Tuve dos madres, dos mujeres potentes que me hacen sentir afortunada de haberlas tenido en mi vida, pero también triste por mi condición de hija que las perdió a edades en las que uno no debería perder a sus madres. Beatriz Allende, la Tati, mi madre biológica, se suicidó cuando yo tenía seis años -y mi hermano cuatro-, y la Mitzi Contreras murió de un cáncer terminal, cuando cumplí los 18.
De las dos tengo muy buenos recuerdos, aunque menos de los que quisiera. De la Tati, la mayoría de las cosas que tengo en mi cabeza son imágenes y cosas que me cuentan familiares y quienes hicieron una vida política o universitaria junto a ella, tanto en Chile como en Cuba. Mi relato sobre ella es más construido que personal y eso a veces me pesa; me pesa que todos tengan un recuerdo de mi mamá y yo no. Pero me ha servido para paliar la pena de no haber podido compartir más con ella.
La Tati estudió Medicina, igual que mi abuelo Salvador Allende. Sus compañeros de universidad siempre me han hablado de ella. Hasta hoy me cuentan anécdotas bonitas y graciosas, como que era muy buena estudiante y que tenía una letra horrible, a lo cual se sumaba una dislexia. Así entendí por qué sus cartas son tan complejas de leer.
Con la Tati estuvimos exiliados en Cuba. Su vida hasta 1977, año en que se suicidó, fue muy dura. Su padre había muerto, tenía compañeros desaparecidos o torturados, y ella intentaba seguir con su vida pese a esa fractura gigantesca. Seguía siendo militante activa y con un rol muy importante en la política. Mediante una carta -que yo nunca pude leer, porque no era para sus hijos, y porque luego se perdió-, ella decidió dejarnos a cargo de la Mitzi, una gran amiga de ella. Mi familia aceptó esa decisión y ella se abocó a nosotros en cuerpo y alma. De eso siempre estaré muy agradecida.
De la Mitzi tengo recuerdos más concretos. Fue fuerte que se haya muerto cuando yo cumplí 18. Vivíamos en Cuba y habíamos decidido volver a Chile. Ella se vino antes para tener las cosas más armadas. Pero cuando llegó al país le encontraron un cáncer terminal. Fue muy triste, porque ni siquiera tuvimos la posibilidad de acompañarla. Vivo con la sensación de que no pude acompañar a ninguna de mis dos mamás cuando murieron. A ninguna pude despedir bien. Eso es aún muy duro para mí.
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Maya y Alejandro Fernández Allende, Mitzi Contreras, Viví (hija de Mitzi) y Esteban (hijo de Viví).[/caption]
Esta historia de mis dos madres me lleva a mi propia maternidad. Tengo dos hijos, uno de 18 y otra de 8. Cuando tuve al primero pensaba mucho que ojalá no me pasara nada antes de que ellos tuvieran seis años, porque yo sé que cuando uno es tan chico no recuerda mucho a los padres. También me pasó que cuando fui mamá empecé a cuestionarme mucho mi vida respecto a lo que le pasó a la Tati. Por lo mismo soy bien echadora para adelante, porque sé qué es lo que habrían querido mis dos madres; que yo fuera alegre, optimista, fuerte.
A veces, sobre todo en fechas especiales, siento una pena grande por la ausencia de ellas. Pero también pienso que la maternidad fue, afortunadamente, muy acompañada para mí. Nunca me sentí sola y siempre traté de buscar referentes para que me aconsejaran. Para mí era muy importante ser mamá, incluso más que casarme o no. Yo soy muy respetuosa con este tema. Hay gente que decide no tener hijos, otros que deciden adoptar, otros que deciden casarse y otros que no, pero en mi caso lo más importante era tener hijos y, pese a la carrera política que elegí, tratar de estar lo más presente posible. Esa es también una forma de reconciliarme con ese vacío de madres que tengo.
Mi historia me ha enseñado algo simple: he tenido la muerte más cerca de lo que quisiera y entiendo que la vida es así, que de acuerdo a las circunstancias, simplemente llega y toca la puerta. Lo único que pido si es que si me toca a mí, ojalá mis hijos tengan el recuerdo de una mamá que los acompañó en todas. Finalmente, todo lo que yo no pude tener.
Maya Fernández es diputada.