Es sábado por la mañana y el cielo de fines de febrero en las afueras de Estocolmo se ve gris. Hace frío, pero Greta Thunberg (16) no se inmuta y cepilla pacientemente a Freyja, una yegua islandesa que vive en un establo familiar. "Es como un masaje", le dice esta adolescente autista a una reportera de The New York Times, a quien también le cuenta que cuidar de Freyja y cabalgar le ayuda a calmarse. Son esos minutos de paz los que le permiten lidiar con su inesperado rol de líder de un masivo movimiento juvenil que se ha propuesto salvar al mundo del desastre ambiental que amenaza su futuro.
Greta es pequeña para su edad, producto de una depresión severa que hace unos años la llevó a dejar de comer. El bullying que vivió cuando era aún más joven también la afectó y hoy prefiere estar rodeada de adultos y animales en lugar de niños de su edad. Tampoco se ríe mucho y hasta hace poco sólo hablaba en público cuando lo consideraba necesario. Por eso le cuesta enfrentar su estatus de activista con fama global: "Toda mi vida he sido invisible, la chica que está en la parte de atrás y no dice nada. De un día para otro, la gente me escucha. Ese es un contraste muy extraño", explicó a The New York Times.
Sus trenzas y su mirada intensa comenzaron a hacerse conocidas en agosto del año pasado, justo cuando Suecia se acercaba al fin de un verano abrasador: en algunas zonas del país el termómetro llegó casi hasta los 35°C y los incendios arrasaban los bosques. Para Greta, las altas temperaturas y las llamas eran pruebas poderosas y evidentes del inexorable calentamiento del planeta. Sin embargo, a su alrededor sólo veía la indiferencia de la sociedad y la poca voluntad de los políticos para adoptar medidas que reduzcan efectivamente las emisiones que contribuyen al cambio climático. Ante ese futuro ominoso, simplemente decidió que ir al colegio no tenía sentido y salió a la calle a manifestar su molestia.
El 20 de agosto, Greta se sentó callada en las afueras del Parlamento sueco. Sólo llevaba una botella de agua, una mochila con libros, algunos snacks y un cartel escrito por ella: "Huelga escolar por el clima". Su inspiración provino de los alumnos de la escuela estadounidense Stoneman Douglas, quienes en marzo de 2018 organizaron una protesta en respuesta a un tiroteo que dejó a 17 jóvenes muertos. Casi un millón de estudiantes abandonaron las aulas por varios minutos y guardaron silencio, pero Greta no tuvo tanta convocatoria: "Intenté lograr que la gente me acompañara, pero nadie se interesó. Así que tuve que hacerlo por mí misma", señaló a la revista Rolling Stone.
Pero no estuvo sola mucho tiempo. Luego de una semana de huelga, periodistas de Suecia e internacionales ya habían notado su presencia y se agolpaban a su alrededor. Ella sólo les entregaba panfletos con su mensaje: "A menudo los niños no hacemos lo que ustedes nos dicen. Hacemos lo que ustedes hacen. Y ya que a los adultos les importa una mierda mi futuro, a mí tampoco me interesa. Mi nombre es Greta y estoy en noveno grado. Me rehúso a ir a la escuela". Pronto se le sumaron decenas de transeúntes que la acompañaban durante el almuerzo y hasta los líderes de los partidos políticos se detenían a conversar con ella.
Luego de tres semanas de faltar a clases, Greta volvió a la escuela. Pero sigue haciendo huelga cada viernes y hoy su presión constante se ha vuelto un fenómeno mundial. Desde 2018, estudiantes en casi 300 ciudades de países como Estados Unidos, Uganda y Japón se han unido a su protesta conocida como #FridaysForFuture (#ViernesPorElFuturo). De hecho, a fines de enero más de 30 mil estudiantes belgas dejaron sus clases por algunas horas; y ayer se efectuó una protesta global con actividades en más de 90 países, entre ellos, Chile.
"Nunca imaginé esta reacción. Es bastante loco", señaló Greta a Rolling Stone. Su protesta logró que la invitaran a dictar una charla TED que ya ha sido vista más de un millón de veces en internet. Y en diciembre participó en la cumbre del cambio climático de la ONU en Polonia, donde trató con dureza a dignatarios mucho mayores que ella: "Ustedes no son lo suficientemente maduros para decir las cosas como son. Incluso esa carga nos la dejan a nosotros".
