“Aló, ¿puedo hablar con Bruno?”.
Rodrigo Contreras se quedó en blanco. Al otro lado del teléfono, una voz infantil le pedía hablar con Bruno, un niño de ocho años, de pelo desordenado, inquieto y curioso, pero que no existe en la vida real, porque es el personaje principal de sus libros de ciencia para niños. “No sabía si seguirle el juego o decirle que Bruno era, en realidad, un personaje de ficción”, cuenta el astrónomo.
“Ya, espérame un segundo”, le dijo.
Entonces, Contreras le pasó el teléfono a su hijo Ismael -de seis años en ese momento- y comenzó a susurrarle algunas ideas para que pudiera conversar un rato con el pequeño lector. “Fue una mentira piadosa”, dice Contreras. Coincidencia o no, cuando este científico y la ilustradora Carolina Undurraga pensaban en crear al protagonista de la saga compuesta por Bruno y el Big Bang y Bruno y la luz, ambos se fijaron en algunos rasgos de Ismael.
“Bruno podría ser perfectamente un personaje real”, dice Contreras. “Con Bruno tratamos de reflejar a todos los niños que son curiosos, que les gusta hacer travesuras y que no les atrae la ciencia necesariamente, pero con pequeños estímulos quiere saberlo todo…”, agrega.
“Pero Bruno también eres tú”, interrumpe Carolina.
“Bueno, Bruno tiene mucho de mí también. Yo era un niño muy estimulable, no me gustaba necesariamente la ciencia, pero si me la empezaban a contar de manera entretenida, me encantaba, y eso ocurre con muchos niños”, responde el coautor.
Esta última apuesta de Rodrigo Contreras y Carolina Undurraga está avalada por el éxito de Bruno y el Big Bang -que va por la cuarta edición- y de Bruno y la luz, cuyos derechos fueron comprados en China, Corea del Sur e Italia.
Según Contreras, quien comparte su tiempo como astrónomo del Instituto Milenio de Astrofísica (MAS) y también como divulgador científico, el actual momento es propicio para contarle historias científicas al público infantil debido a la pandemia. “Hoy la ciencia está en la palestra, los niños se están dando cuenta de su importancia y tenemos que trasmitirles ese mensaje”, afirma.
Además de eso, en el calendario hay un evento astronómico que Rodrigo y Carolina no quisieron dejar pasar: el 14 de diciembre de este año se producirá un eclipse solar total que podrá ser visto desde la Región de La Araucanía y en algunas zonas de la Región de Los Ríos. “Un eclipse es un evento realmente conmovedor”, dice el investigador. “Me parece increíble que seamos capaces de predecir eclipses hasta el año 3.000 y más. Es realmente fascinante y es una tremenda oportunidad para hablar de ciencia con los niños y también con los adultos”, señala.
Precisamente, este evento astronómico es el que le da el nombre al tercer libro de esta dupla: Bruno y los eclipses, que se empezará a distribuir esta semana en todo el país.
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“Este libro no estaba en nuestros planes originalmente”, dice Rodrigo.
Era fines de febrero y, de vuelta de sus vacaciones, Rodrigo y Carolina se juntaron en un work café a tirar líneas sobre los planes venideros. Tenían en carpeta una tercera entrega de la saga que se llamaría Bruno y las estrellas, pero cambiaron el plan.
El entusiasmo que provocó en el país el eclipse solar del 2 de julio del año pasado, que Rodrigo presenció en la zona de Cachiyuyo, Región de Atacama, fue clave en esa decisión, junto con la cercanía del evento de diciembre próximo.
A diferencia de los primeros libros de esta dupla, Bruno y los eclipses es de mayor tamaño, contiene más ilustraciones y más humor, por lo que se asemeja a un cómic de ciencia y a lo que ambos autores hacen en la cuenta de Instagram @brunoyeluniversocl.
Rodrigo: “Hay una complejidad en la manera de contar estos temas para no ‘derretir el mate’ de las personas, que es lo que uno no quiere hacer cuando explica la ciencia, y para incentivar la curiosidad y el interés por seguir leyendo estos libros. Hay que buscar fórmulas, como usar ilustraciones y humor, que le den respiro al texto. Esa mezcla nos ha resultado y acá le pusimos mucho de eso. La Caro trabajó muchísimo para este libro, porque son cientos de ilustraciones. Fue super trabajoso buscar casi una ilustración para cada párrafo”.
Carolina: “Es una edición especial”.
