Te dicen que puedes cambiar el mundo. Y es que la emoción de viajar a otro país y ayudar a niños, niñas y adultos en situaciones difíciles, construyendo casas, haciéndoles clases y un sinfín de tareas de apoyo es una “experiencia de vida” que los programas de voluntariado ofrecen a las personas “ricas” por una gran suma de dinero.

Pero parece que no todo es como lo pintan. O así lo cree una ex voluntaria, que con una máscara puesta, reveló al medio VICE que “lo que te están vendiendo es la idea de que ayudarás a una comunidad. Pero lo que realmente estás comprando es una oportunidad para ayudarte a ti mismo”.

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Una oportunidad para el currículum

“Convencí a mis padres de que pagaran miles de dólares para poder ir a este viaje a Tanzania”, cuenta la joven, que asistió a un programa de voluntariado por tres semanas y pagó 3.000 dólares (cerca de 2 millones y medio de pesos chilenos).

Se le había ofrecido ser voluntaria en un orfanato, construir una biblioteca, enseñar inglés a los niños y niñas, jugar con ellos e incluso ir a un safari, pero la ex voluntaria cuenta que nunca estuvo calificada ni preparada para ello: “No se me debería haber permitido hacer esto”, declara tajantemente. También admitió que de la tarifa que pagó, casi nada fue destinado al recinto que necesitaba ayuda.

Además, reconoció que, a pesar de que estuvo involucrada en el voluntariado por más de una década, y lo que la motivaba era “marcar la diferencia, ser una ciudadana global”, también “definitivamente estaba pensando en cómo se vería cuando aplicara a la universidad, como me vería en mi currículum”.

Pero la experiencia de su viaje a África la hizo reflexionar y darse cuenta de que se trataba de un escenario arreglado por el mismo programa. Cuando llegaron al lugar en varias van, los niños y niñas corrieron hacia ellos y rápidamente se frotaron la cara con tierra para “resultar más atractivos para los voluntarios y que parezcan que necesitan más ayuda”.

Y si el objetivo principal era construir una biblioteca desde cero, “nuestro trabajo era tan malo que los constructores locales que trabajaban con nosotros, volvían a la obra mientras dormíamos y deshacían nuestro trabajo y lo rehacían”, confesó.

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Los niños y niñas nunca recibieron las donaciones

Los mismos voluntarios locales del orfanato en Tanzania le contaban que, por ejemplo, cuando llegaban personas donando bolsas llenas de juguetes, el director se los llevaba, se los daba a sus propios hijos, los vendía u ocultaba porque “si el próximo grupo de voluntarios llegaba y veían a los niños jugando con toneladas de juguetes, no traerían más”.

“Si ven niños durmiendo en una buena cama, con un buen colchón, no donarán dinero para mejores camas y mejores colchones”, dijo.

Mientras ella, junto a su equipo, desayunaban fruta fresca, huevos duros, tostadas con mermelada y mantequilla, en otra sala, separados por regla del programa, los pequeños del orfanato comían frijoles y arroz que ellos mismos cocinaban. Esta rutina era para que los niños no vieran lo que los voluntarios estaban comiendo.

También relató que, cuando los niños y niñas se enfermaban de malaria, a pesar de que había dinero para pagarles la atención médica, no se las brindaban: “Los líderes del orfanato no estaban dispuestos a gastar dinero en ellos”, contó.

Y es que “tener niños corriendo hacia ti, queriendo sentarse en tu regazo, queriendo que los cargues, son experiencias emocionalmente convincentes”, dijo la ex voluntaria, sin embargo, reconoció que se trata de un deseo de desarrollo propio y no tanto para ayudar al resto. De ahí su tesis de que los voluntariados son para ayudarse a uno mismo.

Y sobre las irregularidades que pasan en los voluntariados, al menos en su caso sentenció que se abusaron de los niños del orfanato bajo la apariencia de intentar ayudarlos. “Nadie está controlando que esto esté sucediendo. Nadie está fiscalizando”.