La primera vez que Javiera Toro (21) dejó Tocopilla, la ciudad donde nació, fue a los 13 años. Le ofrecieron un lugar en el equipo del Colegio Deportivo de Iquique, seguir cursando séptimo básico en esa escuela y una cama en un departamento donde viviría con dos compañeras mayores de edad. La decisión no era sencilla. Su padre -el ex jugador de Coquimbo Unido y Cobreloa, Iván Toro- no estaba de acuerdo. Pero ella no dudó y partió. "Fue difícil irme a una ciudad desconocida, con gente en la que tenía que confiar porque no tenía otra opción. Pero me ayudaron mucho: ellas me cuidaban, me llevaban al colegio, me alimentaban", recuerda hoy la lateral izquierdo, quien regresó esta semana después de ser una de las figuras de la Roja en el Mundial de Francia.
En Iquique destacó, pero hubo una sorpresa: quedó embarazada a los 15 años. "Me sentí molesta conmigo, porque me quedaba mucho para cumplir mi sueño de jugar en la selección. Pensaba en lo que iba a tener que trabajar para recuperar todo el tiempo que iba a estar parada por el embarazo", recuerda.
Ese año dejó de jugar y volvió a Tocopilla, con rabia.
-¿Cuánto tiempo dejaste de jugar para ser mamá?
-De los 15 a los 16 años. Liam nació en febrero (de 2014) y en marzo yo ya estaba entrenando. Tuve cesárea y se suponía que debía esperar 6 meses, pero me tomé sólo dos y empecé a entrenar con la selección sub 17 de hombres de Tocopilla. Sabía que iba a ser un camino largo para recuperar la condición física y que era más rápido si entrenaba con hombres. Tenía aún el parche de la cesárea y a veces me desvanecía entrenando, pero prefería seguir.
-¿Te costó separarte de tu hijo tan rápido?
-Sí, cuando iba a entrenar mi mamá me acompañaba y lo llevaba en el coche. Después me iba a la casa a cumplir mi rol de mamá. Cuando tenía que viajar a Antofagasta, donde jugaba en una liga de barrio a cambio de plata o de pañales, me costaba dejarlo porque me iba el fin de semana. Pero como era mamá soltera, lo necesitaba.
-¿Cómo lo hacías con temas tan cotidianos como amamantar?
-El pecho lo di sólo un mes, porque sabía que me iba a ir cuando se presentara la oportunidad. Tenía que hacer que mi hijo fuera independiente, así mi mamá iba a poder alimentarlo cuando yo no estuviera. Confiaba que ella iba a cuidarlo bien, eso me dio tranquilidad para poder irme. Fue la mejor decisión.
Primer tiempo
Esa oportunidad de irse llegó en 2016. Recibió un llamado de Palestino, entonces campeón del fútbol femenino; sus padres le compraron un pasaje en bus y 23 horas después estaba en Santiago. Tenía casi 18 años. Al principio, pasó seis meses en la banca, adaptándose. Aunque más difícil fue la adaptación a la ciudad, donde vivía con una familia que le consiguió el club en la población Los Nogales, Estación Central. Cerca de la cancha de entrenamiento.
-¿Cómo fue llegar tan chica a Santiago?
-Aprendí mucho del fútbol y de la vida. Tenía el apoyo de todos en el club, pero sólo de palabra porque tampoco tenían las condiciones para mantenerme. Es un club humilde y yo comprendía que lo poco que me daban era lo que tenían. Por eso lo valoraba mucho, aunque había días en que no tenía dónde dormir o que comía sólo lo que me daban en el colegio: el desayuno y el almuerzo.
-¿Con quién vivías?
-En Los Nogales me apadrinó una familia, pero era complicado porque no los ayudaba económicamente y tuve que soportar a veces malas caras. Ellos eran amigos de mi entrenador (Claudio Quintiliani) y se suponía que tenían que pagarles un arriendo mensual, pero luego en el club se desligaron de eso y tuve que arreglármelas sola. Les dije que si querían me iba, aunque no sabía dónde. A veces no tenía cómo ir a los entrenamientos o ropa para ir al colegio, usaba la que me daban de alumnos que ya habían salido.
-Todo mal…
-No tanto, empezamos a ganar títulos y me llamaron de la selección juvenil. De lunes a miércoles me tocaba entrenar con la selección en el complejo Fernando Riera, ahí podía descansar y alimentarme bien. Así me fui afirmando emocionalmente, porque estaba cansada de pasar estas cosas.
La realidad de Javiera no era muy distinta al resto de las mujeres que juegan en el fútbol chileno. Al cumplir 18, en cuarto medio, Palestino le empezó a entregar un aporte mensual de 50 mil pesos. "Sabía que tenía que mandarle a mi hijo aunque fueran 20 mil pesos a Tocopilla. Le daba otros 20 mil a 'la tía' de la casa donde vivía y me quedaba con 10 mil para la micro y el metro", recuerda. Fue un período itinerante donde la recibieron varias "tías": pasaba un año en la casa de Estación Central, después 6 meses en otra de La Cisterna, luego tres en San Ramón. Hoy vive en La Pintana, cerca de la población El Castillo, con "una tía" que le consiguió su representante, Edgar Merino.
-¿Qué te decían en Tocopilla?
-No le contaba a nadie. Mi mamá me llamaba y le decía que dormía y comía bien. Si le decía la verdad, me mandaba a buscar. Estaba decaída y baja en el peso, pero cuando llegaba a entrenar a la selección todo se me olvidaba y era feliz. Pensaba que algún día iba a ser valorada.
