Un “vasto y descontrolado experimento”. Ese fue el concepto que hace unos días utilizó la prestigiosa revista científica Science para calificar la iniciativa de más de 20 países que, al menos hasta comienzos de junio, se habían atrevido a reiniciar las clases presenciales en sus escuelas. En abril, la Unesco calculaba que debido a las medidas establecidas para frenar el avance del coronavirus, más de 1,5 mil millones de niños ya estaban confinados en sus casas mientras seguían clases en línea. Sin embargo, la presión de médicos y educadores preocupados por el efecto del prolongado encierro en los estudiantes finalmente hizo que Dinamarca, Israel y otras naciones reabrieran sus aulas.
Un ejemplo es Inglaterra, que reactivó los colegios de manera parcial a inicios de junio y donde más de 1.500 médicos del Real Colegio de Pediatría y Salud Infantil (RCPCH) enviaron una carta al primer ministro instándolo a llevar a los alumnos de vuelta a clases. En una declaración pública, Russell Viner –presidente del RCPCH- señaló que las “escuelas son vitales para el bienestar de los niños y los jóvenes, al proveer una serie de servicios que van desde vacunas hasta apoyo para su salud mental”. Además, argumentó, los colegios son los lugares donde los “niños corren, juegan, ríen y discuten entre sí. Necesitan volver a esa especie de normalidad saludable tan pronto como sea posible”.
Este creciente coro se ha repetido incluso en países tan afectados por el Covid-19 como Estados Unidos, donde hace unos días el diario Boston Globe divulgó una columna escrita por varios expertos en salud pública de la Universidad de Harvard y que se titula “Escuchen a la ciencia y reabran las escuelas”. En el texto, los autores señalan: “Deberíamos estar siguiendo la ciencia que dice que para nuestros hijos la educación presencial es demasiado valiosa como para abandonarla y que los riesgos de transmisión en las escuelas parecen ser bajos. Deberíamos invertir en recursos adecuados de testeo y trazabilidad, para hacer que nuestros ambientes escolares físicos sean más seguros y alentar un equilibrio práctico entre el distanciamiento social en las salas, el aprendizaje y la realidad de la vida de los niños”.
Frente a este tipo de declaraciones, Science y otros medios como New York Times han dado cuenta que los países han probado todo tipo de estrategias de reapertura y manejo de rebrotes en sus establecimientos: “Algunas escuelas impusieron estrictos límites al contacto entre los niños, otros los dejan jugar libremente. Algunas exigen mascarillas, otras las volvieron opcionales. Algunas cerraron temporalmente cuando sólo un estudiante era diagnosticado con Covid-19; otras permanecieron abiertas incluso cuando múltiples niños o miembros del personal se vieron afectados, enviando sólo a los enfermos y contactos directos a cuarentena”, señala Science. En Chile, el retorno gradual a las clases presenciales recién está contemplado en la etapa 4 del plan “Paso a paso” del Ministerio de Salud, aunque la pequeña escuela María Antonieta Parra Monsalve, de Río Ibáñez, en Aysén, y algunos colegios de Rapa Nui ya retomaron sus clases con estrictas medidas de distanciamiento entre pupitres y uso de mascarillas.
El concepto de “vasto y descontrolado experimento” usado por Science nace precisamente de esta disparidad de estrategias y de otro antecedente clave: por ahora los estudios sobre la seguridad y efectividad de esas medidas son escasos. Además, algunos análisis sobre el potencial de propagación del virus que portan los mismos estudiantes muestran resultados poco conclusivos y hasta contradictorios. Lo mismo ocurre con las investigaciones sobre la posibilidad de que haya de rebrotes tras la reapertura de los colegios. Si bien hay algunos indicios esperanzadores, los expertos señalan que en este momento lo que pueda ocurrir realmente en cada colegio con el retorno de los estudiantes es un verdadero enigma científico y sanitario.
Jeremy Howard, investigador experto en datos de la Universidad de San Francisco que hizo un estudio sobre la efectividad de las mascarillas en distintas poblaciones, explica a Tendencias que a menudo “la infección en los niños no es registrada, porque ellos rara vez presentan síntomas significativos, así que no suelen convertirse en casos oficiales”. Aun así, agrega que “podemos ver que en países como Suecia, donde las escuelas no cerraron, la seroprevalencia en los niños –es decir, la manifestación de un patógeno medido a través de análisis de sangre- es tan alta o aún mayor que la de los adultos”.
