Nuestra paz sólo es interrumpida por una mirada punzante que sentimos mientras descansamos en el segundo piso de una de las cabañas de la Pousada de Cabloco. En el tope de una palmera, que enfrenta al gran caudal del río Parnaíba, una enorme iguana nos inspecciona imperturbable a través de una ventana abierta.
Es febrero y estamos en la ilha das Canárias, a 4.390 kilómetros, sobre el océano Atlántico, de las muchísimo más famosas islas Canarias que están en España, cercanas al continente africano. A diferencia del archipiélago ibérico del mismo nombre, acá hay poquísimos turistas. Aún escasamente conocida hasta por los propios brasileños, es cosa de tiempo para que este anonimato turístico llegue a su fin y la pacífica vida de la iguana mirona se vuelva más agitada.
Esta isla Canarias es parte de un gran archipiélago de 80 islas que se encuentran en la desembocadura del río Parnaíba, una de las cuencas más importantes de la zona septentrional del Brasil y que recorre 1.485 kilómetros hasta desembocar al mar. Este delta tiene una relevancia ecológica elemental: es el hogar de 2.700 km2 de manglares, un frágil ecosistema compuesto por árboles y arbustos que se han adaptado a aguas saladas y que son fácilmente reconocibles por sus elevadas raíces que traspasan la superficie del río y que conforman el hábitat de centenares de especies animales.
En la isla de Rosilene
El delta es parte de la "Ruta de las Emociones" que une a Jericoacoara –la playa más famosa del estado de Ceará- con los Lençois Maranhenses, el campo dunar más grande de Sudamérica. En medio de un extenso recorrido de 430 kilómetros totales, está la ciudad de Parnaíba, en el estado de Piuaí, en la que viven 150 mil personas.
Una de ellas nos sonríe insistentemente en la parada del bus que va desde el centro de la urbe hasta el pequeño Porto dos Tatus, distante a 10 km, desde donde salen las lanchas a la isla. La sonrisa es de Rosilene, una mujer de unos 40 años, pobladora de la principal villa de Canarias y que no tarda en presentarse y convertirse en una improvisada guía. Rosilene habla sin parar y nos asegura, en medio de risas, que cada ser humano que ella conoce es "una óptima persona".
La lancha se llena y 15 minutos después llega a la isla. Daniel, el dueño de la Pousada da Cabloco, nos da la bienvenida. Su emprendimiento es uno de las cuatro que hay en la localidad de poco menos de dos mil habitantes dedicados, preferentemente, a la pesca y a la extracción del cangrejo. En sus caminos de arena no hay autos, sólo un puñado de cuatrimotos que llegaron junto con los primeros turistas europeos que "descubrieron" el lugar hace pocos años.
Vientos permanentes le han dado parte de su incipiente fama entre los fanáticos del "kitesurfing", el resto se debe a su esplendorosa naturaleza que motivó decretarla en 1996 como área de protección ambiental y que ostenta dunas que llegan al mar, igarapés –pequeños ríos que corren entre las islas- y manglares. Daniel se encarga de contarnos que hay distintas visitas guiadas para la observación de yacarés, capibaras, monos capuchinos y guarás, unos pájaros tan rojizos que cuesta creerlo.
De ostras y dunas
Cuesta creer que sea febrero y que seamos los únicos turistas. La isla cuenta con cinco poblados en sus 32 km2 de extensión. A Canarias -el punto de llegada desde Parnaíba-, se le suman Caiçara, Torto, Passarinho y Morro do Meio. Ninguno de ellos tiene calles con nombre, sólo se conocen los lugares por sus iglesias, negocios o algún punto distintivo que le permita ser nominado. Se vive tranquilamente, todo el mundo se conoce y los pueblos son más fáciles de recorrer desde que llegaron las cuatrimotos.
Capaces de llevar hasta cuatro personas a la vez, sus pilotos son hijos de pescadores que se están reconvirtiendo en los nuevos guías de Canarias. Filho, un joven de 20 años, nos pasa a buscar. Nuestro objetivo es cruzar toda la geografía insular con destino a Morro do Meio. Siguiendo los consejos de Daniel, a quien se le iluminaban los ojos adelantándonos el viaje, iremos a ver la "revoada dos guarás", que es cuando estos pájaros rojos vuelven para dormir cada atardecer.
Rosilene, nuestra sonriente anfitriona isleña, es parte de la tripulación. Al pasar por ella, somos convidados a conocer su humilde casa, en la que en vez de camas hay hamacas. Su madre, doña Miroca, de 85 años y con una sonrisa más amplia que la de su hija, se transforma rápidamente en uno de esos entrañables personajes que marcan la memoria viajera. Rosilene está maquillada. Es la primera ocasión en la vida que cruza su natal isla.
