La última novela de Zadie Smith (1975), Tiempos de swing, comienza con una protagonista que, para huir de algo que el lector desconoce, se refugia en la charla que un cineasta está dando en el Royal Festival Hall de Londres. En una pantalla, el director proyecta un extracto de la película Swing Time (1936), con Fred Astaire, y mientras el bailarín más famoso de Hollywood baila tap a un ritmo imposible, la mujer de golpe vuelve a su infancia: esa era su cinta favorita, que la llevó a obsesionarse con la danza y la llevó, ya de adulta, a trabajar en el mundo del espectáculo. Al poco rato, al mirar otra vez la escena en YouTube, cae en cuenta: Astaire tiene la cara pintada de negro, es la caricatura de un afrodescendiente. Ella, de piel oscura, hija de una jamaiquina y un inglés, nunca lo había notado, pero es así, mirando a los otros, reflejándose en los ojos de los demás, que uno llega a entender lo que es.

La protagonista -cuyo nombre no se sabrá- tendrá ese tipo de revelaciones varias veces a lo largo de la historia. Descubrirá su falta de femineidad y la influencia de su madre feminista cuando conozca a Tracey, su coqueta mejor amiga; se dará cuenta de que, aunque en Inglaterra llevó la vida de una niña negra de clase trabajadora, en África, continente que visitará junto a la estrella del pop con la que colabora, es vista como una blanca privilegiada.

Tiempos de swing, quinta novela de Smith, una de las escritoras más importantes de su generación, es un cuestionamiento sobre la identidad racial, de género, de clase; es un relato sobre la forma en que una mujer se construye a sí misma a través de la infancia y adultez de una londinense que es criada en el feminismo y termina trabajando para Aimée, un trasunto de Madonna, y que crece reflejándose en la imagen femenina de Tracey, su compañera inseparable.

La historia tiene ciertos ecos biográficos, en parte, porque la propia autora es hija de un matrimonio interracial y porque también quiso dedicarse a la danza y ser actriz de musicales. Por un tiempo, de hecho, cuando estudiaba en Cambridge, fue cantante de cabaret para juntar dinero, y según ha contado, cuando era niña y veía en las películas mujeres negras acompañando a pianistas blancos, soñaba con ser como ellas. Todos sus libros tienen algo personal, y en particular, del escenario en el que creció -el noroeste de Londres, al que le dedicó su trabajo anterior, NW (2012)-, pero Tiempos de swing es su experimento más personal. No es azar que sea su primera novela en primera persona.

-Para mí, la primera persona hace la escritura mucho más fría, fundamentalmente porque no simpatizo mucho conmigo misma. Lo sé porque traté de hacerlo antes de escribir NW, pero abandoné el intento porque todos los que leían los textos me decían: "¡Son tan carentes de sentimientos!". Cuando decidí hacerlo en Tiempos de swing, era justamente eso lo que me gustaba. Siempre se espera de las mujeres, primero, que sean muy sentimentales, y segundo, que sean incapaces de lograr una mirada distanciada de ellas mismas. Quería una narradora que fuera insensible, un poco perversa y distante de sí misma- explica Smith desde Nueva York, donde vive hace una década.

Mientras trabajaba en la novela, se fue dando cuenta de que las preguntas que se estaba haciendo -cómo ser mujer, cómo criar en el feminismo, cómo conciliarlo o no con la femineidad- tenían que ver también con su hija Katherine, niña de 8 años que, según contó en W Magazine, pasaba demasiado tiempo mirándose al espejo. El consejo que le dio hizo noticia en varios medios del mundo. "Se lo expliqué así: estás perdiendo el tiempo, tu hermano no va a malgastar su vida haciendo esto", le advirtió, y le impuso una regla para el futuro: si maquillarse le toma más de 15 minutos, entonces que no lo haga. Se trata de un asunto de igualdad en relación al tiempo de los hombres, pero en esta era de feminismos mediáticos y diversos, hay que entender de qué tipo de igualdad se está hablando, aclara Smith, criada por una feminista radical, como la madre de la protagonista en la novela.

-Creo que el problema con la primera ola del feminismo es que sólo se podía concebir la igualdad en términos de semejanza, pero es posible manifestar diferencias, incluso diferencias biológicas fundamentales, mientras simultáneamente se insiste en la igualdad. En los años 70 y 80 nos dijeron: son iguales a los hombres, son exactamente lo mismo, por lo que mencionar la manera en que el tiempo funciona en el cuerpo de la mujer y que es distinto al de los hombres, es una afrenta a la idea de la igualdad. Cuando era niña, incluso mencionar la palabra "menopausia" era defraudar a las feministas- cuenta la autora, que también es ensayista, académica en la Universidad de Nueva York y columnista en el New York Review of Books.

Tiempos extraños

Cuando debutó con la novela Dientes blancos (2000), con apenas 25 años, Smith tuvo que lidiar con la fama y con las etiquetas que le colgaron -el libro fue un best seller y quedó como la retratista del Londres multicultural de comienzos del siglo XXI-, al mismo tiempo que empezó a enfrentarse a las presiones en torno a la maternidad que toda mujer recibe, más cuando se tiene éxito. Al quedar embarazada, recuerda, algunos colegas le dijeron que tener hijos le iba a quitar tiempo de escritura y hasta podía hacerla perder su lugar en el medio literario, y ese dilema histórico de los feminismos -ser o no ser madre- está presente en Tiempos de swing: la progenitora, que sueña con ser dirigente política, parece estar siempre planeando su escape de la vida familiar, mientras que la protagonista, de frentón, decide no tener hijos.

