“Todo el Mediterráneo las esculturas, las palmeras, las cuentas doradas, los héroes barbudos, el vino, las ideas, los barcos, la luz de la luna, las gorgonas aladas, los hombres de bronce, los filósofos—, todo parece surgir del sabor agrio e intenso de estas olivas negras cuando se parten entre los dientes. Un sabor más antiguo que la carne, más antiguo que el vino. Un sabor tan antiguo como el agua fría”.
El olivo y su aceite han sido un importante vínculo entre las diferentes culturas del Mediterráneo, como apunta en el párrafo anterior el escritor británico Lawrence Durrell en su libro La celda de Próspero. Las raíces más profundas del olivo llegan hasta el Neolítico. Su cultivo comenzó a desarrollarse en la zona oriental del Mediterráneo, en las costas del Líbano, Palestina y Anatolia, aunque uno de los primeros testimonios escritos sobre el aceite son unas tablillas minoicas, documentos comerciales pertenecientes a la época del rey Minos en la isla de Creta, del año 2500 antes de Cristo. En Grecia y, sobre todo, en Roma, el aceite de oliva fue empleado como alimento, combustible, cosmético y medicamento.
“El Imperio Romano funcionó con aceite de oliva”, dice la historiadora Mary Beard, catedrática de la Universidad de Cambridge y experta en la Antigüedad clásica, en el documental Roma, un imperio sin límites. En esa época, cada año más de siete millones de litros de aceite de oliva fluían desde la provincia Bética –que tomaba su nombre del río Betis, actual Guadalquivir en Andalucía- hacia la ciudad de Roma. Y las colinas del sur de Hispania se convirtieron en un colosal campo de aceitunas: el primer monocultivo a gran escala. Alrededor del aceite se creó todo un sistema económico y se hicieron fortunas como la de la familia del emperador Adriano. Su importancia era tal que los ganadores de juegos y batallas eran ungidos con el oleum y coronados con ramas de olivo. Con la invasión árabe de la Península llegaron nuevas técnicas de cultivo y extracción, y también palabras como aceite, aceituna, acebuche, alcuza o alforja.
España atesora cerca de 340 millones de olivos que ocupan la cuarta parte de la superficie de este cultivo en el mundo, según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Un paisaje de almazaras –o molinos de aceite-, haciendas, caseríos y cortijos aceiteros ligado a un sistema de explotación agrícola que se ha heredado durante siglos. Y hoy alrededor de esta cultura ancestral se multiplican las actividades turísticas y gastronómicas. La idea es trasladar el éxito del enoturismo al mundo de las aceitunas, de las que se cultivan más de 250 variedades, tan diferentes entre sí como una uva garnacha y una cabernet-sauvignon.
Con ellas se elabora el aceite de oliva virgen extra (AOVE), el de mejor calidad, puro zumo de aceitunas recogidas los primeros días de cosecha y que no han empezado a fermentar antes de llegar a la almazara. España, con 28 denominaciones de origen protegidas, 12 de ellas en Andalucía, es el mayor productor de este oro líquido. Y las catas, en vaso de cristal azul, para que el color del aceite no influya en la percepción del sabor y el aroma, son solo una entre las numerosas y variadas propuestas que el viajero curioso encontrará en las regiones oleícolas españolas.
En los olivares de Jaén
Con 586.000 hectáreas cultivadas, la provincia de Jaén –al sur de España- ha hecho de la cultura del olivar su principal vehículo de promoción turística. La oferta es tan amplia que la Diputación la reunió bajo la marca Oleotour Jaén, una guía de almazaras, restaurantes, cortijos, spas, museos, alojamientos y rutas como la Vía Verde del Aceite, que atraviesa el mar de olivos de Martos aprovechando el trazado de un antiguo ferrocarril entre Jaén y Puente Genil, en Córdoba.
“El oleoturismo se ha convertido en la segunda cosecha del olivar”, señala José Antonio Jiménez, gerente de Oleícola San Francisco en Begíjar, la primera almazara turística en Andalucía. Desde 2011 ofrece visitas guiadas (desde 7,50 euros); paquetes que incluyen un paseo por el olivar y catas de aceite (25 euros), y experiencias como Aceituneros por un día (30 euros), una actividad que sólo se realiza durante los meses de cosecha. Cada año pasan por sus instalaciones más de 8.000 visitantes, un 69% de ellos extranjeros de países como Estados Unidos, China o Japón. “Nuestro objetivo es que el turista pueda conocer y entender todo el proceso global de producción, desde que el fruto madura en el árbol hasta que moja un trozo de pan en aceite de oliva virgen extra”, explica.
Actividades que se pueden complementar con una escapada a las vecinas Úbeda y Baeza, dos de los mejores conjuntos medievales y renacentistas de Andalucía, reconocidos en 2003 como patrimonio mundial por la Unesco. En Úbeda, el centro de interpretación Olivar y Aceite cuenta con paneles y exposiciones que explican el proceso de elaboración desde la Antigüedad hasta hoy (entrada, 2,80 euros; taller de cata, 10 euros; entrada y taller, 11,50 euros), y el cortijo Espíritu Santo ofrece la posibilidad de apadrinar un olivo desde 70 euros (certificado, coordenadas del olivo, foto, delantal y botellas de AOVE de regalo). A unos 10 kilómetros de Baeza se halla la Hacienda La Laguna: un cortijo histórico del siglo XVII, declarado bien de interés cultural, que alberga el Museo de la Cultura del Olivo, el más grande de España de este género.Otro centro en Jaén encaminado a difundir la cultura oleícola es el Museo Activo del Aceite de Oliva y la Sostenibilidad Terra Oleum, a las afueras de Mengíbar (entrada, 5 euros; con cata, 10 euros; talleres de aceite de autor, 27 euros). En Arjona, cuna de Mohamed Ben Yusuf Ben Nasar, el primer rey nazarí de Granada, el centro ecuestre Oleorasa Tour ofrece, previa reserva, visitas al molino, la yeguada y el olivar desde 15 euros por persona, y paseos a caballo y en calesa (una hora, 15 euros). Una opción más: Olearum organiza visitas guiadas y catas de aceite por cortijos y municipios de la sierra de Cazorla como La Iruela, donde existe un olivo milenario. Y el municipio de Martos, con uno de los olivares más extensos y antiguos de España, celebra el 8 de diciembre la fiesta de la aceituna, en la que se reparten miles de hoyos aceituneros (pan con aceite, olivas y migas de bacalao).
