Miguel Ángel Peña (65) descansaba en una camilla de la UCI del Hospital Sótero de Río. Su hijo enfermero ingresó a la sala a visitarlo cuando empezó a quedarse sin aire, se descompensó y comenzó un paro respiratorio. La imagen se fue a negro, cuenta Peña. Su cara cayó involuntariamente hacia la derecha. A lo lejos escuchaba cómo el médico y su hijo lo trataban de estabilizar. Recuerda que el doctor le decía que se tranquilizara. También el sonido de las ruedas de la camilla en el pasillo, mientras pedían que abrieran espacio para que Peña pasara. De alguna manera, su memoria registró cuando su hijo le tomó la mano: “Papá, papá, vuelve, vuelve”, le decía. Peña repite este momento una y otra vez en su cabeza.

De los 43 días que estuvo hospitalizado por Covid-19, no más de cinco minutos son los que él revive a cada instante. Este tipo de “flashbacks” es una de las características principales del Trastorno por Estrés Postraumático (TPEP), diagnóstico que su sicólogo le dio hace más de un mes. “Mis emociones se vuelven un poquito débiles en ese momento y me dan ganas de llorar”, indica el paciente al pensar en la experiencia del Covid-19. Hoy tiene sesiones con un especialista de salud mental tres veces a la semana, además de la rehabilitación para sobrellevar las consecuencias físicas de los 28 días que permaneció intubado y la traqueotomía a la que fue sometido.

Los efectos en términos de salud mental que puede experimentar una persona que ha tenido Covid abarcan una gama bastante variada, que van desde los síntomas más leves hasta cuadros que se asocian con trastorno por estrés agudo o TPEP, como el que presenta Peña. “Hay una exposición mayor a un evento que te amenaza directamente. El Covid es una amenaza vital y la persona empieza a conectar con su propia vulnerabilidad, con su fragilidad, y en definitiva con aspectos que tienen que ver con la vida y la muerte”, explica Rocío Amaya, sicóloga del área Psicosocial de la Mutual de Seguridad.

Estos procesos han sido documentados en el mundo. Un trabajo realizado por el hospital San Raffaele de Milán, Italia, sugiere que quienes superan el Covid-19 son propensos a experimentar trastornos psiquiátricos. De los 402 pacientes que participaron del estudio, el 55% vio afectada su salud mental. Un 28% presentó trastorno de estrés postraumático, el 31% depresión y 42% de ellos exhibieron ansiedad. Eso no es todo: un 40% reportó sufrir de insomnio y el 20% dijo tener síntomas obsesivo-compulsivos.

Me da miedo morirme. Eso fue lo primero que pensé cuando me contagié y es lo primero que pienso todos los días cuando voy a la pega.

Paz Espinoza

Amaya trabaja codo a codo con pacientes en rehabilitación y ha logrado identificar el reflejo de estos números. “Hay un cambio en los patrones de pensamiento y comportamiento. Los pacientes pueden comenzar a experimentar alteraciones del sueño, dificultad para conciliarlo, tener pesadillas con la experiencia traumática, alteraciones de la alimentación y dificultad para concentrarse y tomar decisiones”, afirma. Respecto a los pensamientos repetitivos de Peña, agrega que “hay distintas áreas que se ven perturbadas como las emociones. La persona empieza a tener recuerdos repetitivos, involuntarios, que se presentan repentinamente y que son una forma de transportarse a aquello que le causó dolor, que fue traumático y que lo marcó”.

El peso de la rehabilitación

A Rodolfo Cortez (46) lo internaron en mayo en la Clínica Las Condes. Lo intubaron apenas llegó y estuvo una semana inconsciente y con respiración artificial. Cuando se despertó lo trasladaron a cuidados intermedios y luego estuvo otra semana internado en Espacio Riesco, donde tuvo que tomar la difícil decisión de volver a su hogar con el riesgo de contagiar a su mujer y sus hijos, en un retorno que se concretó el 12 de junio.

