Tristeza y esperanza. Esas son las emociones que más intensamente han experimentado los chilenos desde el comienzo del estallido social, según un estudio de la Universidad de Santiago que indagó sobre las reflexiones políticas y emocionales surgidas luego del viernes 18 de octubre. El sondeo, realizado entre el 18 de noviembre y el 5 de diciembre, abarca respuestas de 3.198 mujeres y hombres mayores de 17 años de todo el país.
Los resultados de la encuesta indican que los niveles más altos de tristeza (54%) y esperanza (48%) superan a los de otras reacciones, como la sorpresa (43%) y el miedo (39%), todas muy lejos de la indiferencia (11%). Al mismo tiempo, la investigación reveló otros detalles más finos, como que la expresión más intensa de esperanza se concentra en el tramo de edad entre los 18 a 29 años (56%), en los hombres (51%) y en el segmento C2 (50%). En tanto, la tristeza se ha expresado de manera más potente en el segmento ABC1 (63%) y en quienes tienen más de 50 años (61%). "La pena tiene que ver con el dolor de lo perdido, con el pasado, y es más propia de la edad madura, que privilegia la estabilidad y la seguridad", explica el siquiatra Sergio Canals. "Los jóvenes, por su parte, son abiertos a las posibilidades de futuro y del cambio con 'aromas revolucionarios'", agrega.
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Infografías: Hilda Oliva
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Ana María Arón, sicóloga y directora del Centro de Buen Trato UC, señala que la mayor expresión de tristeza y esperanza en la población es una buena señal. "Se trata de una tristeza por empatizar con el dolor, entendiendo que no necesariamente es un dolor tuyo o una pérdida tuya, y eso habla bien de los chilenos y de su conexión con las demás personas", explica. La sicóloga agrega que, de alguna manera, la gente está contenta con la ocurrencia de este estallido, pero, al mismo tiempo, triste por la manera en que se desarrolló todo: "Y eso a mí me habla de empatía".
En la justicia restaurativa, también llamada justicia reparadora, es importante dejar un espacio para poder compartir los dolores, dice Arón. "Este movimiento ha sido muy doloroso, no es gratis, y pasar por encima de la tristeza y el dolor no es una buena manera de arreglar las cosas. Por eso me gusta la idea de que la gente tenga espacio para manifestar su tristeza".
Sobre la esperanza, Ana María Arón explica que esa emoción es uno de los factores más importantes en la resiliencia, luego de una crisis o de una catástrofe natural. Es un punto de partida para empezar a salir adelante. "La esperanza tiene que ver con la confianza en los recursos propios y en los de los otros para resolver las cosas. Cuando eso ocurre es que empiezas a moverte para solucionar el problema", dice.
El miedo
La encuesta también muestra que la población general que ha sentido miedo (alto y muy alto) suma un 39%. Los segmentos que más expresaron esta emoción son el ABC1 (42%) y en el E (43%). Según los autores, en el sector de la población más acomodado esta reacción es sociológicamente normal, ya que tienen más que perder en un proceso de cambio social. Alberto Mayol, director de la investigación y vicedecano de la Facultad de Administración y Economía de la Usach, explica que en el tramo E el miedo se explica porque "los problemas económicos y las crisis, en general, les pegan muy duro a ese segmento, el cual no tiene margen de maniobra y está precarizado al máximo. Por tanto, los golpes de transformaciones muy grandes, no obstante, pueden mantener una mínima esperanza de un cambio que les sea positivo, en la práctica significan más bien riesgos". El sociólogo agrega que si una crisis política se convierte en una crisis económica, en el mediano y largo plazo los más pobres serán los más afectados: "Para los más ricos puede significar incluso una oportunidad si tienes astucia e inteligencia. En cambio, en el segmento E hay un pesimismo estructural: si las cosas cambian, pueden hacerlo para peor".
Los sectores de menores ingresos también sienten una mayor indiferencia ante lo que ha ocurrido en los dos últimos meses, lo que de acuerdo con los autores merece un examen investigativo, porque puede estar haciendo referencia a una desesperanza aprendida. Víctor Caro, director de Desarrollo Institucional de la Usach y uno de los responsables del estudio, explica que la desesperanza aprendida se refiere a una desmoralización que no depende de un contexto, sino que responde a alguna experiencia anterior. "Es decir, no se tiene fe en las respuestas institucionales porque nunca han funcionado", dice.
Para Mayol, la explicación es similar a lo que ocurre con el miedo: se supone que todo esto va a cambiar para mejor, pero la sensación de los sectores más desposeídos es que cada vez que les han dicho que las cosas se van a modificar para mejor, eso no ha ocurrido. "En una situación muy intensa como la que estamos viviendo, la indiferencia parece casi imposible. Y sin embargo, esta gente la siente más que otros porque tiene la sensación de que esto se trata de una gran obra de teatro que les aburre, que no es ni tan buena y que, al mismo tiempo, no tiene ninguna relevancia en sus vidas", dice.
Gritar más fuerte
A nivel más general, la encuesta muestra que el proceso que comenzó el 18 de octubre es visto mayoritariamente como un hecho positivo: el 46% de la población lo asume como un cambio "muy positivo" y el 37%, como "relativamente positivo". La suma de ambas posiciones es del 83%.
Otro dato significativo en la muestra es la alta legitimidad concedida al acto de 'evadir', que fue el origen del estallido. Ante la pregunta "¿es razonable evadir?", el 66% de los encuestados lo consideró como un acto "muy razonable" o "algo razonable". Incluso en el estrato socioeconómico ABC1 y en los adultos mayores de 50 años, que son los grupos donde esta anuencia es más baja, esa cifra llega a alrededor del 60%. "Eso significa que la gente lo vio como un acto de protesta, no como una evasión. Fue un acto de rechazo contra el aumento del costo del Metro, que luego se proyectó a otras dimensiones de mercantilización. La ciudadanía consideró que esa evasión tiene un significado político", explica Mayol.
Según el sondeo, el 69% de la población considera que las marchas y protestas son el único mecanismo para que el gobierno escuche a la ciudadanía y negocie. Además, el 34% de la población señala que la protesta parece ser el único recurso que genera cambios relevantes de parte de los políticos. Ana María Arón dice que eso resulta preocupante, pero no es tan extraño. Es lo mismo que ocurre al interior de las familias cuando los que están a cargo no escuchan o no entienden: tiene que haber movimientos o crisis muy fuertes, y eso tiene que llevarnos a pensar en el por qué. "Un tema es que, probablemente, no tenemos canales que nos permitan escuchar debidamente las demandas de las personas. Y lo otro es la sordera. Hay una sordera especialmente del sector ABC1, que está en una situación de mayor privilegio, en términos de no estar sensible a lo que pasa más abajo. Cuando tú tienes esa sordera o esa dificultad para escuchar los problemas de los otros, esos otros tienen que gritar más fuerte", dice.