En 2013, Antonio Briones y Rosa Rodríguez, de la editorial Ventana Abierta, les propusieron a la actriz Bélgica Castro y al dramaturgo Alejandro Sieveking hacer un libro sobre su vida en pareja. "Queríamos contar la historia de Bélgica y Alejandro a partir de fotografías y ellos aceptaron. Nos juntábamos todas las semanas en su departamento de calle Santa Lucía y nos iban contando su historia en conversaciones", recuerda Rodríguez.

Esas reuniones partieron a inicios de 2017, pero el 25 de agosto de ese año Bélgica Castro sufrió una caída antes de subirse a un taxi a la salida del edificio donde vive con Sieveking. No era un día cualquiera: ese mismo 25 de agosto él había sido anunciado como Premio Nacional de Artes. Después del accidente, la actriz, quien hoy tiene 98 años, no volvió a ser la misma y se hicieron evidentes los efectos de una demencia senil que hasta ese entonces se había mostrado tímidamente. Hoy Sieveking (85) no le hace el quite al diagnóstico: su pareja desde hace 63 años tiene alzhéimer.

"Cuando partimos el proyecto la historia la contaban los dos. Después de que ocurre el accidente, Alejandro termina contándola solo", explica Rosa Rodríguez. El resultado de ese trabajo tendrá unas 200 páginas y aparecerá el próximo año bajo el título de Bélgica y Alejandro, dos vidas para el teatro.

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Bélgica Castro, en 1949, trabajando en los radioteatros de la BBC de Londres. Foto: Archivo Alejandro Sieveking.[/caption]

Hoy Alejandro Sieveking dice que prefiere proteger a la mujer con quien se casó en 1962. Un ejemplo es esta entrevista que iba a realizarse en el departamento de la pareja, pero a petición del dramaturgo se hizo a pocas cuadras, en el café Mosqueto. "Siempre pensamos que la memoria en el libro iba a ser de dos voces. Traté de hablar con la voz de ella en cierto sentido, porque yo no sabía nada que ella no supiera. Nunca tuvimos secretos", dice el autor de La remolienda, mientras se toma un café expreso, se come un pedazo de torta tres leches y cuenta cómo es recordar de a uno una vida que se vivió de a dos.

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El libro narra la historia de amor de Castro y Sieveking desde su prehistoria: la llegada de sus familias a Chile desde España y Alemania, respectivamente. "Parte con los padres de Bélgica, con cómo llegó su abuela a Brasil", dice Sieveking y luego explica la entrada en escena de su familia: "Mi papá y mi mamá eran personajes de una película de Greta Garbo. Mi hermano era el hijo bonito y yo, el estúpido. Todo muy cinematográfico y terrible".

Como buen libro que recopila escenas y momentos, éste es un compilado de recuerdos. Uno primordial es el primero que tiene Sieveking de Bélgica Castro, el que como era de esperar transcurre en un teatro. El autor de Parecido a la felicidad recuerda esa época de fines de los 50, cuando arribó a Santiago para estudiar arquitectura en la Universidad de Chile. "Al llegar me hice adicto al teatro. Iba a todo lo que no había en Talca", cuenta. Esas salidas lo llevaron a ver a Castro en obras del Teatro Experimental.

El dramaturgo se detiene en un papel que le vio en una de las primeras obras a las que asistió: ella interpretaba a Sonia, en El tío Vania, de Chejov. "Tenía una cosa que no tenía nadie: parecía no estar haciendo ningún esfuerzo para proyectar su voz en el teatro, parecía que se deslizaba, se veía preciosa. Me 'enamorisquie', como decía, porque me enamoré del personaje, sabía que era una actriz. Después la vi en Doña Rosita la soltera y en The living room. No estoy seguro del orden, tendría que revisar los álbumes", dice Sieveking.

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En la obra "Un sombrero de paja de Italia", donde trabajaron por primera vez juntos. Bélgica Castro aparece con un globo a la izquierda. Mientras que Sieveking es el actor alto con un sombrero en las manos. Foto: Archivo Alejandro Sieveking.[/caption]

Los álbumes a los que se refiere son los mismos que dieron origen a esta historia. Unos 15 cuadernos de fotos que ha ido recopilando desde que él partió haciendo papeles menores en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, en la que se enroló después del primer año de arquitectura, y a los que fue sumando a Bélgica -también Premio Nacional de Artes, en 1995- con el paso de los años. A esos registros tuvieron acceso los editores Rodríguez y Briones para un libro que hicieron sobre Víctor Jara, uno de los grandes amigos de la pareja. Después de revisarlos se dieron cuenta de que a través de la vida de Bélgica y Alejandro podían contar una parte importante de la historia del teatro en Chile.

"Los álbumes son una especie de hoja de ruta y me he dado cuenta de que sirven para ver los procesos. Tienen fotos y datos de maquillajes, repartos y otras cosas que a uno se le olvidan después de tantos años", explica el dramaturgo, que no tuvo hijos en común con Castro, que los ayuden a reconstruir sus recuerdos mutuos.

-Imagino que revisitar tantos años debe contener cierto proceso de introspección.