-En la novela escribe: "La impresión más temprana que conservo de mi madre es la de una mujer tramando una huida, de mí, del propio papel de la maternidad". ¿Qué opina de esa vieja idea que opone feminismo y maternidad?

-El hecho de que las mujeres son fértiles por un período más breve que los hombres es un hecho esencial, y una verdadera feminista radical debería trabajar para crear estructuras sociales que armonicen con la vida de las mujeres en vez de hacerlas volverse locas. (La escritora) Hilary Mantel trató de hacer esta observación. Todo, la vida escolar, la vida universitaria, la vida laboral, está construido en torno al tiempo biológico de los hombres. ¿Y si las mujeres no fueran penalizadas por tener hijos cuando es más fácil tenerlos; es decir, cuando son jóvenes? ¿Y si fueran a la universidad más tarde o más temprano, o sus vidas laborales estuvieran organizadas de manera distinta? Mantel intentó hacer esas preguntas y la vetaron. Creo que son preguntas feministas. Se trata de observar las estructuras sociales y reconocer cuántas de ellas han sido diseñadas en torno a las necesidades y deseos de los hombres.

-Ser una mujer es un trabajo, una performance de género, como lo sugiere en el libro. ¿Cómo cree que ha cambiado ese "trabajo" desde su infancia hasta hoy?

-Vivo en Estados Unidos y lo que veo es una tremenda diferencia en comparación con mi infancia. Recuerdo fiestas de cumpleaños llenas de niños y niñas, pero las fiestas de cumpleaños a las que va mi hija son segregadas sexualmente: la idea de que haya un niño es considerada rara. Los juguetes son específicos para cada género, la ropa, las conversaciones, los programas de televisión, la música. Soy una nostálgica, por supuesto, pero me parece que los años 90, al menos en Inglaterra, eran un período de muchísima más fluidez o, al menos, de manifestaciones de género más amplias. Es contraintuitivo, porque se podría pensar que el movimiento transgénero se trataría sobre la ampliación de las expresiones de género. Pero algunos de sus representantes más famosos, como Caitlyn Jenner, están comprometidos con una idea de femineidad que hubiera encontrado represiva en los 90. Son tiempos extraños.

-Después del caso de Harvey Weinstein hubo una suerte de explosión, una catarsis que permitió que mujeres de todo el mundo tomaran mayor conciencia del machismo, de la violencia y de la desigualdad a la que están sometidas. ¿Qué opina de los tiempos históricos que se viven hoy en relación al feminismo?

-Es algo generacional, y a los 42 años estoy justo en el límite. Escucho a las mujeres jóvenes y sus opiniones y escucho a mujeres mayores, también. No puedo hablar sobre el tema en términos generales, porque cada caso que ha sido expuesto es diferente y una de las cosas que aborrezco sobre las "catarsis" generalizadas es cómo los detalles se vuelven irrelevantes. Los detalles son importantes para mí. Pero siento, sobre todo, que sólo quiero escuchar. Para alguien como yo, que nunca ha sido objeto de acoso sexual de ningún tipo, mi primera tarea es entender cuán frecuente es aparentemente esto, incluso si nunca me ha pasado. Por lo mismo: escucho.

-Escribir sobre la infancia es un acto de nostalgia. ¿Tiene que ver con un afán de recordar su pasado o más bien con ser testigo del presente de sus hijos?

-Un poco de las dos. Más que nada quería recordar "cómo llegamos acá". La tecnología, las ideas políticas, las relaciones personales. Y quería hacerlo todo a través de una historia personal, una suerte de avatar, vaciado de toda característica particular. Al comienzo no lo conecté con el hecho de ver a mis propios hijos, pero imagino que algo de mi familiaridad con las niñas de 8 años en el presente viene de que vivo con una.

-En la novela insiste en la idea de que la personalidad se crea en relación a los otros y en un contexto determinado: usted nació en un Londres multicultural donde siempre se la consideró una mujer negra, pero ha dicho que en países como Marruecos o Bangladesh la han tratado como una local. ¿Hasta qué punto cree que la globalización y la inmigración en masa están ayudando a romper mitos en torno a las identidades nacionales?

-Las identidades nacionales claramente son mitos y accidentes de nacimiento; lo que es más interesante es cómo estamos entendiendo la raza de las dos formas: como un mito y como uno de los factores determinantes de nuestra realidad. Es muy importante tener ambas ideas en mente. No hay una base genética para la raza (la comunidad genética más diversa está en África misma), pero nacer negro en Compton, Los Ángeles, va a decidir cada aspecto de tu vida. La lección es que las cosas no tienen que ser reales para ser poderosas, pero el aspecto optimista de eso es que nos hemos atado no con verdades esenciales, sino con historias, y las historias pueden ser cambiadas. Ése es el trabajo de los escritores, pero también el de todo ciudadano interesado en crear narrativas de libertad en vez de narrativas de opresión.

Tiempos de swing

Autora: Zadie Smith

Editorial: Salamandra

Páginas : 672

Precio: $22.350