Era chiquitito y gritaba como loco porque se había caído de un árbol a mi terraza. Tenía la cabeza peladita y apenas unas plumas. Yo lo pesqué y le di de comer, y desde ahí que se quedó en la casa. Nunca le pusimos nombre, así que quedó como el Palomo. Ahora que creció me acompaña en el día a día.

Llevamos doce años juntos. En el día se pone cerca mío, se para en mi hombro o se acuesta al lado de mis piernas mientras me siento en el sillón. Cuando almuerzo me acompaña; él sale por la ventana a comer y vuelve a esperarme. Generalmente le doy pan añejo picado y le dejo un poco de sal. Ahora le compré trigo con otras semillas, se lo pongo en el patio y él decide cuándo comer.

En las tardes se acercan otras palomas y algunas tórtolas. Como les dejo agua y alimento, vienen todas a mi jardín. Cada día son más. En el vidrio hay algunas marcas, porque vuelan y chocan sin darse cuenta de que hay una ventana. Aunque ahora vengan muchas, a él es fácil reconocerlo porque mi Palomo es grandote. Además, sabe que es el dueño de casa.

En las noches le pongo una toalla en la cama para que duerma al lado mío. Él se pone en su lado de la cama, y de repente me picotea para que lo tome en cuenta. Ahí yo le digo: "Ya, ya, quédate tranquilo", pero no lo reto nunca. Cuando hago la cama, tengo que tener cuidado porque le gusta meterse entre las sábanas y las colchas.

A veces sale a pasear un rato, da una vuelta y vuelve. Antes vivíamos en un departamento cerca del Parque Arauco, era el último piso y él volaba, salía por la cocina, rodeaba todo el edificio y se metía de nuevo. El día que nos cambiamos de casa salió y no volvía; yo estaba asustada, pensé que se había perdido. Creí que como era otro lugar no iba a reconocer el camino, pero llegó a la casa feliz y contento.

En el condominio donde vivo, la gente no alega o no sabe que existe, es una mascota más. El gato del vecino a veces aparece, pero cuando me ve sale corriendo porque sabe que lo voy a echar. Podría hacerle algo al pájaro. Antes había un niñito que venía siempre a ver al Palomo, a jugar o a hacerle cariño, pero hace tiempo que no viene. Quizás no lo dejan, porque la gente piensa mal de las palomas.

Con el tiempo nos fuimos encariñando y el Palomo se hizo parte de la familia. Siempre me gustaron los animales, pero nunca tuve pájaros hasta que llegó él. En las vacaciones nos íbamos al sur y lo llevábamos. Tenía que ir en una jaula porque si no se paraba en la cabeza del que manejaba o del copiloto. Pero se portaba bien, y cuando llegábamos volvíamos a soltarlo. Todos en la familia le tienen cariño. Como la casa quedaba en un cerro, yo le decía que fuera a la playa y él bajaba volando con nosotros. Un día se fue muchas horas, yo dije "el Palomo no llegó a dormir, se lo comió algo", y resulta que al día siguiente apareció. Había estado en la casa de una conocida, tomó desayuno allá, pero llegó a comer con nosotros. Él siempre vuelve, es muy leal.

Una vez lo llevé al veterinario, y me dijeron que si era de casa no iba a pasarle nada, que no tenía peligro de las infecciones de las palomas de la calle. Está siempre limpio y tiene las plumas de la cola muy blancas porque le gusta mucho bañarse. A veces ve que la fuente del patio tiene agua y va, se mete al agua y se baña solito.

Hace poco llegó una gata a mi casa: tenía cáncer en la boca y mi nieto ya no podía tenerla, así que se la estoy cuidando. Estaba raquítica la pobre, pero ya la operaron y ahora está sanita. Es bien simpática, anda por todos lados también. Mi familia me decía que no la recibiera, que se iba a comer al Palomo, pero yo sabía que no. Ya entendió que el Palomo es parte de la casa, así que se llevan bien.

El Palomo es cariñoso, pero no muy sociable, no le gusta mucho la gente de afuera. Conmigo es amigo, pero con los demás no tanto. No es mañoso, pero no le gustan los extraños; sólo le gusta su familia. Para mí él es muy importante, mis nueve hijos ya están viejos y se fueron de la casa. Lo quiero mucho, me hace compañía y yo no le exijo nada, él hace lo que quiere. Le tengo mucho cariño porque lo vi desde chiquitito, apenas tenía unas plumitas, y yo lo crié. El Palomo se convirtió en un hijo más.

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