La crisis sanitaria ha calado distintos rincones del país, generando efectos tanto económicos como emocionales y, aún más, sociales. Entre los afectados destacan los escolares: niños y jóvenes que han tenido que adaptarse, llevando el colegio a sus casas y las clases a los computadores o celulares. La dinámica de la educación remota empieza a dejar marcas y una de estas es la deserción. El Ministerio de Educación (Mineduc) proyecta que a fin de año 81 mil escolares podrían dejar el colegio. Un problema que ya existía, pero que la pandemia agravó y podría aumentar en un 40%, llegando a tener 264 mil niños y jóvenes excluidos del sistema educacional.

Los profesores cuentan que hay alumnos que aún no logran contactar desde que se suspendieron las clases presenciales. Por ese motivo, desde marzo que esos estudiantes no han completado ni una sola de las tareas elaboradas y enviadas por sus maestros. A los de este grupo aún no se les puede clasificar como desertores, porque el número final se verá en la diferencia con las matrículas del próximo año. Sin embargo, ya existen parámetros internacionales, donde por ejemplo la Unesco advierte que 24 millones de alumnos en todo el mundo podrían abandonar su educación para siempre como consecuencia del Covid-19.

Cuando no aprendes

”Mamá, no puedo, no puedo”, repetía Joaquín (6) mientras hacía las lecciones de primero básico que buscaban enseñarle a leer. No reconocía las vocales, confundía las letras y no entendía las sílabas, cuenta su madre, Caroline Soto. Ese “no poder” mutó al no querer, ya que al niño le costaba aprender y eso lo frustraba. “Joaquín no quería nada, no quería ni siquiera ver las letras. Cada vez que le decía ‘Ya, ven, tratemos de reconocer las letras’, se iba a otro lado, no pescaba”, cuenta la apoderada del colegio PuenteMaipo, de la Fundación Nocedal y que se ubica en Puente Alto.

El niño se negaba a hacer las tareas y, por lo mismo, no las enviaba, hasta que el profesor jefe, Cristian Rivas, notó la ausencia del menor. “¿Qué está pasando?”, le preguntó Rivas a la madre. “Es que Joaquín no quiere hacer nada”, le respondió Caroline. Organizaron una videollamada para que el docente conectara con el niño y así intentara reactivar su interés. “No quiero, no quiero”, repetía el alumno.

Entre el teletrabajo, el cuidado de sus tres hijos, las tareas del hogar y la ayuda a su marido que está en rehabilitación física, Caroline Soto continuó animando a su hijo, mientras el profesor le aconsejaba estrategias y le enseñaba a ella a enseñarle a él. Videos, canciones, juegos con las letras no tuvieron efecto. “Joaquín no reaccionaba a ningún tipo de estímulo. La opción era retirarlo”, confiesa la mamá.

”Perdí la batalla con el Joaquín, ya no se puede hacer nada”, pensó Soto, y dice que bajó los brazos. En el mejor de los casos veía la posibilidad de repitencia, pero la alternativa más realista en ese momento era dejar hasta ahí el año escolar.

Mire, sabe que pasa esto con Joaquín, yo no veo rendimiento, no veo que el niño quiera aprender ni nada, creo, como mamá, que lo mejor es dejarlo hasta aquí

dijo Caroline, la madre del niño a su profesor

Según el profesor Cristian Rivas, fueron varios los apoderados de primero básico que pensaron seriamente en dejar de lado la educación remota de sus hijos. Apenas en abril, más de alguno ya le había manifestado que hasta ahí llegaba. “‘Profe, ya tiré la esponja’, me decían y yo les respondía ‘tira la toalla, no hay ningún problema, pero tírala en octubre, no en abril’”, cuenta.

En el colegio PuenteMaipo, ubicado en el sector de Bajos de Mena y con un índice de vulnerabilidad escolar del 92%, se percataron de que el riesgo de deserción sería uno de los desafíos de la educación remota. Las alertas se hicieron mayores, luego de constatar a través de una encuesta hecha con los apoderados que sólo el 42% contaba con computador o tablet en su casa y que la conexión a internet llegaba sólo al 53% de los hogares. Lo anterior, sumado al alto grado de hacinamiento, la fuerte cesantía, el elevado índice de contagios en la zona y baja escolaridad de los padres, hacía muy poco auspicioso el panorama.

A finales de julio, Caroline Soto tuvo una reunión online con el profesor Rivas. “Mire, sabe que pasa esto con Joaquín, yo no veo rendimiento, no veo que el niño quiera aprender ni nada, creo, como mamá, que lo mejor es dejarlo hasta aquí, porque su estado emocional no está para presionarlo tanto o obligarlo a seguir las clases”, señaló la apoderada. El profesor, identificando el cansancio y el esfuerzo de la madre, le propuso un acuerdo. “Vamos a darle quince días más. Si no hay algún cambio, lo hablamos en consejo y vemos la repitencia de Joaquín”, recuerda Soto que le respondió el docente.

