Marica. Colipato. ¡Saz-pirulín! Esas tres palabras marcaron el paso de Katy Fontey por el Liceo José Victorino Lastarria. Ingresó en 1966, a los 14 años. Más tarde fue expulsada frente a todo el colegio.
Dos meses antes de ese destierro en público, Fontey estaba compungida. Aún estaba lejos de asumirse como transgénero y dejar atrás su nombre de nacimiento, Harold Nelson. Pero no estaba cómoda. Se sentía el único homosexual en un colegio de hombres. Ese pesar duró hasta que entró a tomar agua al baño y vio a dos de sus compañeros, al Erasmo y al Cartagena, dándose un beso. No le contó a nadie, pero respiró tranquila. No estaba sola en esto. "Me sentí más suelta", recuerda.
En esa época, sin haber salido del clóset abiertamente, le gustaba un compañero de curso. Larry, dice Katy que se llamaba. Tuvieron un romance que duró hasta que fueron descubiertos por el padre del estudiante, que era el mismísimo director del Liceo Lastarria. Iban en tercero de humanidades, estaban en las últimas semanas de clases, cuando un lunes, en el tradicional acto matutino de cantar el himno nacional, la invitaron a salir adelante. "Eres la manzana que está pudriendo el cajón", recuerda Fontey que le dijeron. Ella, metida a la fuerza en una piel masculina, tomó el micrófono. En vez de defenderse, prefirió no caer sola. "Un momentito", dijo. "Yo no soy la única manzana podrida, también está el Erasmo y el Cartagena que hacen lo mismo que yo".
-¿Qué más recuerdas?
-Nada, eché al agua a esos dos colas; y luego nos expulsaron a los tres.
Aquella experiencia terminó con Fontey viviendo en la calle, pero dice que fue el último destierro de su vida. Antes de la expulsión del colegio, ya se había distanciado de sus padres que vivían en Curicó. "Allá, a los diez años, me enamoré de un camionero que trabajaba con mi papá. Traté de darle besos en la boca hasta que se cansó de mí y me acusó", dice. Se armó un escándalo de proporciones. Cuenta que la trataron de sucia, de enferma, y le pidieron que se fuera a Santiago para no seguir enlodando la reputación de su familia. Junto a su nana, se instalaron en una casa de su padre en Vitacura. La matricularon en una escuela mixta de la comuna, se hizo amigos, amigas, y no le contó a nadie la situación que la llevó a Santiago. "Yo pensaba que era la única que había pasado por algo así", señala. Ni hablar de ser transgénero. "No sabía que lo que me pasaba se llamaba así. Eran los 60 y yo sabía que era mujer", confiesa. Luego vino el Lastarria, el romance y la expulsión. Ella no volvió a su casa en Vitacura ni "nunca más supe de mi familia. Yo me crié sola. Me hice sola".
Lo que vino después fue una revolución: empezó a usar tacos, a vestirse como mujer, se dejó crecer el pelo y se hizo llamar Katy.
Hoy tiene 66 años. Es una transgénero de la tercera edad.
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"Los transgéneros cuando son más viejos ya no quieren dar explicaciones de por qué se visten así o por qué se sienten asá. Muchos se guardan y una deja de saber de ellos". Katy Fontey (66), presidenta de TravesChile. | Foto: Rudy Muñoz[/caption]
Invisibles
Katy Fontey trabaja cosiendo ropa para el Circo Timoteo. De vez en cuando se hace cargo de dos jóvenes que, dice ella, crió porque sus padres se dedicaban a atender gente en el circo. Su vida social está asociada al activismo. En 1999 creó TravesChile, movimiento que aboga por los derechos de los transgénero. Ahí, dice, ha recibido y visto pasar, morir y "volver al clóset" a mucha gente. "Los transgéneros cuando son más viejos ya no quieren dar explicaciones de por qué se visten así o por qué se sienten asá. Muchos se guardan y una deja de saber de ellos".
En los tiempos actuales, los temas de género se toman con frecuencia la agenda noticiosa. Se discuten leyes, se realizan debates, se organizan marchas callejeras. Incluso, los asuntos relacionados al mundo LGBTI (sigla que agrupa a lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales) pueden convertirse en comedia. Esto último hizo Netflix, que en 2015 estrenó la popular serie Grace and Frankie. Allí se exponen las vidas de dos mujeres y sus dos ex maridos, amigos durante toda la vida, que de viejos las dejaron a ambas para vivir una relación homosexual entre ellos. Aprovechando las circunstancias de una sociedad que hoy permite la unión entre personas del mismo sexo, los dos hombres se casaron y armaron vida familiar.
