Aunque no es el parque más grande ni el más antiguo de Santiago, el Parque O'Higgins es uno de los espacios públicos vitales de la capital. Sus casi 77 hectáreas, el simbolismo que implica ser el lugar elegido para la Parada Militar hace dos siglos, las cuatro décadas que lleva ahí Fantasilandia, las miles de personas que asisten a los conciertos del Movistar Arena y los nueve años ininterrumpidos del festival Lollapalooza generan una suma de factores que implica que prácticamente no hay santiaguino que no haya visitado al menos una vez este lugar.
Eso hace que el parque sea uno de los íconos de la ciudad, un sitio del que todos nos sentimos un poquito dueños, un espacio querido, así como también un hito metropolitano altamente sensible a la depreciación y al desgaste que se ha ido evidenciando hace mucho tiempo.
Inaugurado en 1873 por el intendente Benjamín Vicuña Mackenna como Parque Cousiño, ya que fue una donación de Luis Cousiño, recién en 1971 se le modificó el nombre por el que conocemos actualmente. Hecha esta pequeña introducción, vamos al punto. En el año 2022, Fantasilandia dejará de ocupar las 6,5 hectáreas en las que se emplaza. Además, en 2023 se realizarán los Juegos Panamericanos en Santiago y uno de los espacios clave para esta competencia deportiva será justamente el Parque O'Higgins. Es decir, en un plazo de 12 meses ocurrirán dos eventos que son una tremenda posibilidad para mejorar las condiciones actuales de este espacio público.
¿Qué problemas tiene hoy el parque? En pocas palabras, falta de financiamiento. En vez de estar administrado por el Ministerio de Vivienda y su potente brazo dedicado a los parques -institución conocida como Parque Metropolitano (que gestiona 23 parques, entre los que está el que le da el nombre)-, está administrado por la Municipalidad de Santiago, que además debe ocuparse del parque Quinta Normal y del cerro Santa Lucía. Como casi todos los municipios de Chile que deben hacer frente a la manutención de un gran espacio verde, en este caso de una bestia de 770 mil metros cuadrados, no hay bolsillo que aguante. Ni siquiera con los arriendos que significan eventos como la Fórmula E o Lollapalooza, que probablemente nunca habrían llegado a este parque si no fuera por la necesidad económica.
Esa falta de dinero se traduce en varias cosas: espacios de dudosa calidad como los museos y el acuario que tiene el parque (sí, hay dos minimuseos: el Paleontólogico de Chile y el del Huaso); importantes zonas que debieran estar verdes, pero que están secas; falta de guardias, mínima infraestructura de servicios como cafés y espacios gastronómicos, lugares como el Jardín Chino que tuvo que estar cerrado por años debido a los desórdenes y destrozos. Todo esto sumado a la "expropiación" de espacio público que ha sufrido el parque en beneficio de la Universidad Bernardo O'Higgins, Fantasilandia y el Movistar Arena.
¿Por qué entonces los dos eventos que ocurrirán en los próximos años son una gran oportunidad? Porque implican una posibilidad concreta de recibir, al mismo tiempo, inversión en infraestructura del Estado (Panamericanos) y casi siete hectáreas para reconvertirlas en espacio público (Fantasilandia). Sería un doble impacto del Estado chileno en este parque tan significativo: quedar como anfitrión de lujo con la infraestructura que se desarrolle para las disciplinas deportivas en el lugar y, al mismo tiempo, que esas obras se piensen como aporte concreto para los habitantes que luego las utilizarán y disfrutarán.
Fundamental es que se elija una zona del parque que hoy está entre las más deterioradas. Además, la salida de Fantasilandia permite crear un espacio que sea intocable en términos de actividades privadas, un lugar donde los vecinos y los santiaguinos sientan la palabra parque con mayúsculas en cada centímetro. Una zona sagrada de contemplación y tranquilidad.
La pelota está dando bote. No perdamos la oportunidad de que esto sea un golazo para Santiago.
Rodrigo Guendelman es periodista, fundador de @santiagoadicto y conductor de "Santiago Adicto" en Radio Zero.