La madre se propuso dar el mayor esfuerzo durante las siguientes dos semanas y de a poco comenzó a ver que Joaquín se quedaba pegado viendo las letras del televisor. “De repente empezó a leer sílabas, a reconocer vocales, a juntar dos letras. Ahí yo dije ‘ya, aquí vamos’”, cuenta. Llamó de inmediato al profesor. “¡Joaquín está empezando a leer las letras del televisor!”, le dijo y luego empezó las clases por videollamada.

El profesor se dio cuenta que el niño sí podía. “Ahora lee lo que pilla. ‘Mamá, ahí dice globo’, me repite, y el profesor a través de videollamada le hace las pruebas”, cuenta Caroline. “Ahora que Joaquín aprendió a leer, pienso en que estuve a punto de desertar el año y es increíble. Hubiera sido un error. Quedaban meses de clases y el Joaquín no hubiera hecho nada, se hubiera perdido. Ahora sabe leer”, agrega.

Cuando no te puedes conectar

Macarena Polanco (17) está cursando cuarto medio, de la especialidad de Administración de Empresas en el colegio Almendral, ubicado en la comuna de La Pintana. La llegada de la pandemia dio un giro importante a la vida de la adolescente. Con la suspensión de las clases presenciales, su padre, quien manejaba el furgón escolar, quedó sin trabajo y por lo mismo su familia perdió su fuente de ingresos. “Tenemos que irnos”, le dijo su papá y se fueron a vivir a Pelarco, una comuna rural al norte de Talca. Como las clases pasaron a ser remotas, la distancia no era un obstáculo para continuar sus estudios. El problema era que Macarena no tiene cómo conectarse a internet.

Llegaron a una casa prefabricada, con dos piezas y un baño habilitado. Los únicos enchufes estaban en un pilar fuera de la casa desde donde con alargadores llevaban la electricidad hacia adentro. Durante los primeros tres meses no había agua, recibían ayuda de la municipalidad y en baldes juntaban lo que les alcanzaba. La señal del celular era mala y la opción de tener internet fija era imposible, porque las compañías insistían en que el servicio no llegaba a la zona en que vivían. La opción para que Macarena se conectara con sus estudios era por datos móviles, pero para esto necesitaba señal y una batería cargada, dos recursos escasos en la zona.

Cuando se conectaba a las clases, muchas veces se le cortaban las videollamadas, o si llovía se iba la luz para cargar el celular. Incluso, si había mucho viento, hasta la señal telefónica podía desaparecer. La joven luchaba con las circunstancias para seguir al día con sus estudios, hablaba con sus profesores y aprovechaba al máximo los momentos de conexión para recuperar lo que había perdido.

En mayo, Macarena habló con su profesora y jefa de especialidad Administración, Siboney Cisterna. “Profe, no voy a poder. No tengo cómo conectarme, no tengo señal, tengo dificultades para entrar a internet. Hay mucho viento, se corta la luz”, recuerda la docente que le dijo su desesperada alumna. La estudiante revive el momento: “Buscaba la solución y no podía. Era incapaz de hacerlo, me frustraba no poder hacer las cosas, creí que no iba a poder”, cuenta.

Con la profesora llegaron a distintos acuerdos para facilitarle los estudios, tales como flexibilidad de entrega, videollamadas personalizadas y tutorías si eran necesarias. Por su parte, Macarena fue encontrando soluciones. “Ahí paré y dije ‘si yo quiero, busco la forma de hacerlo’. Me puse a pensar, porque yo estoy formando mi futuro, estoy viendo cómo lo voy a hacer y por eso busqué la manera”, dice la estudiante.

Ahora, cuando Macarena sabe que vienen días de mal tiempo, se preocupa de cargar su computador y su celular, avanza en las tareas porque sabe que con la lluvia llega la desconexión. Si sus padres van a comprar a alguna zona donde hay mejor señal, ella aprovecha de ir y espera en el auto mientras se conecta a sus clases. Esta semana adelantó algunas entregas, porque sabía que producto del clima no tendría luz, y así fue. Está al día con sus tareas, este año espera egresar del colegio y en enero de 2021 dará la Prueba de Transición (ex PSU). Quiere estudiar Arquitectura, porque ese es su sueño.

Cuando te supera

Con 18 años, Kevyn Berríos sueña con ser chef. “Desde chico que me ha gustado la cocina. Me gustaría tener un restaurante de comida fina”, dice el joven, que el año pasado llegó a la final del campeonato de gastronomía de la Universidad Santo Tomás. “El plato que practico y me sale bien es la comida china, también las pastas italianas y el brazo de reina de postre”, cuenta.