Por esta razón, el especialista concuerda con varios de sus colegas en que pese a los indicios positivos que muestran algunos estudios, y a todas las precauciones que se tomen, es inevitable que se produzcan rebrotes en las escuelas. “La seguridad de un colegio depende del nivel de transmisión en la comunidad local y la manera en que opera el establecimiento. Pero algunas escuelas van a ser menos cuidadosas que otras y es ahí donde se darán los brotes”, explica Howard.
El investigador añade que “si las ventanas y las puertas de un colegio se mantienen abiertas, o aún mejor, si muchas de las actividades se trasladan al aire libre, es difícil que el virus se concentre en el aire. Las mascarillas también ayudan”. Pese a eso, advierte que ahora “tenemos muchos ejemplos de grandes brotes en escuelas. En Victoria, Australia, el mayor de estos episodios se dio en un colegio. En Israel las escuelas también han provocado numerosos brotes. Estos son dos lugares que antes de la reapertura de las escuelas prácticamente habían eliminado el virus”. De hecho, Inglaterra –donde el número inicial de alumnos por sala se limitó a 15- experimentó 44 brotes en escuelas a fines de junio, versus 15 que se produjeron al reiniciar las clases.
El misterio de la transmisión
Algunos reportes internacionales parecen indicar que los más jóvenes son menos propensos que los adultos a enfermarse de Covid-19. Cifras publicadas este mes por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) muestran que en ese país el 2% de los casos confirmados son menores de 18 años. En China, donde partió la pandemia, la cifra es de 2,2%, y en España, ese número llega a 0,8%.
Sin embargo, aún hay bastantes preguntas por responder, tales como el rol que juegan los mismos menores en la transmisión del virus. Por ahora, algunos reportes sugieren que los niños más pequeños no contagian tanto a otras personas como lo hacen los adolescentes, lo que haría que el reinicio de clases a nivel básico parezca menos riesgoso que en los liceos. Eso es lo que mostró un estudio realizado por el Instituto Pasteur en el pueblo de Crépy-en-Valois, ubicado al norte de París y hogar de 15.000 personas.
En febrero, dos profesores de secundaria se infectaron con Covid-19 y los científicos testearon a estudiantes y al personal del colegio en busca de la presencia de anticuerpos contra el coronavirus. Los encontraron en el 38% de los estudiantes, el 43% de los profesores y el 59% de otros empleados académicos. Luego, repitieron la prueba en seis escuelas básicas del pueblo y hallaron anticuerpos en apenas el 9% de los alumnos, el 7% de los profesores y el 4% de los demás trabajadores. También identificaron a tres niños que asistieron al colegio tras infectarse a través de hermanos mayores que estudiaban en el liceo local y un familiar que trabajaba en el mismo lugar. Sin embargo, se estableció que ninguno de esos niños más pequeños propagó el virus a otros contactos.
Los resultados concuerdan con los de otra investigación presentada esta semana por los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Corea del Sur, donde se analizó a casi 65 mil personas. El estudio reveló que, en comparación con los adultos, los menores de 10 años tenían casi la mitad de probabilidades de infectar a otras personas. Los jóvenes entre 10 y 19 años, en cambio, transmitían el virus de manera tan efectiva como los adultos.
Existen varias teorías sobre las diferencias que se dan tanto en la infección de los más pequeños y en su capacidad de transmitir el virus. William Raszka, pediatra y experto en enfermedades infecciosas de la Universidad de Vermont, comenta a Tendencias que una de ellas apareció en un estudio publicado en el journal JAMA y plantea que el patógeno no logra penetrar de manera tan eficiente en las células de los infantes de menor edad porque tienen menos receptores del tipo ACE2, donde se acopla el Covid-19. A medida que entran en la adolescencia y la adultez, los niños comienzan a fabricar más receptores, por lo que, en teoría, el riesgo de infección aumentaría.
