Se llama Agata y vive frente a Santa Agata, pero a diferencia de la mártir, cuyos senos fueron amputados por negarse a contraer matrimonio con un noble durante el siglo III, Agata Provenzano Di Arlotta se casó con poco más de veinte años con Piero, el primer y único amor en su vida. Corrían los años 60, pero a pesar de la época y de ser la única hija mujer, se fue a estudiar Farmacia en la Universidad Federico II de Nápoles, a más de 400 kilómetros de casa.
Hoy Agata reside en un palacio justo al otro lado de la calle donde está la catedral de Santa Agata en Gallipoli, y escasos metros separan una fachada de la otra. La residencia, llamada Palacio Pirelli, empezó a construirse en 1584 mientras que el templo data de 1629.
El frontis de este último edificio es un ejemplo del estilo barroco del sur de Italia, pero su particularidad está en los dos estilos que se funden en su fachada. La parte superior presenta adornos florales y decoraciones entalladas en la piedra típica del barroco. En cambio, la sección inferior posee formas lineales y geométricas que le dan profundidad gracias a un juego de luz y sombra. Pese a la diferencia, ambos estilos no se contrastan, sino que le dan armonía a la estructura entera.
La catedral de Gallipoli está justo en el centro del casco antiguo de la ciudad y comparte sus dependencias con el Museo Diocesano, que alberga reliquias de los siglos XVII y XVIII. En sus tres pisos se aprecia la fastuosidad de los objetos religiosos usados antaño para celebrar misa. Auténticos tesoros de oro, plata y piedras preciosas.
En este rincón de Italia, la historia de las familias residentes se mezcla con la de la ciudad. Las casas, los callejones y las plazas conservan una anécdota que completa el mosaico de los orígenes de Gallipoli. En el caso de Agata, el resultado de una vida de estudios, trabajo y amor son 3 hijos, siete nietos y una farmacia, la antigua Farmacia Provenzano, punto de referencia para los gallipolinos. "Luego de 52 años de trabajo con la farmacista de esta ciudad, ahora me dedico a mis nietos y a disfrutar mi casa", cuenta.
Gallipoli, ciudad mediterránea que los griegos bautizaron como Kalè Polis -es decir, la ciudad bella-, es conocida hoy por los italianos como la ciudad del sol, el mar y el viento. Y tienen razón, puesto que en verano se transforma en el balneario de Italia, especialmente de los jóvenes que buscan mar de aguas cristalinas y fiestas en la playa.
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Las estrechas calles de Gallipoli , con sus tonalidades claras, están diseñadas para dirigir a los visitantes hacia el mar. (Crédito: Mariana Díaz)[/caption]
La ciudad está en la región sureña de Apulia y posee una estructura urbana similar a las de otras urbes del Mediterráneo. Coronada por la serenidad del mar, Gallipoli se desenvuelve en callejones estrechos y casas blancas, como las perlas del largo collar que la señora Agata dejó distraídamente sobre la mesa.
La simpleza de las casas se interrumpe con la magnificencia de las iglesias barrocas construidas en su mayoría en piedra leccese, que hace que estas estructuras sean muy diferentes a las del resto de esta zona. Al ser la piedra leccese un material poroso y blando, adornar las superficies era una ardua tarea para los artistas del siglo XVII que optaron por cubrirlas con madera o mármol y sobre eso realizar las decoraciones. A este estilo se le conoce como barroco gallipolino.
Los ritos
La cotidianidad de su gente oscila entre la quietud de un pueblo, a excepción del verano cuando Gallipoli se transforma para recibir a italianos y extranjeros, y el ajetreo de las fiestas patronales, cuando las familias arman en sus hogares altares para celebrar a la Virgen y santos.
Pero así como hay familias que se apoyan en una rígida estructura social envuelta en devoción religiosa que refuerza su pertenencia a la comunidad a través de ritos, hay quienes se salieron del sistema. Es el caso de Rocco, que prefirió no casarse nunca ni tener hijos, consciente de que su ideal de vida era incompatible con un núcleo familiar que incluyera a más de una persona.
"Tengo 66 años y hace más de 40 que me dedico a fabricar objetos de cerámica. Partí siendo un niño haciendo muñecos para pesebres con la cera de las velas. Aprendí a modelar solo y aún estoy solo. Mi amor por la cerámica no me dejó espacio para nada más", cuenta Rocco.
