Jennifer Doudna (54) creció en medio de la exótica flora y fauna de Hawái. Su padre enseñaba Literatura en una universidad local y fue quien la alentó desde pequeña a leer sobre ciencias y matemáticas. Un día, cuando ella tenía doce años, le dejó en su cama el libro La doble hélice, escrito por James Watson, uno de los descubridores de la estructura del ADN en los años 50: "Lo leí durante una tarde lluviosa y quedé impresionada. La cabeza me explotó al darme cuenta de que se podían hacer experimentos en torno a la apariencia de una molécula. Ese fue el momento en que empecé a pensar 'Guau, sería impresionante trabajar en esto'", contó la bioquímica estadounidense el año pasado con The Guardian.

Cuatro décadas después, la chispa que encendió ese libro la llevó a ser la codescubridora de una revolucionaria herramienta de edición genética que hoy se conoce como CRISPR. La técnica fue desarrollada por Doudna y la microbióloga francesa Emmanuelle Charpentier en 2012 y, básicamente, permite corregir y editar el genoma de cualquier célula, ya sea animal, vegetal o humana. Un verdadero bisturí biológico que en 2015 fue calificado como el mayor descubrimiento del siglo en biotecnología, ya que les entregaba a los científicos la habilidad sin precedentes de modificar a voluntad el genoma de un organismo, tal como lo hace un escritor cuando cambia palabras o corrige faltas de ortografía en un procesador de texto.

Ese poder prometía ayudar a combatir una amplia gama de enfermedades como la esquizofrenia, el alzhéimer y el cáncer, pero también generaba temores. Hace tres años, la propia Doudna confesaba tener pesadillas en las que Adolf Hitler le pedía aprender más sobre su "impresionante tecnología". Incluso la revista Technology Review del MIT en marzo de 2015 planteaba: "El miedo es que sea un camino hacia un futuro repleto de superpersonas y bebés de diseño para quienes puedan costearlos. ¿Quiere un hijo con ojos azules y pelo rubio? ¿Por qué no crear un grupo de personas altamente inteligentes que sean los líderes del mañana?".

Por ese motivo, hace tres años la académica de la U. de California en Berkeley hizo un llamado para implantar una moratoria total para el uso clínico de CRISPR en la modificación de embriones, óvulos y espermatozoides. Hoy su postura ha evolucionado: "No debería ser usada hoy, pero sí quizás en el futuro. Ese es un gran cambio para mí. Al comienzo, pensé, ¿por qué alguien querría hacerlo? Entonces comencé a escuchar a personas con enfermedades genéticas en sus familias... Hoy eso me pasa todos los días. Muchos me envían fotos de sus niños. Hubo una que no pude olvidar. Una madre me dijo que su hijo pequeño había sido diagnosticado con un mal neurodegenerativo, causado por una mutación esporádica y rara. Me envió una imagen de ese niño. Era un bebé adorable y se veía tan bonito en su coche. Tengo un hijo y se me rompió el corazón", agregó Doudna a The Guardian.

Avance veloz

Precisamente, hace tres años el recelo de Doudna y sus colegas hizo que los principales sujetos de prueba de CRISPR fueran ratones -cuyo genoma es similar al del hombre- y cultivos de células no reproductivas donadas por humanos. Gracias a la técnica de la bioquímica, que junto a Charpentier suelen ser nombradas como candidatas al Nobel de Medicina, en 2015 los científicos ya habían corregido en laboratorio errores genéticos de células humanas responsables de la anemia depanocrítica, que causa ceguera e insuficiencia cardíaca. También repararon alteraciones que provocan la fibrosis quística, enfermedad pulmonar cuyos pacientes tienen una esperanza de vida de 37 años, y reemplazaron en roedores la mutación que causa las cataratas oculares.

Pero China decidió ir más allá. En 2016, sus investigadores fueron los primeros en insertar en un humano adulto glóbulos blancos modificados vía CRISPR para combatir un cáncer de pulmón. Además, el año pasado fueron pioneros en el uso de este método para modificar exitosamente una mutación genética en embriones humanos creados mediante fertilización in vitro. ¿Su objetivo? Una alteración que causa el síndrome Marfan, desorden incurable que afecta al esqueleto, ojos, pulmones y otras estructuras del cuerpo y que aqueja a una de cada cinco mil personas.

Ante estos avances y la posibilidad de que en el futuro den pie a niños de diseño, Doudna planteó a The Guardian que ese es un dilema clave de la ciencia: "¿Cuáles serán las implicancias sociales de permitir la edición genética?, ¿la gente va a empezar a decir 'Quiero un hijo que llegue a medir un metro noventa y que tenga ojos azules?, ¿realmente vamos a llegar a ese punto?, ¿harías cosas que no son necesarias médicamente para algunas personas? Es una pregunta difícil. Hay muchas áreas grises".

De hecho, el potencial de CRISPR ha incidido en un cambio en torno a la percepción pública y social. A mediados de este año, el Consejo Nuffield de Bioética del Reino Unido señaló que editar el genoma heredable podría ser "éticamente aceptable en algunas circunstancias". En tanto, un reporte publicado a fines de julio por Pew mostró que el 72 por ciento de los estadounidenses piensa que modificar el ADN de un niño no nacido para tratar una enfermedad grave es un uso apropiado de la edición de genes.

Por ahora CRISPR sigue sumando efectos promisorios en el combate de enfermedades. Sólo durante 2017 se sumaron avances como el alcanzado por científicos de la U. de Temple en Estados Unidos, quienes usaron por primera vez esta técnica para anular el VIH en organismos vivos: gracias a CRISPR, lograron remover el ADN del virus en animales y así eliminaron la infección. Además, expertos de la U. de Pittsburgh consiguieron crear un gen que redujo el tamaño y extensión de tumores en ratones que portaban células con cáncer de próstata e hígado.

Eso no es todo. Especialistas de la empresa estadounidense Locus Biosciences pudieron activar mecanismos de autodestrucción en patógenos que muestran resistencia a los antibióticos. Incluso, investigadores de la U. de Emory lograron editar en ratones los genes del mal de Huntington, revirtiendo los síntomas de esta fatal enfermedad que degenera las células nerviosas del cerebro. Y en materia ambiental, la compañía Synthetic Genomics aplicó CRISPR para crear algas que producen dos veces más biocombustibles que sus contrapartes salvajes.

"Lo que hace que esta herramienta sea diferente es que es precisa y programable. Por ejemplo, ahora podemos cambiar una única letra en los tres mil millones de pares base del genoma humano. Desde el hallazgo de la estructura del ADN en los años 50, los científicos han soñado con poder reescribir ese código. ¿Qué pasaría si pudieras corregir mutaciones que causan enfermedades o introducir rasgos nuevos y beneficiosos en una especie? Ahora tenemos la herramienta que puede hacer eso. Y se está volviendo cada vez más barata y accesible", sentenció Doudna en una entrevista en abril en Foreign Affairs.

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