“Al principio daba pasos para salir a pasear a mis perros, el Lucas y el Chasca, pero me devolvía porque tenía miedo”, cuenta. Aún recuerda la primera vez que logró llegar al parque contiguo a su casa. “Me puse a llorar en la plaza porque la gente me miraba… todo flaco, todo chupado, todo cubierto”, cuenta. Reconoce que esa sensación aún hoy, un mes y medio después de volver a su casa en Lo Espejo, lo acompaña. Aún teme que se le acerquen y en el supermercado o la feria se aleja de las personas.

Hoy, Cortez continúa con su rehabilitación, un proceso donde ha visto el rastro que la enfermedad dejó en él. “Me siento y me sobo las piernas, la cara, me toco. Me duelen los brazos, los huesos, no duermo bien. No tengo fuerza, perdí toda la masa muscular, pienso cuándo la voy a recuperar en pro de mi trabajo o de sentirme bien, porque no me siento bien, igual me siento cansado”, cuenta.

Una vez que te dan de alta, llegas a tu casa y no eres autovalente. Te quieres levantar al baño y necesitas que te ayuden.

Carolina Tanco, médico

Para Carolina Tanco, médico jefe del Instituto de Rehabilitación de la Mutual de Seguridad, lo que describe Cortez es lo que según su experiencia más afecta a sus pacientes. “Llegan bastante angustiados, sobre todo porque vienen con mucho cansancio. Ese cuadro va desde la disnea, que es el estar cansado básicamente al caminar, como jadeante, hasta el cansancio muscular, que es que no tienes fuerza”, dice la especialista.

La rehabilitación del Covid-19 se basa principalmente en tres áreas: la motora, la cognitiva y la emocional. Respecto a la primera de éstas, lo más llamativo es la falta de fuerza y pérdida de movilidad y masa muscular, lo que podría ocasionar parálisis en el cuerpo o incapacidad de caminar. En la esfera cognitiva el principal factor es el delirium, un síndrome cerebral que produce desconexión de la realidad y alteración a nivel de atención y conciencia. La suma de éstas, más la experiencia del virus, afecta el área emocional, cuenta Teresita Risopatrón, jefa del Programa de Medicina Física y Rehabilitación de la Red Salud UC Christus. “Cuando los pacientes vuelven a su estado normal, muchas veces esta vivencia les produce mucha angustia y estrés”, explica y agrega que “existe lo que se llama el duelo de las capacidades perdidas o de la discapacidad adquirida. Cuando despiertan y empiezan a notar que se mueven poco, que no gobiernan su vejiga o intestino, que hablan distinto o no pueden tragar. Toda esa situación de dependencia produce tristeza”.

Ambas doctoras concuerdan en que luego del shock inicial al recuperar la conciencia, los efectos emocionales rebrotan a la hora de volver a la nueva normalidad. “Una vez que te dan de alta, llegas a tu casa y no eres autovalente. Te quieres levantar al baño y necesitas que te ayuden”, cuenta Tanco. “Se dan cuenta que han perdido capacidades que tenían previamente. Eso, y asumir que la rehabilitación es un proceso largo, paso a paso, es una situación de desvalimiento que se torna difícil”, afirma Risopatrón.

El terror de la segunda vez

Paz Espinoza (36) no duerme pensando en que en la mañana tiene que salir a trabajar. Toma todas las precauciones para salir y volver a su casa. “Me da miedo morirme. Eso fue lo primero que pensé cuando me contagié y es lo primero que pienso todos los días cuando voy a la pega”, cuenta Espinoza, que es cocinera y comediante. Si antes se lavaba el pelo dos veces a la semana, ahora se lo lava dos veces al día. Todo para eliminar cualquier riesgo de portar el virus en su cuerpo. También cambió su alimentación, dejó de lado las hamburguesas y lleva una vida más saludable, “por si me da de nuevo para estar más preparada, el cuerpo más sano”, explica, y cuenta que ahora su familia toma vitaminas todos los días.