Está claro que su pasión es modelar la greda y poco importa si al final del día sus esculturas se venden o no. Todavía le cuesta ponerle un precio a las piezas que vende y la sobreproducción se deja ver en su taller atiborrado de colores y cerámicas aún por pintar.
Su laboratorio está en Alezio, pueblo a 15 minutos en auto de Gallipoli, a pasos del santuario de Santa María de Lizza. Como si los engranajes de esta ciudad fuesen perfectos, su taller también está a metros del Museo Messapico, que conserva cerámicas de los Messapi, una población prerrománica que dominó estas tierras entre los siglos VI y III a.C.
En el otro extremo de la calle del taller de Rocco se ubica el santuario, una estructura imponente en el punto más alto del pueblo. A lo largo del pasillo central hasta el altar se aprecian los arcos típicos del medioevo y en los muros perduran vestigios de arte bizantino. Paradójicamente, fue la devoción de la gente la que destruyó casi por completo un fresco de Santa Maria Addolorata que data del año 500. Durante siglos los fieles lo tocaron y besaron hasta que la pintura se desvaneció y hoy no queda más que el rostro de la Virgen.
Según los habitantes del lugar, hay un testigo que ha visto crecer esta iglesia y transformarse en base a la época y al poder reinante: un árbol de olivo que, tal como afirman, tendría más de mil años.
Sabores de mar y tierra
Para esta región del sur de Italia, el olivo es fundamental para la gastronomía. Es la base de numerosos platos que saben a familia y tradición.
En el siglo XVI, Gallipoli fue la potencia europea en la exportación de aceite de oliva, que en aquella época se usaba para las luminarias de ciudades como París y Londres. Hasta hace poco, el aceite de la zona llegaba a las mesas de toda Europa, pero en 2010 la mayoría de los árboles se infectaron con una bacteria llamada xylella y la producción disminuyó hasta el 80% en algunas áreas.
Quien visita por primera vez este país europeo puede que no incluya a Gallipoli en la cima de la lista de ciudades a visitar. Roma o Venecia serían las preferidas, pero si lo que se busca es adentrarse en un estilo de vida auténticamente italiano, con la calidez que se espera al viajar a este país, Gallipoli es la ciudad indicada.
La cocina gallipolina se caracteriza por ingredientes frescos, provenientes de la tierra y del mar, con sabor a familia. Un ejemplo es el scapece, plato que pocos saben preparar, ya que su receta la custodian celosamente ancianas que de a poco la han traspasado a los más jóvenes. Mariateresa Manno es una de ellas y nos cuenta que son pequeños pescaditos fritos dispuestos por capas en un recipiente de madera de castaño con pan rallado remojado en vinagre y azafrán. El scapece se conserva así por 45 días.
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Gnocchis con camarones y atún. (Crédito: Mariana Díaz)[/caption]
Del mar también vienen platos como el pez espada a la parrilla con achicoria repasada en aceite de oliva extra virgen. Otro ejemplo de esta tradición que mezcla tierra y mar son los gnocchi con camarones o los ravioli rellenos de rape, un pez que vive en las profundidades del Atlántico. Mención aparte merecen los camarones en salsa de avellanas y los paccheri con salsa de atún en trocitos y queso parmesano.
Pero no todo es pescado, también hay una tradición gastronómica que abarca carnes, pastas y verduras como berenjenas, zapallitos italianos y tomate, aderezadas con albahaca fresca y el infaltable aceite de oliva.
A diferencia de lo que uno pueda pensar, es una cocina simple. Así lo demuestra la pasta hecha a mano con agua y harina. De tal masa se hace una pasta típica de esta tierra conocida como orecchiette, que se llama así porque su forma parece la de una oreja pequeña.
Esos atardeceres
El centro histórico de Gallipoli está estructurado para que las callejuelas lleven al mar y en las tardes de verano la brisa marina se cuela por sus pasadizos. El casco antiguo es un islote conectado a la parte nueva con un puente y en uno de los extremos está el castillo de Gallipoli, cuya torre más antigua alberga un museo.
Tal como Agata Provenzano Di Arlotta conserva recuerdos de su familia en una casa donde cada objeto tiene una historia, Gallipoli protege sus tradiciones con el mismo celo que sus habitantes observan los ritos religiosos, en una ciudad que en la antigüedad era conocida como la perla del mar y donde cada atardecer tiene un color distinto.
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Atardecer en Gallipoli (Crédito: Mariana Díaz)[/caption]