“El coronavirus es un desastre para el feminismo”, sentencia de entrada la periodista británica Helen Lewis en un artículo que publicó hace unos días The Atlantic. Lewis plantea que la pandemia afecta a hombres y mujeres de manera diferente y que uno de los efectos más llamativos del coronavirus será enviar a muchas parejas a la década de 1950. “En todo el mundo, la independencia de las mujeres será una víctima silenciosa de la pandemia”, agrega la autora de Difficult Women: A History of Feminism in 11 Fights, libro que lanzó en febrero pasado.
Lewis dice que en los últimos días la conversación sobre esta pandemia se ha ampliado y no sólo vivimos una crisis de salud pública, sino que también económica y doméstica. El cierre de jardines infantiles y colegios trasladó el trabajo del cuidado de los niños desde la economía remunerada a la no remunerada y, en ese escenario, a las mujeres que están a cargo de su hogar no les queda otra opción que asumir la carga y, por su parte, las parejas deberán dirimir quien se lleva la parte más pesada.
Esa discusión parece zanjada con anterioridad. Un estudio de Comunidad Mujer evidencia la brecha de género que aún existe en cuanto al cuidado de la población dependiente (niños, adultos mayores, enfermos). Las mujeres destinan 21 horas en promedio a la semana a ese trabajo, mientras que los hombres sólo ocupan 9,4 horas. En el tramo de 25 a 29 años, esa brecha aumenta al triple: 33 horas frente a 11,2.
El coronavirus es un desastre para el feminismo
Helen Lewis en The Atlantic.
Para Alejandra Ramm, socióloga y académica de la U. de Valparaíso, esta pandemia ha hecho evidente que si bien desde los años 90 las mujeres han entrado con más fuerza a la esfera masculina -el mundo laboral pagado-, a la inversa no ha ocurrido lo mismo con los hombres. “La paradoja es que probablemente un hombre te diga que está por la igualdad de género, que hay que apoyar a las mujeres, pero en la práctica no es así”, dice Ramm, y desafía con un checklist: ¿Quién cocina? ¿Quién ayuda con las tareas a los niños? ¿Quién limpia y ordena la casa?
La razón es simple, dice Ramm: el trabajo doméstico es puro costo. “Mientras lo pague una clase subordinada, como las mujeres, no es problemático para ellos. ¿Qué gana un hombre entrando al hogar? Los incentivos en términos de dinero, reconocimiento y de capital social están en el trabajo remunerado”.
La balanza inclina el trabajo para un lado, y la paga y el reconocimiento para el otro. Según datos del Observatorio de Igualdad de Género de la Cepal, en Chile las mujeres destinan, en promedio, 19,8 horas semanales a trabajo remunerado y 42,1 horas a labores por las que no obtienen pago alguno. Mientras, los hombres dedican 34,6 horas semanales de su tiempo al trabajo remunerado y sólo 19 a labores sin paga.
“El sentido común te dice que las mujeres trabajan menos o que no trabajan, si son dueñas de casa. Estos datos demuestran que trabajan mucho y, en general, que lo hacen más que los hombres. Lo que pasa es que si hilas fino, lo sustantivo de su trabajo son las labores no remuneradas”, dice Ramm, quien también es investigadora del Núcleo Milenio para el Estudio del Curso de la Vida y la Vulnerabilidad.
Juego de roles
La semana pasada, la periodista Jessica Grose, editora en jefe de NYT Parenting, escribió una columna que tituló “Cómo el coronavirus expone la gran mentira de la maternidad moderna”. Grose examinó estudios sobre la maternidad en el siglo XIX en Estados Unidos y señala en su columna que la estructura del hogar en esos años era “permeable”: parientes, amigos y vecinos colaboraban en la crianza y cuidado de los niños.
