De las revoluciones se sabe como comienzan, pero no siempre como terminan. Es la astucia de la historia, dijo la feminista Nancy Fraser, quien advirtió cómo la segunda ola del feminismo acabó involuntariamente siendo parte de otra revolución, la del neoliberalismo. El antiestatismo y el abandono del feminismo social coincidieron con los ideales de mercado. Incluso la liberación sexual, dice la autora, derivó en un sexo de mercado poco ventajoso para las mujeres. Como una broma terrible, es como si las chicas hubieran transado un contrato indefinido por boletas de honorarios al mismo empleador.

El filósofo Gilles Lipovetsky en La tercera mujer describe cómo los valores del capitalismo tardío resignifican cuestiones de las cuales se suponía las mujeres se emanciparían. "La tercera mujer", a diferencia de sus antecesoras -que en la historia oscilaban entre la nada y un lugar de objeto- adviene sujeto. Sin embargo, se siguieron reproduciendo estereotipos previos; por ejemplo, el amor de pareja como vía de realización personal o la inmensa inversión femenina en belleza. Nombrados ya no como opresión, sino como parte de la moral del "self made man/woman", que supone que todo lo que nos ocurre es producto de las propios capacidades. Así, gastarse los ahorros en un par de siliconas pasó a ser una cuestión de orgullo: "Es para mí, no para los otros".

Por fortuna el plástico fue pasando de moda en los cuerpos de las mujeres y en el mundo. Pero aparecieron nuevas opresiones envueltas en la revolución ecológica. Y ahí entraron las súper madres. No por una obligación patriarcal, pues los padres de las nuevas generaciones suelen estar comprometidos con la crianza y lo doméstico. No obstante, las madres jóvenes están asfixiadas bajo el yugo de la maternidad de manual de autoayuda y las falacias naturalistas.

Ha despertado una nueva marejada en el feminismo. Y precisamente se activó con la verificación de que el abuso sexual no era un asunto personal, sino estructural. Más allá del semblante de la mujer moderna, algo no había cambiado tanto. Resurge así la potencia de la idea de que lo personal es político. Y si puede producirse algo así como la cuarta mujer, pasará no sólo en su reconocimiento como sujeto de deseo, sino que también como sujeto social.

Pienso en al menos dos trampas fatales para este nuevo impulso feminista. Uno: que caiga en la ideología que simplifica el mal. Lo pongo de este modo: así como el mundo demoró en verificar que los conflictos mundiales eran más complejos que la dicotomía Occidente versus terroristas islámicos; no todo lo que atañe a la situación de las mujeres se llama patriarcado. No olvidemos que el orden económico hoy no requiere patriarcas para reproducirse. Dos: que la potencia de "lo personal es político" quede reducida a una instancia policiaca y paranoica, afanada en la captura de machismos potenciales, incluso en quienes son compañeras de filas.

* Sicoanalista y escritora