Esta semana también fue nominada al Premio Nobel de la Paz por tres parlamentarios de Noruega. Pero ella no pierde de vista una lucha que para ella no tiene matices: "Es blanco o negro. No hay grises cuando se trata de la supervivencia. O continuamos como civilización o no lo hacemos. De una u otra forma tenemos que cambiar", escribió en una columna en The Guardian. Un llamado a la acción que también ha sido respaldado por los científicos. Por ejemplo, esta semana más de 12 mil investigadores de Alemania, Austria y Suiza firmaron una carta de apoyo a Greta y su ejército juvenil: "La gente joven exige correctamente que nuestra sociedad priorice la sostenibilidad y la acción climática sin más titubeos. Sin un cambio profundo, su futuro está en peligro", dice la misiva.
Peter de Menocal, oceanógrafo y paleoclimatólogo de la Universidad de Columbia, concuerda con el alzamiento adolescente. El científico suele dictar charlas a los jóvenes estadounidenses que hoy están siguiendo los pasos de Greta y su diagnóstico es rotundo: "Nunca subestimen a los niños", señala a Tendencias. "Los políticos no deberían pasar por alto que todos ellos son futuros votantes e hijos de gente que hoy puede influir con su sufragio".
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La niña sueca incluso ha sido figura de diversos carnavales en Europa. | Foto: AFP[/caption]
Luchadora impensada
Greta es la mayor de dos hermanas y creció en Estocolmo. Ella y Beata han sido diagnosticadas con autismo, déficit atencional y otros desórdenes que sus padres abordan en el libro Escenas del corazón. Para la joven, su huelga también ha sido una oportunidad de mostrarle al mundo el potencial activista de las personas como ella: "Veo el mundo de una manera un tanto diferente, desde otra perspectiva. Tengo un interés especial. Es muy común que la gente con un espectro autista tenga un interés especial", comentó a The New Yorker.
Esa preocupación comenzó a manifestarse cuando tenía ocho años. En ese entonces estudiaba piano, ballet y teatro. Le iba bien en su escuela y veía documentales sobre el hielo que se derrite en el Ártico y la desaparición de los osos polares. Pero a diferencia de otros niños que olvidaban esas escenas en minutos, ella no lo hizo: "Esas imágenes se me quedaron pegadas en la cabeza", contó a The New York Times.
El destino del mundo y las presiones de la preadolescencia le pasaron la cuenta. Cuando tenía once años cayó en una depresión tan severa que dejó de comer y bajó diez kilos. Salir de ese agujero le tomó meses y sólo lo logró gracias al cuidado y la atención de su familia.
Sus padres son el actor Svante Thunberg y Malena Ernman, una famosa cantante de ópera. Primero, Greta los convenció de que dejaran de comer carne. Luego los volvió veganos, aunque la niña admite que su mamá sigue comiendo queso a escondidas. "De noche, para que no la vea", confesó a The New York Times. Otro triunfo ocurrió en 2016 cuando persuadió a su madre para que dejara de volar, como una forma de protesta contra las emisiones de los aviones. La artista sacrificó su carrera internacional por su hija y junto a su marido instalaron baterías solares en su casa y empezaron a cultivar sus propios vegetales.
"Greta nos mostró artículos y empezamos a leer más sobre el cambio climático y me impactó todo lo que no sabíamos. Me impresionó mi propia ignorancia y la de la sociedad", señaló Svante Thunberg al diario The Strait Times. Hoy él y su hija viajan por Estocolmo en bicicleta; Greta se mueve por Europa en tren y la familia tiene un auto eléctrico que usan cuando es necesario.
Konrad Steffen, glaciólogo y director del Instituto Suizo de Investigación sobre los Bosques, la Nieve y el Paisaje, ha seguido de cerca las protestas inspiradas por la joven sueca. Para él, la masividad de los actos ha sido una agradable sorpresa: "Los niños son nuestro futuro. Ellos no se están yendo simplemente a huelga, sino que están protestando por un mundo mejor y merecen ser escuchados. Me encanta que Greta haya tenido el coraje de encarar a los soberanos del mundo. Mientras más niños sigan su ejemplo, más rápido podremos contar con leyes que efectivamente frenen las emisiones de gases invernadero", afirma a Tendencias.
