Histórico formador del INTA de la U. de Chile, figura clave en la lucha contra la desnutrición y ganador de dos premios nacionales -de Medicina y de Ciencias Aplicadas-, el doctor Fernando Monckeberg cuenta que con sus compañeros de la universidad tenían una tradición: una vez al año se reunían a almorzar en su parcela en Padre Hurtado. "Al principio éramos como 60, pero fueron disminuyendo hasta que quedamos dos. Doy gracias a Dios porque la verdad es que no espero quedarme en la casa a ponerme un chalcito en las piernas y sentarme en un sofá", dice, en su oficina de la Corporación para la Nutrición Infantil (Conin).

Explica que llegó acá a fines de los 80, después de formar la Escuela de Medicina de la UDP. Ya había dejado el INTA y como consideraba que ya no necesitaba sueldo, se instaló en Conin, donde es presidente ad honórem.

-¿Por qué seguir trabajando a los 92 años?

-Son muchos los motivos, uno de los principales es que siento que es trascendente lo que estamos haciendo. Chile ha sido el único país de Latinoamérica que logró superar la desnutrición infantil, hacer el diagnóstico y generar las condiciones para solucionar el problema. De aquí en adelante hay que seguir con otros programas. Ya no hay más desnutridos y ahora estamos en una asociación con los hospitales convencionales del sistema de salud y eso me motiva.

Monckeberg termina su explicación y se corrige. Dice que la desnutrición ha vuelto y para mostrarlo invita a conocer la clínica que tienen en Conin. En unas 30 camas atienden mayoritariamente a niños inmigrantes, en su mayoría haitianos, con problemas de nutrición.

Un par de minutos después, se corrige otra vez. Y explica que tiene otra razón para no dejar de trabajar. "No tengo reemplazante. Hay muchos que son capaces, pero Conin es una corporación privada sin fines de lucro y no tiene salarios; y el presidente, que soy yo, tampoco. Tendría que encontrar a alguien que se haga cargo de una tremenda responsabilidad por cero pesos", cuenta, sonriendo.

-¿Qué costos tiene seguir trabajando?

-Al principio uno siente que no es viejo, le cuesta asumir que está envejeciendo. Me doy cuenta en que ya no puedo correr o subir el cerro. Tengo que dar gracias a Dios de que tengo una memoria perfecta, que no he perdido la capacidad de información y que cada antecedente que voy adquiriendo me va enriqueciendo. Físicamente empiezo a resentir, ahora trato de llegar a las 9 o 9:15, cuando antes a las 7 ya estaba aquí. Eso es reciente; ahí te das cuenta cuando la realidad te pone frente a la limitación física y síquica.