Entré a trabajar a la papelera cuando tenía 16 años y estaba recién empezando el boom de la exportación de fruta. Yo trabajaba sacando recortes, haciendo el aseo y comencé mirando cómo los otros trabajadores usaban las máquinas. Me gustaba aprender, así que iba observando y analizando lo que se hacía en la fábrica.

Lo que más me llamaba la atención era el aguante del cartón. De a poco iban mejorando la técnica para que soportara más peso y cuando probaban la resistencia de las cajas era increíble. Los dueños de la fábrica les mostraban a sus clientes y a los supervisores cómo las cajas, sostenían cubos de hormigón de muchos, pero muchos kilos. Yo siempre miraba y ahí me pregunté: "¿Qué pasa si yo prenso dos o tres placas de cartón y le doy forma de mueble?". Eso me quedó dando vueltas.

Luego llegó el cartón corrugado y de vez en cuando en la fábrica nos donaban placas a los trabajadores. Primero hice cajas vineras; ahí empecé a experimentar con mis manos. Tengo siete hijos, vivía en la población papelera y un día mi señora me dijo: "¿Por qué no me haces un clóset, solamente para la ropa de colegio?". Y le hice uno con cartón… todo era cartón menos el tubo. Yo antes hacía cosas chicas, pero ahí empecé a hacer cosas de verdad. Fabriqué un armario y una repisa para todos los libros de mis hijos. Una de ellas todavía la tiene mi hija, desde el año 75.

El cartón tiene cualidades que nadie conoce. Por ejemplo, la gente no sabe que existe un impermeabilizante para cartón. Yo lo uso, porque así puedo dejarlo a la intemperie, como sucede con la casa del perro. También hay una cera que suaviza el cartón, así las cajoneras entran y salen sin atascarse, cosa que con la madera es difícil. Repisas, muebles, escritorios… todo se puede hacer de cartón y la gente lo ignora. No sabe sus propiedades.

El año 88 tuve un accidente. Se trabó una de las máquinas que rebobinaba los rollos de papel y traté de arreglarla. El perno que daba vueltas me agarró la chaqueta y empecé a girar. El brazo quedó atrapado en el perno y yo en el rollo apretado entre el papel. Quedé colgando con la cabeza hacia abajo y cuando me vieron mis compañeros gritaron "¡Se está asfixiando!". Todos sacaron los cuchillos cartoneros y me liberaron. Giré cincuenta minutos, se me cortó y molió el fémur; tuve fractura expuesta. Actualmente tengo desviada la columna, como si fuera un arco de flecha. Tengo mi clavícula pegándose con las costillas y lo peor es que perdí mi brazo.

Yo pensaba que el perno iba a llegar al corazón y me iba a morir. Nunca perdí el conocimiento. Me di cuenta de la realidad cuando me cortaron la ropa para liberarme y sacaron el rollo conmigo enganchado ahí. El doctor me dijo que como estuve tanto tiempo atrapado en la máquina donde había mucho óxido, era demasiado propenso a una infección mortal y por eso decidió amputarme el brazo.

Después del accidente cuando estaba en el hospital me dijeron "sabemos que haces artesanía muy hermosa". "No", le dije, "murió con mi mano". Yo no quería nada, era zurdo y no quería nada. Fue esa la mano la que me cortaron. Además, me daban 14 tabletas diarias para sobrellevar el dolor. Estaba idiotizado. Me sentaba y me caía para el lado. Entonces uno de mis 17 nietos me dijo "Tata, nos vamos al sur, ¿qué me vai a regalar de recuerdo?". Yo le dije "¿Que querí que te dé?", "Una casita, hazme una casita", me pidió. Yo nunca había hecho casitas y empecé a hacerla.

Estábamos en pleno verano y me demoré más de un mes en terminarla. Hoy me tardo siete días, pero he ido perdiendo la rapidez por mis secuelas del dolor. Empecé a practicar con mi mano derecha, me concentraba y comencé a emplear técnicas que iba desarrollando. Como por ejemplo cortar sin pasar a llevarse las manos. Hoy creo que mis trabajos son mejores que antes.

Ya en los 90 volví a trabajar. El accidente me motivó a salir adelante, regresé a la papelera en otras funciones y les decía a mis compañeros "Se puede hacer muebles con esto". Ellos no me creían, así que les empecé a mostrar fotos. Después llevé los muebles. Armé un escritorio, una mesa de centro, todo con cartón y monté una exposición. Ahí me empecé a motivar.

Me empezaron a donar más cartón y el 96 me fui de la fábrica y me dediqué a tiempo completo. De la municipalidad me pidieron que hiciera talleres. Iba a las poblaciones y les enseñaba a los jóvenes cómo el cartón tiene una parte frágil y una de alta resistencia. Esa es la que yo manejo. Usaba cajas de leche y de empaquetado y les enseñaba a cortarlas y a armar muebles.

Puedo hacer de todo. Puertas correderas, cajoneras, muebles de cocina, veladores, revisteros, casitas, castillos para los niños, casas para perros. El peso no es un problema para los muebles de cartón; hay que saber usarlo porque tiene una consistencia única y puede soportar muchos kilos.

El cartón para mí es una forma de vida. Yo lo valoro porque me abrió un mundo nuevo. A mí me importa y siempre me ha importado el reciclaje. Una vez me dijeron que por qué no le ponía melamina y así pasaba por madera. Yo dije que no, que traicionaba mis principios. "Tiene que ser de cartón", respondí. Yo sé que con el tiempo alguien lo va a hacer, alguien va a valorar como yo lo que significa y puede ser el cartón.