No pasan inadvertidos. En Plaza Italia, donde por estos días se concentran las manifestaciones con mayor cantidad de asistentes en Santiago, hay una misma leyenda escrita en distintos carteles sostenidos por jóvenes: "Esto es por mis abuelos".
Así, aunque no estuvieran allí, las personas de la tercera edad se han ido convirtiendo en actores relevantes de las protestas de esta última semana. Y no sólo por esas pancartas que los recuerdan. En muchas de las consignas que se oyen en las calles y en los rayados de las murallas se habla de temas que repercuten directamente en ellos; como las pensiones. Incluso el Presidente Piñera, en un discurso nocturno del 22 de octubre, anunció, entre otras cosas, un proyecto que establece la reducción de las contribuciones de los adultos mayores más vulnerables.
Los aludidos, lejos de estar instalados en sus casas, se han movilizado. Algunos salen a las calles a manifestarse; otros se han visto en las largas filas para acceder a los supermercados; también se toman despachos televisivos -sobre todos en las mañanas- para hablar de su situación. O utilizan sus redes sociales para escribir sentidos mensajes sobre el déja vú que les produce la salida de militares a custodiar la ciudad.
¿Qué hacen, qué dicen, cómo se mueven cuando están de protesta en las calles? Durante dos días seguimos en terreno a estos repentinos actores de las movilizaciones.
La esperanza, el miedo
Algunos no están de acuerdo con la forma en que se ha gestado la protesta; y varios de ellos quizás dejan "que la revolución la hagan los jóvenes", como dice Manuel Jiménez (72), parado afuera de la Posta Central. Aunque enseguida aclara que si no participa no es por falta de ánimo, sino porque "no puedo por mi edad, porque es más peligroso para mí".
En la Posta Central, Manuel no está por casualidad. Vino a visitar a su hermano que está hospitalizado: "Es como si estuviera todo conectado, porque él, mi hermano, fue golpeado en los 80 y estuvo preso. Por eso me duele lo que está pasando hoy, porque me trae malos recuerdos". Cuando termina de hablar, pasa por aquí la multitud de personas camino a la manifestación a un par de cuadras. Y Manuel se pierde en medio de ella.
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Manuel Jiménez (72).[/caption]
La asistente social Adriana Muñoz tiene un año más que Manuel, y su situación es otra: la edad no es un impedimento para salir a manifestarse. "Voy más lento, me demoro más, pero no puedo ser ajena a lo que está ocurriendo", dice. Adriana, quien se pasea por Vicuña Mackenna con Portugal esquivando lacrimógenas y con un pañuelo verde tapando su boca y nariz, lleva un cartel grande con un escrito color rojo: "Ministro, con mi pensión pude comprar flores y se me acabó el dinero".
Adriana está a dos cuadras de la Posta Central, donde llega la mayoría de los heridos de Plaza Italia durante las marchas y luego durante el toque de queda. Ella lo sabe. Por eso comenta: "La verdad es que estoy esperanzada, pero también con un poco de miedo".
Recuerdos
El escenario cambia por comuna.
En una fila donde hay 57 personas esperando entrar a un supermercado de Suecia con Irarrázaval, en Ñuñoa, la mayoría debe superar los 60 años. Y la mayoría, además, son mujeres. Una de ellas, la que pregunta insistentemente cuándo llegará el momento en que avance la fila, es María Sánchez (64).
Su historia tuvo un paréntesis en Chile: antes de que empezara el gobierno de Salvador Allende se fue a Madrid. Volvió en los 90. "No tengo ningún recuerdo malo, porque me lo salté y quizá por lo mismo no veo romanticismo en esto: me parece el colmo cómo celebran los desastres que están sucediendo". Aunque cuando la pregunta es sobre las demandas sociales, cede: "Sé que las pensiones son malas para la gente de mi edad, no soy ciega, pero los paros generan que haya menos productividad y empeora las cosas".
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Eugenia Prado (69).[/caption]
Desde Los Leones con Providencia camina una mujer, bajo pleno sol matutino, con traje de dos piezas y sombrero al tono. Va perfectamente combinada, elegante, como para una ocasión especial que, evidentemente, no es una marcha multitudinaria que avanza desde esa comuna hacia Las Condes. Su nombre es Viviana Gerardino (73), es diseñadora de vestuario y aunque debería estar jubilada, viene desde la Villa Frei, en Ñuñoa, para dirigirse a su taller de costura ubicado en una icónica galería de Nueva Providencia. "No estoy de acuerdo con nada de esto", dice tajante.
