"Yo desperté tarde a la vida; como a los 29 años". Eso dice Elías Jara, pronto a cumplir 40, sentado en una terraza, con los ojos fijos en el mar de Antofagasta.
Sí, fue un despertar tarde. Y que comenzó de manera dramática. En una escena como de película. Recuerda Elías: "Yo me había gastado toda la plata en pasta base. No tenía ni para comer, había dejado de ir al trabajo. Estaba feo, flaco. Un día me golpearon la puerta de la pieza que arrendaba; era un cabro amigo que me dijo que mi jefe me buscaba: me pasó el teléfono y el jefe me empezó a retar, que no podía dejar todo tirado. Me pidió que fuera a verlo de inmediato a su casa, al otro lado de la ciudad. Un vecino me prestó 300 pesos para la micro; pero ésta me dejó super lejos. Empecé a correr, desesperado. Llorando. Le pedía a Dios que me salvara. Estaba corriendo por mi vida, era la maratón de mi vida. Llegué al condominio de mi jefe y ahí estaba él, leyendo la Biblia. Me quebré, lloré otra vez, le conté lo que me pasaba. Y él me dijo que me iba a ayudar".
Ese día fue un punto de inflexión. Poco después, ese 2010, a través de la empresa donde trabajaba en el sector minero, Elías Jara entró a un programa de rehabilitación en un centro de Antofagasta. Allí estaría internado 14 meses, luchando contra sus propios demonios, empezando a despertar. Allí también lo visitaría su madre, quien viajaría especialmente de Santiago; y él caería frente a ella de rodillas, "derretido -dice- por la tristeza y la vergüenza".
Ésa sería la primera de varias veces en que le pediría perdón a Beatriz, su madre, por tanto sufrimiento.
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Elías Jara es el segundo de tres hermanos. Su niñez la pasó en la población Santa Adriana, en Pedro Aguirre Cerda. Una infancia feliz, recuerda. A los 12 años, se mudó con su familia a La Pintana. "Ahí comenzó el drama", dice. "Empiezo a trastocar mis valores… veo que los exitosos son los patos malos, porque tienen recursos, se compran buenas zapatillas, buenos jeans. Eran los máximos referentes de éxito. Crecí en ese ambiente. Entonces también coqueteé con lo delictual. Robaba carteras en el metro".
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Beatriz Negrete, 67 años, es la madre de Elías Jara y la gran inspiración de la fundación En los Ojos de Mi Madre (ELOM). Crédito: Mario Téllez[/caption]
Pese a eso, algo no calzaba. Ni para el propio Elías ni para sus nuevos amigos. "Yo era una mescolanza extraña. Porque yo en el fondo no era un pato malo, lo hacía de mono nomás. A mí me gustaba la cultura, me iba a la biblioteca a leer a Pablo de Rokha. Los cabros decían: 'Qué onda este hueón'". Para hacer aún más raro el mix, empezó a fumar marihuana. Tenía 13 años.
Poco después la familia se movió a Puente Alto. Elías, ya en la enseñanza media, empezó con la cocaína. Tras salir del colegio, hizo el servicio militar en Punta Arenas, donde le tocó ser parte del Cuerpo Militar del Trabajo. Construían carreteras. De vuelta a Santiago, "más seguro de mí mismo, más desenvuelto, empoderado", entró como bodeguero a una empresa. Empezó a manejar dinero, "entonces me creí el cuento y me puse a consumir más. Entré a la pasta base. Me fui a la mierda".
Comenzó también la rabia. "Me di cuenta que yo no era el joven que de chico me había imaginado; tampoco tenía la vida que me había gustado de los patos malos. Todo eso te empieza a frustrar. Era sólo un tipo del montón. Brígido eso. Tenía a mi familia, a mis amigos, pero nada me llenaba. Tenía rabia contra todo, contra mí mismo. Estaba enojado con el mundo".
"Seguí drogándome, todos los días. En Antofagasta había más droga, más barata, más accesible. Estaba de cabeza en la pasta base".
Elías Jara
Así, contrariado, matando la frustración con la droga, Elías continuó con su vida. Vivía aún con sus padres. Pero dice que estaba desapegado de todo. En 2009, un tío que vivía en Antofagasta le propuso ir a probar suerte a esa ciudad. Como no tenía nada que perder, nada que arriesgar, Elías aceptó. Entró a trabajar a una empresa que daba servicios a la minería -se convertía allí en un diestro soldador-, y pensó que en el norte podría cambiar rápido de vida. Se equivocó.