Antes ni siquiera se exponía el tema. Al menos en Chile. En noviembre de 1874, nuestro Código Penal estableció que las prácticas homosexuales eran delito y debían ser sancionadas: la pena eran entre 541 días y tres años de presidio. En 1994, durante el gobierno de Patricio Aylwin, se hicieron los primeros intentos por introducir modificaciones legales. Hasta que en 1999 dicha ley fue finalmente derogada, eliminando el carácter de delito a prácticas sexuales sodomitas entre adultos. Según Marcelo Cárcamo, sicólogo experto en temas de diversidad sexual, "por eso, la vida sexual en las personas homosexuales o trans de antes de los 90, como estaba tipificada como delito, se dio en una época muy, muy traumática para llevarla a cabo libremente".
No pocos, entonces, vivían una vida que no les llenaba. Obligado por las apariencias. José García (60), nombre ficticio porque pidió reserva de su identidad para este reportaje, se casó a los 21 años con su hoy ex mujer. Estuvo emparejados durante 25 y tuvieron tres hijos y luego dos nietos. Hace 15 años empezaron sus dudas, hace 12 se separó y hace diez está emparejado con un hombre diez años menor que él. Cuando se conocieron, ambos estaban saliendo de una relación heterosexual. "Hay un desconocimiento de lo que ocurre con personas de más de 50 años que tenemos familia y salimos del clóset", dice García, quien hoy comparte casa con su pareja, quien, incluso, es el padrino de uno de sus nietos. "Con él, con mi pareja, después de un largo proceso ya somos familia".
Las cifras sobre la población LGBTI en Chile fueron de interés político recién en 2012, cuando se hizo un fallido Censo que posteriormente, en 2016, tuvo que replicarse. En el del 2012 se incluía una pregunta para saber cuántas personas vivían con sus parejas homosexuales. Cuatro años más tarde el nuevo Censo, que fue abreviado, quitó dicha pregunta. Ese mismo año, el Ministerio de Desarrollo Social, junto a la subsecretaría de Evaluación Social, hicieron un apartado en la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional sobre diversidad sexual. En dicho documento, en el ítem distribución de las personas de 55 años o más según su orientación sexual, se concluyó que la cifra de población heterosexual es de 99,7%, es decir 4.275.754 personas; la población gay o lesbiana ascendía a 9.723 personas; en tanto la población bisexual alcanzaba a 1.489 personas asumidas como tal.
No hay más cifras sobre el tema. De hecho, estos mismos números ni siquiera eran conocidos por las organizaciones que en nuestro país batallan por el tema. "Estamos al debe con las cifras de adultos mayores LGBTI", reconoce Juan Enrique Pi, presidente ejecutivo de Fundación Iguales.
La ausencia de cifras para personas mayores de 60 años en la comunidad LGBTI también arrastra al Movilh. Allí, además, desconocen si es que existen grupos de esa edad que tengan contacto entre sí. "Yo no conozco muchos homosexuales de más de 60 años. Es un tema que no se toca, que no existe, que está igual de marginado que la tercera edad heterosexual", dice Rolando Jiménez, presidente de la organización. "Nosotros hemos intentado, al menos, reunirlos y hacer actividades, aunque no ha resultado. El tema de que no haya cifras es importante porque también tiene que ver con que no hay espacios pensados para mayores de 55 años que son homosexuales o transgénero".
Del miedo a la soledad
A finales de los 60, Ricardo Escudero, peluquero, le contó a su familia que era homosexual. El apoyo de sus padres -hoy ya fallecidos- y cercanos fue inmediato. "En la Unidad Popular había una apertura gay bastante movida; había muchos lugares para ir. Eso, hasta la dictadura. Ahí el gay empezó a esconderse nuevamente", recuerda Escudero, que en esa época trabajaba como intérprete de danza en el Conservatorio y, posteriormente, estudió Pedagogía en Danza. "Ahí la onda era bastante solidaria, pero ahora desconozco espacios donde todos nos veamos. Hay muchos amigos de esa época a los que nunca más vi".
Actualmente, a los 60 años, trabaja en Los Dominicos. Tiene dos hermanos a los que ve muy de vez en cuando y hace seis meses terminó una relación de cinco años. "No me siento solo, aunque ignoro dónde se junta la gente como yo", dice.
