El reloj en Chile marcaba las 3:31 de la mañana y la madrugada de ese 8 de diciembre avanzaba al alero del toque de queda impuesto por la pandemia. A miles de kilómetros, en la ciudad inglesa de Coventry, el ambiente era frenético. En el University Hospital las cámaras captaban el momento en que la primera persona en el mundo recibiría la vacuna contra el Covid-19 elaborada por Pfizer y BioNTech. La elegida fue Margaret Keenan, quien estaba a días de celebrar 91 años: “Este es el mejor regalo, porque finalmente podré pasar tiempo con mi familia y amigos en el nuevo año, tras estar casi todo estos meses sola”, señaló.
Matt Hancock, secretario de Salud británico, incluso señaló que la inoculación era un tributo al esfuerzo global de los científicos: “Hoy marca el inicio del contraataque contra nuestro enemigo común, el coronavirus”. Sus esperanzadoras declaraciones contrastaban con lo que se decía en enero, cuando lo único que los científicos sabían con certeza sobre el coronavirus surgido un mes antes en China era su perfil genético, descifrado por científicos de ese mismo país. Incluso, el famoso inmunólogo estadounidense Anthony Fauci predecía que tomaría hasta 18 meses desarrollar una vacuna.
Pero menos de un año después, el compuesto de Pfizer y BioNTech –que alcanza una efectividad del 95%- ya fue aprobado para su uso en países como Estados Unidos, México y Chile. En tanto, la empresa Moderna diseñó una inoculación que alcanza el 94% de eficacia y que hizo saltar la valoración de la compañía hasta US$ 60 mil millones. A eso hay que sumar otras 17 vacunas concebidas en varios países que están en fase final de pruebas y al menos 85 compuestos preclínicos que están siendo investigados en animales.
Un récord si se considera que la vacuna contra las paperas, que hasta ahora ostentaba la aprobación más veloz, necesitó cuatro años de estudios antes de ser autorizada en 1967. Avery August, inmunólogo de la U. de Cornell que ha estudiado el Covid-19, explica a La Tercera que hay varios factores tras la celeridad en las vacunas contra el Covid-19. El primero alude a que la “investigación básica en vacunas con ARN mensajero –técnica usada por Pfizer y Moderna- ya había progresado hasta el punto en que los científicos podían insertar rápidamente” las secuencias genómicas del coronavirus. Científicos chinos publicaron la primera en enero y cuatro meses después ya había más de 32 mil. “Todo este conocimiento no vino de cero. La ciencia no aparece de un día para otro, es una historia que vamos alimentando poco a poco”, dice Marta Diez, gerente general de Pfizer Chile, Perú, Ecuador y Bolivia, a La Tercera.
Esa empresa y Moderna usaron el genoma del nuevo patógeno para diseñar una molécula llamada ARN mensajero o ARNm. Al inyectarlo en las células, el ARNm les ordena que produzcan la proteína espiga que el virus usa para invadir las células. Ese elemento clave induce una respuesta inmune del cuerpo. En este sentido, Valeska Vollrath, jefa de la unidad de biología molecular del Laboratorio Clínico de Clínica Alemana, destaca la implementación por primera vez de “vacunas desarrolladas por ingeniería genética, es decir, que no son virus inactivados, sino que un fragmento sintético del genoma del virus que es encapsulado en nanopartículas. La síntesis a gran escala de estas vacunas es mucho más rápida, ya que es independiente de los cultivos celulares para generar las partículas virales, las que posteriormente deben ser inactivadas para ser utilizadas como vacunas”.
Además, dice Avery August, muchos científicos que “ya estudiaban virus similares empezaron a trabajar rápidamente en el Covid-19, lo que aceleró su comprensión”. De hecho, BioNTech asignó un ejército de 500 expertos. El inmunólogo añade que las “pruebas clínicas de las vacunas fueron muy veloces en el reclutamiento de voluntarios. Estas normalmente se hacen de manera secuencial, pero todas empezaron al mismo tiempo”. Justin Richner, inmunólogo de la U. de Illinois que trabajó hace unos años con Moderna, comenta a La Tercera que la “colaboración global incidió en el veloz desarrollo de las vacunas. Esto incluye a los investigadores en China que publicaron inmediatamente el genoma viral en enero”. Eso ayudó a que existan 115.000 papers sobre el virus, de los cuales más del 80% son de acceso gratuito.
“Se generó un trabajo clínico donde fue primordial la colaboración mundial, la cual nos incluye desde la ciencia y la medicina chilena”, señala Alexis Kalergis, director del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia y director en Chile del estudio clínico fase 3 de la vacuna Sinovac Biotech (China). El investigador también destaca el financiamiento prioritario por parte de entidades internacionales: “Lo más impresionante es que esto se ha ejecutado sin comprometer el trabajo científico riguroso”.
Por ejemplo, el gobierno de EE.UU. lanzó en mayo la Operación Warp Speed, con el fin de desarrollar una vacuna para administrar inicialmente a 300 millones de norteamericanos. Una de las empresas beneficiadas fue Moderna, que recibió más de dos mil millones de dólares. Y en junio, la Organización Mundial de la Salud junto a instituciones como la Alianza de las Vacunas presentaron COVAX, iniciativa que busca financiar la distribución de dos mil millones de dosis en 2021. Más de 170 países, incluyendo Chile, se han unido.
Kalergis indica que una lección de esta pandemia es que la sinergia ciencia-Estado-empresa-ciudadanía es clave. “Señales muy recientes en esta dirección las hemos recibido desde la Fundación Copec-UC, BMRC y 3M, instituciones privadas que han apoyado nuestra iniciativa de desarrollo de una vacuna nacional para Covid-19. De esta manera, la investigación en Chile sobre vacunas se ha posicionado a nivel nacional e internacional”. Sin embargo, añade, aún falta que el país invierta en la manufactura y producción a gran escala, dado que hoy las vacunas son adquiridas a laboratorios extranjeros que poseen esa capacidad: “Este es un desafío importante”.