Ella se contagió la primera semana de junio. Los síntomas fueron leves, explica, le duraron tres días con un fuerte dolor de cabeza y dificultad respiratoria. El recuerdo de esto último es lo que le genera más angustia. “Me hizo mucho click el tema de que me costaba respirar, me acuerdo cuando estaba haciendo un show de comedia online sentada en la cama y entremedio tenía que cantar una canción y tenía que parar el show para respirar, les decía a mis compañeros que me iba a morir, pero riendo”, cuenta la comediante como anécdota, pero confiesa que cuando le dieron el diagnóstico realmente pensó que iba a morir y que actualmente tiene pensamientos obsesivos con la posibilidad de contagio.

El estado de obsesión que Espinoza siente, la sicóloga Rocío Amaya lo identifica como hiperalerta. “Es muy normal que cuando hay situaciones de peligro haya una activación a nivel neurológico, a nivel cerebral que hace que nosotros estemos hiperalertas. Eso tiene que ver con una función adaptativa de nuestro organismo, por lo tanto es muy frecuente que incluso después de un tiempo del peligro podamos tener esta sensación”, dice la terapeuta.

Ahora veo una forma distinta de disfrutar la vida, disfrutar el día a día y ser más persona, más gozador junto a la familia.

Miguel Ángel Peña, paciente en rehabilitación por Covid-19

La sicóloga Francisca Tolosa es profesional voluntaria de la ONG Psicólogos Voluntarios de Chile, donde ha atendido a personas que están lidiando con la convalecencia por Covid-19. Ella explica que se repiten los casos del miedo a recontagiarse o infectar a otros. “También he visto harta incertidumbre en general sobre lo que va a pasar. Entonces, cuando se pregunta cómo va a ser la vuelta a la normalidad, eso está mermado por la incertidumbre, lo que dificulta una proyección segura”, explica la sicóloga.

Nicole Lafferte (35) vive en Ñuñoa y se contagió de coronavirus en los primeros días de abril, siendo dada de alta a finales de mayo. Desde ahí pasó por distintas etapas en relación a la enfermedad y ahora está en una de alerta, para evitar contagiar a su marido y sus hijos quienes no presentaron síntomas cuando ella contrajo la enfermedad. “Sólo voy al supermercado cada 15 días y limpio todo; ando con una botella con desinfectante. En el supermercado ando con guantes y no toco nada mío; si me llaman al celular no contesto hasta que llego al auto y empiezo a desinfectar todo. No me toco la cara por ningún motivo. Eso lo empecé a hacer después del Covid; tengo miedo de recaer y no tener tanta suerte y terminar en el hospital o de contagiar al resto”, explica.

Este tipo de síntomas más leves se asocia al desgaste emocional, que no se identifica como patología o trauma. “La gran diferencia es que con el desgaste emocional puedes seguir con tu rutina. Las emociones son desestructurantes, pero esto no se puede generalizar, no porque una persona esté hospitalizada significa que va a desarrollar un cuadro. Va a depender de los recursos personales que tenga ese paciente, de la intensidad, del estímulo al que estuvo expuesto y la cantidad de tiempo”, cuenta Amaya, quien destaca que suele haber una relación entre la gravedad de la enfermedad y las consecuencias de salud mental. “Mientras mayor sea la exposición, hay un mayor foco a un estrés más agudo”, agrega.

Esta semana, Miguel Ángel Peña -el hombre del inicio del reportaje- cumplió 40 días desde que salió del hospital. Ya “aprendió” a hablar y a caminar, pero sigue trabajando para superar la parálisis facial al lado derecho de su rostro. El brazo izquierdo sigue sin movilidad completa, la pierna izquierda aún presenta un cosquilleo permanente y sus manos no responden como antes. Todavía no duerme tranquilo, pero ya superó los ataques de angustia.

”Al principio pensé que podía solo, pero hay cosas en las cuales uno no puede solo. Cuando me llamó la sicóloga y empezamos a conversar me di cuenta que sí la necesitaba. Ha sido un apoyo tremendo”, cuenta. Un episodio de sus 65 años que él marca como un antes y un después. “Ahora veo una forma distinta de disfrutar la vida, disfrutar el día a día y ser más persona, más gozador junto a la familia”, dice Peña, y agrega que de ahí viene el temor a recontagiarse: “Ya estuve a punto de irme de este mundo”.