Un cortijo cordobés
En Montilla (Córdoba), arropado por olivos centenarios, se puede visitar el Molino y Museo del Aceite Juan Colín, un cortijo del siglo XVI donde se muestran aperos y antiguas prensas aceiteras. Cada año se apuntan cerca de 7.000 personas a sus paseos por el olivar, almuerzos y catas (visitas concertadas, desde unos 20 euros). Otra referencia cordobesa es el Museo del Olivar y el Aceite de Baena, que recorre la historia de sus diferentes usos. En Montoro, el hotel rural Molino La Nava, en una almazara del siglo XVIII rodeada de olivares, ofrece nueve habitaciones con nombres de aceituna como Hojiblanca, Arbequina, Cornicabra o Picual, desde 89 euros.
La manzanilla aloreña
Junto al pinsapo, un tipo de abeto-reliquia anterior a la última glaciación, la estrella de la malagueña sierra de las Nieves, en proceso de ser declarada nuevo parque nacional, es la manzanilla aloreña, una de las dos únicas aceitunas de mesa, junto a la oliva de Mallorca, que cuenta con denominación de origen protegida. En su producción participan municipios como Alozaina o Casarabonela, que conserva su entramado urbano de origen morisco y fiestas como Los Rondeles, una procesión que se celebra cada 12 de diciembre en la que los capachos de esparto, utilizados tradicionalmente para prensar las aceitunas, sirven de teas para iluminar las calles. En Ronda, la marca de aceites ecológicos LA Organic inauguró el año pasado su finca de oleoturismo, LA Organic Experience. Organizan visitas guiadas (20 euros; niños gratis) con catas, degustaciones y la opción de alojarse en el cortijo Los Azules, con cuatro habitaciones diseñadas por Philippe Starck (desde 165 euros).
Una de las últimas almazaras que emplearon el tradicional molino de piedra y los capachos de esparto en la moltura de aceitunas fue el Molino de Espera, una antigua cilla del siglo XVIII en la sierra de Cádiz. Hoy el aceite se extrae en modernas instalaciones a las afueras de Espera, aunque se puede visitar (gratis) el edificio original, transformado en museo y tienda.
Oli de Pau
Cataluña tiene cinco denominaciones de origen repartidas entre la Costa Brava, Tarragona y Lleida. En Girona destacan municipios del Alt Empordà como Pau, donde la bodega Empordàlia combina la producción de vino con la del afamado oli de Pau, aceite de oliva virgen extra de variedades argudell y corivell. En este municipio está también el hotel Mas Lazuli, un antiguo convento del siglo XI rodeado por 12 hectáreas de viñedos y olivares propios que suministran el vino y el aceite a degustar en el comedor.
En Lleida, las comarcas de Les Garrigues, Segrià y Urgell trazan la ruta olivarera, con más de una treintena de cooperativas e hitos como el Museo y Centro de la Cultura del Aceite en Granadella. La comarca tarraconense del Montsià cuenta con una de las mayores concentraciones de olivos milenarios del país. Sólo en la partida del Arión, en Ulldecona, se han inventariado 400 ejemplares a los que se accede en visitas guiadas que incluyen la degustación de su aceite. Una ruta que también se extiende por el norte de Castellón y el sureste de Teruel.
Almazaras en Aragón
En el Bajo Aragón, a 70 kilómetros de Zaragoza, se encuentra el proyecto de gastroturismo ecológico Campo de Belchite, que desde hace un año ofrece experiencias de oleoturismo, enoturismo y agricultura ecológica. Calaceite, en la comarca turolense de Matarraña, guarda entre sus calles una almazara de 1735 transformada en el alojamiento rural Hotel Cresol, con seis habitaciones bautizadas con las variedades de aceitunas que se cultivan en la comarca, desde 110 euros.
Propuesta isleña
Oleorutas Mallorca agrupa la oferta en la isla balear. La web incluye información sobre caminos entre olivares como el del barranco de Biniaraix y varias opciones de agroturismos como S’Horabaixa (habitaciones desde 92 euros) o Finca Comassema.
Ecoaceite manchego
La finca de aceite ecológico La Oliveta, en Malagón (Ciudad Real), es una de las referencias del oleoturismo en Castilla-La Mancha. Ofrece visitas guiadas de la hacienda y del yacimiento romano de Alcázar de San Juan, donde se conserva un torcularium (molino de aceite), desde 15 euros. Viejos molinos y modernas almazaras ecológicas salpican la sierra de Gata (Cáceres), donde la manzanilla cacereña aún se recolecta a mano. Un buen plan para conocerla es empezar la ruta en el Museo del Aceite y casa rural Molino del Medio, en Robledillo de Gata, uno de los pueblos más bonitos de la comarca.