No puedo sacarme de la cabeza la imagen de Gabriel Boric siendo humillado por un grupo de personas en plena calle. Claramente está lejos de ser la situación más violenta de todas las que hemos presenciado a través de celulares, canales de televisión o en persona en estos más de dos meses.

Pero como cada uno acarrea sus propios traumas, a mí la escena del diputado, quien de manera estoica recibe escupos, gritos, insultos, líquidos y objetos en plena cara y cuerpo, me conmovió de manera particular. Quise darle un abrazo, entrar en el video y sacarlo de allí, protegerlo. Veía a Gabriel Boric rodeado de cobardes que actúan en masa y no podía evitar entrar en mi cabeza y trasladarme a esa etapa de mi vida, entre tercero y séptimo básico, cuando ni siquiera existía la palabra bullying, y yo era el sujeto en el cual mis compañeros, hombres y mujeres, descargaban en el diferente sus odios, sus inseguridades y sus fracturas. Y lo hacían de todas las maneras creativas posibles.

Fui el hazmerreír del curso hasta que logré convencer a mis padres de que me cambiaran de colegio. Pero la herida quedó instalada. Creo que hasta hoy no he logrado curarme completamente de esos cinco años de agresiones. A cuarenta años de ese período, sigo reaccionando impulsivamente frente a cualquier tipo de agresión que alguien comete contra mí u otra persona.

Vuelvo a ver el video en que Boric es agredido en la calle, en ese espacio público que todos deberíamos compartir sin miedo, a plena luz del día, y quiero interrumpir esa agresión, quiero hablarle a cada uno de esos matones y matonas y decirles que así no se consigue nada en este mundo. Sólo se logra producir y reproducir dolor, mucho dolor, sumar violencia, y que todos quienes hemos sido objeto de estas humillaciones en la vida volvamos a sentir la herida sangrar.

Quiero hablar con un megáfono a todas estas barras bravas, masas de "justicieros" que jamás se atreverían a hacer lo mismo en forma individual si no estuvieran amparados en el anonimato del grupo, para que sepan que cada vez que funan a alguien, a un parlamentario, a un ministro, a un juez, incluso a un delincuente que es víctima de un ajusticiamiento callejero, somos miles los que sentimos el dolor de la víctima, retrocedemos a los rincones más escondidos de nuestra conciencia y sufrimos.

Hay pocas cosas menos cívicas, democráticas y humanas que la funa. Es cobarde, sumamente violenta, peligrosa por las consecuencias que puede tener en el momento (por la reacción) y en forma posterior (por las consecuencias sicológicas).

La palabra funa viene del mapudungun "funan" y significa pudrirse. Cuando funan a Gabriel Boric, no sólo nos están agrediendo a muchos. Están haciendo que nuestra historia republicana, nuestra democracia que tanto costó recuperar, se pudra. La funa es algo que todos, sin excepción, debemos condenar.