Mi nombre es Lorena Díaz Ravello, soy separada y tengo cuatro hijos. Acabo de cumplir un año trabajando en un centro de reciclaje. Llegué allí después de estar 10 años en un supermercado: empecé como cajera part time, luego subí a jornada completa y terminé en la tesorería como supervisora.
Recaudaba las ganancias diarias y las "cuadraba" en el sistema. Estaba en ascenso, era capaz de hacer muchas cosas. Pero un día estaba analizando mi vida y me di cuenta de que quería emprender una cosa nueva.
Me apasionaban los números y la contabilidad, así que pensé en tomar cursos y ver la posibilidad de entrar a trabajar en un banco. No era tarde para estudiar, pero sabía que no podía dejarlo todo y emprender sin nada en la mano. Entonces ocurrió aquello.
En el sindicato de la empresa se daba la posibilidad cada dos años de acogerse a renuncia voluntaria con el pago de todos los años de servicio. Era una ruleta rusa: elegían a una persona por tómbola y esa se retiraba. Era pura suerte. El día en que se hizo el sorteo estaba almorzando en el casino y sonó mi celular. Me dijeron: "Lore, te vas. Te ganaste la tómbola". A mí me corrían las lágrimas.
Me fui del supermercado el 30 de diciembre de 2016. Tomé vacaciones en enero y febrero y ahí me puse a ver qué hacer con mi vida. Tomé un curso de cajero bancario. Pensé que con eso se me iban a abrir las puertas y no fue así. Para entrar a trabajar en un banco hay que prácticamente matar a alguien para usar su cupo. Entonces entré a una telefónica ofreciendo planes, pero no me satisfacía.
Un día me topé con un amigo y le conté que buscaba empleo. Él me explicó que trabajaba en reciclaje y que estaban buscando gente. Cuando me dijo reciclaje, me imaginé corriendo detrás de un camión de basura. Me consiguió una entrevista. Llegué sin saber nada del tema. En la oficina me atendió el encargado de Recursos Humanos y me preguntó tres veces si estaba segura de que quería trabajar en eso. No quería que me arrepintiera después. Al final me dijo que empezaba al día siguiente.
El primer día que llegué a este centro de reciclaje no sabía qué me iba a encontrar. Me dieron el uniforme y la primera inducción. Cuando me empezaron a hablar de materiales de reciclaje, de poliestireno o cartón la cabeza me daba vueltas. Ahí me di cuenta que no era agarrar el saco y tirar lo que hay adentro en la máquina compactadora. Fue todo un proceso aprenderlo, porque nunca pensé trabajar en esto. Me venían a dar clases, a enseñarme de la ley de reciclaje en Chile y de las "3 R" del reciclaje: reutilizar, reciclar y reducir.
Ese encuentro fortuito con mi amigo cambió mi vida. Llegué de casualidad al reciclaje y me enamoré de él. Encuentro que soy una afortunada: trabajo en lo que me gusta y más encima me pagan. En mi otro trabajo no tenía tiempo para mi familia y acá sí lo tengo. Trabajo desde las nueve de la mañana y salgo a las cuatro y media. En la mañana abro el centro de reciclaje y echo el desinfectante. Después salgo y limpio la gráfica, el tacho donde echamos las tapas de botellas. Barro, trapeo, seco. Después hago lo mismo adentro. Más tarde segrego los sacos porque la gente mezcla cosas que no debe. También enfardo materiales y los peso, luego los almaceno. Hago y envío inventarios. Pero lo que más hago es conversar, educar a las personas.
Todo parte por casa y mi casa es "mi" centro de reciclaje. Lo siento así. Cuando llegué era pequeño y recién se había instalado. Lo he visto crecer. Para mí es importante que la gente que llega aquí sepa lo que está haciendo. Sepa que no viene a botar basura, que esto es algo productivo, no una diversión para matar el tiempo. Acá vienen familias completas, niños, abuelitos, padres, muchos adolescentes. Si alguien se asoma por la ventanilla de los contenedores con preguntas, salgo y les explico. Les digo en qué ventanilla va lo que quieren reciclar, les digo el nombre del material: un polipropileno de baja densidad o papel blanco, les cuento que el rey del reciclaje es el vidrio que es infinitamente reciclable o que el aluminio puro sólo se encuentra en las latitas. O que casi todo se puede reciclar, desde la tapa de la bebida hasta la latita que cubre el envase de conserva, una revista o un cuaderno. Que lo que no se recicla son los productos con aceite, pinturas, pegamento, plumavit y ampolletas. Y que todo debe llegar limpio.
Lo que aprendí acá lo pongo en práctica con mi familia. Mis hijos me dicen "la mamá Wall-e" porque estoy todo el día preocupada de lo que se recicla y qué es cada material. Siento que me transformé en una peregrina del reciclaje. Y me encanta. Me gusta el contacto con la gente y enseñarles. Lo encuentro bonito porque esto no es una moda, es una necesidad. Hoy el planeta está mal, estamos ocupando los recursos naturales que se suponía que eran inagotables y se están agotando. Tenemos mucha contaminación, las personas se han vuelto consumidoras. El día de mañana mis nietos no van a tener árboles. Este es un tema de conciencia y sería bueno que la gente entendiera por qué hacemos esto y que además conociera que el material que tiene en sus manos se puede reciclar.
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