En el cuello de Gabriel Ebensperger (35) hay una línea larga y roja que tiene exactamente la misma forma de la línea curva y negra que cruza la portada de su segunda obra, que lanzó el jueves por Hueders y que se titula El libro de la tristeza.

Sin preverlo, aunque la ilustración no es biográfica, hubo una coincidencia de temática y de forma.

La del cuello es la cicatriz que le dejó la extirpación de un tumor cancerígeno que hace dos meses y medio le encontraron en la tiroides. La del libro, en cambio, es la línea de un ojo cerrado: el ojo de la tristeza, representado en un gusanillo negro que se aburre de estar triste, pero que al mismo tiempo está absolutamente inhabilitado para ver cosas alegres. Cuando el gusanillo cierra el ojo, su párpado forma una sonrisa, la misma sonrisa que pareciera tener Gabriel, autor de Gay gigante (2016), en su cuello.

La alegría y la tristeza son intermitentes en las últimas semanas de Gabriel. Desde que le entregaron el sobre con el diagnóstico, cedió a la vorágine de las emociones. "Son parte de los efectos secundarios", dice. Y no sólo eso. Hace unos días se despertó porque sentía un ruido fuerte y sostenido. A los minutos se dio cuenta de que el sonido habitaba sólo en su cabeza. "Eso se llama tinnitus. Pasa porque estoy entre el hipotiroidismo y el hipertiroidismo, y eso me tiene muy desbalanceado. Un mes después de la operación me dio un bajón muy fuerte, donde pasé todos los días echado, llorando y engordando", cuenta.

-El libro de la tristeza se lanzó dos meses después de que te diagnosticaran cáncer a la tiroides y a semanas de una operación para extirpar el tumor. ¿Cómo ha sido este proceso?

-Raro. Fue súper sorpresivo, súper inesperado. Fui al endocrinólogo a hacerme un chequeo general porque voy al doctor por cuidarme, por prevenir, una vez al año, y suelo hacerme todos los exámenes. Es casi por curiosidad de persona perseguida que me hice más exámenes de los habituales. Incluso, diría yo, por hipocondriaco.

-Qué horror ser hipocondriaco y que te encuentren algo, ¿o no?

-¡Horrible! Imagínate que mi baño está lleno de remedios. Periódicamente estoy botando cosas vencidas que tengo por si acaso. Es un poco ser enfermo de la cabeza. Pero creo que me sirvió para detectar este cáncer. Antes de todo, hice un examen físico donde me tuve que sacar la ropa, me pesé, me tocaron el cuello por rutina y cuando estaba en eso se me asomó una pelota. No me acuerdo si había cachado si tenía eso o no, pero era tan simétrico que lo debo haber ignorado. Era un nódulo grande al medio de la tiroides.

-¿Y qué vino después de que se detectó el tumor?

-Me hicieron una punción, que es la experiencia más cercana a un degollamiento, porque te tienen que clavar el tumor para que quede carne dentro de la aguja. Y eso lo hacen por el cuello. Ese examen salió completamente maligno.

-¿Qué hiciste después de que te dieron el diagnóstico?

-Tomé el sobre y no lo volví a abrir hasta salir. Me senté en un banquito y me puse a llorar. Luego llegó un perrito. Fue como una película de cáncer. Por suerte soy lo suficientemente privilegiado, considerando las condiciones de salud del país, y a la semana ya me estaban operando.

-¿Qué pensabas mientras todo eso ocurría?

-Tenía la cabeza apagada y al mismo tiempo tenía pensamientos bien satánicos, pero entendí que era algo hormonal. Y claramente también me deprimí.

-¿No te parece paradójico estar lanzando un libro sobre la tristeza justo en medio de este proceso?

-Es muy raro, ¿o no? Este libro lo trabajé, sin querer, mientras hacía Gay gigante, porque en paralelo dibujaba puntos por todos lados con unas témperas nuevas que me había comprado. Ese material, posteriormente, lo quise utilizar en un momento de bajoneo donde armé la historia que era sobre la tristeza. Hoy, todos los hippies cercanos me dicen que todo pasa por algo. Imagínate que el día en que abrí el sobre con el diagnóstico me llegó otro sobre a la casa, más grande, donde venía impreso el libro enviado desde España. Es muy heavy, como que hubo una coordinación en la vida. Aunque me da vergüenza hablar así, porque voy a sonar como persona que tuvo cáncer.