Hoy, dice Grose, la sociedad define la maternidad casi por completo como una experiencia individual y privada, y ha asignado a las madres la responsabilidad principal del cuidado y bienestar de sus hijos, y con ello les ha endosado la culpa –social e individual- cuando los niños se enferman.
Esta epidemia ha agudizado y, sobre todo ha hecho visible, una situación que el feminismo ha venido denunciando desde hace mucho tiempo: las mujeres, incluso aquellas súper convencionales, hoy se ven sobrepasadas.
Alejandra Ramm.
En los tiempos del coronavirus y de las cuarentenas, muchas mamás ya están acusando el agotamiento y el colapso en redes sociales y grupos de WhatsApp, pese a que el encierro está recién en su etapa inicial. Algunas mamás reclaman estar sentenciadas a ser madre, cuidadora, encargada de la limpieza y cocinera, sin dejar de lado el teletrabajo. A eso se suma que las clases a distancia –con la ruma de guías y trabajos que mandan los colegios- les exigen además ser profesoras.
La actriz Paz Bascuñán -mamá de una hija en tercero básico y de un hijo en quinto- describió este proceso en una columna titulada “La vida no es una carrera con metas”, que publicó El Dínamo, y que se viralizó en redes sociales. Dice la actriz: “Los chats de apoderados coordinan reuniones por ‘Zoom’ con una eficiencia que me abruma, para ayudar a los niños con las guías. Intento conseguir papel porque hay que imprimirlas, se nos acaba la tinta, pero hay que socorrerlos como sea, porque son muchas y se enredan (…) Como si el padre y la madre no tuvieran suficiente intentando solucionar la vida para adelante porque este escenario lo cambió todo, hay que ayudar al hijo a comprender la estructura del sistema digestivo. Idealmente sin perder la paciencia. Me niego”.
“Esta epidemia ha agudizado y, sobre todo ha hecho visible, una situación que el feminismo ha venido denunciando desde hace mucho tiempo: las mujeres, incluso aquellas súper convencionales, hoy se ven sobrepasadas y están con un problema grave”, explica Alejandra Ramm.
Pero el dilema sobre quién se lleva el peso de ser cuidador y profesor en la casa es un lujo que algunas mamás ni siquiera pueden darse. Cuatro de cada diez hogares (42,2%) tienen jefatura femenina -entendiendo jefe de hogar como quien aporta la mayor proporción del ingreso familiar y tiene un rol preponderante en las decisiones-, el doble de lo que existía en 1990 (20,2%). Según datos de la Subsecretaría de Evaluación Social, el 73,4% de esos hogares liderados por mujeres son monoparentales, es decir, hay una madre soltera o separada a cargo. Esto se traduce en cerca de 1,3 millones de hogares monoparentales y con jefatura femenina, que en su mayoría se concentran en la Región Metropolitana, con un 40,6% (más de 530 mil).
En sus hombros cargan la responsabilidad de hacerlo todo y, además, hacerlo bien, porque en el imaginario colectivo la mujer que trabaja descuida el hogar. Según la Encuesta Bicentenario UC GfK Adimark 2017, el 55% de los chilenos (53% hombres y 57% mujeres) dice estar de acuerdo con la idea de que un niño en edad preescolar sufrirá si su madre trabaja. La exigencia social y la autoexigencia de cumplir todos los roles les está pasando la factura y frases como “soy pésima como mamá” o “estoy superada” se repiten en las conversaciones actuales.
Bajar la guardia
La sicóloga y directora del Centro de Buen Trato UC, Ana María Arón, recomienda bajar las expectativas: “En la situación actual no se puede hacer todo perfecto. Es mejor hacer el esfuerzo por aceptar esta situación antes que desgastarse en que funcione todo perfecto”, explica.