-Uno trata de encontrarles sentido a las cosas cuando pasan, pero después al recordarlo con su connotación del momento es mucho más difícil. Piensas "le di mucha importancia a esto y poca a esto otro".

-¿Fue más difícil contar esta historia siendo el único que la recuerda?

-Sí, pero no puse nada que ella no hubiera puesto. Lo revisé y todavía me queda por revisar. Como uno escribe, se da cuenta que se ha saltado etapas o cosas importantes o cosas insignificantes, pero decidoras. O, de repente, sueltas cosas que creías que no ibas a contar porque todos iban a pensar que estás loco.

-¿Es una responsabilidad muy grande el recordar por los dos?

-No, la responsabilidad que siento es la de no olvidar algo importante y de ser lo más exacto posible. Creo que he cumplido; a veces tú quieres mucho a una persona, tuviste conversaciones largas y proyectos con ella, y por eso te sientes un traidor si no las mencionas. Es muy difícil priorizar qué es lo que debe ir para satisfacer el corazón de las amistades.

-¿Es abrumadora esa carga?

-Es fácil cometer una injusticia cuando hablas de cosas del pasado; te puedes dejar llevar por un entusiasmo pasajero o, sencillamente, olvidar. Eso después se transforma en remordimiento y en una sensación de espanto, pero lo tienes que superar porque no tienes una memoria incalculable.

-¿Alguien lo ha ayudado en este proceso?

-Es que de la gente que me podría haber ayudado quedan pocos sobrevivientes.

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Sieveking (arriba) y Castro (abajo), junto a Luis Barahona y Anita Klesky, en el afiche de un café concert en Costa Rica. Foto: Archivo Alejandro Sieveking.[/caption]

Varios de esos rostros, más otros que ya han fallecido, aparecen en los álbumes de fotos, los libros de la memoria de Sieveking. Ahí, entre su vida junto a Bélgica Castro –que incluye el escándalo por la relación de una profesora de teatro con su alumno 13 años menor, el autoexilio de la pareja en Costa Rica y el retorno al país en los 80-, están muchos de sus grandes amigos que figuran como nombres esenciales del teatro chileno. Esa lista incluye a Luis Barahona, Ana González, María Cánepa, Pedro de la Barra, Anita Klesky, Tomás Vidiella, el fotógrafo Luis Poirot y el mismo Víctor Jara.

-Con tan pocas personas que colaboren con su labor, ¿cómo sostiene estos recuerdos?

-Tratando de ser claro y no exagerar. No quedándome con cosas como las cámaras que perdí en Europa, que era una manía que tenía y que no le interesa a nadie. Poniendo solamente lo que estoy seguro y las cosas realmente importantes.

-¿Cuáles son esas cosas importantes?

-Quienes fueron amados y por qué. Por qué teníamos ese amor por unas personas y otras que nos caían tan bien no aparecen en el libro. Soy muy malo para rendir homenaje a los muertos, pero estoy seguro que si no lo hago, otros sí lo van a hacer.

-¿Se pueden mantener a raya los recuerdos?

-No se puede, debes ponerlos, nomás. Ahora, seleccionar entre dos momentos no se puede, sencillamente cortas sin pudor las partes que consideras inútiles, personales o que no te dicen nada. Aunque también te puedes equivocar.

-¿Le da miedo equivocarse en esto?

-No, hace tiempo que ya no. Trato de no equivocarme, que es distinto. Hago todo lo posible, pero sé que es imposible evitar ser distinto a como uno es. No quiero aparecer mejor de lo que soy, pero peor o injusto tampoco. Eso es lo peor que le puede pasar a alguien al hacer un libro.

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No todos los recuerdos colectivos de Sieveking son alegres. "En traumas teníamos competencia con la Bélgica", cuenta, y reconoce que los dos tuvieron una etapa escolar que califica como infame y que eran los feos de sus familias. Que en Talca todas estaban enamoradas de su hermano y que el padre de Bélgica -un anarquista gallego que la bautizó en homenaje a la resistencia de ese país a la invasión alemana en la Primera Guerra Mundial- no la dejaba salir a fiestas. "Éramos los traumados, los que habían recibido las cuchilladas. Pero no hacíamos gala del trauma, sencillamente sabíamos que había que mejorarse. No había que hacer una historia de eso", opina Sieveking y deja un pedacito de torta, que nunca comerá, sobre el plato.

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Bélgica y Alejandro, en los 80, después de que volvieron a Chile después del exilio. Foto: Archivo Alejandro Sieveking.[/caption]

Dentro de esos momentos de los que se tuvo que sobreponer, Sieveking menciona los fallecimientos de los dramaturgos Luis Alberto Heiremans y Jaime Silva. "Cuando Tito (Heiremans) se murió quedamos bastante huérfanos y después cuando partió Jaime (Silva) volví a quedar huérfano, aunque el súper padre era Víctor (Jara). Fue una cosa de luto, de sufrimiento explícito, de declaración de orfanatos múltiples", dice.

