Son tiempos difíciles para ser optimista respecto de nuestra humanidad, tanto a nivel global como local. Demasiada rabia, polarización y populismo. Demasiada gente gritando para ser escuchada y eligiendo extremos desde los cuales vociferar. Escribo mientras camino por el recién reabierto Paseo Metropolitano del Parque Metropolitano y es, en este tipo de lugares, en conexión con nuestra naturaleza y con nuestra geografía, cuando recupero esa calma, esa serenidad que cada vez se vuelve más escasa.
Aunque entiendo la necesidad de algunos de usar las paredes de la ciudad como libro abierto para expresarse, más que nunca busco espacios sin ruido, sin rayados, sin parlantes, sin funas, sin diferencias odiosas. Camino un día lunes por la Quinta Normal, casi vacía, más verde que nunca gracias a las lluvias de este año, y vuelvo a sentir que hay espacios públicos de esta ciudad que son extraordinarios, perfectos para la contemplación y el encuentro con la naturaleza.
Me enfrento a un gomero que debe tener más de un siglo, que está en el Jardín del Tíbet del Parque O’Higgins, y tengo nuevamente una epifanía con la flora de uno de los tantos parques que admiro de esta ciudad. Recorro el Cementerio General, que también fue reabierto (así como varios de los otros lugares que menciono), y la ciudad de los muertos le da mucho más sentido a mi vida que cualquiera de las tendencias (antes se llamaban Trending Topics) de Twitter.
Es muy cierto que nuestra capital es una ciudad dramáticamente segregada, pero también es verdad que Santiago posee una variedad geográfica constituida por cerros isla, una precordillera con la que limitan diez comunas urbanas y una gran cantidad de parques, que constituyen una fantástica posibilidad de vivir el presente con mayores dosis de felicidad, lugares donde muchas veces la gente desconocida se saluda, donde suele haber mejor comportamiento cívico y donde la animosidad desaparece por un rato.
Subir a la cumbre del cerro Renca, conocer el Pochoco, caminar al Salto de Apoquindo en el Parque Natural Aguas de Ramón, llegar a la cumbre del Provincia, caminar por el cerro Blanco, volver a visitar el cerro Santa Lucía (tiene acceso limitado por el momento), pararse en el Anfiteatro Pablo Neruda del Parque Metropolitano, hacer cumbre en el Manquehue, caminar por el Santuario de la Naturaleza Yerba Loca, subir las curvas que llevan a Farellones y disfrutar los diez grados menos de temperatura que hay allá arriba en verano, conocer el Pucará del cerro Chena, disfrutar del paisajismo del Parque de La Familia, recorrer los tajamares que se despliegan por el Parque de los Reyes, asombrarse con la belleza de los parques André Jarlan y Pierre Dubois en la comuna de Pedro Aguirre Cerda. Todas esas opciones pueden servir para inyectar una cuota de optimismo, para brindar un paréntesis de plenitud, para desconectarse de las malas vibras que merodean tan cerca de nuestras vidas. Necesitamos calma. Y nuestro territorio, generoso y sorprendente, está allí para darnos una mano.