A mediados de 2015, Sabine Hyland y su marido se subieron a una minivan en Lima y emprendieron rumbo al remoto pueblo andino de San Juan de Collata. Tras recorrer tortuosos caminos peruanos, arribaron a una villa que no tenía agua potable ni alcantarillado y donde unas pocas casas se podían dar el lujo de la luz eléctrica. Al bajar del vehículo, la antropóloga y su pareja se presentaron ante los líderes locales y les pidieron permiso para realizar una misión digna de Indiana Jones: estudiar dos tesoros que el pueblo había protegido celosamente generación tras generación y que ningún foráneo había visto jamás.
Luego de horas de negociaciones, Huber Brañes Mateo -pastor y guardián de los tesoros de la comunidad- se presentó con una caja de madera que él resguardaba en un subterráneo de la iglesia local. En su interior había dos quipus, instrumentos fabricados con cuerdas y nudos que el imperio inca usaba para todo tipo de labores de conteo, desde calcular tributos hasta censar a sus 10 millones de ciudadanos. Pero según los habitantes de San Juan de Collata, sus quipus eran más que meros ábacos. Según esa comunidad, donde todavía se habla una mezcla de español y quechua, eran verdaderas epístolas creadas por jefes locales para transmitir mensajes secretos durante una rebelión contra los españoles a fines del siglo XVIII.
Era la oportunidad que la investigadora de la U. de St. Andrews en Escocia había buscado durante años de estudios en las comunidades andinas. Durante su apogeo en el siglo XV, los incas llegaron a ser el mayor imperio de Sudamérica y su reino se extendía casi cinco mil kilómetros desde Ecuador hasta Chile. No sólo construyeron la ciudad de Machu Picchu en las alturas andinas, sino que además elaboraron una intrincada red de caminos. Incluso crearon una especie de internet formada por mensajeros entrenados que iban haciendo posta y que podían cubrir en una semana los dos mil kilómetros que separan Quito en Ecuador, y Cusco, en Perú.
Sin embargo, la gran paradoja inca es que pese a todos sus sofisticados logros no desarrollaron un método de escritura. O eso era lo que arqueólogos y antropólogos asumieron durante décadas, porque hoy se sospecha que los quipus -de los cuales sobreviven unos 800 en museos, colecciones privadas y universidades- serían más que un mero sistema de cálculo. Sus fibras, sus colores y la compleja manera de atar cada nudo ocultarían un sofisticado sistema que codifica historias, mitos y otras narraciones que se extraviaron en el tiempo. De hecho, hoy existen varias villas como San Juan de Collata que protegen y reverencian antiguos quipus, pero con el paso de los siglos sus habitantes perdieron la capacidad de leerlos e interpretarlos por lo que científicos como Hyland han emprendido la búsqueda de un equivalente inca de la famosa piedra Rosetta, que contenía una traducción al antiguo griego de los jeroglíficos egipcios y que permitió descifrarlos.
Por eso los quipus de Collata son esenciales. Ambos son mucho más grandes y complejos en su diseño que los típicos usados para tareas aritméticas y, a diferencia de la mayoría de sus pares fabricados de algodón, fueron elaborados con cabello y fibras teñidas de animales como vicuñas, alpacas, y guanacos. Esos materiales preservan los colores por más tiempo, lo que indicaría que fueron utilizados para preservar información más compleja que meros números.
Hyland cuenta a Tendencias que según el folklore local de Collata, los colores, el tipo de fibras e incluso la dirección en que están trenzadas o amarradas, ocultarían todo tipo de mensajes. Incluso, durante el examen inicial que hizo de los quipus el guardián Huber Brañes Mateo le enseñó a distinguir cada fibra de lana de vicuña y otros animales según el tacto. Para él, ése sería el primer paso para eventualmente descifrar lo que ellos llaman la "lengua de los animales".
"Creo que los quipus de Collata son una mezcla de símbolos fonéticos e ideográficos. Fueron creados durante una revuelta contra los españoles entre 1782 y 1783 y para entender más sobre estos quipus y cotejar información, durante el último año he leído más de mil páginas de testimonios escritos a mano por rebeldes capturados y testigos. Esos registros están en el Archivo de las Indias en Sevilla, España. Esto me ha permitido identificar los quipus de Collata y ahora sé quién creó cada uno, en qué fecha y cuál era el mensaje general", afirma Hyland.
La experta agrega que también ha identificado otras villas que tenían epístolas quipus similares en 1783 e irá a visitarlas el próximo año para determinar si aún existen. Según la antropóloga y etnógrafa, hallar un quipu que pueda ser descifrado por completo es el santo grial de la antropología sudamericana: "Si pudiéramos encontrar un objeto así, podríamos leer cómo este pueblo veía su historia y rituales en sus propias palabras, lo que abriría una ventana a un nuevo mundo andino de literatura, historia y arte".