Sieveking había conocido a Jara en la Escuela de Teatro y su muerte le impactó profundamente. "Hubo un tiempo en que era capaz de hablar de Víctor, pero no podía ver ninguna fotografía suya ni oírlo cantar. Escuchar su voz me era imposible. Me ponía a llorar. Tenía un trauma, ya no era tristeza, era una catástrofe que me caía encima", dice el autor de varias obras dirigidas por Jara, como Ánimas de día claro y Parecido a la felicidad.

-¿Usted cree que los traumas dificulten recordar o hagan olvidar?

-Es que de los dolores insoportables no te puedes olvidar, te olvidas de dolores que están detrás de ese dolor grande y olvidas esos momentos.

-¿Alguna vez se imaginó que iba a tener que contar solo todas estas historias en común?

-Claro, si soy autor. No es un proyecto que tengas después de los 50 años, es algo que tienes cuando las cosas recién ocurren. Por los 30 años pensaba escribirlo algún día, porque ya las palabras se habían convertido en algo parecido a una acción.

-¿Hoy se siente el depositario de la memoria de los dos?

-No, yo sé que conozco a la Bélgica mejor que nadie la ha conocido nunca ni la conocerá jamás, pero no. Eso es algo que no me enriquece, porque es algo vivo. En la memoria te acuerdas de las cosas violentas: si estás sentado, pasa una niña en bicicleta y la atropellan, lo recuerdas muy nítidamente porque es algo espantoso. Es terrible porque es algo quieto, donde tienes tiempo para pensar mucho y tratar de sobrevivir. A mí me pareció una opción muy atractiva morirme después de que se muriera la Bélgica. Me parecía que hiciera lo que hiciera estaba muerto. Hoy pienso que estoy muerto en un sentido, pero que puedo hacer cosas todavía. No he abandonado el mundo, el mundo me ha retenido.

-¿Esto lo dice por cómo viven hoy con la enfermedad de ella?

-Sí, yo ya no puedo sufrir, pero eso no implica que me ría. La felicidad y la risa son parecidas. La felicidad es una cuestión muy amplia, imposible de describir. Yo he sido feliz y tengo la conciencia clara de que eso no puede durar eternamente.

Sieveking explica que esta idea de la muerte ronda las últimas páginas del libro, por eso cree que tiene que estar presente en él. "Toda historia tiene un final", dice. Quizás por eso aún las está puliendo. Considera que llegan de manera muy repentina y eso no lo tiene satisfecho. "Es muy difícil escribir el final, porque tengo que terminar en un momento en que nuestras vidas siguen. Tenemos distintas intensidades de vida, ella es como tres personas y yo tengo que acostumbrarme. Lo he hecho, pero al mismo tiempo tengo la sensación de estarme muriendo", comenta, repitiendo la idea.

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Foto: Pablo Sanhueza[/caption]

En este escenario hoy Sieveking reparte su tiempo entre escribir, jugar con Aliosha -el gato que sospecha tiene propiedades telépatas- y atender a su mujer, tarea que comparte con Cecilia, la enfermera que los cuida a ambos. "¿Sabe lo que pasa cuando ella no me reconoce?", pregunta el dramaturgo, y luego él mismo se responde: "Es como cuando uno dice: 'Pucha, tenía que hacer una cosa, ¿qué era?'. Esa sensación es la que pienso que ella tiene cuando me desconoce".

-¿Y cómo es ser olvidado?

-Cuando pasa el tiempo y uno está expuesto a eso siempre, es como que se acaba la mitad pero no todo. Ella es una persona que está en paz. La enfermera dice que es su paciente con mejor carácter. Parece que con el alzhéimer la gente se pone muy violenta, tira cosas y le pega a las enfermeras, pero ella es muy amable y tiene un don natural. Entonces, algunos días me reconoce y me habla. Son momentos bien luminosos y especiales, siento como que se iluminara especialmente para una escena.

-¿Le da miedo entrar en ese estado y empezar a olvidar?

-Sí, además que me ha pasado desde chico. Tengo un alzhéimer infantil. Tengo olvidos y eso me asusta un poco, pienso en que ojalá me muera antes de que me dé fuerte.

-Es difícil cerrar una historia que está inconclusa como la de ustedes. ¿Quién cree que lo va a terminar de hacer? ¿Los libros de historia?

-Creo que va a pasar como ocurre en la realidad. Los actores pasan, se olvidan, a menos de que estén ligados a un director. Nuestra existencia cuando estemos sumamente muertos va a depender del hecho de que una obra mía sobreviva. Puede que sea el genio más genio o un frívolo del montón que no captó su época. Quizás le he achuntado en algún momento o la historia de nosotros le dice algo a alguien y la usa para contar otra historia. Quizás alguien cuente la historia de una profesora que se acostó con un alumno o quizás se olvidan y cuentan la historia de una alumna que se enamora de un profesor, que voy a ser yo.

-¿Qué es el recuerdo a estas alturas de la vida?

-Significa que tienes menos puertas que atravesar, menos luces rojas que evitar y más facilidad para huir.

-Y, al final, ¿cómo termina esta historia que está escribiendo?

-No me acuerdo.