Con 42 años y una larga carrera en la religión católica, el padre Adelir Antonio de Carli, de Brasil, quería hacer su mayor acto de profunda fe. Así es como el 20 de abril de 2008, Adelir ató su cuerpo a una silla que, a su vez, tenía mil globos inflados con helio amarrados a ella, se alzó en el cielo y no regresó jamás.
Después de 75 días, hallaron solo la mitad de su cuerpo flotando en el mar, con los restos de su característica ropa de cura. Este fatal desenlace, además de lo curioso del acto, solo hace preguntar, ¿por qué el padre Adelir hizo esto? ¿Cómo atarse a globos sería un acto de fe?
La razón por la que se ató a globos con helio
El acto que lo mató era en realidad una forma de recolectar fondos para su pastoral. El padre brasileño tenía planeado que, con ella, podría construir un hotel para camioneros. Y es que era muy conocido en Paranaguá, al sur de Brasil, donde atendía las necesidades religiosas de camioneros que pasaban por la zona.
Además, no era primera vez que se ataría con globos y saldría volando. Tan solo un mes antes, se ató a 600 globos inflados con helio y recorrió 110 kilómetros en cuatro horas, desde Paraná a la ciudad argentina de San Antonio.
Con un casco, ropa impermeable, un chaleco salvavidas, dos teléfonos celulares, un GPS y provisiones de agua, barras de cereal y píldoras energéticas, su plan era viajar por 20 horas para “unir” Paranaguá con Dourados, una ciudad de Mato Grosso do Sul, cercana a Paraguay.
Buscaba también batir el récord que tenían dos estadounidenses, que habían volado por 19 horas en globos inflados con helio, por lo que el padre Adelir estaba seguro que podía romperlo haciéndolo por 20 horas, además de ganar los ingresos suficientes para cumplir su sueño de seguir ayudando a la gente.
¿Por qué murió el padre Adelir?
Ese domingo, en el que se propuso volar con los globos de cumpleaños, no fue un buen día, hablando en términos climatológicos. Corría mucho viento y estaba lloviendo, pero el padre no tenía miedo.
Celebró una misa de despedida, donde dijo que lo que estaba por hacer era una ofrenda a Dios, un aviso a su bondad y “un deseo no tan oculto de golpear sus puertas”, y a la una de la tarde se elevó al cielo.
Veinte minutos después del despegue, el cura alcanzó los 5800 metros de altura, pero lo previsto era que volara a máximo 3000. Entonces, el sacerdote se comunicó con su equipo de asistentes en tierra y les dijo: “Gracias a Dios estoy bien de salud, con la conciencia tranquila. Hace mucho frío aquí arriba, pero todo está bien”.
Así, como un gotero, al pasar las horas iba dejando mensajes, como que necesitaba aprender a utilizar el GPS para enviar sus coordenadas, “para que sepan dónde estoy”, o que su batería se estaba agotando.
Pero en uno de sus últimos mensajes se escuchó: “¿Están viniendo o no están viniendo?”. Nadie sabe a qué se refería con la pregunta, si era un pedido de auxilio o una respuesta a algún llamado que registraron antes. Lo que sí pasó, es que a partir de eso nunca más se supo de él.
Inmediatamente se envió un gigantesco operativo de búsqueda a cargo del ejército de Brasil, bomberos, fuerzas de seguridad y varios equipos de voluntarios. Lo buscaron por mar y tierra, pensando que podría estar perdido en algún aislado y sin señal para establecer algún tipo de comunicación.
Pero no fue hasta después de 75 días de ardua búsqueda, que encontraron restos humanos que flotaban en descomposición. Era solo la parte inferior de su cuerpo y su vestimenta coincidía con la del padre Adelir en su vuelo final. Estaba a 100.000 kilómetros en el sentido opuesto a donde tenía que llegar, y después de estudiarlo, nunca se supo cómo ni dónde murió.
Los expertos dedujeron que el sacerdote podría haber perdido el equilibrio, se durmió o el frío intenso lo desmayó, que la silla con los globos se desenganchó y que cayó desde una altura enorme sin poder abrir su paracaídas.