La enfermera Maritza Seguel ha construido una carrera exitosa en la Mutual de Seguridad. Desde hace 15 años está a cargo de la jefatura del servicio médico quirúrgico de neurorrehabilitación y de cirugía general de la institución, y el 2 de abril sumó una credencial más a su currículum cuando le entregaron la jefatura del servicio Covid-19, después de que el Minsal sumara a las mutualidades al sector público para enfrentar la pandemia. En tiempo récord, la profesional tuvo que armar la nueva unidad, disponer de entre 15 a 20 camas, mover a los pacientes que las estaban ocupando a otros sectores y capacitar a los 66 miembros de su equipo. El procedimiento fue exitoso, pero tuvo un matiz especial y distinto a la vez.
"Cuando me dijeron que tenía que hacerme cargo del servicio, para mí fue fuerte, porque pensé ‘si tengo que alentar a este equipo que tiene miedo al igual que yo, tengo que demostrar que esto no me impacta tanto porque no puedo transmitirles temor a los demás’. Es un desafío, pero es un desafío bonito”, reconoce Seguel.
Ese miedo que menciona la enfermera es el mismo que hoy está presente en los distintos centros hospitalarios del país que deben atender al creciente número de pacientes de Covid-19. Mientras el resto de la población intenta permanecer en sus casas para evitar exponerse al virus, son los doctores, enfermeras, técnicos, personal administrativo y auxiliar los que han debido pasar a engrosar la “primera línea” de la salud chilena.
"El día en que nos abrimos como equipo a atender pacientes de Covid-19 tuvo un impacto en todo el equipo y se generó miedo. Parte del personal decía ‘no me siento preparado’, ‘tengo temor’, ‘no quiero infectarme, tengo hijos’”, cuenta la enfermera Seguel, quien cree que en una profesión como la suya el saber manejar las emociones es muy relevante. “Cuando tu trabajo es tratar al otro uno tiende a ocultar sus sentimientos, o a bloquearlos, porque no le puedo transmitir a mis pacientes una emoción que te va limitando, como el miedo”, asegura.
Para evitar que esa reacción, más las fuertes cargas de trabajo o los mismos casos de discriminación contra el personal de salud que se han denunciado en las últimas semanas, afecten a sus trabajadores, los centros médicos han establecido programas de apoyo emocional y protocolos de autocuidado. Estas iniciativas están lideradas por sicólogos que se han transformado en el principal apoyo de la “primera línea” de la salud, haciendo intervenciones por videollamadas o teléfono, con el fin de controlar cuadros de ansiedad, angustia o a veces patologías más severas que nacen de la tensión e incertidumbre provocadas por la pandemia.
Pablo Barraza, enfermero de la Unidad de Pacientes Críticos (UPC) del Hospital Sótero del Río:
“Hay estrés en el personal y temor, temores propios también, cada uno tiene su historia, sus familiares y pasar esto no es algo fácil. Uno no alcanza a digerir la emoción y tienes que estar atendiendo y atendiendo bien. Estamos pasando por un estrés muy alto y probablemente en algunas personas esto desencadene en otras cosas, tenemos que cuidarnos porque quizás cuando bajemos la intensidad va a ser tarde para algunos”.
Los miedos
José Arancibia, jefe de la unidad de desarrollo organizacional del Hospital Sótero del Río, no puede dar nombres, unidades hospitalarias ni edades, ya que su trabajo se rige por normas de confidencialidad que se lo impiden. Pero aún recuerda el caso y la angustia de un funcionario que trabaja como administrativo en el área clínica del hospital, rodeado permanentemente de doctores y enfermeras.
"Me contaba que tenía miedo de volverse loco, porque no estaba durmiendo bien y tenía pensamientos recurrentes de contagiar a su familia o morirse. Conversando te dabas cuenta de su ansiedad y descontrol”, recuerda el sicólogo, quien cuenta que en el Sótero del Río ya llevan dos meses trabajando en actividades donde entregan orientaciones y tips sicológicos para que el personal enfrente este período de pandemia. A eso se suman las consultas personales de salud mental, donde Arancibia ha registrado otros cinco casos de contención y un par de derivaciones al centro de atención interna del hospital con el fin de que siguieran un tratamiento sicológico. “Hay tres grandes temores dentro del personal: volverse loco, morirse y ser un foco de contagio para la familia”, cuenta Arancibia sobre lo que se ha observado en el programa.
