Desde la azotea de uno de los nuevos hoteles boutique de Antigua se ve un espectáculo tan hipnótico como aterrador. Un volcán escupe lava sin parar, a pocos kilómetros de distancia, pero nadie sale corriendo. En esta ciudad, uno de los poblados coloniales más bellos del continente, vivir con los volcanes es parte de su larga historia de casi 500 años.

El volcán de Fuego, nombre más que apropiado para sus 3.673 metros de altura, es una de las atracciones de esta villa situada a 45 kilómetros de Ciudad de Guatemala, la capital. La montaña humea y escupe lava permanentemente. A pocos les preocupa.

Declarada en 1979 Patrimonio Cultural de la Humanidad, basta caminar un par de cuadras para darse cuenta de que uno se encuentra en un lugar irrepetible, con edificaciones barrocas, calles adoquinadas, iglesias y monasterios plagados de obras sacras del siglo XVII y XVIII. Eso, además de los mentados volcanes.

Identidad propia

Sus principales vías están llenas de turistas, sin embargo, de alguna manera, este fenómeno no ha aplastado la identidad local. Como tampoco pudo hacerlo la sangrienta colonización española. Las raíces mayas siguen vigentes en los rostros, atuendos típicos, artesanías y mercados de la ciudad. No es raro escuchar a alguno de sus habitantes hablando con otro y no entender nada. Hay 24 idiomas que reconoce oficialmente Guatemala: 22 son de origen maya, con una data de más de cuatro mil años.

El inglés ha sido el último idioma adoptado a este mejunje lingüístico. Viajeros provenientes de otros países lo hablan cuando se encuentran bajo el arco amarillo de Santa Catalina, una de las postales obligadas de Antigua, o en los románticos miradores del cerro de la Cruz, o en el interior de las artísticas iglesias San Francisco, La Merced o la Catedral de Santiago.

Esta última se ubica en el Parque Central, la plaza principal, donde hay ancianos descansando a la sombra, palomas y una hermosa fuente de agua. Otro punto que merece conocerse es el mercado al final de la calle 3 Poniente. Ideal para comer de manera barata y popular platos como pepián, hilachas, revolcado, adobado, carne asada, caldo de res o gallina y chiles rellenos.

Cuando llega la noche, la cara de Antigua cambia. Decenas de bares, restaurantes y lugares para el baile se llenan de jóvenes turistas que se emborrachan como si el volcán de Fuego realmente fuera a explotar en dos minutos más. Mono Loco, Tarritos, Reilly´s o Cashbah están entre los favoritos. La "caña" se pasa al otro día con el magnífico café guatemalteco.

Atitlán, lago famoso

Un "chicken bus" sale lleno, demasiado lleno, rumbo al lago Atitlán, el más conocido de Guatemala. Es como la micro que maneja Otto, el chofer de los Simpsons, pero enchulada. Es el más popular medio de transporte en Guatemala.

En vez de asientos individuales, poseen bancas en que entran tres, cuatro o cinco personas donde originalmente irían dos. Pero es la única oportunidad real de trasladarse con pobladores locales, viajando por pequeñas comunidades donde se respira una Guatemala más auténtica que en Antigua.

Panajachel es el principal pueblo del lago Atitlán. La pequeña urbe está llena de colores, restaurantes y barcos que zarpan hacia alguno de los poblados ribereños. A esas villas con nombres de santos, donde la más famosa es San Pedro la Laguna. Pero nuestro primer destino es San Marco la Laguna

Desde allí se ven los escenográficos volcanes Toliman, San Pedro y Atitlán. Son lo último que se observa antes de saltar desde un trampolín de roca y caer 15 metros para zambullirse en las tibias aguas del lago.

El pueblito de San Marcos es silencioso y de largas calles con un aura mística, estilo Valle del Elqui. En las noches no hay carrete, sino que clases de yoga, reiki o masajes: acá viene la gente que se quiere desconectar del mundo. Desde su pequeño embarcadero, el cual es también un punto ideal para ver el amanecer, se pueden esperar las lanchas que van al vecino pueblo de San Pedro, preferido de mochileros y famoso por sus bohemias noches. En medio de empinadas laderas, la vida del pueblo se mueve en torno a un mercado callejero de animales vivos, flores, ropas y frutas que son llevados por hombres y mujeres ataviados con sus trajes tradicionales, mientras varios tuk-tuk -esas populares motocicletas asiáticas que llevan hasta dos personas en un carrito- intentan cruzar acrobáticamente.

El yin-yang es intenso: música electrónica que sale de los bares frente al lago se entrecruza con personas que llevan cargas de leña o gallinas colgando. Los zapatos con gore-tex conviven junto a sencillas alpargatas de tela. Hay pescadores con sus redes filmados por go-pro.

Los botes en el lago Atitlán no salen después del mediodía. La tarde le pertenece al Xocomil, un viento tan fuerte que provoca remolinos en la superficie del agua y hace zozobrar las embarcaciones.

Colores en Chichicastenango

Nuevamente es un "chicken bus" el que une, muy temprano en la mañana, a Panajachel con Chichicastenango, pueblo donde el sincretismo cultural descrito llega a su máximo esplendor. Chichi -como le dice todo el mundo- es uno de los máximos hitos turísticos y pueblo fundamental en la historia maya, ya que aquí se encontró el Popol Vuh, especie de Biblia precolombina y que luego fue traducida al español por un sacerdote dominico.

Son las 9 AM del domingo y el mercado de Chichicastenango, el más famoso de Guatemala, lleva pocas horas abierto. Este día y los jueves es cuando la actividad es mayor, porque los pobladores de las localidades vecinas traen sus productos para comerciar.

El colorido es total. Las prendas típicas como el "huipil" -las camisas femeninas y masculinas-, faldas o fajas son bordadas a mano y en cada uno de sus diseños representan la historia de sus villas, historias familiares o posición social, como en un lenguaje cromático. No es barato y regatear se hace necesario como una forma de socializar y por amor al bolsillo.

El centro neurálgico del mercado es la iglesia de Santo Tomás. Floristas copan sus escaleras y feligreses esparcen inciensos en enormes tarros en la antesala de la misa que se celebra puertas adentro y que posee una especial característica: es oficiada en quiché, la heredada lengua maya por los pobladores de Chichi.

Asistir al culto es meterse en una tradición de más de cuatro siglos, en la que es imposible sacar fotos y en que todo este sincretismo, religioso y pagano, se debe guardar en la memoria. Parece una película de época o un documental de Nat Geo, al igual que en las afueras, donde la gente se arremolina entre máscaras talladas y ropa súper colorida, mientras enjutos hombres cargan enormes bultos colgando en la espalda y sostenidos por correas en la cabeza.

Pasadas las 3 de la tarde, el mercado se apaga lentamente. Los "chicken bus" se comienzan a llenar de pocos turistas y muchos locales, que vuelven a alguno de los pueblos tradicionales de la zona central de una Guatemala que tiene mucho para descubrir y que se niega a que se acabe el mundo. Aunque lo hayan dicho, presuntamente, los propios mayas.