"Seguí drogándome, todos los días. En Antofagasta había más droga, más barata, más accesible. Estaba de cabeza en la pasta base. Me fui de la casa de mi tío a una pieza patética. No sé cómo pude vivir así… Veía al diablo, tenía alucinaciones, dolor de estómago", recuerda. En eso estaba, cuando un día llegó ese amigo a golpearle la puerta para decirle que su jefe quería verlo; y él corrió por las calles sintiendo que en esa carrera se jugaba la vida. No exageraba: de alguna manera, eso estaba haciendo.
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Elías Jara salió del centro de rehabilitación en 2011, después de 14 meses allí. Ese tiempo no sólo lo recuperó de las drogas, sino que también le abrió otro mundo. Todo partió al observar a las personas que iban en los horarios de visitas. Como él no tenía quien lo fuera a ver, se concentraba en mirar a las familias de sus compañeros. Sobre todo se fijaba en las madres.
Entonces, el patrón empezó a repetirse: veía a mamás culposas, frágiles emocionalmente, expuestas a la manipulación de sus hijos. Recuerda a una madre atribulada porque a su hijo no le gustaba la presa de pollo que le daban en el centro, y se lo llevaba a la casa para darle la que él quería; "olvidándose que meses antes ese mismo hijo, drogado, la había arrastrado por el suelo para quitarle un teléfono, rompiéndole las rodillas". O esa otra mujer a la cual su hijo le pedía las zapatillas más caras, y ella se las compraba pese a que no tenía dinero ni para la micro. "Vi a esas madres culpándose a sí mismas de lo que les ocurría a sus hijos, y vi mucha manipulación de ellos. Me dio tanta rabia", dice.
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Elías Jara en Antofagasta. Crédito: Mario Téllez[/caption]
Cuando Elías salió del centro -en el cual continuó un año más de manera ambulatoria-, no se olvidó de eso que había visto. Siguió visitando a madres de hijos drogadictos en sus casas, hablándoles de que debían ser firmes y empoderarse. En 2015 se ganó un fondo de la Fundación Minera Escondida para convertir esa idea en un piloto. Trabajó y evaluó a madres de adictos de todas las clases sociales. Y los resultados mostraron lo que él ya sabía por pura intuición: que todas están afectadas por la dependencia del hijo, que todas sienten vergüenza, que todas cargan una culpa inmensa, que todas -debido a esa culpa, a esa errada sensación de que merecen sufrir- son muy fáciles de manipular. Un año después, lo convirtió en un proyecto de talleres para trabajar con estas madres en distintas variables, desde la autoestima a las redes de apoyo, con la convicción de que al final eso ayuda a todo el grupo familiar. Postuló este modelo a un programa de innovación social de Corfo y se lo adjudicó. Elías Jara, el que había despertado tardíamente, empezaba a dar que hablar. Ese mismo 2016 fue uno de los ganadores de Camiseteados, campaña que busca destacar como agentes de cambio a ciudadanos comunes y corrientes; y que este 2019 ya tiene nuevos seleccionados.
El paso siguiente era lógico: constituirse como fundación. En 2017 nació En los Ojos de Mi Madre (ELOM), que Elías formó junto a un grupo de voluntarios, conocidos y sicólogos. El año pasado trabajaron, bajo el alero de la Fundación Chile, en cuatro barrios de Antofagasta. Ahora, otra vez con financiamiento de Corfo, lideran un programa en un centro de rehabilitación en Calama y un taller en la capital de la Segunda Región. En estos años, cerca de 100 madres han pasado por la fundación, todas con buenos resultados.
"Ahora, otra vez con financiamiento de Corfo, lideran un programa en un centro de rehabilitación en Calama y un taller en la capital de la Segunda Región. En estos años, cerca de 100 madres han pasado por la fundación, todas con buenos resultados".
-Elías, trabajas rescatando madres. ¿Qué pasa con la tuya?, ¿le has preguntado sobre sus culpas?
-No… No me atrevo a preguntarle. No puedo aceptar haberla hecho sufrir tanto.
A Elías se le quiebra la voz. Los ojos se le humedecen. Se pone los lentes oscuros y vuelve a mirar el mar de esta ciudad que le dio una segunda vida.
-Pero tú ayudas a tantas madres en eso…
-Sí, pero esto es algo que no tengo resuelto… ¿Y qué pasaría si yo estoy haciendo todo esto, dando esta vuelta larga, sólo para eso?
