es muy importante acordar un plan de custodia al decidir adoptar una mascota, para evitar mayores problemas a futuro. Así ambas personas se comprometen a velar por el bienestar y seguridad del animal y “mantener rutinas similares, horarios de alimentación, ponerse en sintonía en todo eso en el acuerdo de custodia (si es que va a ser compartida, solo una manutención, etc.)”.

“Las mascotas se están convirtiendo en un sujeto de derecho y siendo reconocidas como seres que sienten. Entonces eso hace que se deba a reestructurar una relación, a mantener un vínculo por las mascotas y encontrar formas de comunicarse, coordinarse para entregar ese bienestar que necesitan los animales”.

Y es que, con la actual legislación en Chile, las mascotas son consideradas como “bienes muebles”.

Castillo también propone la figura de un mediador que “facilite las comunicaciones cuando se pone difícil. Quizás podría ser un veterinario, un especialista, que incluso ayude terapéuticamente para facilitar la toma de decisiones y separación”.

Cómo afecta la separación de parejas y mascotas

Como en toda separación y desapego, las personas tienen que vivir un duelo que, muchas veces, se vuelve más complicado de superar, en especial cuando hay un vínculo emocional con una mascota.

El sociólogo explica que cada persona tiene su propia forma de llevarlo: algunos pueden demostrar más sus emociones, como la pena, mientras que otros prefieren el distanciamiento, que no significa necesariamente dejar de querer a la mascota.

El sociólogo, con la colaboración de especialistas, identificaron que en estos casos, las mascotas también sufren las consecuencias de la ruptura. Entre ellas, están:

  • Ansiedad por separación. “Se expresa cuando mastican muebles, por ejemplo, o hacen tiras la ropa, ladran o maúllan fuera de horario”, explica el experto.
  • Falta o exceso de apetito. Algunas mascotas pueden volverse menos activas, perder interés por las actividades que antes le emocionaban y dejar de comer o, contrariamente, comer en exceso, por la ansiedad que provocan los cambios.
  • Agresividad o timidez excesiva. El especialista afirma que algunas mascotas pueden volverse apáticas, más irritables y mostrar comportamientos agresivos o, en otros casos, volverse demasiado tímidos y no querer socializar.

La respuesta ante estas situaciones —ya sea de parte de los humanos o las mascotas— depende de una serie de factores, como cuánto tiempo convivieron juntos, en qué estado termina la relación y la capacidad de poner comunicarse y llegar a acuerdos.

Por ejemplo, Pepa la gata cada vez que escucha el ascensor o la puerta, piensa que es su papá llegando y se va rápidamente a la puerta a esperarlo. Pero no siempre es quién está detrás.

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Parte del acuerdo que Ileana hizo con él es que pueda visitar a la gata de vez en cuando. Y pese a que está funcionando y paga una especie de pensión para su hija felina, la joven siente inseguridad sobre qué tanto durará el acuerdo que fue de boca a boca.

“Siento que quizás en el futuro, o el próximo año, podría pasar algo, que las cosas cambien y no sabría qué hacer”.

Por el momento, mientras no haya una legislación que lo regule, Ileana y otros jóvenes más tendrán que lidiar con la incertidumbre, al igual que Pepa, cada vez que escucha el ascensor de su edificio.