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Greta, con su cartel de huelga escolar en un acto en Hamburgo, Alemania. | Foto: Daniel Reinhardt/ DPA[/caption]
Batalla sin fin
El movimiento liderado por Greta surge precisamente cuando el clima entrega señales muy preocupantes. En enero, un estudio de la U. de California en Berkeley estableció que los océanos se calientan a un ritmo 40 por ciento más rápido de lo que se creía. Además, hace unos meses el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) informó que en sólo doce años las temperaturas globales ya podrían elevarse 1,5° C por sobre los índices de la era preindustrial.
"Países como Suecia necesitan empezar a reducir sus emisiones en al menos un 15 por ciento al año si consideramos la igualdad o justicia climática, un principio claramente establecido en el Acuerdo de París. Y eso es sólo para que permanezcamos por debajo de la marca de los 2° Celsius, meta que aun así generará miseria para mucha gente y ecosistemas del mundo", escribió Greta en The Guardian.
Aunque su insistencia ha sido alabada por jóvenes, científicos y ONGs, algunos políticos no han reaccionado bien. Por ejemplo, tras la primera gran huelga escolar en Gran Bretaña, la primera ministra Theresa May se quejó que la acción "desperdiciaba las horas de clases". En su cuenta de Twitter @gretathunberg, donde acumula casi 250 mil seguidores, la adolescente respondió sin clemencia: "Quizás ella tenga razón. Pero los líderes políticos han desperdiciado 30 años con su inacción. Y eso es un poco peor". Algo similar escribió cuando el ministro de educación de Australia amenazó con sancionar a los alumnos y profesores que perdieran clases: "Ok. Lo escuchamos. Y no nos importa. Su declaración pertenece a un museo".
Wolfgang Cramer, director del Instituto Mediterráneo de Biodiversidad y Ecología en Francia, es uno de los autores de los reportes del IPCC. También ha salido a defender a Greta frente los usuarios de Facebook que se burlan de su autismo o que la acusan de ser un títere de los adultos que la rodean. Aunque el científico admite que aún el movimiento no logra que se adopten compromisos más estrictos, señala que sí está cumpliendo un rol clave.
"El rol de los niños y adolescentes no es el de tomar el lugar de los negociadores y discutir reducciones específicas de las emisiones. Su papel es alertar a toda la sociedad de la urgencia de esta crisis y mostrarnos lo inadecuadas de las actuales políticas", asegura a Tendencias. Una opinión que los seguidores nacionales de Greta comparten. Valentina Chavarría tiene 17 años, estudia en el Liceo Bicentenario Ciudad de Los Ríos de Valdivia, y tras enterarse del movimiento por redes sociales hoy es embajadora de Fridays for Future en Chile, organización que está activa en 32 ciudades.
"Es vital exigir como estudiantes un futuro seguro en el cual vivir, ya que las medidas de nuestros gobiernos para ayudar al planeta no son suficientes. No estamos advirtiendo sobre una futura crisis, porque la crisis ya está: el hambre, la sequía, climas extremos, deforestación, extinción de flora y fauna", asegura Valentina. Para combatir ese deterioro, decidieron que toda la publicidad para los actos de ayer se realizara "vía online, ya que una tonelada de papel implica la tala de 15 árboles y el consumo de 250.000 litros de agua".
Hoy Greta evalúa tomarse un año sabático para dedicarse por completo al activismo. Y si la invitan, cree que podría ir en barco a la cumbre climática que la ONU hará en Nueva York a mediados de año. Todo para no contribuir al oscuro futuro que avizoró en su columna de The Guardian: "Si vivo hasta los 100 años, estaré viva en 2103. A menudo los adultos no piensan más allá de 2050. Para entonces, en el mejor de los casos, no habré vivido la mitad de mi vida. Lo que hagamos o no hagamos ahora afectará toda mi vida y la de mis amigos, nuestros hijos y sus nietos".