Ese tipo de historias se escuchan a diario en la Unidad de Intervención en Crisis (UIC) de la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS). El grupo fue creado hace cinco años por Nélida Riveros, quien cuenta que son 52 sicólogos expertos en trabajo durante catástrofes o situaciones laborales de alta complejidad. “Nos definimos como una manada de apoyo”, cuenta Riveros, sobre el equipo que trabaja asignado en clínicas privadas y servicios de salud de distintos puntos de Santiago y regiones.
"Para esta pandemia nos dimos cuenta de que teníamos que hacer un viraje y desarrollamos un programa especial para ayudar a los equipos médicos que hoy están en primera línea, como los de emergencia y urgencia”, explica la sicóloga. En su trabajo utilizan los marcos teóricos de la OMS y la Cruz Roja, y por lo general se ocupan videollamadas.
Nicolás Montecinos, kinesiólogo UTI CLC:
“Lo más difícil es estar lejos de los seres queridos. El personal que trabaja en cuidados intensivos está preparado para el estrés, para el desafío, pero hacerlo solo, sin soporte emocional, es distinto. Todos estudiamos, todos nos sentamos a leer, pero nadie nos dijo que al terminar el día no íbamos a tener a la familia”.
Su labor la llevan a cabo bajo dos modalidades: preparando a los líderes de equipos médicos para detectar problemas emocionales en sus grupos e intervenciones personales remotas, que son las más requeridas. Riveros dice que partieron la primera semana de marzo con 10 casos y ya para mediados de ese mes sumaban casi 200. Hoy están haciendo unas 600 intervenciones, de las cuales en un 95% corresponden a trabajadores de servicios de salud, mientras el resto pertenece a empresas asociadas a la ACHS que no pueden trabajar a distancia, como ocurre con los supermercados.
La unidad de Riveros está acostumbrada a hacer muchas veces su trabajo después del horario de oficina o durante los fines semana, cuando sus pacientes tienen tiempo en sus casas para tomarse la hora que en promedio dura cada sesión. “Está calculado de forma que el sicólogo pueda hacer una buena intervención, no que sea una cosa de 10 minutos. Nos comunicamos con el colaborador y trabajamos con él sus focos de preocupación y ansiedad a nivel personal, familiar o laboral”, explica Riveros.
En la Clínica Las Condes también deben hacer malabares con los tiempos. Ahí echaron a andar “Cuidarnos”, un programa que entrega tips para cuidar la salud emocional de los trabajadores. Los sicólogos del establecimiento se ofrecieron para hacer atención remota a todos los funcionarios que lo necesitaran.
“La gente cuando está en la clínica trabaja, entonces es difícil hacer el contacto ahí y tiene que ser desde sus casas, en sus tiempos libres. Estas intervenciones a distancia para mí son un aprendizaje, porque estamos viviendo una situación que nunca nadie imaginó vivir, y como sicólogos tampoco lo hicimos. Al principio cuesta, pero uno se tiene que adaptar”, dice Verónica Robert, quien trabaja en el Instituto del Cáncer de la Clínica Las Condes y es jefa de la unidad de sicología de esa institución.
Leticia Méndez, técnico paramédico UCI Hospital de Temuco:
“Tenemos miedo, miedo a lo desconocido, miedo a enfermarnos, miedo a contagiar a nuestras familias. Al principio el estrés y el ritmo de trabajo fue mucho cansancio, mucho agotamiento y conversábamos entre los compañeros que aunque llegábamos a la casa muy cansados no podíamos dormir”.
Un programa similar tiene la Clínica Alemana, donde, además de líneas de contención emocional para los funcionarios y un plan especialmente dedicado a la primera línea, esta semana se abrió otro para contener a los familiares de los profesionales que muchas veces dejan de verlos por temor al contagio. “Fuimos detectando miedo y angustia en los hijos de los trabajadores y a raíz de eso lanzamos esta iniciativa donde los mismos sicólogos, siquiatras, terapeutas ocupacionales y sicopedagogas de la clínica pusieron a disposición sus servicios. Nos han contactado mucho, dicen que necesitan apoyo o tips para ver cómo manejarlo con sus familiares. Un ejemplo son los niños, que de repente están más ansiosos”, explica la sicóloga Marcela Apablaza, jefa de cultura y desarrollo de la Clínica Alemana.
En otros establecimientos el proceso de contención se ha dado entre los propios compañeros de trabajo. Myriam Gálvez, subdirectora del área de enfermería de la Mutual de Seguridad, dice que desde el principio de la crisis del Covid-19 ha visto personal médico muy ansioso, una reacción que se disipa con el correr de los días, pero que se reactiva con cada paciente nuevo. “Lo primero es la angustia que llega inmediatamente a la enfermera que está de turno o la enfermera jefa. Ella debe mantener la calma”, cuenta.