Otra hipótesis señala que al tener pulmones más pequeños que los adultos, los niños no liberarían tantas gotas de saliva que portan el virus. “El menor volumen de gotas que expulsan y su fuerza tusígena, es decir, cuán fuerte pueden toser, puede jugar un rol en todo esto. Los menores también parecen presentar cargas virales más bajas”, indica Raszka. Sin embargo, los científicos señalan que por ahora toda esta información es limitada y necesita ser demostrada en estudios a gran escala.
“Los niños sí tienen pulmones más pequeños y expulsan menos gotitas de saliva que los adultos, pero aún así son grandes vectores en la propagación de la influenza. Creo que los datos emergentes van a confirmar que los niños, particularmente los más grandes, son muy eficientes en la transmisión. Simplemente, no se enferman tanto, así que no los hemos estudiado tan bien. Lo que necesitamos es trazar contactos y hacer test en las escuelas para entender mejor lo que ocurre con la epidemia”, comenta a Tendencias el profesor de pediatría Mark Schleiss, experto en enfermedades infecciosas de la Universidad de Minnesota.
Países como Dinamarca y Noruega reabrieron sus escuelas en abril, luego de un mes de clausura. Inicialmente, las habilitaron sólo para los niños más pequeños y en aulas con capacidad reducida, donde se aplicó el distanciamiento entre escritorios. También se instauraron restricciones al tamaño de los grupos de juego que se podían formar en los recreos. Ninguna de las naciones nórdicas ha experimentado un aumento significativo de casos. En cambio, un estudio liderado por expertos de la Universidad de Manchester mostró que en el mes de mayo el retorno masivo de estudiantes alemanes, muchos de ellos pertenecientes a cursos superiores, elevó los índices de infección entre el alumnado. Los autores concluyen que una de las razones es lo complejo que resulta instaurar el distanciamiento cuando las escuelas operan a toda capacidad.
Benjamin Lee, profesor de pediatría en la Universidad de Vermont, afirma a Tendencias que por ese motivo no hay que confiarse: “Debido a que los niños fueron confinados a sus casas cuando se cerraron las escuelas, no han tenido el mismo nivel de exposición de otras personas, así que quizás no han experimentado tantas oportunidades de infectarse”. El académico agrega que la experiencia de reapertura en muchos países ha sido positiva cuando se toman “precauciones de seguridad razonables, lo que ha generado pocas infecciones o brotes asociados a las escuelas. En áreas donde se han presentado más problemas, las medidas de prevención no han sido enfáticas o la reapertura se realizó cuando aún existía una transmisión rampante en la comunidad”.
¿Jugar o no jugar?
En junio, algunas escuelas de Corea del Sur comenzaron a instaurar un día de clases presenciales a la semana. Antes de que los estudiantes salieran de sus casas, los padres del distrito Seocho, en Seúl, debían llenar un formulario en línea que detallaba la temperatura de los niños, cualquier señal de tos o problemas respiratorios y si algún familiar estaba en cuarentena o había llegado recientemente desde el extranjero. Una vez en el colegio, los alumnos debían sentarse con una separación de seis metros y recibían instrucciones de no hablar entre ellos, incluso durante el almuerzo mientras comían separados por divisores plásticos.
Otras naciones adoptaron tácticas diferentes. En Holanda se redujo el tamaño de cada curso a la mitad, pero no se instauró el distanciamiento entre los menores de 12 años. Algunas escuelas belgas realizaron clases en iglesias para así aprovechar el espacio y mantener a los menores separados. Finlandia mantuvo el aforo de sus salas, pero evitó que los estudiantes de distintos cursos se mezclaran entre sí en sus instalaciones. En mayo, varios preescolares franceses fueron fotografiados mientras jugaban dentro de pequeños recuadros delimitados en los patios de sus escuelas, pero hoy las guarderías ya dejaron de lado todas las restricciones para los menores de cinco años.
Tal como señala Science, los cambios como el establecido en tierras galas “no están impulsados sólo por los consejos de los pediatras, sino que también por asuntos prácticos: un edificio escolar repleto deja poco espacio para el distanciamiento”. La doctora Silvia Chiang, experta en enfermedades infecciosas infantiles de la Universidad Brown, en Estados Unidos, y quien ha tratado a docenas de niños con Covid-19, señala a Tendencias que es inevitable que se den algunos brotes en los establecimientos educacionales, sobre todo en liceos, pero añade que el nivel de transmisión viral será menor si a su vez el contagio en la comunidad es más bajo.
