Tras unos diez minutos recién iniciada la caminata, Víctor Cordero (39) se da vuelta y dice: "¿Viste que se te olvidó?". Estamos en medio de montañas andinas que parecen salidas de una postal de la Patagonia, y el paso previo por la central hidroeléctrica San Andrés -último punto poblado del recorrido- ya se había borrado de la memoria.

Todas esas máquinas creadas por los humanos y enclavadas a unos 60 km de San Fernando, se olvidan rápido al caminar por la cordillera de los Andes, que es estas latitudes luce potente entre contrafuertes, laderas de granito y grandes glaciares que -aún con el calor- se mantienen como herencia de otros tiempos. Aparte del grupo de viajeros que dirige Víctor, el resto es todo naturaleza, una tan semejante a la de Torres del Paine y que, sin embargo, queda a solo dos horas y media al sur de Santiago. No hay nadie acá.

Todo el cordón montañoso de la sección oriental de la Región del Libertador Bernardo O´Higgins ha pasado de largo por el ojo turístico que busca lugares cada vez más lejanos. Tal vez sea ese uno de los motivos que provoca que caminemos en soledad, en medio de la morrena del valle que se dirige rumbo al glaciar Universidad, "la formación de agua congelada más grande después de Campos de Hielo Sur", cuenta Víctor.

Tras unos diez minutos recién iniciada la caminata, Víctor Cordero (39) se da vuelta y dice: "¿Viste que se te olvidó?". Estamos en medio de montañas andinas que parecen salidas de una postal de la Patagonia.

Bandadas de piuquenes (Chloephaga melanoptera), aves de la familia de los gansos, vuelan soberanas y libres en las cercanías del torrente del río del Azufre que pareciera desconocer de sequías y cambios climáticos. Sin embargo, el glaciar Universidad ha visto reducida su superficie de 20 kilómetros en casi un 10% en el período 1976-2013. El calor estival acá se hace notar. No hay árboles ni sombras sobre los 2.500 metros sobre el mar.

Corazón glaciar

Tras dos horas de caminata sin grandes desniveles y flanqueados por las Torres del Brujo -un enorme e ignoto sitio para escalada-, Víctor anuncia la llegada al glaciar Universidad. A lo lejos se vislumbra esa especie de alfombra alba que cubre las cumbres de los Andes. Cubierto por una superficie ocre de tierra movida durante eras por vientos y lluvias, el Universidad se camufla justo frente a la vista de los novatos.

Poco se ve de sus 80 metros de espesor promedio y 1.600 millones de metros cúbicos de hielos que se presumen que tiene, menos aún se sabe que junto a los vecinos glaciares Mañke, Cipreses y Cortaderal, conforman una de las riquezas más desconocidas de la zona central: litros y litros de agua dulce. Manuel Mira, el segundo guía de la expedición, se interna en un boquerón de una caverna de hielo. Desde afuera no se ve nada. La oscuridad interior contrasta con la luminosidad del mediodía; a los pocos segundos avisa que es segura.

Tal vez sea ese uno de los motivos que provoca que caminemos en soledad, en medio de la morrena del valle que se dirige rumbo al glaciar Universidad, "la formación de agua congelada más grande después de Campos de Hielo Sur", cuenta Víctor.

Todo el grupo entra en el corazón del glaciar. Una bóveda azul cincelada por una perfecta erosión de miles de años, han horadado la enorme estructura de varios metros de largo. Hay orificios-ventanas con vista a la cordillera y miles de goteras que caen sin cesar en una melodía ignota. Es como un portal donde el tiempo pierde sentido. Dentro, la gruta milenaria luce en su gélida techumbre piedras que quedaron suspendidas desde un tiempo prehistórico y que, más pronto que tarde, volverán a ser parte de las rocosas laderas de los cerros.

De paso se transforma en la única sombra en kilómetros a la redonda, sitio para recomponer energías, comer alguna cosa y beber las aguas que forman los ríos que irrigan todo el valle de Colchagua y son parte integral de los vinos que de allí salen. De hecho, a toda esta zona montañosa se le denomina como Alto Colchagua.

La pausa sirve para afrontar una hora de ascenso en morrena, la parte más extenuante del trayecto, pero que recompensa el esfuerzo con una impresionante vista de la laguna San José y del río homónimo. Víctor, que trabajó como guía una década en Torres del Paine, dice: "No le tiene nada que envidiar a Patagonia".

El descenso se hace lento, entre grandes rocas, con terreno pedregoso, el cruce del caudal del río San José haciendo equilibrio y la larga caminata rumbo al estacionamiento lateral de la central de paso de esta hidroeléctrica que anualmente aporta al Sistema Interconectado Central (SIC) 132 GWh.

Aunque el hechizo de la naturaleza indómita termina ahí, cuando subimos al auto persiste esa sensación de que el trekking al glaciar Universidad está llamado a ser uno de los grandes lugares para visitar el 2020.

