La posibilidad de una guerra estaba latente. En 1977, Chile y Argentina se disputaban las islas Picton, Nueva y Lénox del canal Beagle, y la Armada elaboró una estrategia improbable: mandar a una expedición científica al extremo sur con la idea de levantar una industria del huiro. Esta alga parda, muy común en ambientes rocosos de las costas chilenas, abundaba en esa zona. Con ese plan se pretendía demostrar en La Haya que existía soberanía chilena sobre ese territorio. El biólogo marino Bernabé Santelices era el mayor experto en algas del país, por lo que el vicealmirante Jorge Alfonso Swett, rector de la UC, y el vicealmirante de la Armada, Charles LeMay, fueron hasta su oficina en la casa central para encomendarle la misión.
Con sigilo, Santelices y su colega Juan Carlos Castilla empezaron a armar un equipo de investigadores. Muy pocos estaban enterados de que la expedición era más bien una pantalla para un fin militar, pero también era una oportunidad única para la ciencia en una época donde realizar una travesía científica de esa envergadura era una quimera. “En ese viaje empezó la ecología experimental”, asegura el biólogo marino Julio Alberto Vásquez (68), quien formó parte de la expedición.
Vásquez es hoy experto en huiros. Tiene un posdoctorado en el Scripps Institution of Oceanography, de San Diego (EE.UU.) y es director del doctorado en Biología y Ecología Aplicada en la Universidad Católica del Norte (UCN), en Coquimbo. En 1970 ingresó a estudiar Biología en la Universidad de Concepción y oficiaba de secretario del centro de alumnos de su escuela cuando ocurrió el golpe de Estado. “No tenía militancia, pero acuérdate que Concepción era la cuna del MIR y todos éramos entre rosados y colorados”, dice. Pasó tres meses detenido en la isla Quiriquina y le cancelaron la matrícula, por lo que partió a Perú a continuar sus estudios. De vuelta en Chile, en 1977, comenzó a golpear puertas en la UC y se convirtió en ayudante de investigación. En eso estaba cuando la Armada irrumpió con el plan. Vásquez, que estudiaba las relaciones entre las algas y los animales, fue uno de los dos zoólogos del equipo.
“Jacques Cousteau era una alpargata al lado de nuestra expedición”, recuerda. “Éramos gente joven, con muchas ganas de hacer cosas y esta era una oportunidad única”, agrega. De alguna manera, ese entusiasmo disimulaba la tensión del momento. “Cuando volábamos en el avión de la Armada, teníamos que irnos por espacio chileno y pasábamos justo por el Beagle. Los pilotos navales eran como los cowboys: veían que una lancha argentina se pasaba un centímetro al lado chileno y se lanzaban como un piquero para hacer un vuelo rasante. Nosotros quedábamos pegados al techo”. Si bien la idea era hacer presencia en la zona, Vásquez explica que también había un propósito científico. “Debíamos responder una pregunta super clave: si la fauna del Beagle tenía más influencia del Pacífico que del Atlántico. Si era más preponderante del Pacífico, quería decir que esas aguas eran nuestras y ésa era la línea divisoria que iba a marcar el laudo arbitral”.
La Armada no escatimó en gastos para la misión. Para bucear en las aguas del Beagle, el equipo de científicos compró trajes secos -que proporcionan la máxima protección térmica- por catálogo a Suecia. Para Vásquez, que mide 1,62 m, la talla small sueca resultó large. Sin traje para las gélidas aguas del Beagle, con su colega Patricio Ojeda compraron panties, las recortaron y se hicieron camisetas para ponerse bajo el traje de buceo. “Imagínate que pasábamos tres o cuatro horas bajo el agua”, recuerda.
Esa fue su primera gran experiencia con las algas. No las dejó más.
Potencial biomédico
“El huiro es el pato feo del mar”, dice Vásquez. “En el laboratorio de Bernabé, la vedette de las algas eran las especies rojas, como el pelillo, y el huiro no lo pescaba nadie”.
Hasta hace unas décadas, la recolección de huiro era una actividad informal y económica de subsistencia para los pescadores artesanales de la zona norte de país. Esta pesquería era requerida por la industria de los cosméticos y también como alimento para los animales. Según Julio Vásquez, por el año 2000 se abre un nuevo mercado porque los chinos usan el alginato -un derivado de las algas marinas pardas- para fijar el color en la ropa. “El huiro deja de ser el patito feo y se pone interesante”, explica el investigador. Ahí, agrega, comienza el alza de los desembarques de esta pesquería que fue tomando vuelo en las caletas del norte. “Hoy tenemos desembarques anuales de 400 mil toneladas y somos el país que más saca algas en el mundo de praderas naturales”, explica.