Este temor tiene causas que se repiten y afectan a todos los estamentos. En el Sótero del Río, Darling Salgado -sicóloga del área de convivencia laboral del hospital- aclara que la contención sicológica ha sido requerida “por todos los estamentos, desde auxiliares a administrativos y profesionales. El temor más recurrente es contagiarse y contagiar a sus familias o a los pacientes”.
Pese a esas aprehensiones, el personal sigue cumpliendo sus funciones. “Independientemente de todos los miedos, ellos quieren hacer su trabajo. Eso me deja un sentimiento de mucha esperanza”, dice Riveros.
La ola
“Estamos con la sensación de que se viene una gran ola. Pero esa situación crítica, que es cuando tengamos que recibir el rebalse de pacientes de la salud pública, no llega. Es una situación que genera bastante ansiedad”. La frase -de la sicóloga Bárbara Guzmán, jefa de formación y desarrollo de la Clínica Las Condes- retrata otro de los factores que hacen tambalear la salud mental en los hospitales chilenos hoy: las escenas de colapso de los sistemas de salud en Europa y Estados Unidos y que amenazan con repetirse en Chile.
Fernanda Meneses, médico geriatra Instituto Nacional de Geriatría:
“La carga emocional es enorme, yo creo que ninguno de nosotros cuando termine esto va a seguir siendo el mismo, esto va produciendo cambios, nos hace madurar, nos hace conocer otras facetas nuestras en lo personal y en lo profesional también. Al trabajar con el grupo de mayor riesgo, nosotros sabemos que un porcentaje de ellos importante no va a lograr salir adelante y eso es lo más fuerte”.
Se trata de una escena que podría darse en el corto plazo. “Lo que viene es la ansiedad anticipatoria. Está la duda de cómo lo vamos a hacer o si van a alcanzar los recursos frente a la emergencia”, cuenta Riveros, sobre esta sensación que se ve tanto en los equipos de UCI y UTI, como en el personal administrativo que hoy tiene que permanecer en clínicas y hospitales.
Es un estado de alerta donde el organismo libera cortisol, la hormona del estrés que en cascada genera lo que se conoce como carga alostática: el impacto físico de estar constantemente en alerta continúa acostumbrando al cuerpo a vivir bajo esa sobrecarga, pero desequilibrando la capacidad de enfrentar la tensión. Algo que según la siquiatra Constanza Caneo, de la red de Salud UC CHRISTUS, puede ser tan bueno como malo: “Lo que tiende a pasar después de un tiempo es que la mente se adapta a esta nueva normalidad”, explica la profesional, agregando que así se desarrollan habilidades de adaptación, resiliencia y las personas van “equipándose” para enfrentar la incertidumbre.
Para enfrentar este escenario, en la red de Salud UC CHRISTUS hace dos semanas pusieron a disposición de sus trabajadores el programa “Lugar seguro”, el mismo que utilizaron para el estallido social, pero ahora en una web que ha recibido más de 5 mil visitas. Allí sumaron profesionales de salud mental para apoyar a los equipos, aunque hasta ahora sólo han hecho 37 atenciones individuales, ninguna de ellas de la primera línea, como médicos de urgencia. “Tengo la sensación preliminar de que todavía no se están identificando apropiadamente. Están angustiados y preocupados, pero no necesariamente desarmados como para levantar el teléfono y decirlo”, dice Caneo.
La siquiatra explica que lo difícil en estos casos es que, aunque ella crea que puedan necesitar ayuda, aún no pueden intervenirlos porque una pregunta tan sencilla como “¿estás bien?”, puede jugarles en contra al traer una evaluación implícita. “No podemos inducirlos a pensar que están en crisis, porque cuando alguien realmente lo está se encuentra disociado, pero funcionando porque se dan cuenta de que un paciente puede morir y puede ser culpa suya si no funcionan”, cuenta la siquiatra.
Esto es complejo si se considera que los trabajadores hospitalarios tienen pocas vías de escape mental de sus trabajos. “Estamos 45 horas semanales pensando en el Covid-19 y después sales y sigues pensando en lo mismo porque el entorno te lleva a seguir hablando de eso. Entonces, estás siete días a la semana hablando de tu trabajo”, opina José Arancibia.