Pero este año ese proyecto de vida tambaleó. “En un momento pensé en retirarme de los estudios. Fue en mayo. No quería seguir estudiando porque no entendía nada de las clases y me enojaba mucho no comprender. Pensaba en volver cuando se acabara el Covid”, recuerda el joven al teléfono desde la casa de una tía en la Villa San Luis 4, de Maipú, donde llegó a vivir desde el hogar de sus padres en la zona rural de El Maitén. Kevyn abandonó el sector porque la señal de internet no le permitía hacer las guías que le envían del colegio Padre Álvaro Lavín, también de Maipú, donde este año cursa primero y segundo medio en la modalidad 2x1.

“Ha sido malísimo este año porque los profes piden guías de cosas avanzadas y a veces los alumnos no sabemos nada. Estudio en la casa, pero no entiendo nada, aunque haya profes que te explican, pero por el teléfono no entiendo, quedo en las ramas. Era como perder el tiempo”, explica el joven. En mayo decidió dejar los estudios, porque, según él, la materia simplemente no la entendía. “Me salí del WhatsApp del curso y se me empezaron a acumular las guías que tenía que hacer en el computador y mandar por email a los profesores”, cuenta Kevyn. Aún recuerda el período en que sus profesores y compañeros de curso lo llamaban todos los días con un objetivo: convencerlo para que no desertara de sus estudios.

El proyecto había cambiado, ya no quería tener un restaurante, sino que trabajar con su papá o sus tíos, quienes son maestros pintores. “Empecé a trabajar con un primo repartiendo balones de gas en la comuna. Todavía lo hago. Es un contrato de tres meses que termina ahora”, explica. La decisión de retomar las clases la tomó después de semanas de haber desaparecido de la educación a distancia de su colegio. “Un día conversando con Darling, mi polola, decidí volver. Veníamos conversando hace tiempo el tema y ella me dijo que me iba a ayudar en lo que fuera, que si necesitaba ayuda con una guía, ella me apoyaba. Ahora quiero puro sacar el cuarto medio”, cuenta.

Cuando debes trabajar

El día en que a inicios de la pandemia la madre de Ángelo Muñoz -18, alumno de cuarto medio del colegio San Francisco de Asís de Santiago Centro- perdió su empleo como guardia de seguridad, el joven decidió que algo tenía que hacer. Recuerda que estaba en su casa viendo televisión y un político de quien no recuerda su nombre salió diciendo que no se sabía qué iba a pasar con las clases y que había una nebulosa en torno al futuro de la educación. “Ahí pensé que este año iba a ser como perdido y decidí no seguir estudiando y usar ese tiempo para trabajar. Hablé con mi profe jefe y le dije que no encontraba que este año estuviera siendo provechoso y que prefería continuar el próximo”, explica.

Por eso tomó el teléfono y llamó a un tío que le había ofrecido empleo en un puesto de artículos de aseo en una feria que se instala cerca del Parque O’Higgins. “Me levantaba temprano en las mañanas, iba con él, lo ayudaba a ordenar, a cargar, a atender a la gente y luego a comprar más mercadería”, cuenta el joven. Mientras tanto, las clases seguían desarrollándose, pero Ángelo reconoce que mandaba las guías, aunque sin estudiar la materia. Le pedía a otros compañeros que le dieran la respuesta a los formularios o los respondía al azar.

Fueron dos meses, entre mayo y julio, en que estuvo planeando trabajar y dejar los estudios. No era la primera vez, porque el año pasado -cuando junto a su mamá y su hermano los desalojaron de la casa en que vivían porque la había comprado una constructora sin avisarles- ya había pasado tres semanas sin ir al colegio. Estaba desencantado. “Ahora de nuevo pensaba en desertar, aunque la idea igual me daba lata porque ya llevaba todo un camino hecho. Esta solución la veía para ayudar a mi familia”, señala. En medio de esa reflexión seguía recibiendo llamadas diarias de su profesor jefe o la inspectora de su colegio, el cual pertenece a la fundación Belén Educa.

”Al final me di cuenta de que tenía que terminar, y estudiar era la única manera de que no me ocurrieran las adversidades que me habían ocurrido, como quedar cesante o cuando nos desalojaron”, recuerda. Ahora se prepara para dar la prueba de transición, ya sea este año o el próximo: “Ahora quiero entrar a la universidad a estudiar algo relacionado con la música o que me dé un buen trabajo, como por ejemplo ingeniería en informática”.


Preguntas y respuestas de la deserción


Marianela Cisternas, directora de comunicaciones y convivencia escolar de Belén Educa:

-¿Cuándo un alumno deserta oficialmente?