En cuanto a medidas, la doctora señala que “al mantener a estudiantes y profesores en grupos pequeños, delimitados y distanciados, las escuelas pueden prevenir brotes mayores. También deben ser estrictas al evitar que asista cualquier persona que muestre síntomas. Sería útil que en la medida de lo posible las clases y otras actividades se realicen al aire libre. Los escritorios deberían estar lo más separados posible en la sala de clases”. William Raszka agrega que si una escuela vuelve a las clases presenciales, puede instaurar varias estrategias como mascarillas para todos, distanciamiento físico, testeos efectivos, horarios diferenciados de ingreso y salida y el uso de espacios al aire libre. “Incluso con todo eso el riesgo no será igual a cero. Aún así podemos hacer que el peligro sea bastante bajo”, indica.
Una de las tácticas en la que coinciden varios países es el uso de mascarillas. En China, Corea del Sur, Japón y Vietnam las escuelas exigen que casi todos los estudiantes y profesores las porten. Mientras China permite que los alumnos se las saquen sólo cuando almuerzan separados por divisores plásticos, en Israel los mayores de siete años deben ocuparlas fuera del salón de clases y los estudiantes de cuarto grado y cursos superiores tienen que usarlas todo el día. Otro lineamiento viene de la Academia Americana de Pediatría y los CDC, que recomiendan que los mayores de dos años usen mascarillas en público y cuando el distanciamiento sea difícil. En las guarderías o jardines infantiles, la guía de los CDC señala que siempre que sea posible “los miembros del staff y los niños mayores deberían usar coberturas faciales”.
Israel se convirtió en un ejemplo de la protección que pueden brindar las mascarillas en las escuelas. A mediados de mayo, cuando las temperaturas se acercaron a los 40 °C, algunas comunidades se quejaron porque se sentían incómodas, y el Ministerio de Salud autorizó que profesores y alumnos las dejaran de usar por siete días. Durante dos semanas, período promedio de incubación del Covid-19, todo parecía normal. Luego, la escuela Gymnasium Rehavia en Jerusalem –que acoge a estudiantes de entre 11 y 18 años– registró 153 alumnos y 25 empleados infectados. Al respecto, William Raszka señala: “Los niños son impresionantes. Nuestra propia experiencia en Vermont muestra que incluso los niños más pequeños pueden usar mascarillas. En la escuela podrán sacárselas al comer, beber y hacer ejercicio en el exterior, con el distanciamiento apropiado. Las mascarillas sí son muy importantes para los niños más grandes”.
Uno de los expertos de Harvard que escribieron la columna en Boston Globe es el doctor Ben Sommers. El investigador comenta a Tendencias que la conversación sobre el regreso a clases presenciales es necesaria, porque considera que si bien hay riesgos asociados, también existen perjuicios asociados al encierro, tales como el deterioro en la salud mental de los menores y las brechas que genera la educación a distancia. Para él, lo ideal es balancear esas preocupaciones.
“Los padres deberían mantener a sus hijos en casa si se enferman y alentar a sus hijos a entender la importancia del distanciamiento, las mascarillas y la higiene de manos. Esas son herramientas que les permitirán volver a la escuela y reencontrarse con sus compañeros. Por su parte, las autoridades deben mantener los índices de contagio de la comunidad en un nivel bajo, reduciendo las actividades de alto riesgo de los adultos, como los restaurantes bajo techo, los gimnasios y las reuniones masivas, para así permitir que niños y profesores vuelvan de manera segura al colegio”, explica Sommers. En las escuelas, agrega, la idea es manejar el riesgo sin dejar de educar a los niños: “Invertir para lograr que los edificios sean más seguros, especialmente al maximizar la ventilación y el espacio físico, y manejar la logística de reducir la mezcla de grupos y el tamaño de los mismos probablemente va a ser más efectivo que simplemente intentar controlar la conducta de los estudiantes una vez que estén adentro”.