“Desde el punto de vista productivo eso es bueno, pero desde el punto de vista ecológico, no lo es, porque no sólo sacas el alga, sino además 200 especies que viven asociadas a ellas”, afirma.
Esto tiene que ver con dejar de ser un país exportador de materias primas y meterle valor agregado. Yo quisiera poner un laboratorio para producir células madre y cultivarlas con mi alginato, pero lamentablemente Chile no tiene esos laboratorios todavía.
La ciencia puso más atención al huiro con preguntas básicas de la ecología: ¿Cuánto crece? ¿En qué períodos prospera más? Si uno la corta, ¿sigue creciendo? ¿Cuánto hay y cuánto se puede sacar? En el laboratorio de la UCN, los investigadores fueron acumulando suficiente conocimiento sobre esta pesquería. Aprendieron, por ejemplo, que estas algas no tienen raíz, sino que se fijan a un sustrato, como la roca, y si el disco de fijación mide sobre 20 cm de diámetro, ya se reprodujo al menos una vez. También revelaron que es más animal que planta: necesita juntar un gameto femenino con uno masculino para producir un nuevo organismo. Y una vez que se corta no vuelve a crecer.
Vásquez lleva más de 40 años investigando el huiro y su trabajo ha sido tan fructífero, tanto en el laboratorio como en su labor de formador de nuevas generaciones, que a fines de julio el Consejo Superior de la UCN aprobó postularlo al Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas 2020. En un comunicado, el rector, Jorge Tabilo, señaló que Vásquez “ha generado una sólida línea de investigación asociada al estudio de la biología y las relaciones ecológicas de los principales componentes de los ecosistemas costeros, a la aplicación del conocimiento básico y a la búsqueda de valor agregado de recursos marinos”.
Ese valor agregado, en el huiro, tiene nombre: el alginato es “el gran producto” de esta alga. Tiene la misma composición bioquímica que un azúcar y “su gracia” es que posee una constitución química muy parecida al líquido interno de los humanos. Esta sustancia, explica, “es porosa, inocua; si se aísla bien y no lleva contaminantes puede ser implantada como cápsulas subcutáneamente. Además, funciona como un medio para cultivar células o para implantar principios activos en el organismo”.
En los últimos 10 años, Vásquez y su equipo han analizado el potencial en biomedicina del alginato de la mano con el Instituto Fraunhofer, de Alemania. Hay algunos avances relevantes.
En el caso de la diabetes, las cápsulas de este compuesto podrían ayudar a mantener el azúcar en un nivel regular, lo que está en fase de prueba en ratones. “Un insulinodependiente se inyecta cinco o seis veces al día y estas cápsulas de alginato se podrían implantar subcutáneamente cada seis meses o una vez al año”, explica Vásquez.
El poder del alginato también se está testeando para problemas en los huesos, implantando células productoras de materia ósea a personas que sufren osteoporosis. “El mejor medio natural para cultivar estas células es el alginato. Luego, con ese mismo alginato se pueden generar unas microcápsulas, les incorporas las células productoras de hueso y las implantas en los lugares donde la persona tiene problemas”, explica, y agrega que algo similar podría servir para la regeneración de piel.
Vásquez cree que podría haber resultados concretos dentro de cinco años. “Nos gustaría hacerlo, pero con los niveles de inversión en ciencia y tecnología que tenemos como país, dependemos de lo que se avance afuera. Con una inversión del Estado del 0,34% del PIB, estamos super lejos”, dice.
-Usted está buscando aplicar tecnología a un recurso natural, ¿le interesa romper el esquema tradicional de país exportador?
-Claro, esto tiene que ver con dejar de ser un país exportador de materias primas y meterle valor agregado. Yo quisiera poner un laboratorio para producir células madre y cultivarlas con mi alginato, pero lamentablemente Chile no tiene esos laboratorios todavía. Entonces, una forma de contribuir es preparar a los pescadores artesanales para que puedan producir con mejores prácticas de cosecha, y lo otro es mejorarles la vida, porque se les paga una miseria por un trabajo terriblemente duro. A lo mejor también es una estrategia para la conservación de este recurso, porque si no necesitamos tanto para ganar más plata podríamos liberar la presión de la extracción.