La ley nos pide que un alumno tenga un mínimo del 85% de asistencia para ser promovido de curso y, en ese sentido, en tiempos normales un estudiante con alto ausentismo tiene un 75% de asistencia. Pero hoy no se está tomando la asistencia. De hecho, se está pagando a los colegios sin asistencia por el tema remoto. Entonces, la deserción pasa a ser cuando uno ve que ese alumno no tiene ningún contacto con el colegio y dejó de ir a clases, pero también cuando tienes su declaración o de su familia de que ya no quiere volver, generalmente porque tiene que empezar a trabajar. Habitualmente, no se logra un proceso donde el alumno diga ‘no quiero estudiar más’. Lo que ocurre es que con frecuencia ese alumno se va y pierdes contacto con él y su familia. Te enteras de la deserción no cuando está en proceso, sino cuando ya dejó de ir a clases.

-¿Qué deben hacer los establecimientos cuando un alumno abandona los estudios?

Cuando se va un alumno, la ley te exige que lo sigas y te asegures de que ingresó a otro colegio. Eso es algo que tienen que hacer todos los establecimientos, porque en Chile el no estar escolarizado es vulneración de derechos, y en ese caso el establecimiento debe denunciar a los padres a la Oficina de Protección de los Derechos de la Infancia (OPD). En Belén Educa, cuando vemos que hay un alumno que deja de ir a clases tenemos todo un dispositivo, donde se le va a ver a la casa y, cuando no te abren, se manda una carta certificada. Si después de eso no ocurre nada, se hace una denuncia por vulneración de derechos.

-¿Cómo se define hoy que un alumno está participando del proceso de aprendizaje?

Lo que hemos estado viendo es el dato de la entrega pedagógica, que son los alumnos que entregan las tareas, no hablamos de logros, de si responden bien o mal, sino de entrega. Eso se ha transformado en la ‘asistencia’. El porcentaje de entrega que empezamos a detectar en junio fue bajo, vimos que se estaban ‘descolgando’. Por eso lanzamos la campaña “El colegio está para ti”, que buscaba decirle al alumno que se contactara con su profesor jefe porque teníamos un plan para él, ofreciéndole la posibilidad de ponerse al día con las clases a su medida.


Liliana Cortés, directora ejecutiva de Fundación Súmate

-En comparación con un año normal, ¿cuánto ausentismo existe hoy?

Al no tener clases presenciales, no podemos medir asistencia como se suele hacer en un año normal. Lo que hoy consideramos es el nivel de contacto que tenemos con los niños, niñas y jóvenes. Si realizan las actividades que les proponemos. No tenemos el mismo nivel de contacto con todos y lo que debemos valorar es si los alumnos se mantienen “enganchados”, conectados y motivados por seguir aprendiendo a pesar de no tener clases presenciales.

-¿Qué rol juegan los padres en el proceso de deserción de los alumnos?

Son importantes en dos aspectos: primero, en incentivar el contacto, que el alumno participe de las actividades y esté atento a los llamados de los profesores para mantener el contacto entre los alumnos y la escuela. Muchas veces les da vergüenza hablar o llamar, por eso es importante que haya un adulto que les ayude en eso. Lo segundo es mantener una mirada de largo plazo y de proceso, no dar el año por perdido, valorar las instancias y, sobre todo, acompañar en la continuidad. Este es un año distinto y hay tiempo para recuperar.


Tomás Recart, director ejecutivo de Enseña Chile

-¿A qué señales hay que estar atentos para evitar la deserción?

Hay que estar alerta a una educación que no conversa con el contexto, con las necesidades que tienen los estudiantes. Cuando un alumno o alumna está en una casa donde hay otras seis personas en una pieza, muchas veces esos trabajos no le hacen sentido. Por ende, aquí lo importante es entender el vínculo fundamental que tiene que tener el profesor con sus estudiantes para poder conversar y darle sentido a la materia.

-¿Cuáles son los principales factores que determinan la deserción escolar hoy en el país?

Hoy lo importante es entender que no sabemos cuánta gente está desertando del sistema escolar, porque es muy distinto no conectarse a una clase online o no responder una guía que desertar del sistema escolar. Tenemos que entender que para muchos esta pandemia ha significado ir a trabajar o seguir clases que no hacen sentido; por ende, no creo que su interés por estudiar se haya terminado, sino que es algo muy contextualizado. Por eso si volvemos a clases ‘con todas las de la ley’ el próximo año me imagino que esos números van a cambiar. Entonces me parece un poco prematuro hablar de deserción escolar; yo hablaría mucho más de una educación que a muchos alumnos hoy no les hace sentido porque no responde a las necesidades más inmediatas que ellos tienen hoy.