Arón agrega que le han preguntado mucho si es bueno establecer horarios a los niños o tener todo planificado para hacerlos funcionar. “La sobreestructuración a veces nos angustia más”, responde. “Es importante tener una cancha más o menos rayada: es bueno que los niños se levanten y no que se queden todo el día en pijama, pero no despertarlos a las 6 de la mañana como lo hacían para ir al colegio. ¿Por qué hacerlo?”, señala. Y agrega: “A los niños no hay que planificarles tanto la vida; ellos necesitan tener tiempo libre y desarrollar la autonomía, y esta es una oportunidad para eso”.
Este año, seguramente, mis hijos no van a aprender la ‘estructura del sistema digestivo’, quizá nunca lleguen a aprenderlo, pero estoy segura de que no van a ser ni mejores ni peores personas por ello.
La actriz Paz Bascuñán en una columna.
A esas mamás que están superadas por el encierro y los hijos, Arón les recomienda tratar de crear situaciones que -en términos biológicos- produzcan oxitocina (conocida como la hormona del apego) y no cortisol (relacionada con el estrés). Es decir, tratar que la mayoría de las situaciones en la casa sean agradables. “Me imagino a una mamá tratando de concentrarse en el computador mientras los niños gritan y se ríen. Lo peor que puedes hacer es decirles que se callen. Es como pedirle a alguien que está con ataque de risa que se ponga serio. Es mejor tratar de usar todas las estrategias que tengas para revertir esa situación: es muy útil que el grupo familiar llegue a acuerdos de cómo le van a decir a los otros que están a punto de estallar. Por ejemplo, crear un juego como mostrar una tarjeta amarilla o una tarjeta con una cara a punto de estallar. Ese juego hace el rol de mediador”, dice.
Arón agrega que para bajar los niveles de tensión en la casa hay dos estrategias que no debieran faltar: el ejercicio y la meditación. “Esta es una instancia para darle una oportunidad a la meditación. A los niños le encanta, lo toman como un juego y hay muchas aplicaciones que son súper creativas”, explica.
Paz Bascuñán también señala en su columna: “Este año, seguramente, mis hijos no van a aprender la ‘estructura del sistema digestivo’, quizá nunca lleguen a aprenderlo, pero estoy segura de que no van a ser ni mejores ni peores personas por ello. (...) Confiemos en nuestros niños y, por favor, empecemos a desconfiar de nuestros estilos de ansiosa productividad vacía”.
Testimonios
Gabriela Rubio (37), socióloga
“He pecado de mala madre”
Tengo dos hijos, de 8 y 5 años. Aguanté súper bien hasta el cuarto día de cuarentena. Los primeros días dejé un poco de lado mi trabajo para ajustarme a la nueva rutina en la casa: el aseo, cocinar y hacer actividades con los niños. Pero ellos empezaron a darse cuenta de que no eran vacaciones, que tenían que estar encerrados, se cansaron y empezaron a pelear más.
Estoy agotada. Mi trabajo es demandante y ha sido supercomplicado trabajar a ese nivel de intensidad con los niños acá. Me reclaman por qué estoy siempre trabajando si estoy en la casa. Se han puesto a llorar incluso.
El papá los veía regularmente, pero desde que empezó la cuarentena sólo hablan por videollamadas. Se nota que se hacen falta, lo echan de menos y a él lo veo súper afectado. Él también les ayudaba con las tareas y al no estar aquí todo recae en mí. Les mandan tareas y videos del colegio, pero los niños son chicos y nunca antes han usado computador para hacer tareas, por lo que requieren ayuda. Tuve que decirle al papá que no podía dedicarme a hacer tareas porque estaba a full con mi trabajo. Mi hijo tenía una entrega hace unos días y asumí el costo nomás. No me da.
He pecado de mala madre total: les he permitido full pantalla, les paso el celular y los dejo ver tele. En general en mi casa soy súper estricta y mis niños no ven tele ni usan celular en la semana, pero ahora me he saltado mis propias reglas porque es lo único que los mantiene tranquilos. Vivo en un departamento, no tengo patio y mi trabajo requiere concentración.