-Es que tienes cáncer.

-Me carga, porque estoy viviendo puros clichés que no he podido eludir y que traté de esquivar desde hace mucho tiempo. De partida, no me gusta cuando se romantizan tanto las emociones, pero es inevitable. El otro día le dije esto a alguien y me di vergüenza, pero de verdad es algo que pienso y siento: no cambiaría nada de lo que me ha pasado. Si hago el ejercicio imaginario de que me pregunten si preferiría no haber sido diagnosticado con cáncer ahora que voy a lanzar mi libro, y haberlo pasado mal durante estos meses, inmediatamente digo que no, que está bien todo lo que me pasó. No lo sé explicar, pero me dio cosas buenas esta huevada tan mala. Podría haber sido mucho peor.

-El mismo día en que te detectaron el cáncer, lo contaste por tus historias de Instagram. ¿Cómo tomaste la decisión de hacer público lo que te estaba pasando?

-Yo no pienso mucho las cosas, soy más de hacerlas. Pero, además, desde que abrí el sobre que decía carcinoma fue todo tan intenso, que no pensé más. Ni siquiera me acuerdo tanto, la verdad. Tengo el cerebro medio confundido respecto a lo que ocurrió ese día.

-¿Te acuerdas de poco?

-Quizás me acuerdo de todo, pero con una carga emocional que distorsiona las cosas.

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(Crédito: Rosario Oddó).[/caption]

Tristeza a color

Durante esos días, Gabriel no sabía si lo que le ocurría era cierto o si era una enorme falsa alarma. Tampoco sabía, en caso que llegara a ser cierto que tenía cáncer, si era grave o no. O si la enfermedad llegaría en un momento donde estaban pasando tantas cosas que él ni siquiera tendría tiempo para hacerse cargo de sí mismo. Hace una semana, sin ir más lejos, habría estado preparando su maleta para asistir a la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de Ciudad de México y luego tendría que volver a Chile, lavar su ropa, y hacer otra maleta para viajar a Suiza por trabajo.

-Estaba con la mentalidad de sacar todo a fin de año y diciéndole al doctor: ok, me operas la próxima semana, entonces ¿cuándo voy a poder estar entrenando en el gimnasio de nuevo?, ¿en cuánto me podré subir a un avión? Estaba tan ido al principio que quería aplazar todo el tratamiento para poder hacer mis cosas. Finalmente, me operé, y dejé ir mis compromisos.

-¿Tuviste miedo?

-Mucho. Al principio estaba en modo optimista. Luego pensé que no, que pensar que yo iba a ser un milagro de la medicina era mentirme. Además, todos me decían que todo iba a salir bien, pero una vocecilla me dijo que esto podría salir peor de lo que esperaba y que era mejor estar preparado. Abrieron y había ganglios comprometidos y tuvieron que sacar más de lo que estaba estipulado. Bueno... las cosas no salieron mejor de lo que pensaba y me afectó.

-¿Cómo un libro lleno de colores terminó siendo sobre la oscuridad que representa la tristeza?

-Un día estaba mirando un cuadro con estas formas que tenía mi taller. Reflexionaba bajoneado y se me ocurrió la primera frase que podía componer el libro. Como cuando a uno se le ocurre una frase en la mente y está meditando sobre algo. Y lo que pensé es que existe una cosa que se llama tristeza. Claramente tuvo que ver mi sensación en ese momento. Yo no estaba feliz.

-Si tuvieras que hacer una evaluación general, fuera de lo que te ocurrió estos últimos meses, ¿te cuesta estar feliz?

-No sé si podría llevar todo a un estado único. Sí creo que se le baja el perfil a la tristeza y que en general se trata de no hablar de estas cosas, pero pucha, es algo que de verdad existe, hay una cosa que se llama tristeza y a uno lo hace sentir como el forro. Por eso encontré que sonó bien, entonces lo anoté en un papel, y desde entonces sentí una especie de caída desde un cerro: no terminé de caer hasta llegar al final.

-¿Por qué crees que la gente trata de no hablar de estos temas?

-Creo que hay un rollo, porque la tristeza se siente incómoda. El cuerpo secreta cosas que se sienten feo. Tiene que ver con que cuando uno está triste hay una especie de alerta, como ocurre con el miedo. Y el miedo, al igual que la tristeza, te está diciendo: ojo, acá hay un peligro que puede venir de adentro o de afuera. Cuando siento tristeza, hay una alerta sobre algo de lo que me tengo que hacer cargo. La gente trata de no hablarlo quizá porque si uno lo tuviera tan resuelto no estaría triste. No sé, ni siquiera yo había hablado en voz alta esto antes. Es tan profundo que quizá es mejor evadirlo y que no sea un tema.

