Era muy regalona. Cuando me preguntan cómo era cuando chica, esa es mi respuesta automática. Eso es lo que me dicen y lo que recuerdo. Hay un detalle clave: me terminaron echando de prekínder por faltar a clases, porque prefería quedarme con mi mamá, quien finalmente me enseñó a leer con el clásico "Silabario".
Mi mamá se llamaba Drina Beovic Gómez. Administraba las librerías Catalonia, que hoy son propiedad mía y de mi hermana Catalina. En los 90 existían cuatro distribuidas en Santiago, pero por la crisis asiática solo sobrevivió la emblemática de la calle Las Urbinas. En la librería, me acuerdo, se hacían muchas actividades, era un punto de encuentro donde mi mamá era la anfitriona. A ella la recuerdo muy sociable y alegre. Nunca olvido su risa.
Yo soy la menor de cuatro hermanos, y siempre estaba colgada a sus piernas, sus brazos, su cuello. Ella nos mimaba mucho. Cada vez que podía nos llevaba regalos; chocolatines, galletas o palmeritas. Recuerdo acompañarla a recorrer las librerías y para que no me aburriera me decía que limpiara los libros y los ordenara.
El año 2001, tres meses antes de que yo cumpliera los 13 años, le diagnosticaron cáncer de páncreas a mi mamá. Fue al doctor por un dolor de estómago y terminó desahuciada. Como yo era la más chica no me enteré nunca de los detalles, solo me acuerdo que todo pasó muy rápido. El shock fue tan grande, que me pierdo en las fechas y me cuesta recordar con claridad. Ella no quiso hacerse un tratamiento tradicional. Era tan avanzado su cáncer, que tenía riesgo de morir en la operación, así que prefirió medicinas alternativas y aprovechar el tiempo con su familia en casa.
Supe que se iba a morir casi una semana antes de que ocurriera. Me lo contó mi hermano mayor: un día me fue a buscar al colegio y me dijo que nos teníamos que ir urgente. No supe cómo reaccionar. Todo pasó veloz, porque el cáncer al páncreas es muy invasivo y de los más rápidos. Los detalles de lo que ella sintió los sé por un diario de vida que llevó durante su enfermedad, una especie de testamento informal, donde dejó instrucciones que debíamos seguir luego de su muerte. Ese diario lo tengo yo. Una frase se me quedó marcada: "La sabiduría de Laurita la hará comprender que yo siempre estaré con ustedes".
El día de mi cumpleaños, el 22 de noviembre, me despertaron con la noticia de que mi mamá había fallecido. Nadie me saludó esa mañana. Estuvimos todos en su pieza, alrededor de ella para despedirnos. Todos dijeron algo, pero yo no quise. Me quedé en silencio y le tomé la mano.
No sé quién tomó la decisión. Quizá mi papá, pero en la noche igual me celebraron mi cumpleaños. Fue una celebración extraña, solo con la gente muy cercana. Cada uno me regaló algo para darme apoyo. Todavía tengo guardada una de las cartas que me llevaron. La celebración fue corta, pues al otro día era el funeral.
Mis años posteriores fueron tristes, pero nunca quise dar problemas. Me sentí abandonada, aunque no lo estaba. Con su muerte perdí estabilidad y protección en una época complicada. Es algo que he tenido que trabajar con los años, es una herida que nunca se va a cerrar y que de vez en cuando, cuando se abre, pareciera muy reciente.
Todos mis cumpleaños a partir de entonces fueron tristes; semanas antes llegaba el vacío. Siempre he tenido mis dudas sobre si debo celebrarlo o no. La mayoría de las veces ha sido un no rotundo, aunque mi papá fue muy presente cuando era chica e hizo muchos intentos para que yo recobrara la alegría. Viajábamos juntos, teníamos actividades que nos unían. Siempre fue cariñoso y comprensivo; en mi momento más difícil, cuando salí del clóset con él dejándole una carta, respondió que me iba a querer siempre. Y así ha sido.
En 2011, mi hermana Catalina, que había empezado a hacerse cargo de la librería, me motivó a que trabajara con ella para sacarla adelante juntas. Cuando mi mamá falleció, la librería Catalonia de Las Urbinas quedó funcionando, pero solo sobrevivía. La modernizamos y abrimos otra sucursal el 2015. Intentamos hacer un espacio lo más parecido a lo que hubiese hecho mi mamá, por eso hacemos eventos, club de lectura, talleres y conversatorios. Seguir con las librerías es un homenaje a nuestra mamá, es rescatar su sueño que se transformó en nuestra pasión. Es harto trabajo y esfuerzo, pero muy reconfortante. La librería Catalonia siempre ha sido mi hogar.
Han pasado 18 años desde que mi mamá se murió. Me gusta pensar que estaría contenta y orgullosa de ver lo que hemos construido y cómo hemos llevado nuestras vidas. Los aniversarios de su partida siguen siendo duros, aunque cuando cumplí 21 años mi cumpleaños dejó de ser tan triste para mí: un amigo y mi hermana Catalina decidieron hacerme una gran celebración noventera, con piñata, gorros de niña chica, dulces y sorpresas. Ese cumpleaños fue importante, porque me ayudó a reconciliarme con esa fecha.
Desde que mi mamá murió han pasado tantas cosas que me hubiese gustado compartir con ella. Su muerte ha sido un vacío con el que he aprendido a vivir. No sé si es sabiduría, pero con el tiempo he logrado entender que ella siempre estará presente. La recuerdo casi todos los días.
De ella saqué la necesidad de crear comunidad, un poco de su coquetería y, sobre todo, un sentimiento maternal que me hace ser preocupada por los que me rodean.
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