Rodrigo: “Y es una apuesta nueva. No sabemos si los niños van a enganchar con esto. Si les gusta, podemos hacer más libros de este formato”.
Este “piscinazo”, como lo llama Rodrigo por el riesgo que significa atreverse con una nueva apuesta, además tenía una dificultad adicional: sacar el libro en tiempo récord en medio de la pandemia. Rodrigo es papá de cuatro hijos; Carolina es mamá de tres, y las casas de ambos se convirtieron en el colegio de sus hijos este año.
-Se habló mucho del triple rol de las mujeres en esta pandemia, ¿cómo resolviste eso, Carolina?
Carolina: “Fue ensayo y error. Al principio me encerré en mi escritorio con un cartel que decía ‘Por favor, no molestar’, pero no resultó. Entonces hubo que ir dosificando y trabajar a ratos. Cuando Rodrigo me preguntaba ‘oye, ¿y la ilustración de esto?’, yo le decía ‘lo siento, estoy en la tarea de Biología con la más chica, revolviendo la olla con un pie y metiendo la ropa a la secadora con el otro’. Hubo episodios de vértigo en la mitad, sentía que la cabeza no me daba, por eso de verdad fue una labor de la que estoy demasiado orgullosa porque era una pega para un equipo de ilustradoras”.
Rodrigo: “Yo le decía a la Carola ‘ya, estamos listos’, y nada, faltaban como 80 ilustraciones. Le iba mandando de a poquitito y le repetía ‘ya, si con esta terminamos... Bah, salieron otras’, y así iba evitando que se encontrara con la avalancha…”.
Carolina: “¡Super malvado! Me tiraba cinco ilustraciones y yo pensaba ‘ya, estoy lista, ahora me pongo a cocinar para la semana’, y nada, llegaban, seis o siete más”.
Si para los dos primeros libros fueron necesarias alrededor de 70 u 80 ilustraciones, en esta entrega se utilizaron más de 200.
“Para la Caro fue mucha pega”, le reconoce Contreras a su partner. “Fue una gran suerte tenerla; siempre me sorprende con las ilustraciones. Espero que sigamos este proyecto hasta quizás cuándo”.
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Rodrigo y Carolina funcionan como dupla creativa. La fórmula no es que ella ilustre lo que él escribe, sino que utilizan un sistema más colaborativo y de “pimponear” ideas. “Son muchas más las cosas que nos gustan de cada uno que las que terminamos descartando”, dice el astrónomo.
Aunque se conocen hace muchos años -Rodrigo era compañero de colegio del marido de Carolina-, esta sociedad nació en 2016.
El rumbo de Contreras parecía tener un destino sin relación con la ciencia. Pero mientras estudiaba de Ingeniería Civil se le ocurrió tomar algunos cursos electivos de física cuántica y relatividad, lo que hizo que su curiosidad científica despegara. Luego tomó un máster de Astronomía en la UC y mientras se doctoraba en la Universidad de Boloña, en Italia, consiguió un trabajo como guía de turistas en observatorios astronómicos. Ahí aprendió a contar la ciencia como quien relata una historia, creó la cuenta de Instagram @pildorasdeastro para ir ensayando cómo acercarle la ciencia a la gente y comenzó a fraguar la idea de escribir libros de ciencia para niños.
En Europa, Contreras recorría librerías y se iba directamente a la sección infantil, pero nunca encontró nada parecido a lo que tenía en mente.
Mientras tanto, Carolina era profesora de arte y junto a una amiga se había animado a ilustrar un libro sobre el patrimonio cultural de Valparaíso. De regreso en Chile, Rodrigo vio el libro de Carolina y le dijo: “Me encantó tu libro. Tengo una idea que comentarte”.
Rodrigo había tanteado a otras personas para este proyecto, pero no consiguió formar equipo.
“¿Viste? Se alinearon los astros”, le dice Carolina, fiel creyente en la astrología.
“Cuando la conocí, Carolina era un ciento por ciento astrología y nada astronomía”, recuerda Rodrigo, y agrega que “ahora se ha ido equilibrado la cosa y ha ido desarrollando un pensamiento científico. Ya no se saca la suerte, como antes”, asegura.
Carolina no se queda atrás: “Me saco el tarot igual y acá tengo mi cuarzo rosado”, le responde.
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Cuando partieron el proyecto, Rodrigo y Carolina miraron libros de ciencia y buscaron referencias estéticas para ver qué y cómo lo querían hacer. “Nos gustó mucho el formato y el estilo de historias cotidianas de El Diario de Greg, con textos e ilustraciones muy simples”, dice la ilustradora sobre la serie del escritor y dibujante estadounidense Jeff Kinney, quien desde niño fue muy aficionado a los cómics y hoy, gracias al éxito de la saga, es el dueño de una librería especializada en literatura infantil llamada An Unlikely Story en Plainville, Massachusetts, donde actualmente reside.