Como son especies que no crecen cuando tú las cortas, lo primero es establecer buenas prácticas. Como es una costa tan larga y difícil de fiscalizar, hacemos como los evangélicos: vamos por las caletas evangelizando con estas mejoras.
-¿Qué se requiere para que Chile deje de ser un mero exportador de recursos naturales?
-Falta más ciencia, más recursos y más gente que se dedique a eso. Necesitamos menos propaganda de los actores económicos que empujan a la juventud a las profesiones más rentables. Falta que los jóvenes se interesen por la ciencia y que el Estado tenga una idea clara. Mira lo que está pasando hoy por no haber impulsado la ciencia: podríamos estar produciendo vacunas. Hace 40 años ensamblábamos autos y producíamos televisores; hoy compramos todo afuera. Falta que entendamos que, si no metemos más ciencia, tecnología y recursos humanos, será muy difícil dar un salto en innovación.
Vásquez agrega: “Tenemos además un problema de centralización super grande. Yo creo que las cosas que hemos hecho desde Coquimbo son importantes, es una región super pobre, con la mayor cantidad de desempleo y de mujeres jefas de hogar, con una oferta educacional restringida. Piensa que hace 35 años la única universidad que había era La Serena y la gente se iba a estudiar a Santiago. Hoy al menos hemos aumentado la oferta de carreras y posgrados a nivel regional”.
Evangelizar en las caletas
El investigador asegura que Chile tiene las mejores algas del mundo, pero para aprovechar esa ventaja se requiere intervenir las prácticas de cosecha y producción. “No podemos lograr estos avances si no mejoramos la manera en que los pescadores están sacando las algas hoy día”, dice. Este investigador explica que el proceso incluye una cantidad muy grande de puntos de contaminación. Por ejemplo, se cortan las algas con el mismo cuchillo que se usa para faenar pescados, se secan en los cerros donde los animales hacen sus necesidades o son transportadas en camionetas donde se ensucian con combustible.
Vásquez y su equipo están trabajando en un proyecto llamado “Las caletas del futuro”, que consiste en recorrer las caletas y enseñarles a los pescadores cómo mejorar sus procesos para producir materias primas libres de toxinas y elaborar las preciadas cápsulas. “No es fácil, hay que aprender a hablar con ellos”, dice. “De alguna manera, también te enseñan, porque saben mucho de su oficio y tú terminas aprendiendo a escucharlos”.
En lo concreto, el equipo de la UCN en conjunto con el Instituto Fraunhofer de Alemania confeccionó un kit de cuatro etapas que contiene instrumentos para cosechar huiros libres de toxinas: cuchillos, medidores de temperatura, bolsas plásticas con filtro UV y GPS, entre otros elementos. “Les estamos enseñando a usar este kit y a darle valor agregado a su material. Yo necesito materia prima premium”.
Otro gran tema es saber cuánto huiro existe para saber cuánto sacar y no sobreexplotar esta pesquería. Para eso están midiendo con drones y también han logrado automatizar el proceso donde los pescadores deben declarar cuánto están sacando cada vez que se meten al mar.
-¿De qué manera el proyecto “Las caletas del futuro” colabora con un objetivo de conservación?
-Como son especies que no crecen cuando tú las cortas, lo primero es establecer buenas prácticas. Como es una costa tan larga y difícil de fiscalizar, hacemos como los evangélicos: vamos por las caletas evangelizando con estas mejoras. Eso es conservación sustentable, pero no puedes hacer conservación “no take”, diciendo no saque nada, porque ¿qué haces con esos viejos que comen dependiendo de lo que sacan? (...) La ciencia tiene que estar asociada a los procesos productivos, por eso los pescadores son el mejor modelo de cómo usar un recurso de una manera sustentable y, aunque sea tedioso, hay que evangelizar.
-¿Le cuesta al científico salir del laboratorio y evangelizar a la comunidad?
-Claro, le es incómodo porque lo sacas de su zona de confort. En las ciencias del mar ocurre más porque tienes que ir ahí, debes salir a terreno y relacionarte con los pescadores. Los físicos, los químicos o los astrónomos no tienen para qué. Pero esta es una de las cosas más gratificantes: haber construido un conocimiento y salir del laboratorio a entregarlo. Cuando sales al mundo te vas encontrando con problemas, modelos y preguntas todo el rato y tienes que buscar soluciones.
-¿Qué recepción tiene de los pescadores?
-La mayoría de las veces, super bien, porque ven que vamos acompañando sus dudas y aprensiones. Y los viejos se dan cuenta de algo: si lo hacen bien, van a tener algas para mucho tiempo.