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Javiera Toro, en el partido contra Estados Unidos. Foto: Agencia Uno.[/caption]
Jugando en la Roja juvenil se hizo parte habitual del equipo de sparrings que entrenaba y viajaba con la selección adulta que terminó clasificando para el Mundial de Francia 2019. "Nosotras éramos sparrings, pero entrenábamos de igual a igual con ellas, éramos parte del grupo", recuerda. Así, vivió con sus compañeras la primera vez que el fútbol femenino jugó en el Estadio Nacional, en agosto del 2016 en un partido contra Uruguay. "Ese día sentía que estaba soñando. Me acordaba de Tocopilla, de mi gente, pensaba en donde había llegado y me sentía orgullosa".
-También viajaste al primer amistoso importante, en Francia en 2017. ¿Era muy distinto a la realidad local?
-Sí. En Francia llegamos a un estadio bellísimo, con camarines muy bien equipados, que estaba lleno y con rivales súper atléticas. Fue la primera vez que vi un nivel tan alto.
A principios de 2018, su carrera dio un salto. Santiago Morning se interesó en contratarla con un importante aumento en "el aporte" económico que recibía. Se trata de cifra inferior a un sueldo mínimo (300.000 pesos, aproximadamente), monto que sólo reciben cuatro compañeras de Toro que fueron las primeras jugadoras en firmar contrato en la historia del fútbol femenino chileno. "Ahora todos los meses tengo para enviar a Tocopilla y pagar mis gastos acá", explica.
Son cifras mucho más bajas que las que se ven en el fútbol masculino y tienen mucho que ver con la participación de Toro como embajadora de la campaña "El balón no tiene género", de la ONG Fútbol Más, que busca fomentar la igualdad de sexos en este deporte. "Las jugadoras nos tomamos súper en serio nuestro rol y tratamos de ser lo más profesionales posible, más allá de que algunas no reciban ayuda y de no tener contrato", crítica.
-¿Esto desalienta?, ¿hace que muchas buenas jugadoras queden en el camino?
-No es que las desaliente, sino que muchas veces no tienen otra opción que dejar de jugar porque necesitan trabajar para mantenerse ellas o a sus familias. Es injusto, porque aman este deporte. A mí esos casos me llegan; les digo que crean en sus sueños y me dicen que sí, pero que no les alcanza para llegar a fin de mes o creen que esto ya no va a mejorar. Ver compañeras dejar su sueño es muy triste.
Como embajadoras de la campaña, Toro y otra seleccionada, Fernanda Pinilla, van a barrios y colegios para mostrar que las mujeres también pueden ser futbolistas. "A Javiera la elegimos embajadora por su origen en Tocopilla. Trabajamos allá y conocemos la realidad: todos quieren ser Alexis Sánchez, por eso ella no debe haber tenido ningún referente deportivo femenino. Aún así, se vino a buscar sus sueños teniendo todas las de perder. Nosotros trabajamos la resiliencia y ella es un ejemplo de eso", cuenta Víctor Gutiérrez, cofundador y director ejecutivo de Fútbol Más.
Segundo tiempo
En enero de 2019 Toro volvió a viajar. Fue a Italia, a la ciudad toscana de Empoli, en su debut con la selección adulta que se preparaba para el Mundial. Después representó al país en Barcelona, Holanda y Alemania, en una gira que marcó a las Rojitas: ya no eran anónimas. "Me sentía orgullosa, nosotras éramos las encargadas de masificar el fútbol femenino: la gente ya estaba preocupada de nuestros partidos", dice Javiera.
-¿Cuándo te diste cuenta de esa fama?
-En el último partido de la gira en Alemania. La gente nos pedía autógrafos y fotos en el estadio. Sentí que en verdad éramos importantes.
-Después llegaron al Mundial. ¿Fue un cambio muy radical enfrentar a Estados Unidos, el mejor equipo del mundo?
-Sí, fue un cambio potente. Al terminar los partidos, uno miraba y decía: "wow, adonde hemos llegado".
-Pero quedaron eliminadas. ¿Cómo enfrentaron esa decepción?
-No fue una decepción, el camarín estaba muy orgulloso de estar donde estábamos. No cumplimos el objetivo de pasar la fase de grupo, pero sí cumplimos nuestro gran objetivo: sacar del anonimato el fútbol femenino en Chile y mostrarle a la gente que el fútbol no tiene género.
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Foto: Tim Spurr / Futbol Mas[/caption]
-¿El Mundial cambió sus vidas?
-Un poco. Siempre he andado en micro y metro, y cuando llegamos de Francia al complejo en Quilín, cada una se fue a su casa. Cuando iba a tomar el metro, haciendo mi vida normal, un profe me dijo que no podía, porque me iban a reconocer. Al final pedí un móvil y así me fui. Luego tuve que ir al aeropuerto para irme a Tocopilla y había personas que me reconocían, me felicitaban y me pedían fotos. Es algo nuevo para mí.
-¿Cumpliste tu sueño?
-Nunca quise tener fama, un auto o millones, sólo quería representar a mi país y jugar en un Mundial. Aunque aún aspiro a mucho más, como jugar en el extranjero.
-¿Cómo ve Liam a la mamá ahora que es famosa?
-Él comprende, a sus cuatro años, que la mamá juega fútbol y está en Santiago en la selección. Mis planes de irme al extranjero son un poco para darle una mejor calidad de vida, poder comprarme una casa para vivir con él y nuestra familia, porque siempre hemos vivido separados. Mi sueño es una casa para estar juntos como familia.