-¿La manera en que cuentan la ciencia es como les hubiera gustado aprenderla cuando eran escolares?
Rodrigo: “De todas maneras. En verdad, yo me aburría con todos los ramos y no es que no me gustara la ciencia, simplemente no la conocía bien. Pero si quien te comunica el ramo lo hace de manera aburrida o sin pasión, cualquier cosa puede ser fome”.
Carolina: “Me acuerdo que Rodrigo me dijo una vez, ‘si no se entiende, es porque no se explicó bien’. No es que la materia sea muy compleja”.
Rodrigo: “Eso lo dijo Einstein. Si no se lo puedes explicar a un niño de ocho años, es que no lo has entendido. Y ese es el gran desafío que nosotros hemos tomado”.
-En esa línea y por tu formación en arte y no en ciencia, ¿eres el filtro para que se entienda el contenido científico?
Carolina: "Absolutamente. Soy el primer filtro porque si no entiendo las cosas no las puedo dibujar. Hay temas que son super fáciles de entender y que los capto a la primera, pero por ejemplo en este libro cuando me explicó la teoría de la relatividad de Einstein, le dije “pero ¿qué voy a dibujar de esto?, ¿qué es la relatividad general? ¡No!”. Cuando les comento a amigas y amigos del mundo de la ilustración que estoy en libros de ciencia, me dicen ‘¿Cómo te metiste en esto? ¡Qué miedo!’. Claro, causa un poco de temor en una primera instancia, pero es como lo hablábamos antes. Si se explica bien y se entiende, se logra traducir a una ilustración. Además, vamos pimponeando con Rodrigo las mejores metáforas para explicar una idea o buscamos una situación cotidiana que la explique".
Rodrigo: “A los científicos nos cuesta salirnos de ese rincón donde estamos todos los días haciendo lo nuestro y entre nosotros hablamos nuestro idioma. Tenemos un lenguaje propio que lo usamos porque es el más sencillo para entendernos, pero en algún momento uno tiene que disociarse de eso y meterse en el cuerpo de otra persona. A mí me pasa muchas veces que no entiendo las cosas, me ocurre incluso con libros de divulgación científica, entonces trato de mostrar la ciencia de la manera que me gustaría que me la contaran a mí. Yo leía muchos libros de divulgación científica y creo que faltaba algo para un público que no tiene una vinculación con la ciencia”.
-¿Cómo se hace para que un niño hiperconectado deje el celular y tome un libro de ciencia?
Rodrigo: “Es una de las razones por las que usamos tanto humor en este libro y muy pocos tecnicismos. Además, nuestros personajes no son especiales y los niños se sienten identificados. Bruno es un espejo de los niños de hoy, es medio desordenado, le gusta el celular de la mamá... Los niños deben decir ‘Bruno se parece a mí’. Y de repente empieza a aparecer la ciencia de a cuentagotas y los vamos enganchando con travesuras, experimentos y chistes”.
-Gabriel León dice que los niños hacen las mejores preguntas científicas. ¿Están de acuerdo?
Rodrigo: “Yo creo que los adultos podrían hacer preguntas igual de buenas que los niños, pero les da susto, le tienen miedo al ridículo, ese es el problema. Si pones a un adulto y a un niño frente a una explicación de eclipses, el adulto debe tener muchas preguntas, pero le dice al niño ‘oye, pregunta esto’. Está el temor a hacer preguntas tontas y en ciencia no hay preguntas tontas, es lógico que una persona no sepa y no tendría por qué saber. Y claro, a los niños se les ocurren preguntas increíbles, porque preguntan lo primero que se le viene a la cabeza, como cuando me preguntaron si Dios estaba hecho de átomos”.
-¿Qué le respondieron?
Carolina: “¡Imagínate! Tuvimos que hablar con sacerdotes y científicos para ir elaborando una buena respuesta”.
Rodrigo: “Le respondí con una pregunta ‘¿El amor está hecho de átomos?’. Quería entender si lo imaginaba como una persona grande con barba o como algo que sólo se siente nomás. La idea era que él también buscara la repuesta. En ciencia siempre es así, una pregunta te lleva a otra pregunta y eso es lo entretenido que tiene la ciencia. Nunca hay una respuesta definitiva”.