"Estoy en el limbo: no soy para nada rica, pero tampoco soy pobre para el sistema. Las propuestas de Piñera no me sirven en nada, porque por ser clase media no soy parte del proyecto que propone. Yo sigo trabajando porque mi pensión es muy baja. Y entiendo la movilización, pero tampoco me gustan las manifestaciones de la gente, no me gusta la violencia. ¿Por qué mejor nos ponemos a conversar?", dice y recuerda parte de su historia: a los 23 años, en pleno gobierno de Allende, dice que su vida se trataba de hacer filas para conseguir leche para sus hijos. "Tal como hoy en los supermercados", señala. "Luego vino el gobierno militar y estuve mejor, pero sé que fueron tiempos muy difíciles. No pensé que esto podía convertirse en algo así".
Reflexionar desde la emotividad es lo que predomina en quienes hablan, desde la tercera edad, de lo ocurrido en estos días. "Tengo mucha pena, mucha pena", repite Eugenia Prado (69) desde Las Condes. "Es una situación de tanto desorden, de tanta desesperación, que me afecta mucho; me angustia. La pena es haber llegado a esto, creo que podríamos haberlo evitado con un poquito más de empatía".
A las 4 de la tarde, en pleno centro de Santiago, José González (74) sale raudo, un par de horas antes de lo habitual, del edificio donde trabaja como conserje. "No me he metido en nada, porque me voy de mi trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Me tengo que levantar más temprano, me vengo más apretado en la micro. Y ahora van a empezar a escasear las cosas. Me recuerda lo que pasó antes, pero más fuerte. Las demandas están bien, no lo discuto, pero no me gusta la violencia y que no lleguen los partidos a un acuerdo", dice mientras se dirige a un paradero para ir hacia a Pudahuel.
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José González (74).[/caption]
En Escuela Militar con La Gloria, donde se realizaba una manifestación, el lunes pasaron militares arriba de tanques, se llevaron detenidos y las calles fueron bloqueadas horas antes del toque de queda. Una mujer de 67 años que prefiere no dar su nombre, vio todo desde su balcón. Vive en el piso 10 de un edificio en esa esquina. "Claro que me dio susto. Estamos todos en la misma, esto no distingue clase social, pero los viejos estamos más desprotegidos, creo. La ansiedad y el miedo pueden paralizar o movilizar. Por eso, a mis nietos les delego la misión de salir a marchar. Yo recién estoy digiriendo esto".
Con los jóvenes
Las movilizaciones partieron con un grupo de jóvenes que saltaron los torniquetes del metro Bellas Artes el 11 de octubre, días después del anuncio del gobierno del alza de pasajes del tren subterráneo. Fue una evasión masiva. Pasaron pocos días y el tema se convirtió en una causa nacional. "Los jóvenes son siempre los que parten las grandes revoluciones, lo generoso es que ahora, en parte, lo hacen por nosotros", dice María García (65), jubilada en Ñuñoa. "Yo era profesora de castellano y fui a un sinfín de marchas. Hoy marcho porque esto nos convoca con mucha fuerza: aún no nos pagan la deuda histórica a los profesores, pero también, a mi edad, tengo que reconocer que las pensiones de la mayoría de los chilenos son muy bajas".
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María García (65).[/caption]
"No marcho por los 30 pesos, como todo el mundo cree", aclara Teresa Fuentes (66), de Providencia, mientras sostiene un cartel que dice "Ni humanoide ni alienígena". Cuenta que a los 18 años fue detenida en dictadura, frente a su hermano de 12 años. Los militares en la calle sólo le recuerdan esa época, y ese recuerdo dice que la moviliza. "Marcho por eso; y marcho por la salud, por la vivienda, por las pensiones, por la educación y por la luz. Son muchas demandas, son muchos años de no decir nada", dice, mientras tapa su boca y nariz con un pañuelo para enfrentar las lacrimógena en Plaza Italia.
Entonces, los viejos hablan de jóvenes. Lo hace María García: "A los jóvenes hay que acompañarlos porque las causas de ahora son de todos". Y lo hace también Manuel Jiménez: "Algo ha cambiado con los jóvenes, porque son más valientes ahora, pero eso me asusta. Nosotros los adultos mayores vamos a tener que incidir en ellos para que se calmen y no generen tantas revoluciones. Lo otro es que no ofendan ni provoquen a las Fuerzas Armadas".