En redes sociales he visto imágenes muy idealizadas de mamás trabajando en el comedor con los niños estudiando al lado súper tranquilos… ¡Imposible! Primero, hay que tener medios económicos, no sé cuánta gente tiene un notebook para cada hijo; segundo, yo no puedo trabajar y dejar a mi hijo solo haciendo las tareas, tengo que estar encima de él, y mientras hago eso, tengo funcionando la lavadora y pienso qué vamos a comer en la noche.
He sentido culpa por no estar a full con ellos. El sábado ya estaba muerta de cansada y los dejé jugar con el celular seis horas de corrido, porque lo único que quería era dormir. Iban a mi cama, me agarraban el dedo para activar el teléfono y cargaban un juego nuevo... yo necesitaba cargar la pila, porque no sabemos hasta cuándo durará esto.
Lo bueno es que me di cuenta de que todavía tengo la capacidad de pasarlo bien con ellos, nos reímos mucho. Les invento juegos, les pongo música y bailamos mucho. El que baila se salta de una tarea doméstica, regar las plantas, por ejemplo, porque ellos me ayudan con algunas cosas.
Lo que más echo de menos de mi oficina es el silencio para hacer mi pega, ver a gente adulta y conversar temas de grandes. Acá estás todo el día en función de los niños, hablando con niños, relacionándote con niños.
A las 9:30 los tengo acostados. Ahí me tomo una cerveza, veo una serie y me relajo. Ese es mi momento del día.
Carolina Fuenzalida (42), educadora de párvulos
“Lo peor es la incertidumbre”
Vivo en Arica con mis tres hijos: Javiera (26), Daniela (24) y Vicente (13), y mi nieta que tiene cuatro años. Todos están a cargo mío.
En diciembre quedé cesante y se me ocurrió partir un emprendimiento de juguetes de madera de tamaño grande: un dominó, un laberinto, un solitario, etc. La idea era crear un espacio lúdico y llevarlo a distintos colegios, para que los niños no pasen pegados al celular. Pero el coronavirus dejó todo en stand by.
A ratos me asfixia que estemos encerrados en la casa. Tomamos desayuno juntos y distribuimos las tareas: quién hace el almuerzo, las cosas de la casa. Nos vamos turnando y todos cooperamos. Trato de que mis hijas no estén todos el tiempo viendo Netflix y que mi hijo no pase mucho tiempo en el computador.
Siempre he llevado las riendas en mi casa, siempre he sido mamá y papá. Pero esa mochila se puso más pesada ahora y una colapsa. Lo peor es la incertidumbre y me pregunto qué va a pasar, cómo nos vamos a arreglar mañana. El encierro lo hace más difícil, viene esa angustia de estar expuestos, de que te puedes contagiar... en la cabeza te da vuelta todo eso.
No me gusta que mis hijos me vean flaquear, trato de que no se den cuenta. No sé de dónde sacamos fuerzas, mis hijas me apañan en todo, son cabras súper conscientes y aperradas, porque saben que para mí esto ha sido duro. Mi hija mayor se recibió de Ingeniería Comercial, y recién estaba mandando currículums. Sólo recibo pensión del papá de mi hijo, el padre de las niñas se borró cuando nacieron.
Fui mamá soltera, a los 18 tuve a mi segunda hija y estudié en la universidad teniendo a las dos. No tengo casa propia. Estoy atrasada como en no sé cuántos meses de luz y de agua. El arriendo es lo único que tengo al día. Iba a llamar a la dueña para pedirle rebaja del arriendo pero no me dio el valor. Siempre aperré y lo voy a seguir haciendo nomás.
Ana Parraguez (42), académica de la Escuela de Trabajo Social de la UC
“Lo más desgastador es el trabajo emocional”
Me considero súper afortunada. Desde chico, mi hijo Pedro (6) tuvo la suerte de viajar harto y adaptarse a muchos contextos distintos, y nunca pensé que eso me iba a servir para una crisis como esta. Él es muy mateo y concentrado, y puede quedarse muy tranquilo viendo un documental de animales en NatGeo. Pero soy consciente de que soy la excepción.
