Gracias a mi papá, quien es activista ambiental, empecé a ser consciente sobre nuestro impacto en el entorno.
A los seis años decidí ser vegetariana. En mi casa nadie lo era, así que igual fue fuerte para mi familia. Empecé a cuestionar de dónde venía la carne, por qué teníamos que comerla si eran animales igual que mis mascotas. Me decía a mí misma "mi perrita, que está acá, es un animal igual que las vacas que están en el plato. ¿Por qué no pueden tener el mismo respeto si son nuestros amigos?".
Como era tan chica, mis preguntas no eran muy elaboradas, pero siempre cuestioné todo. A los nueve o diez años, me llevaba perros abandonados a mi casa, los cuidaba, los alimentaba y después alguien me tenía que acompañar a regalarlos. Ya en la universidad fui a una charla sobre moda sustentable. Siempre tuve pasión por transformar y reciclar mi vestimenta, así que complementé mi carrera de relaciones públicas con un blog: Reviviendomilprendas.com. Ahí empecé a subir contenido sobre moda sustentable y a comunicar sobre el impacto ambiental que genera la industria de la ropa. También hice un proyecto sobre este tema. Fui a un colegio, lo presenté y durante un año les enseñé a niños y niñas sobre cómo rescatar prendas ya usadas y transformarlas.
Hace unos meses, junto con mi confidente y novio, Gonzalo Arias, tomamos la decisión de casarnos. Determinamos que fuera sustentable y elegimos cada detalle y productos que íbamos a usar. Lo primero que concretamos fue el lugar y escogimos el Cerro Ñielol en Temuco, un sitio lleno de historia y naturaleza. Empezamos a escoger de qué estarían hechas las invitaciones. Revisamos mi colección de revistas de los 50 y 60; entre ellas estaba Maribel, un tesoro que tenía guardado hace mucho y que por coincidencia incluía una edición repetida. Usamos cada una de sus hojas para elaborar las invitaciones y, para cerrarlas, les amarramos cintas que teníamos guardadas desde hace años.
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Las invitaciones fueron elaboradas con revistas antiguas.[/caption]
Queríamos que los invitados se quedaran con un recuerdo significativo. Entre diferentes ideas que teníamos se nos ocurrió regalar un vaso especial para cada uno. Recolectamos botellas de cerveza, las cortamos de manera manual en un centro de reciclaje de La Araucanía y las pusimos en una tina de más de 50 años.
Como en todo matrimonio, hay un libro donde se plasman los parabienes de los presentes. Para crear ese registro ocupamos cartones usados, donde las personas escribieron sus deseos. En la cubierta estaban nuestras iniciales hechas con materiales reciclados. En el lugar donde estaba el libro también pusimos una antiquísima máquina de escribir. Además, como a los dos nos gusta viajar, colocamos maletas que pertenecían a nuestras madres y abuelas.
Pensamos en ideas para decorar el espacio donde nos casamos con objetos reciclados, que fuesen especiales y estuvieran en nuestro hogar. Nos contactamos con un experto en decoración, quien se adecuó a la visión que teníamos. En el salón montamos cajas de tomates, recaudadas de la feria de nuestra ciudad y las pintamos. También usamos un libro de los años 70 y, tal como ocurrió con las invitaciones, transformamos cada hoja en centros de mesa. Arriba colocamos adornos de madera hechos a mano, además de frascos reciclados de pepinillos. El techo lo decoramos con retazos de un vestido de novia reutilizado, lo que llenó el espacio de luz y elegancia.
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Los invitados se llevaron de regalo vasos hechos con botellas.[/caption]
El cóctel y menú fue una elaboración rica en especies con ingredientes regionales y, por supuesto, sin sufrimiento animal. El resultado fue Ratatouille con berenjenas fritas, papas nativas y champiñones.
En cuanto al vestido de novia, quise que fuese de tela reciclada y hecho por una diseñadora regional. Fue una mezcla de un vestido hallado en una tienda de segunda mano, la donación del vestido de una amiga y un retazo encontrado por la diseñadora. Los guantes de tela los tenía hace tiempo y recuerdo que los compré en una tienda de antigüedades. Nunca imaginé ocuparlos en esta ocasión tan importante. El tocado lo hice yo. Me inspiré en los años 50 y en revistas antiguas.
Además, ocupé cartón de una carpeta vieja, tela de vestido reciclado, unas perlas que me regaló mi abuela, una malla que conseguí en los puestos de flores del cementerio de Temuco y la donación de un velo por parte de un diseñador. Fue harta dedicación y tardé varios días, pero el resultado me dejó feliz. En el ramo de flores quise reflejar el consumo de verduras. Usé un porcentaje mínimo de flores silvestres y las complementé con acelgas, tomillo, manzanilla, perejil, apio, chascú y otros más.
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El tocado fue creado por la propia Daniela Seguel.[/caption]
Por último, los anillos fueron hechos por un orfebre de la región. Fundimos joyas que ya no usaba y las revivimos en nuestras argollas. Su caja fue hecha de Picoyo, más conocido como el ámbar de las araucarias. Cuando estaba todo listo y llegó el día, me había imaginado cómo sería, cómo lo viviría, pero fue mucho más emocionante. En total, todo costó unos dos millones de pesos y tuve la satisfacción de haber logrado un matrimonio con conciencia, un matrimonio responsable, un matrimonio en el que se vio reflejado que se puede realizar un evento, tan significativo, con productos y materiales que se usan día a día
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