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"No me siento solo, aunque ignoro dónde se junta la gente como yo". Ricardo Escudero (60) | Foto: Richard Ulloa[/caption]
Escudero sostiene que, pese a sus buenos recuerdos, el miedo a ser condenado o perseguido era una parte importante de esa época. Él lo constató a mediados de los 80 en la entonces recién inaugurada discoteque gay Fausto. Una noche vio ingresar a policías con armas que sacaron a sus amigos del recinto, los golpearon y humillaron por su orientación sexual. "Entraban y hacían redadas. Uno iba a la discoteque con ese miedo de que podía quedar la escoba. Y muchos desaparecieron, de muchos nunca más se supo", asegura.
Según el sicólogo Marcelo Cárcamo, aquellos años fueron traumáticos para la comunidad LGBTI. Y probablemente ese trauma es lo que genera "que personas que hoy están en la tercera edad tengan una tendencia a esconderse o llevar una vida más solitaria. Muchas veces son ellos mismos los que tienen un rechazo hacia su orientación sexual cuando envejecen por todo lo que les tocó vivir".
Rolando Jiménez, quien el próximo año pasará a ser parte de este grupo etario, es aún más categórico: "La falta de espacios produce una vuelta al clóset. Cuando adultos mayores tienen la posibilidad de internarse en una casa de reposo o asilo de ancianos, ahí se les niega la posibilidad de su sexualidad. Debe ser complejo que sea un lugar común y corriente y tener allí atracción por otro adulto mayor. La convivencia se volvería difícil. No hay políticas públicas que vean esto. Los homosexuales, de viejos, tienen tendencia a volver al clóset".
¿Armar comunidad?
Así como escasean las cifras, también ocurre con los espacios comunes para compartir. En 2002, Ramón Gómez, activista homosexual vinculado al Movilh, se dio cuenta, que faltaban personas de más de 60 años que le dieran una visión más amplia al movimiento y contaran cuáles eran sus necesidades. Luego de meses intentando contactos, llegaron 20 hombres homosexuales. "Ellos querían lugares para salir a conocer gente, para compartir e incluso para conocer a potenciales parejas", recuerda Rolando Jiménez. Sin embargo, desertaron a la tercera reunión. "La idea -dice Gómez- era que sociabilizaran". No resultó.
En 2016 Gómez quiso replicar la idea, otra vez con mayores de 60 años. Llegaron cerca de 30 personas; entre ellas 15 lesbianas, cuatro transgéneros, y el resto, hombres gays. "Conversamos cómo estaban viviendo su proceso y nos dimos cuenta, que es el sector que está más dentro del armario", dice Gómez. "Los movimientos LGBTI hemos estado focalizados siempre en los jóvenes". La iniciativa nuevamente fracasó.
El abandono, la precaria vida social y el retiro de las actividades públicas como activistas se acentúan en la tercera edad, según Rolando Jiménez. Dice que Facebook, al menos, ha sido un facilitador para reunir nuevamente a esta comunidad, y "eso es bueno porque la mayoría no salen a la calle, no hacen juntas masivas, no tienen pareja y se han alejado de sus familiares. Y se encuentran ahí, se publican recuerdos o se encuentran virtualmente. Pero son muy solos".
Pero hay algunos a los que les gustaría romper esa situación. Y armar comunidad.
Mariana Velásquez (nombre ficticio a petición de la entrevistada) tenía 17 años cuando su madre supo a través de unas cartas, a las que tuvo acceso sin su consentimiento, que ella era lesbiana. "Mi madre sólo lloraba", recuerda hoy. En esa época, en Santiago estaba la mayor cantidad de discoteques gay y el acceso a ellas era fácil. Había que llegar temprano, dice Velásquez, "y quedarse ahí hasta el día siguiente por el toque de queda". Cuando la policía llegaba a fiscalizar, se prendían las luces y todos se emparejaban con personas de otro sexo para aparentar ser heterosexuales. "Eso lo hacíamos tan ingenuamente para disimular nuestra condición".
Actualmente Velásquez tiene 67 años y es pensionada. En su trabajo, como no tenía hijos ni convivía con un hombre, se esparció el rumor de que era lesbiana. Ella los ignoró y prefirió guardarse y reducir su vida familiar y social sólo con personas que conocen su orientación sexual sin juzgarla. Hace algunos años vive con su pareja. Desconoce si existen grupos donde puedan reunirse con otras personas homosexuales de su edad o lugares donde puedan estar sin la mirada atónita de los transeúntes. "Me gustaría que la comunidad LGBTI tuviese un espacio para las personas más maduras, sólo para tener un espacio de convivencia, participación, encuentro, conversación entre nosotras", reconoce.