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Mirador sobre la laguna cordillerana San José, vecina al glaciar Universidad.[/caption]

Río de los Cipreses

En la Región de O'Higgins se da rápida esa sensación de sentirse felizmente perdido en la naturaleza. A menos de 50 kilómetros de Rancagua rumbo este, se encuentra la única área silvestre protegida de toda esta zona: la reserva nacional Río de los Cipreses y sus 36.882,5 hectáreas de bosque esclerófilo, cañadones al río de los Cipreses, montañas y glaciares.

Jorge Salvo, guardaparques con look de leñador, está acá desde 1997 y dice que nunca había visto una sequía así de larga. Esta extensa zona de quillayes, peumos, tepas, boldos y litres, está sufriendo el embate de la escasez de lluvias. Y de nieve, porque en los inviernos este sector cordillerano luce blanco. Así lo cuenta Jorge al interior del altamente interesante centro de Educación Ambiental. Un completo muestrario de la flora, fauna y prehistoria se luce ante los visitantes, haciendo de previa a lo que vendrá.

A pesar de la sequedad, el bosque se mantiene firme. La reserva cuenta con varios senderos para pequeñas caminatas. Algunos están cerrados para evitar posibilidades de incendios, pero los mejores que tienen panorámica hacia el cajón del río están abiertos. Y con ello la posibilidad de observar a los loros tricahues, aves emblemáticas de este parque: "Hace 20 años había 110 tricahues y ahora tenemos más de tres mil ejemplares", revela el guardaparques. La recuperación se hace evidente con el canto de alerta que los loros resuenan en el aire cuando la gente aparece por entremedio del sendero del bosque. Los mejores horarios para verlos es el amanecer y el atardecer, momento en que vuelven a sus nidos ubicados en las paredes del deslinde al río Cipreses.

Víctor, que trabajó como guía una década en Torres del Paine, dice: "No le tiene nada que envidiar a Patagonia".

La parte más verde, siempre irrigada con riego artificial, es "Ranchillo", la zona de camping que cuenta con pasto, unas piscinas naturales, baños y food truck que funciona los fines de semana del verano. Parece un oasis desde el que se puede llegar a dos pequeños senderos integrados para gente con discapacidad: Tricahues y Águilas, con facilidad para moverse en silla de ruedas.

La enorme extensión de este territorio y de sus impresionantes cumbres se hace palpable desde el mirador La Guardia. Acá -cuenta Jorge- pasaban Los Pincheira, afamado grupo de bandoleros pro realistas de la guerra de Independencia. El río Cipreses y el valle se ven en su real dimensión, y para quienes quieran aventurarse más días por la naturaleza cordillerana de la región, hay posibilidades de hacer un viaje a caballo de tres días hacia los últimos bosques de cipreses y la laguna Piuquenes, en donde hay petroglifos que revelan la presencia, tal vez la más austral, de los incas en la zona.

Jorge dice que es feliz en los inviernos. Es la época más bella, a su parecer: "Antes nevaba hasta ocho metros y el invierno pasado nevó 30 centímetros", y revela su miedo a que debido a esta escasez de agua deban restringir el ingreso a esta reserva nacional, anualmente visitada por más de 70 mil personas.

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Amanecer en el Hotel Puma Lodge.[/caption]

Colonizadores de lujo

Una cuesta donde el pavimento quedó atrás, llena de hoyos y tierra suelta, es la prueba definitiva para poder llegar al Puma Lodge, uno de los hoteles escondidos más escénicos de la zona central. Con un automóvil todoterreno se hace fácil la tarea; con un city car dependerá de la destreza o suerte del conductor.

El viaje es esforzado y asciende rumbo a montañas puntiagudas. Casi como un campo base se levanta uno de los hoteles más alejados del circuito. Un hotel exclusivo, sobrio, elegante y cómodo en el interior, pero que ostenta un lujo aún mayor puertas afuera. El paisaje cuenta con la génesis del valle del Cachapoal y su río homónimo bajando furioso en medio de un relieve andino bautizado en forma pícara por los arrieros.

Las terrazas armadas por el Puma Lodge están estratégicamente bien puestas y son un espectáculo que imanta la vista. El exterior del hotel está acompañado por una piscina y dos "hot tubs" con panorámicas de los cajones andinos. La paz es total, los teléfonos no tienen señal y el wifi del recinto es innecesario. Los enormes ventanales proveen una vista similar desde cómodos cuartos y salones.

Hay posibilidades de hacer un viaje a caballo de tres días hacia los últimos bosques de cipreses y la laguna Piuquenes, en donde hay petroglifos que revelan la presencia, tal vez la más austral, de los incas en la zona.

Estamos sumidos en la cordillera de la Región de O'Higgins, con la sensación de aislamiento como si hubieran borrado de un plumazo a la civilización o estuviéramos en los parajes de algún país desconocido. La noche se adorna con estrellas que tintinean en la pureza de los cielos de este sector tan desconocido de la zona central que, por suerte, va rumbo a perder ese inmerecido anonimato.

* El viaje a la zona fue organizado por el Programa Territorial Integrado (PTI) de Turismo de Corfo, que busca desarrollar el potencial de estos territorios.