Los secretos de Collata
Los guardianes de Collata les dieron a Hyland y a su marido, un experto en manuscritos medievales, 48 horas para analizar los quipus y docenas de cartas del siglo XVII y XVIII escritas en español antiguo y que también eran resguardadas en la iglesia local. Las misivas mostraron ser correspondencia en la que los líderes de la villa y el gobierno colonial discutían los derechos sobre las tierras. En tanto, el estudio de los quipus reveló que presentaban 95 combinaciones diferentes de colores, tipos de fibras y dirección del trenzado. Fue una gran revelación porque ese número de variantes está en el rango de símbolos de los sistemas de escritura silábicos, donde un set de signos como las letras G-A-T-O coincide con la pronunciación de la palabra "gato".
Con esta información, a comienzos de este año Hyland logró leer parte de los quipus. Debido a que los dispositivos de Collata eran supuestas cartas, ella teorizó que quizás contenían los nombres de emisores y receptores. Según la tradición local, uno de los quipus fue creado por el jefe del principal linaje del pueblo, a quien todos conocían como Alluka, cuyo nombre se pronuncia "ay-ew-ka". Ella supuso que al ser el redactor del quipu, había firmado su nombre el final, por lo que los tres últimos ribetes del encordado debieran corresponder a esas sílabas.
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Una vista en detalle de uno de los quipus estudiados por Sabine Hyland. (Crédito: Sabine Hyland)[/caption]
"Curiosamente la fibra final de la secuencia es azul y el vocablo local para ese color era 'ankas'. Quizás la sílaba "ka" viene del nombre de esa tonalidad. Esa información puede ser usada para descifrar el segundo quipu: sus fibras sonarían como 'a', 'ka' más una sílaba final desconocida. Ese último pendiente es de un color dorado-marrón llamado 'paru'. Si ese tramo significa 'par', entonces ese segundo quipu querría decir Yakapar, uno de los dos linajes de un pueblo cercano llamado San Pedro de Casta", explica Hyland. Precisamente, ése fue otro de los clanes involucrados en el alzamiento contra los españoles.
La investigadora señala que los testimonios escritos hallados en Sevilla y en las cartas almacenadas junto a los quipus muestran que uno de ellos fue hecho por un miembro del clan Yakapar y enviado a Collata. La decodificación que hizo en terreno confirmaría ese registro y demostraría que los quipus de ese pueblo peruano sí contienen narraciones como las que describió el poeta Garcilaso de la Vega, hijo de una princesa inca y un conquistador español. A inicios del siglo XVII, el autor escribió que los incas usaban sus nudos no sólo para labores de conteo, sino que para relatar batallas y visitas de embajadores.
"Además de todos estos estudios, existen análisis por computador que se pueden realizar para estudiar la frecuencia de ciertos símbolos y así determinar si sus patrones corresponden con los de la lengua quechua que aún se habla en los Andes centrales. Quiero usar esa técnica como un método adicional para descifrar los textos", agrega Hyland. Precisamente ese camino es el que están explorando expertos de la Universidad de Harvard, quienes han elaborado un repositorio digital con fotos y detalles de cientos de quipus.
El sistema Medrano
La iniciativa Khipu Database Project es obra de Gary Urton, director del departamento de Antropología y profesor de estudios precolombinos de Harvard, quien ha invertido 25 años de su vida digitalizando cada quipu que ha encontrado. En una de sus clases, el investigador mencionó un hallazgo que hizo en 2016 y que consistía en un documento censal español de 1670. Era un conteo de seis clanes que vivían alrededor de la villa de Recuay en el valle de Santa, al oeste de Perú, la misma región donde se habían elaborado seis quipus de su base de datos.
En teoría esos registros coloniales y los quipus deberían dar cuenta del mismo proceso. Al comparar información, todo parecía coincidir: en los textos hispanos había 132 individuos que pagaban tributos y en los quipus había 132 trenzados. Pero todavía quedaba conectar los quipus con nombres específicos. Fue entonces cuando el estudiante Manny Medrano le ofreció su ayuda a Urton. El alumno estudiaba Economía, pero hablaba español y era un genio de las matemáticas aplicadas y las hojas de cálculo. Por meses generó gráficos en busca de patrones en el diseño de los quipus que pudieran revelar alguna conexión específica.
Pronto se dio cuenta de que los colores de las cuerdas calzaban casi a la perfección con el número de nombres propios que aparecían en el censo español. Por ejemplo, había ocho "Felipes" anotados con un color, mientras los "Josés" aparecían con otra tonalidad. Medrano también estableció este año que la dirección del trenzado de cada uno de los nudos codificaba información sobre el origen de cada uno de los 132 indígenas que aparecían en el censo español de Recuay.
"Ese detalle particular no aparece en el documento colonial. En este caso, los quipus enriquecieron nuestra lectura del registro español, lo que revierte el curso tradicional de la historia colonial", dice Medrano a Tendencias. Para el investigador, este tipo de datos es esencial para comprender a fondo la cultura inca: "Los cronistas españoles nos dicen en sus registros que los incas no sólo usaban los quipus para codificar información numérica, sino que también los ocupaban para contar historias y mitos. Hasta hoy, el conocimiento de esa cultura proviene de las escrituras españolas y decodificar este material podría revertir el curso de lo que se ha contado hasta ahora". Por eso, agrega, se mantiene "una búsqueda continua de una 'Rosetta quipu' que sirva como nexo entre lo que escribieron los españoles y lo que contaron los incas a través de sus nudos".