Quizá, dice Rolando Jiménez, "cuando se normalice la homosexualidad, probablemente el Servicio Nacional del Adulto Mayor (Senama) tendrá que preocuparse de que exista la necesidad de generar espacios para ellos, que a esas alturas, también serán mis espacios".
Más años, más dificultad
Las únicas dos veces en que Movilh logró reunir a personas LGBTI de la tercera edad, se juntaron en Plaza de Armas a tomar café, jugar ajedrez, mostrarse fotos de cuando eran jóvenes. Otros se reencontraron después de años de no verse. "Es superjodido, yo ni siquiera tengo amigos viejos que sean homosexuales o transgéneros", dice Víctor Hugo Robles (58), activista más conocido como "el che de los gay". El motivo, según él, es que se esconden o se han ido muriendo. "Después de los 60 años se produce el último clóset, porque es el de los viejos homosexuales, de las viejas travestis, de las viejas lesbianas. Todos los derechos de la comunidad LGBTI siempre tienen el sesgo de la juventud", alega.
El sicólogo Marcelo Cárcamo, que en su consulta atiende a mayores en esta situación, dice que también hay automarginación, culpa y sanción social con ellos mismos. "Están más impregnados de la sanción social y la culpa porque crecieron en un entorno donde eso era sancionado. Por eso, el gran trabajo con estas personas tiene que ver con la resolución de las homofobias, lesbofobias o bifobias internalizadas".
"Muchas veces esas personas que hoy tienen 60 años tuvieron que romper con sus familias para poder salir del clóset, y la mayoría no recompuso su vida familiar", agrega Rolando Jiménez.
El último clóset también recae en el cansancio de los años. También en la distancia generacional. Según Katy Fontey, "ahora todos quieren ser homosexuales, transformistas, travestis, gays. Todas esas cosas inventadas de palabras -que todes, que tides, que tades- no las entiendo. Uno es gay y punto, no es binario ni nada de eso. No sé, eso a mí me sobrepasa. Yo me siento mujer y punto. Me moriré así. Quizá porque soy más antigua para pensar, o quizá también porque en los tiempos míos nadie quería ser como era una".
RECUADRO
Resolver la crisis
Marcelo Cárcamo es sicólogo clínico y desde 2005 trabaja en temas de minorías sexuales.
-¿Cuál es la principal dificultad de los pacientes de la comunidad LGBTI de tercera edad?
-Hay dificultades de hacer un proceso de integración de su orientación sexual. Eso tiene que ver con cómo se integran en contextos amistosos, laborales y cómo eso choca con personas que han formado familias heterosexuales donde, al tiempo, se produce una salida de clóset. Se genera ahí una crisis que se necesita resolver.
-¿Una crisis más traumática que el hecho de salir del clóset?
-Puede ser traumático dependiendo del escenario de relaciones interpersonales que cada persona puede tener. Si una persona ha tenido la preocupación o la oportunidad de tener relaciones profundas, sinceras u honestas con amigos o personas del trabajo, o si ha logrado cultivar una buena relación dentro de su núcleo familiar, la verdad es que es menos traumático de lo que uno piensa.
-Según su experiencia, ¿cómo reacciona el entorno con homosexuales de tercera edad?
-El entorno agradece la transparencia, la verdad. Lo que sí es difícil es la vida interior de la propia persona que va a develar ese proceso. Aparecen muchos temores de perder el entorno y las relaciones.
-¿Qué diferencias hay entre personas del LGBTI de la tercera edad y los más jóvenes?
-Hay diferencias importantes. Hay que considerar que ellos crecieron en un entorno que sancionó la vida que ellos llevaban, las tipificó y las juzgó desde lo legal y médico. Recién en los años 80 la homosexualidad sale de los manuales de clasificación de salud diagnóstica.
-Los entrevistados hablaron de una vuelta al clóset. ¿Es así después de los 60?
-La idea de la salida de clóset es una idea bien discutible, porque nadie está siempre fuera del clóset ni dentro completamente. Puede haber momentos. Hay contextos en los que las personas experimentan mayor confianza para plantear abiertamente aspectos de su vida privada, y eso facilitaría estar afuera de él.