-¿Y tú, evades la tristeza o le haces frente?

-He pasado por etapas. En mi casa las emociones eran bien bipolares. Tuve una mamá muy contenedora y que escuchaba las emociones y un papá que no hablaba y no demostraba un rango muy grande de ellas. Cuando chico se me mezcló todo: ser gay y odiar a mis papás porque estaba en la edad en que no me sentía apañado. Me acuerdo de estar súper frustrado porque había cosas que no se hablaban y que yo no sabía cómo hablar. Muchas veces me ponía a llorar en la mesa en el almuerzo los fines de semana, por estar chato. Mi papá me decía que me calmara, que no fuera así. Y eso me frustraba aún más porque soy súper emocional. Y el "por fa no seas así" ha estado ene en mi vida.

-O sea que este libro también sale desde tus entrañas.

-Sí. No quiero decir que he tenido más pena que nadie, porque creo que es inmedible, pero ahora me doy cuenta de que en realidad es una emoción que siento muy a menudo y que no sé qué hacer con ella. Y entiendo que es una emoción no deseable porque es dolorosa incluso físicamente. Con la tristeza uno siente que algo se rompe dentro y eso provoca las ganas de llorar, aunque eso no solucione nada.

Tristezas del futuro

- Las tristezas maduran con uno, algunas van desapareciendo, otras mutan y a veces, incluso, podemos aventurarnos a detectar cuáles son las penas que nos invadirán a futuro. ¿Te estás preparando para alguna en particular?

-Uno nunca deja de lidiar con esa emoción, siempre está. En mí siempre está la tristeza, pero una pena que sé que viene y no sé qué voy a hacer cuando llegue es tener que vivir con la pena de que se muera mi mamá. Ella está bien, no es que sea inminente, pero es algo que va a pasar algún día y no sé cómo lo voy a hacer. Lo estoy investigando. No sé cómo se hace. Viene, lo sé, y tengo que trabajar en mi madurez para que me pille lo mejor parado posible. Pero esa pena la voy a tener que vivir sí o sí, pero yo no me la puedo imaginar. No sé cómo lo voy a hacer, incluso.

-Dices que te has estado preparando. ¿Cómo es eso?

-Leo cosas, me pongo en la situación. Es tanto el miedo que soy capaz de hacer eso. Es que ella es la persona más irremplazable, porque el amor de la mamá es de verdad el más incondicional. Ese amor tiende a ser a prueba de balas. Todos los otros amores que me he encontrado son relaciones temporales, incluso los amigos, porque esos lazos van cambiando o variando. En cambio la mamá... bueno, no quiero ni meterme en este tema porque me da mucha pena imaginarlo. Es demasiado atroz. Es una catástrofe que va a pasar y que no quiero que pase, y aunque crea que me estoy preparando no creo que nunca lo logre.

-¿Será que la reevaluación de vida por tu cáncer te ha hecho reconsiderar la relación con tus padres?

-Totalmente. Hace dos años volví a Viña del Mar, donde he vivido siempre, a excepción de cuando trabajé en Santiago, y me dediqué a pulir mi relación con ellos. Y sirvió. Mejoró un montón, aunque siempre fue buena después de que me fui peleado de mi casa cuando era más chico porque les decía que yo era gay y que ellos no sabían aceptarme como yo quería. Pero uno crece y ve las cosas con más matices. Y bueno, de nuevo vuelvo al cliché, pero desde que me enfermé que no veo el mundo con los mismos ojos.

-En El libro de la tristeza el gusanillo ve el mundo triste y se lo atribuye, tratando de buscar respuestas, a que sólo puede ver con un ojo. ¿Hoy estás viendo con un ojo o con dos?

-Uf. Es un área de la vida que yo estoy aprendiendo a manejar. Ahora último he estado pensando mucho en la tristeza, en cómo es estarlo, y cómo es lidiar con ella. Tengo mis días. Algunos son malos y otros son buenos. Y en todos ellos he pensado mucho en cómo dejar de estar triste.

Título: El libro de la tristeza

Autor: Gabriel Ebensperger

Editorial: Hueders

Páginas: 28

Precio: $ 12.000