Sé de muchas mamás con niños más inquietos o que tienen más de un hijo a su cuidado. El colegio está mandando muchas tareas y si algunas ya tenían doble jornada y la presión de ser súper buenas mamás, ahora están haciendo el rol de profesoras y se están estresando mucho por hacer además bien ese papel.
Una apoderada preguntó en el chat de mamás del curso por el horario de los recreos para hacerlos en su casa… Creo que hay que ser flexible. No voy a seguir al pie de la letra las instrucciones del colegio si conozco bien a mi hijo y sé cómo aprende. Él tiene una rutina, no está en pijama hasta la tres de la tarde, pero si lo veo entretenido haciendo una maqueta no lo voy a obligar a hacer lo que manda el colegio. Ya es suficiente con tenerlo encerrado y adaptándose a eso. Tampoco me voy a sobrecargar yo.
Hay un tema que he conversado con muchas mujeres. Estoy separada hace tres años y con el papá de mi hijo tenemos un régimen de responsabilidad compartida. ¿Cómo lo haces para mantener este sistema cuando la orden es quedarse en la casa? Es difícil para los papás y mamás separados resolver ese tema. Más para las mamás que no tienen tanto apoyo, que por suerte no es mi caso.
Lo más desgastador es el trabajo emocional de las madres cuidadoras, porque la cabeza funciona 24 /7: ¿Qué actividades voy a hacer mañana con él? ¿Qué le voy a dar de comida? ¿Cómo resuelvo lo de mi pega? Toda esa mochila mental que claramente los hombres no la tienen, eso es evidente. Así que déjennos tranquilas.
Daniela Labra (35), instructora de danza:
“Me estoy sacando la presión de ser la mamá perfecta”
Vivo con Laura, mi hija de cuatro años, en un departamento en Santiago Centro. Soy privilegiada, porque desde hace dos años trabajo en un colegio en Peñalolén y por primera vez tengo contrato. El ámbito laboral de los trabajadores del arte, en general, es bastante precarizado y tengo compañeros que no saben cómo van a llegar a fin de mes.
Antes del encierro, mi rutina empezaba a las 5.20 de la mañana para llegar con mi hija al colegio a las 7.30. He tratado de mantenerla, porque así me alcanza el tiempo para planificar, trabajar online y atender las necesidades de Laura.
Ella necesita jugar y sociabilizar, y eso lo estoy supliendo yo porque es hija única. A veces me agota, porque habla mucho. De repente estamos jugando y le digo: “Por favor, juguemos en silencio un rato”. Cada vez que reto a la Laura pienso que lo hago porque yo estoy estresada, no es ella el problema.
El otro día llamé a un amigo: “Por favor, hagamos una telellamada con una copa de vino, porque llevo una semana hablando con una niña de cuatro años. Necesito tener conversaciones y reflexiones de adulta, sino me voy a volver loca”, le dije. Fueron dos horas maravillosas. Me tomé como media botella de vino.
Con los días he aprendido a relajarme. Yo trabajo con el cuerpo y este encierro me provocó un estrés corporal. Tengo que hacer yoga todas las mañanas para estar más relajada en el día. Y como mamá, le hago entender a Laura que no puedo atender todas sus necesidades. Me estoy sacando la presión de ser la mamá perfecta y eso me relaja el cuerpo y la mente.
Siento que la gente, pero especialmente las generaciones anteriores de mujeres, no lo entienden mucho. Si en mi un lugar hubiera un papá haciendo lo mismo, ¿qué diría la gente? “Ay, pobrecito, qué buen papá, cría solo, se saca la cresta”. Nosotras no tenemos ese reconocimiento. Es como “nuestro deber” cumplir esos roles. Y si es calladas, mejor.