-¿Para qué?
-Para llegar a ese momento de decirle: "Sabís mamá, perdóname".
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Beatriz Negrete, la madre de Elías, está sentada bajo el limonero del patio de la casa de sus padres en Santiago. Viene a cuidarlos todas las tardes, porque ambos son mayores. Aquí, a media tarde, ella habla de todo eso que Elías no se atreve a preguntarle.
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Beatriz Negrete en la casa de sus padres. Crédito: Mario Téllez[/caption]
"Yo me sentía muy culpable de todo el problema que tenía Elías. O sea, aún me siento culpable. Debí haber sido más estricta con él. No lo vigilé lo suficiente, fui muy permisiva. Entonces me encuentro que fui mala madre. Me he preguntado mucho en qué fallé", dice.
-Pero entiendo que su hijo le ha pedido perdón varias veces; eso debería liberarla de la culpa…
-Me ha pedido varias veces perdón, es cierto. Perdón por lo que me hizo pasar, por lo que me hizo sufrir, por lo que yo sentía.
-¿Y usted lo perdonó?
-Sí, de corazón.
-Él no parece tenerlo tan claro.
-Es que él se siente también culpable. Pero yo siempre lo he perdonado.
"Es que él se siente también culpable. Pero yo siempre lo he perdonado".
Beatriz Negrete
Beatriz recuerda esos años que en Elías vivía con ellos y estaba atrapado en las drogas. Dice que ella no vivía tranquila. Que siempre tenía miedo de que se metiera en problemas. Que él siempre le pasaba el dinero de su sueldo, pero que ella después cedía cuando su hijo se lo iba pidiendo. Que por suerte nunca fue violento. Que sintió alivio cuando decidió partir a Antofagasta, pero que nunca supo del infierno que él vivía allá. Que ella lo perdonó desde el momento en que él le dijo que iba a entrar a rehabilitación.
Dice que hace 4 años que no va a Antofagasta. No ha visto la fundación que armó su hijo ni el trabajo que realizan con madres como ella. Pero que se siente orgullosa, "feliz de la felicidad de él".
-¿Sabe que Elías le puse el nombre de la fundación inspirado en usted?
-Sí. Pero a veces yo digo: "¿Por qué se inspiró en mí?".
-¿Y en quién más? Elías sólo tiene una madre.
-Sí, pero yo me sentía tan culpable… Pero bueno, pienso también que si el Elías se inspiró en mis ojos es porque los sintió mirándolo.
-Si pudiera retroceder el tiempo, ¿cambiaría la forma de enfrentar a Elías cuando estaba con las drogas?
-Tendría que actuar distinto, pero como soy yo… difícil. Es que uno los siente tan débiles, tan desprotegidos, tan poco felices.
-Ahora enfrenta el mismo problema con su hijo menor.
-Sí.
-¿Qué le dice Elías?
-Me dice: "Mamá, que éste no la manipule, porque usted ya sabe".
-¿Usted le hace caso?
-Le digo que sí, pero igual me dejo manipular. Ahí está siempre esa culpa que hablábamos.
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"Le he pedido perdón a mi madre, pero no como quisiera. Yo soy muy drástico conmigo mismo", dice Elías, todavía mirando el mar nortino. "Me sigue doliendo haberla hecho sufrir. Lo que hago con estas madres es como una caricia para la mía. Estoy feliz con lo que hago, pero no puedo sacarme esa espina del corazón. Quizás soy yo quien no se perdona".
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Elías Jara. Crédito: Mario Téllez[/caption]
Reconoce que el pasado le pesa, y que está viendo cómo resolver el tema. Que como se despertó a la vida ya adulto; recién está estrenando los sentimientos y las emociones. Algo nuevo para alguien solitario y poco de piel. "Estoy aprendiendo a vivir, a disfrutar los colores, el mar. Estoy estudiando una carrera vespertina (Intervención y Rehabilitación Sicosocial). Mi vida ha sido muy vertiginosa. Siempre solo; no tengo pareja, no tengo hijos, me he hecho un ermitaño. Yo estaba enterrado en menos de cero; ahora estoy a nivel de tierra y eso me ayuda a ver mis problemas y enfrentarlos".
-El tema de tu madre, evadido por mucho tiempo, ahora explota.
