Que el juego es parte de la niñez, es una afirmación que nadie dudaría. Sin embargo, los niños no piensan lo mismo. Los que ya cursan primero y segundo básico tienen una queja: ya no juegan tanto como lo hacían en kínder.
El espacio libre para la actividad y la sala con material lúdico a su alcance, dicen, se transformó en una lugar con asientos alineados y sin espacio para jugar. Y si antes divertirse en clases era parte del aprendizaje, ahora se considera una "pérdida de tiempo".
Las reflexiones corresponden a los resultados preliminares de la investigación El juego dentro y fuera del aula de Pablo Rupin, sociólogo e investigador posdoctoral del Centro de Investigación Avanzada en Educación de la U. de Chile (Ciae). El trabajo abordó las prácticas lúdicas en esos primeros años escolares desde las perspectivas de sus protagonistas: los niños.
La investigación observó todas las manifestaciones lúdicas de niños y niñas de kínder, primero y segundo básico, junto con las que inician los adultos. Estudiaron cuatro colegios, dos de la Región Metropolitana y dos de la V Región. Durante una primera etapa, desarrollada en 2016, realizaron las observaciones y grabaron los juegos de 12 grupos de esos colegios, mismo ejercicio que realizaron en 2017. Luego seleccionaron 36 niños a los que entrevistaron y mostraron las grabaciones de cómo se entretenían.
Juego libre
De voz de los mismos niños, el estudio detalla cómo el juego pierde relevancia y presencia a medida que avanzan en formación. Efecto que ocurre en gran medida porque se asume que el juego libre no siempre va de la mano de los objetivos académicos.
Y si bien los mecanismos de aprendizaje podrían verse facilitados o potenciados por él, debe ser una actividad libre, recalca Rupin. "En educación inicial se habla mucho de la educación lúdica, pero el tema es que sea una actividad libremente iniciada. El niño es el que decide jugar, es importante que tomen la decisión de jugar; si lo obligan a jugar, uno podría preguntarse si el juego es juego".
El peligro de meter lo recreativo en un molde educativo, señala Rupin, es que puede convertirlo en algo que no es juego, en especial en opinión de los niños.
Otro descontento que también manifiestan con en el paso de kínder a educación básica es que tienen menos disponibilidad de recursos para divertirse. Y les gustaría tener cuerdas para treparse, columpios, resbalines, lugares para hacer escalada, elementos que en especial los niños que cursan primero y segundo básico ya no los puedan emplear. Los lugares en que se encuentran este tipo de estructuras suelen están fuera de su alcance desde que dejaron el kínder.
Los niños expresan en la investigación que entretenerse en la sala de clases es por lo general una actividad coartada, a no ser que provenga de la iniciativa del docente. "Y los niños siguen manifestando gran interés por el juego libre de carácter sociodramático", dice Rupin.
El juego libre de carácter sociodramático, explica Rupin, es aquel que no tiene reglas implícitas, y en él los niños encarnan una historia (actúan) y que van creando en el momento. Una dinámica a la que se le da mucha importancia en el desarrollo. "Es fundamental para el desarrollo del lenguaje y como potencializador de roles, y pareciera que de la noche a la mañana no pueden hacerlo en la sala", dice Rupin.
Pérdida de tiempo
Albana Paganini, directora de la Clínica Psicológica de la U. Diego Portales, coincide en que en el ámbito educativo hay un quiebre en relación con su importancia en prebásica y básica. "Se vuelve algo en que se pierde tiempo, es un tema preocupante, porque si algo caracteriza a los niños es jugar, y no es solo una herramienta de aprendizaje, el niño construye su subjetividad de esa manera".
El juego es aceptado, agrega Paganini, cuando tiene una finalidad pedagógica y un objetivo pedagógico claro, cuando es reglado por el adulto, en que él pone las reglas, el tiempo y el espacio, lo que es una especie de 'adultización' del juego".
El único espacio reservado para esa actividad es el patio, no la sala. Pero en el estudio apreciaron que muchos niños dejan de hacer las tareas y se van al fondo de la sala a entretenerse. Una interrogante válida sería, dice Rupin, por qué no se mantienen espacios dentro de la sala que den soporte a lo lúdico. "Los rincones temáticos se eliminan, y se cambia por una sala con hileras de asientos, en que hay que responder una guía. Esto por la exigencia de llegar bien preparados al Simce, que responde al modelo educativo que queremos desarrollar", dice.
En el patio, uno de los espacios privilegiados para divertirse, expresaron los niños, era la cancha de fútbol, pero suele ser invadido por el fútbol y los varones. "En las entrevistas escuchamos a algunas niñas que decían que igual se metían, pero otras decían que les gustaría y que sus compañeros no las dejaban, o ellos decían que como a las niñas no les gusta jugar al fútbol no las dejan. Y no se trata de obligarlos, sino de cómo damos las oportunidades de que los intereses de los niños se den de manera armónica y no sea sólo fútbol".