Carolina Vásquez, médico internista Hospital de Temuco:
“Normalmente nosotros hacemos la parte técnica, le damos cierto apoyo al paciente, pero ahora somos los únicos seres humanos que estamos al lado de la persona que está sufriendo. Esa parte emocional generalmente la suple la familia, los acompañan, les toman la mano, les dan aliento y ahora nosotros somos los únicos que podemos otorgarles eso. Tratar de contener, de dar ánimo, de ser la ‘familia’, es bien chocante y es una carga emocional para el personal de salud”.
Por eso los programas de contención apuntan a evitar en los equipos el temido burnout, un agotamiento físico y mental por razones laborales. Para esto se hacen una serie de recomendaciones al personal médico, como que deben beber agua frecuentemente, comer a las horas que corresponden, ir al baño y dormir. La idea es que cumplan con el juramento hipocrático moderno donde no sólo se jura cuidar al resto, sino también a sí mismo, justamente para poder estar en buenas condiciones y ayudar a los otros.
“No sirve de nada el médico quemado, desolado o con adicciones. Él no va a hacer bien su trabajo, por mucho que sea un tremendo profesional. Lo primero es promover el autocuidado”, apunta Caneo, quien dice en la red salud de la UC capacitan a los jefes de los servicios para reconocer el burnout en sus equipos, detectando si alguien empieza a verse desconectado, a tener cambios conductuales o a cometer errores consecutivos como escribir mal una receta médica, lo que en jerga de los hospitales llaman “centinelas”. “Si un doctor comete dos centinelas consecutivos amerita que alguien se acerque a él de forma amable, porque esa persona no está en condiciones emocionales para poder funcionar”, explica Caneo.
Por estos días hay varias escenas que inducen a cometer esos errores no forzados. Una son las personas que caen hospitalizadas por Covid y no pueden estar en contacto con sus seres queridos, por lo que quedan solos. “Hoy el personal de salud está cumpliendo el rol de la familia, en el sentido de dar contención al paciente”, opina Guzmán.
Esa experiencia de ser el último vínculo de personas que quizás mueran tiene para algunos sicólogos una doble lectura. “Puede ser duro o también un privilegio el acompañar a alguien que no puede estar con sus familiares”, opina Verónica Robert. Para ella es una situación que recién va a terminar de ponderarse una vez que la pandemia pase. “Más adelante va a haber que darle un sentido a todo esto y darse cuenta que a lo mejor fue un privilegio el haber acompañado a esas personas en ese momento”, opina.
Amelia Góngora, enfermera coordinadora CLC:
“Los trabajadores están siempre con angustia, pero mucho entusiasmo. Lo más difícil es la parte emocional, nosotros seguimos capacitándonos todos los días, aprendiendo, simulando y preparándonos para lo peor. El estrés ha bajado, pero ahora la angustia que sentimos es no saber cuándo y cómo llegará el peak del virus al país”.
Esto, porque si bien en su formación al personal médico se le prepara para enfrentar periodos de gran tensión, como puede ser la muerte de un paciente, muchas veces esa instrucción no alcanza. “Eso pasa con las enfermeras, que son personas formadas para este tipo de contingencias, como terremotos o tsunamis, pero cuando en este contexto ya están requiriendo instancias de contención es un reflejo de que como equipo están sintiendo el peso”, comenta Arancibia.
Otros van más allá y plantean que hay situaciones para las que simplemente nunca se está lo suficientemente entrenado. “A todos nos preparan, pero no lo estamos tanto. Si bien estamos preparados para saber que hay pacientes que pueden fallecer, en el contexto de esta pandemia, con los niveles de muerte que se ven en Europa, nadie está tan listo”, dice Riveros.
En esa línea, para los sicólogos es demasiado ambicioso pensar que se puede “equipar” completamente en términos emocionales a alguien para enfrentar escenarios tan duros. “Muchos necesitan básicamente ser escuchados, y desde ahí uno puede plantear una intervención que le haga sentido a la persona, pero una de las principales cosas es ser escuchado”, analiza Arancibia.
En cuanto a los casos de personal médico discriminado por vecinos, como los denunciados estas últimas semanas en redes sociales, los sicólogos descartan haberlos visto mucho en sus intervenciones. “Con suerte hemos encontrado tres casos así”, dice Riveros, quien cuenta que, al revés, sus pacientes les cuentan de muchos gestos de agradecimiento ciudadano que terminan siendo el gran motor de la primera línea: “Generalmente, se comenta mucho el acto negativo, pero hay muchos de solidaridad y ellos están muy agradecidos de estos gestos de la gente. Por una cosa negativa, hay cincuenta positivas”.