-Sí. Yo tenía un aplanamiento afectivo total. Yo era como un perro callejero; me volví solitario, arisco a veces, resentido. Ahora llega el momento en que, después de la lucha, me estoy conociendo. Estoy sintiendo, loco. Y claro, todo lo que ahora hago va para mi madre. Cuando lloro con una mamá, cuando me va bien, cuando soluciono un problema, cuando sufro…
Elías hace una pausa y bebe un sorbo de su bebida que se ha ido entibiando. A pocos metros, la costanera de Antofagasta luce espléndida bajo el sol de atardecer.
De pronto, una leve sonrisa se asoma en su rostro triste. "¿Sabes? Cuando yo estaba mal, mi madre me escribía cartas", dice.
-¿Y qué te decía?
-Que me esperaba. Que me esperaba a que yo volviera a ser yo, supongo.
-Toda esta historia de perdones y culpas que se cruzan es al final la historia de ustedes dos.
-La historia de los dos… me gusta esa frase. Voy a guardarla. Uno la asimila altiro con una historia de amor, pero en este caso es la historia de una madre con su hijo que resucitó.
Dos testimonios
Lili Orellana tiene 60 años y trabaja en el hospital de Antofagasta. Su único hijo hombre, Marco, es adicto a las drogas desde joven: hoy, a los 38, lleva dos años en rehabilitación. Ella se sintió siempre culpable de la situación y lo pasó pésimo: vivía atemorizada, cedía a sus chantajes, toleraba sus robos. Hasta que llegó a la fundación En los Ojos de Mi Madre. "Aprendí mucho. Cómo son las recaídas de un adicto, cómo no hay que dejarse manipular, cómo hay que comportarse. Sobre todo reconocí que esto no era mi culpa", dice. "Vi que yo le di muchas oportunidades, que nunca lo abandoné, que no he sido mala. Yo renací, ahora puedo respirar tranquila". En diciembre, Lili jubilará de su trabajo y está llena de sueños. Uno de ellos incluye a Marco: comprar una camioneta, que el hijo saque carné de chofer y armen juntos un negocio de venta de verduras.
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Sandra Collao. Crédito: Mario Téllez[/caption]
"Es que es así, el cordón umbilical con un hijo nunca se rompe", dice Sandra Collao (55). Ni siquiera los malos ratos ni la pena pueden cortarlo. Ella lo sabe bien. Su hijo mayor, Jorge, 35 años, es adicto. Lo ha sido desde hace varios años y ha fracasado en varias rehabilitaciones. Ahora lo intenta de nuevo en un centro en el sur, en Los Ángeles. Su madre ha sufrido: con droga encima, su hijo la ha insultado, le ha robado la comida del refrigerador, ha tratado de matarse. "Yo estaba deprimida por esto, se me caía el pelo, le tenía miedo, no dormía. Y una se pone débil, es tanta la manipulación que uno le cree. Él me convencía de todo, yo hasta llegué a darle plata para que consumiera", cuenta. Todo eso se acabó, explica, cuando hizo los talleres que armó Elías Jara. "Ya no me siento culpable, estoy liberada de eso. Ahora primero yo, segundo yo, tercero yo. Quiero a mi hijo, por supuesto, pero yo tengo que avanzar. Él no me puede consumir en su vicio".
Camiseteados
En 2016, Elías Jara resultó ser uno de los ganadores de Camiseteados. Desde entonces, esta iniciativa (www.camiseteados.cl) no se ha detenido: este 2019 va a su cuarta versión.
Se trata de una campaña que destaca a personas comunes y corrientes que realizan tareas que impactan a las comunidades en las que se desenvuelven, con soluciones innovadoras y positivas. Este año se recibieron 2.000 postulaciones de todo el país, entre las que un jurado escogió a 7 ganadores.
Ellos son Nikki Raveau, vocera de la ONG Acción Travesti Calle (ATC); Berta Díaz, fundadora del Club Deportivo Arsenal; Mauricio Soto, coordinador de la agrupación Hijos de la Calle; Deidamia Muñoz, profesora jubilada de la comuna de Paredones que da clases gratuitas a adultos y ancianos; Víctor Durán, que forma a comunidades para que estudien los lagos del sur; Patricio Hormann, quien ha liderado reparaciones ciudadanas de plazas, paraderos y calles de la Quinta Región; e Ignacia Picas, estudiante ciega que batalla por la inclusión de los no videntes.
A estos 7 ganadores se les realizará un documental que será transmitido por TVN. En paralelo se iniciará un proceso de votación popular para que la ciudadanía escoja a su camiseteado favorito a través de una plataforma online.