Las prácticas pacíficas de convivencia escolar, es decir, aquellas que buscan la resolución pacífica de conflictos, están más relacionadas con mejores resultados de aprendizaje. Así lo detectó un estudio del Centro de Investigación en Educación Inclusiva de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, que analizó las prácticas de apoyo a la convivencia escolar en 125 establecimientos educacionales de las regiones de Tarapacá, Valparaíso y Metropolitana.
El estudio, financiado mediante un Fondecyt, encuestó a 2841 estudiantes, 741 profesores y 1129 apoderados sobre si hay una relación negativa entre las prácticas de castigo y los tipos de medidas formativas de convivencia en las escuelas chilenas.
La investigación encontró que los estudiantes que tienen mejores puntajes en el SIMCE, son aquellos donde sus escuelas aplican prácticas pacíficas de convivencia escolar.
Prácticas pacíficas son aquellas que incluyen medidas de prevención de la violencia entre pares y acciones de diálogo entre estudiantes que han realizado acciones de violencia, entre otros. "Es decir, el bienestar escolar y el aprendizaje están relacionados positivamente", explica Verónica López, directora del Centro de Investigación para la Educación Inclusiva, Directora del Programa de Apoyo a la Convivencia Escolar PACES PUCV y académica de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
Otro de los hallazgos del trabajo fue que aquellas escuelas con más denuncias de maltrato y discriminación en la Superintendencia de Educación, tienen menos medidas formativas de convivencia escolar, en especial en las áreas de cultura inclusiva y democrática.
Sin embargo, los estudiantes de las escuelas con más prácticas punitivas (castigos, expulsiones, idas a inspectoría o al director, derivación al sicólogo, entre otras) creen que en sus aulas ocurren más prácticas inclusivas, democráticas y participativas. Es decir, valoran positivamente los castigos donde al expulsar al 'mal elemento', se logra una 'buena convivencia'.
"Una buena convivencia escolar debiera ser aquella donde no solo se respetan y valoran las diferencias, sino que el curso, la comunidad de curso incluido el profesor, sabe qué hacer con las diversas posiciones de sujeto que se dan al interior del aula, sin tratar de excluir a los "peor portados" o a los de "mal rendimiento" de los espacios de aprendizaje, de participación y de disfrute", afirma López.
En este contexto, el rol del encargado de convivencia escolar debería ser apoyar a los profesores a fortalecer sus herramientas pedagógicas, por ejemplo comenta Verónica López: "estableciendo e institucionalizando prácticas de prevención de la violencia que incluya el diálogo entre estudiantes buscando acuerdos para resolver los conflictos de manera pacífica, así como acuerdos para construir comunidades de curso donde no haya discriminación por género, etnia, clase, nivel socioeconómico, apariencia física, y donde tanto estudiantes como profesores sepan cómo contribuir a generar mayor bienestar para ellos como individuos y como comunidad".
Convivencia y clima de rendición de cuentas
Las escuelas hoy deben tener manuales de convivencia escolar y mecanismos establecidos para canalizar y abordar las denuncias sobre bullying, acoso y otros problemas de violencia al interior de las comunidades educativas.
Sin embargo, el estudio permitió concluir que el tema de la convivencia escolar está relacionado con la rendición de cuentas (bajo una lógica gerencialista). Ello se traduce en que, por ejemplo, las unidades de convivencia escolar existen para evitar las sanciones reales por parte de la Superintendencia de Educación y que si bien existen encargados de convivencia escolar, éstos no siempre realizan acciones de formación de la convivencia y a veces, cuando se hacen, no son contextualizadas a la realidad de cada escuela. "En los establecimientos educacionales hay agobio por mejorar la convivencia escolar y sus distintos participantes requieren que se aclaren los roles: 'a quién le corresponde qué'", explica López.