No hay señales ni letreros en el camino que indiquen dónde ir, sin embargo, Filho nos lleva con seguridad hasta Torto, una villa muy pequeña al costado de un igarapé. Venimos acá para probar la sopa de ostras que hace Seu Antonio, otro gran dato de Daniel.
Sin polera y rodeado por decenas de botellas de cerveza y cachaça, nos recibe contento. Su mujer es la encargada de cocinar el mítico plato que se prepara mientras él va hacia un artesanal muelle y levanta a pulso las mallas con ostras de cultivo. La sopa merece repetición y múltiples elogios. Antonio recalca que es famosa por ser afrodisíaca.
Continuamos la ruta con un sol castigador en medio de la nada. Decir ruta es sólo una palabra. La intuición es la que lleva a nuestro guía, ya que no hay huella a seguir y el vehículo demuestra su utilidad al surcar ríos y pantanos con relativa facilidad. El paisaje se vuelve a cada kilómetro más seco, hasta desembocar en unas grandes dunas que limitan con el Atlántico. Rosilene sonríe a más no poder, nunca había estado acá e inaugura la visita rodando por las laderas de arena como una niña, para terminar coronada con un baño de mar.
Pájaros de fuego
Morro do Meio está a cinco minutos de distancia de las dunas y no aparece ni siquiera en Google Maps, no obstante, su único negocio-bar-posada tiene internet. Estamos en un lugar remotísimo compuesto por una decena de casas de pescadores, a las cuales Filho, nuestro chofer, llegaba caminando desde la villa Canarias para hacerles clases a los niños de la comunidad, hace unos años.
Atardece y Raimundo, el dueño de la posada y de la lancha, nos lleva navegando al encuentro de los guarás. Saliendo por un brazo del río, la naturaleza se desborda de colores: a la derecha las dunas iluminadas por el sol, mientras a la siniestra surgen los manglares con una intensa gama de verdes, en que sus raíces parecieran largos dedos que emergen sobre el agua. Algunas veloces aves acompañan el trayecto de la lancha anunciando la sinopsis de lo que vendrá.
Tras 20 minutos de travesía, unos pequeños islotes van reuniendo un puñado de embarcaciones llenas de turistas con las cámaras listas. Un enorme árbol solitario se transforma en el centro de las miradas. Rosilene no para de hablar, está nerviosa y transmite sin parar, pero Raimundo le pide silencio. No sabemos bien dónde mirar, hasta que su dedo indica un punto lejano que pareciera como si se incendiara un pedacito de cielo.
Son las 5 PM. Una veintena de guarás (Eudocimus ruber) se prepara para aterrizar. Mucho más rojos que los flamencos, su coloración se va acentuando con la edad y se debe a la pigmentación de los cangrejos y crustáceos de los que se alimentan con su pico curvo, similar al de la bandurria austral.
Como fuegos voladores vienen a toda velocidad hasta desacelerar frente el gran árbol en que se posan con gran estilo. En cosa de minutos se acercan más bandadas desde todas direcciones. El espectáculo es tan rápido como absoluto.
Rosilene sonríe. La verdad es que todos sonreímos y dan hasta ganas de aplaudir, pero el silencio humano impera. Los guarás que van copando el árbol parecen frutos emplumados que graznan sin césar. Cada aterrizaje es diferente, como si fuese una marca propia de personalidad o una secreta competencia de destreza. Pasan infinitos 30 minutos cuando Raimundo se encarga de recordar que es hora de volver. Hay que retomar la cuatrimoto y remontar dos horas de senderos -sólo visibles para los lugareños- para arribar, entrada la noche, en la villa de Canarias.
Al regresar, Daniel pregunta cómo nos fue. Las sonrisas no dan lugar a las dudas. Hemos sido testigo de un milagro de una naturaleza que no teníamos idea que existía en una isla que pocos conocen. La Canarias brasileña ha sido un secreto. Hasta hoy.
Cómo Viajar
Fortaleza o Sao Luis de Maranhao son los puntos más expeditos para efectuar la "Ruta de las Emociones". Hay vuelos diarios desde Sao Paulo o Río. Hay vuelos a Paranaíba por la aerolínea Azul (www.voeazul.com.br) desde Campinas, en el estado de Sao Paulo.
En estas ciudades hay agencias de viajes que proveen del trayecto completo, incluyendo guías, choferes, transporte y estadías. Los precios son altos. De manera independiente se puede efectuar el viaje en bus directo sólo desde Fortaleza y demora nueve horas.
Dormir
Ilha das Canarias: Pousada Casa de Cabloco, con una serie de bungalows completamente adaptados para el descanso, excelente vita, restaurante propio y Wi-Fi. Daniel, su dueño, coordina los paseos turísticos en la isla. www.casadecabloco.com .